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terça-feira, 24 de junho de 2025

Más libertad, más control

La nueva política de visados de EE UU nos advierte de los niveles de la distopía universal en la que estamos viviendo


Escrito por Leonardo Padura

A Vladímir Ilich Lenin se le atribuye la frase “La democracia es bella, pero el control es mejor”. Y aunque no puedo garantizar su autenticidad, sí puedo asegurar que refleja de un modo preciso uno de los principios funcionales de los totalitarismos políticos, donde, como sabemos, el ejercicio de la vigilancia sobre los ciudadanos ha sido una práctica establecida y realizada a veces con esa eficiencia y minuciosidad que, de modo espeluznante, demostró la ventilación del contenido de los archivos de la policía secreta (y no tanto) de la República Democrática Alemana, la tenebrosa Stasi. 

Como ciudadano cubano radicado en la isla tengo alguna experiencia sobre la existencia de métodos de control, por cierto, no siempre muy sofisticados. El ejemplo más grosero y repetido concierne a la recepción de correspondencia postal. Sucede que la mayoría de las cartas que recibía parecían tener la pésima fortuna de haber llegado “en mal estado” (así lo aseguraba el cuño que le estampaban) y, curiosa, persistentemente, se habían deteriorado por un extremo del sobre, luego sellado con cinta adhesiva rotulada con la leyenda Correos de Cuba. El colmo de la torpeza requisitoria fue el descuido cometido en algún departamento de las oficinas locales de la agencia DHL en donde, al abrir un envío que contenía la recién realizada impresión de uno de mis libros editado en España, al ser registrado alguien trastocó los contenidos. Fue así que mientras yo recibía un paquete de fotos impresas en las que un compatriota radicado en Alemania mostraba a su familia cómo la pasaba de bien en su destino europeo —comidas, piscinas, tiendas de ropa— de mi libro nunca se volvió a saber, aunque sería hermoso conjeturar que quien lo recibiera quizás disfrutó con la primicia de su lectura. 

En los últimos años, sin embargo, el surgimiento y veloz crecimiento de las tecnologías de la comunicación, esas que se hacen asequibles ya en los finales del siglo pasado y nos envuelven en el presente, dio a los ciudadanos la posibilidad de tener una información mucho más diversificada, al parecer menos controlada, y contribuyó a democratizar la opinión de la gente y a agilizar sus necesidades y exigencias de comunicación. Las redes sociales se nos presentaron como una alternativa plural, una vía para difundir información y conocimiento con una capacidad y velocidad nunca antes vista y, además, con proverbial libertad. Con tales fundamentos lo que no imaginamos en aquellos primeros años era que esa misma alternativa tan democrática, capaz de romper férreos sistemas de control, se convertiría en todo el mundo en un mecanismo de vigilancia de sus usuarios, y no solo por los conocidos fines mercantiles, sino también por otros más perversos y que afectan directamente la privacidad de las personas y hasta el desenvolvimiento de las sociedades.  

En su más reciente obra publicada, el ensayo Nexus (2024), dedicado al desarrollo de las redes de información hasta la explosión de la Inteligencia Artificial, Yuval Noah Harari comenta el caso de la limpieza étnica cometida por la mayoría budista de Myanmar (antigua Birmania) contra la minoría musulmana de los rohinyás ocurrida entre 2016 y 2017. Según el ensayista israelí, se trata de un caso paradigmático del nuevo poder de los ordenadores y de las redes sociales como agentes instigadores del odio y de alteración del orden social, pues en esos eventos se hizo evidente el papel de los algoritmos manejados por esas plataformas a la hora de alentar la violencia que allí se produjo.  

Según Harari, que argumenta su comentario con informes de Amnistía Internacional y una comisión especial de Naciones Unidas creada para investigar esos acontecimientos, las redes sociales, en especial Facebook, fue uno de los motores que alimentaron una teoría de la conspiración y la consecuente campaña de odio étnico y religioso cuando, para captar más usuarios y por más tiempo, los algoritmos de la plataforma preferenciaron la circulación de noticias (incluso falsas), videos y comentarios adversos a la minoría musulmana. El resultado de ese proceso fue un pogromo de limpieza étnica que se saldó con la muerte de entre 7.000 y 25.000 civiles y la expulsión del país de 730.000 musulmanes rohinyás. Y, siempre según Harari, aunque Facebook reconoció no haber hecho lo suficiente para evitar que la plataforma se utilizara para incitar a la división y la violencia, sus directivos hacían recaer la responsabilidad de lo ocurrido en los usuarios de la red y no en la plataforma: más o menos en el que usaba la pistola, nunca en la pistola.   

