terça-feira, 11 de abril de 2017

Días de Fabiana Cantilo y Fito Pàez (una afanada crónica fan)

Escrito por John Better
Estaba loco por él. Lo había visto en televisión en un viejo programa de videos musicales. El clip empezaba en la habitación 625/6 de un hotel que hasta el día de hoy ignoro su nombre y ubicación. Un hombre flaco hasta los huesos canta sentado en el borde de la cama. Hay un libro abierto a su lado y un baúl en una esquina del cuarto. Luego la cámara enfoca una pared en la que recorre una serie de retratos donde se ven una mujer sentada al piano, un hombre robusto al lado de un chico escuálido y un joven de rizos en la estación en una terminal. Luego la imagen se funde con la de un niño que corre por las calles angostas de un cementerio. El que canta es Fito Páez, la canción se llama Tumbas de la gloria.
La cuestión es que compré el LP en una tienda del centro de la ciudad, era el año 1993. En la portada de El amor después de amor aparece en primer plano la cara de un Fito Páez, de 28 años, alumbrado por dos grandes piedras de cuarzo. Me aprendí el disco de memoria, pasaba tardes detallando la tapa y la contratapa, en la que leía una y otra vez los créditos del disco, nombres de músicos que a mis 15 años me eran desconocidos: Luis Alberto Spinetta, Mercedes Sosa, Charly García, Andrés Calamaro, Claudia Puyó, Celeste Carballo y un nombre en especial, un nombre que me llamó la atención, Fabiana Cantilo, pensé que estaba mal escrito. Debe llamarse Fabiana Cantillo, me dije a mí mismo. La información del álbum decía que la chica hacía voces en algunos temas como Dos días en la vida y Brillante sobre el mic.
Años después estoy en la cabina de una emisora de radio universitaria, trabajo junto a un malhumorado argentino en un programa de rock en español llamado ‘Frecuencia Pop’.
Buscando en la discoteca doy con un acetato de Fabiana Cantilo: Golpes al vacío, su álbum de 1993, el único que llegó hasta las emisoras de Barranquilla. Nadie en la ciudad sabía de ella, apenas si Fito era popular entre algunos chicos barranquilleros. En la emisora

pasábamos dos temas de Golpes al vacío: Un pasaje hasta ahí y La vela. La felicidad me duró poco el día que decidí sustraer el disco de la emisora, mientras caminaba con ese tesoro del pop de los 90 en mis manos, solo deseando estar en mi casa y ponerlo a rodar y rodar en el tocadiscos, un chico en una bicicleta pasó  y me lo arrebató. Qué triste fin para un disco como ese.