Pero sucede que esta capacidad de penetración de las redes no solo puede provocar determinados efectos sociales, sino que se empeña en afectar la privacidad de las personas. Para muchos de los más paranoicos lo mejor es abstenerse de hablar de ciertos temas delante del teléfono móvil o de la cámara del ordenador, pues tienen la certeza de ser escuchados u observados por una IA mucho más eficiente que el Gran Hermano totalitario de Orwell en su novela 1984. Y yo lo creo. Pero de lo que ya no caben dudas es que tener redes sociales y llevar a ellas ciertos comentarios en los que expresemos opiniones sobre lo que nos atañe o preocupa, también puede ser motivo de represalias en nuestra contra. Y no solo en los sistemas totalitarios.  

Una evidencia de lo que puede desencadenar ese sistema de vigilancia la tuve hace unos días, cuando una colega latinoamericana radicada hace mucho en Estados Unidos me advertía que si yo volvía a viajar a ese país, lo más recomendable era no llevar ni teléfono ni ordenador, pues los cada vez más agresivos agentes de inmigración estaban facultados para incautar mis equipos y revisar sus contenidos, incluidos los que se consideran más privados. Por esa misma razón ella, ya ciudadana norteamericana, evitaba utilizar la mensajería de Whatsapp (¿cifrada de extremo a extremo?) para otra cosa que no fuese intercambios de asuntos domésticos. Nada social o político. Porque, me dijo, tenía miedo.   

La porosidad del sistema, los niveles alcanzados por los mecanismos de control y la difuminación de una privacidad que siempre se consideró un territorio casi sagrado ahora ha sido refrendada por la decisión del Departamento de Estado norteamericano de que los estudiantes extranjeros que aspiren a obtener una visa de estudios en universidades del país deberán mostrar (o le serán registradas y monitoreadas) sus redes sociales. En dependencia de su contenido, convenientemente juzgado por algún funcionario, entonces se le tramitaría o no el visado. Que sea justo en Estados Unidos, donde se han creado y desde donde se ha exportado las grandes plataformas de comunicación y redes sociales, nos advierte de los niveles de perversión de la distopía universal del control en que estamos viviendo. Si desde siempre se acusó a los totalitarismos comunistas y fascistas de coartar las libertades individuales y de ejercer la vigilancia sobre sus ciudadanos, lo que hoy y de manera tan escandalosa se magnifica en los Estados Unidos de la era Trump (por no hablar de China o la Rusia de Putin), nos coloca ante la evidencia de que la belleza de la democracia está siendo derrotada por la sociedad del control. Un siglo después, el mundo democrático le está dando la razón a Vladímir Ilich, sea apócrifa o auténtica su afirmación.



[Ilustración: Martín Elfman - fuente: www.elpais.com]



domingo, 18 de maio de 2025

Cómo la Alemania de la posguerra se enamoró de Israel

Cuando los tanques israelíes entraron en el Sinaí en la guerra de 1967, Alemania Occidental se vio a sí misma marchando junto a ellos. Incluso los antiguos nazis podían identificarse con el expansionismo israelí y utilizaron este apoyo para absolver su propio pasado.

Tanques israelíes avanzan hacia Siria durante la Guerra de los Seis Días, el 7 de junio de 1967.

 Escrito por Felix Helberg

Se presta mucha atención al apoyo a Israel de Estados Unidos y de la Unión Soviética, cuyo posicionamiento como superpotencias fue decisivo para su supervivencia inicial. Sin embargo, los principales garantes de Israel hasta 1967 fueron los líderes de la República Federal de Alemania, incluidos los sucesores de los responsables del Holocausto. El nuevo Estado de Alemania Occidental fue el mayor apoyo financiero israelí, ayudando al país en su transición de una economía agraria a una industrial y proporcionándole cruciales asesoramientos y envíos militares.