La carátula del álbum ‘Golpes al vacío’ ,que la argentina sacó en 1993 y que se escuchó en las emisoras de Barranquilla.
Amé a la Cantilo hasta el tuétano. En eso ires y venires por el Parque Tayrona, en Santa Marta, conocí a una chica bogotana que me obsequió un casete donde estaba grabado el álbum Detectives, producido por Charly García. Lo escuché hasta que la puta casetera masacró con sus dientes metálicos y sin misericordia la dulce voz de Fabiana. Mi pasión por ella aumentaba.
La tecnología llegó y bajar las canciones de Fabi desde Internet fue mi consuelo. Tower Records abrió sucursal en la ciudad y suspiré al ver la discografía completa de la cantante argentina. Domingo tras otro iba para que me colocaran los CD fingiendo que los compraría, pero tenía los bolsillos tan vacíos que no me quedaba otra que irme de allí con la mirada de lástima del vendedor siguiéndome hasta la puerta de salida.
Por esas cosas del azar, el destino, la suerte, llámenlo como quieran, una noche de enero de 2010 estaba en el aeropuerto Ernesto Cortissoz de Barranquilla esperando a que aterrizara el avión en el que venía la señorita Cantilo. Caminaba de un lado a otro, prendí un cigarro. Tiene ya 51 años, pensé mientras daba una aspirada profunda. Ella ha escrito a dos manos con Charly y fue la mujer de Fito Páez casi una década,  y es la misma de quien sé  de memoria sus canciones, seguía argumentándome en medio de mis destrozados nervios. Miré hacia la puerta de llegada de los vuelos nacionales, su ruta haría escala en Bogotá y luego llegaría a esta ciudad donde nadie tenía puta idea de quién era ella. 
Entonces ocurre: allí estaba parada, traía una chaqueta roja encima de un corto vestido verde estampado,  botas de cuero rojo hasta la rodillas y en su mano colgaba una guitarra dormida. —¿Che, vos sos John?— , dijo. La abracé y supe que tenía en mis brazos un ‘brillante sobre el mic’, a la misma chica que hacía solo  unos  meses iba destrozando un hotel en Mendoza. El pelo le olía a vainilla. La acompañaba un chico, su entonces pareja Federico Berdulias, voz líder del grupo Ser. Un bambino precioso de ojos azules y piel dorada.
Subimos a la van en la que tuvimos una breve charla, mientras Fabi se fumaría más de cinco cigarros en el trayecto.
—Estoy haciendo régimen, John, ando limpia, nada de licor o drogas— dijo Fabi. También dijo que estaba cansada, que el vuelo fue tremendo y que quería dormir y que deseaba ir al mar,  que anhelaba correr por la playa,  que de seguro iba a darle «golpes al vacío».
A la mañana encontré a Fabiana en los pasillos del hotel El Prado, iba y venía de un lugar a otro furiosa con su inseparable Marlboro encendido. La chica más brava de Buenos Aires estaba de malas porque la habían despertado a las 7: 30 a.m. para una prueba de sonido. Cantilo cantaría al día siguiente en el teatro Amira de la Rosa.
—Pero, John, ¿cómo me hacen esto?, no estoy lista, tengo la voz hecha mierda— La calmé, le di un abrazo y le dije que me encargaría del asunto. A la luz del día los tatuajes en sus brazos tomaban un color de pintura fresca, como si acabaran de haber sido impresos en su inmaculada piel argentina.
Fabiana viajó hacia el mediodía junto a Fede a Santa Marta, quería ver el mar, lo dijo desde que llegó: «Estas son mis vacaciones, John». Al anochecer  cenamos junto a la piscina del hotel con una luna plateada, como una pulida moneda que refulgía en el fondo de agua. Yo tenía una botella de ron que iba agotando a medida que conversábamos. Le dije que me encantaba su canción Pasaje hasta ahí y le indagué que si el tema tenía que ver con extraterrestres. Me contestó: «Sí, che, es una canción rara esa, ¿no te parece, Fede?».
Luego nos levantamos y caminamos al borde de la piscina. Fede se quedó fumando un cigarro. Fabiana empezó  a tararear Mago en prosa, que le compuso a aquel chico que la dejó no por otra mujer,  sino por «otras sustancias» y que está incluida en su disco de 2006, Hija del rigor.
«Y tu amor no me sirve de nada», empezó Fabiana, me le uní con un hilillo de voz algo enroscado por todo el ron que había bebido. Me miró y rió. Me animo un poco más y trato de dar un tono digno que acompañe su voz: «Por favor, no te olvides de nada, siempre es bueno una historia de amor»
La noche de su recital, mientras el público se reunía en las afueras del teatro, yo estaba con Fabiana y Fede en una habitación del hotel El Prado. Ella dijo estar algo nerviosa, se vistió  con un traje de satín verde y una chaqueta de cuero negra encima, trazó dos líneas de rímel en sus acuosos ojos, él tomaba fotografías y hacía un video mientras yo recitaba el Manifiesto, de Pedro Lemebel. Me hice una foto con Fabiana, recogimos algunas cosas, llevé su guitarra en una mano —me sentía como un debutante miembro de su banda—, salimos del cuarto y atravesamos el corredor de pisos ajedrezados. El sonido de sus tacones al caminar es lo único que se oía.
Dejé a Fabiana en el camerino, se veía algo ansiosa, me despedí de ella y me dirigí hasta los pasillos oscuros del teatro. Luego de unos minutos el telón de boca se abrió y ahí empezó una breve  entrevista junto a un presumido DJ de la capital.
Después de un breve recital en el que cantó, en su orden, Ya fue, Una tregua, Mi enfermedad y Mago en prosa, Fabiana firmó algunos autógrafos y se hizo fotos con fieles seguidores y simples snobs. Nos dirigimos a un restaurante, pero antes de ser servida la cena, Fabiana decidió irse, argumentaba estar cansada. Me despedí de ella con un fuerte abrazo, fue la última vez que la vi.
Hay cosas que atesoro: una carta de Fernando Noy con un dibujito hecho por él mismo, un descuadernado libro de Capote que cambia de color, y la voz quebrada de Fabiana, al otro lado del teléfono, semanas después de su partida, diciendo: “¿Entendés, John, entendés?”
Al enviarle este texto a Fito Páez, estas fueron sus palabras textuales: «Supiste ver bien a Fabi, por lo que veo. Mandáselo, le va a encantar. Un abrazo».

[Fuente: www.revistacoronica.com]

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