Con la fundación del Estado de Alemania Occidental en 1949, con capital en Bonn, el Gobierno liderado por Konrad Adenauer, del partido conservador CDU (Unión Demócrata Cristiana), buscó unirse al bloque occidental emergente. La remilitarización fue crucial en este sentido, ya que rompió con la posición unánime anterior de los líderes estadounidenses, franceses, soviéticos y británicos de que Alemania debía mantenerse pacificada de manera similar a Japón.

Con el aumento de las confrontaciones de la Guerra Fría, sobre todo la Guerra de Corea en 1950, Alemania Occidental y el bloque liderado por EE. UU. acordaron la remilitarización del país dentro de una alianza militar del Atlántico Norte. Con ese compromiso, Estados Unidos y otras potencias de la OTAN abandonaron su apoyo a una desnazificación significativa de Alemania y, en su lugar, aceptaron la reintegración de muchos nazis no arrepentidos.

El comandante supremo aliado en Europa en 1951, Dwight D. Eisenhower, reconoció que se había equivocado al equiparar a la Wehrmacht con los nazis, afirmando que «el soldado alemán luchó con valentía y honor por su patria». Su sucesor ordenó en 1953 que se indultara a todos los oficiales alemanes acusados de crímenes de guerra en Europa del Este, con el fin de crear un mejor baluarte antisoviético.

Israel también quería formar parte del bloque occidental. Sin embargo, sus dirigentes seguían manteniendo una postura de oposición a Alemania Occidental, cuyo orden posnazi protegía a muchos perpetradores de la Shoah de cualquier persecución, así como a la sociedad en general de sentir culpa por las acciones de la Alemania nazi. En 1951, una encuesta reveló que solo el 5 % de los alemanes occidentales admitía sentir «culpa» por los judíos. No obstante, para que Alemania Occidental se uniera a la OTAN, era necesaria una reconciliación entre los dos aliados occidentales. Como explica Daniel Marwecki en su libro Germany and Israel: Whitewashing and State Building (Alemania e Israel: Blanqueo y construcción del Estado), «Para Jerusalén, el camino a Washington pasaba por Bonn; para Bonn, el camino a Washington pasaba por Jerusalén».

La reconciliación se lograría mediante reparaciones, lo que le permitiría a Alemania blanquearse con el apoyo del Gobierno israelí, creando un mito nacional en el que había muchas víctimas judías, pero ningún perpetrador alemán. En Israel, esto suscitó cierta controversia, ya que muchos reconocieron que este acuerdo contribuía a afianzar la continuidad de las élites nazis en Alemania y a impedir una lucha significativa contra el legado del nazismo. Sin embargo, el acuerdo de reparaciones firmado en 1952 entre Israel y Alemania también tenía un segundo objetivo: otorgarle a Alemania un papel de protagonismo en la construcción de Israel como baluarte militar de Occidente en Oriente Medio y en la expansión de la influencia alemana en la región.

Cuando se votó el acuerdo de reparaciones en el Bundestag alemán, el Partido Comunista Alemán (KPD) señaló esta realidad. Oskar Müller, superviviente del Holocausto, señaló que a menudo eran los perpetradores de la Shoah —como Robert Lehr (CDU), que como alcalde de Düsseldorf en 1933 ordenó la confiscación de las propiedades judías— quienes votaban a favor del acuerdo. El objetivo era evitar cualquier desnazificación significativa, pero compensarla con un apoyo a Israel, que a su vez garantizaba un puesto avanzado occidental en Oriente Medio.

Vínculos industriales

Cuando se firmó el acuerdo de reparaciones, Israel se encontraba en una situación de crisis, con racionamiento de los productos básicos y falta de la mayoría de los servicios normales. La inmigración se detuvo a principios de 1952 debido a la creciente crisis económica, ya que Israel seguía dependiendo de la entrada de capital extranjero para mantener su economía. Seguía dominada por la agricultura y la producción artesanal, y solo el 19 % de todas las inversiones entre 1950 y 1954 se destinó al sector manufacturero.

En un intento por acoger a las oleadas de inmigrantes judíos, Israel pidió préstamos con tipos de interés amenazantes, mostrándose incapaz de compensar el aumento de las importaciones necesarias para su creciente población debido a la falta de industrias exportadoras bien desarrolladas. En 1952, la estrategia de Israel de financiar a su ejército y a su creciente población de refugiados mediante el déficit público había llegado a sus límites, ya que su débil producción económica hacía improbable que pudiera afrontar el pago de su creciente deuda.

El acuerdo de reparaciones entre Israel y Alemania, firmado en 1952, resultaría crucial para evitar una crisis israelí, ya que proporcionó los recursos necesarios para la transformación de Israel en una sociedad industrializada. Las reparaciones no se pagaron en efectivo sino, en gran parte, mediante la financiación de industrias intensivas en capital, materias primas para fábricas y la creación de una industria de construcción de buques mercantes.

Entre el 80 y el 100 % del acero y el hierro para la creciente industria de maquinaria israelí procedía de los pagos de recursos alemanes al país, sin los cuales Israel no habría podido desarrollar su base industrial. Esto contribuyó a que el crecimiento del PIB pasara del 1,8 % antes del acuerdo al 17 % entre 1954 y 1955. La ayuda alemana a Israel superó en tres veces a la estadounidense. Las empresas de Alemania Occidental, algunas de las cuales habían participado anteriormente del Holocausto, pudieron beneficiarse generosamente de las reparaciones, ya que crearon un mercado de exportación alemán, mientras que muchas empresas alemanas se convirtieron en subcontratistas de empresas israelíes.

En 1954, alrededor del 20 % de las importaciones de Israel procedían de Alemania Occidental, lo que la convertía en el segundo socio importador de Israel. Como señaló Müller en su mencionado discurso ante el Bundestag, «los ganadores de este acuerdo no son solo los gigantes industriales israelíes y estadounidenses, sino también los gigantes industriales de Alemania Occidental, a quienes se les garantizan mercados y enormes beneficios durante los próximos años».

La Blitzkrieg de Israel

La ayuda de Alemania Occidental a Israel no se limitó al plano económico; Bonn también desempeñaría un papel crucial en la profesionalización de las fuerzas armadas israelíes. Israel pudo comprar armamento y equipo a Alemania Occidental, entre el que se incluían ametralladoras, equipo de transporte, armas pesadas, helicópteros, submarinos e incluso tanques del tipo «M48 Patton».

Las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) obtuvieron acceso a un arsenal de mayor calidad. También se enviaron oficiales alemanes a Israel para capacitar a las FDI, mientras que oficiales israelíes fueron enviados a Alemania para ser entrenados por la Bundeswehr, entre ellos futuros jefes de las FDI como Haim Laskov. Alemania Occidental también ayudaría a Israel a crear su agencia de inteligencia, el Mossad, además de coordinar sus actividades en África y Asia, e incluso participar de los primeros intentos de Israel por convertirse en potencia nuclear. En la década de 1960, Bonn se había convertido en el principal apoyo y defensor de Israel, por delante incluso de las grandes potencias.

Equipados con armas y dinero alemanes, los tanques israelíes pudieron entrar en el Sinaí, los Altos del Golán y Cisjordania tras la victoria de Israel en la guerra de 1967 contra Egipto, Jordania y Siria, y los alemanes se vieron a sí mismos ganando las batallas que Adolf Hitler había perdido. Ese fue el momento en el que se consolidó el consenso de la élite en torno al apoyo a Israel. Este consenso se expresó en forma de «filosemitismo», una identificación excesiva con Israel y sus victorias militares.

Israel era visto como un poder militarista inspirador, que Alemania debía emular. Más de mil alemanes occidentales preguntaron en la embajada israelí si podían convertirse en soldados israelíes, incluido el escritor Günter Grass, anteriormente miembro de las Waffen-SS. El vocero de la «Asociación de Ayuda Mutua de Antiguos Miembros de las Waffen-SS» (HIAG), Karl Cerff, descubrió a sus camaradas en Israel, consideró que los israelíes eran «asombrosos» y declaró positivamente que «los kibutz son similares al servicio laboral [del Reich]». Un veterano de las SS donó 1.500 marcos a la embajada israelí para demostrar que «no todos los miembros de las SS fueron criminales».

Los medios de comunicación también se sumaron al coro, y el ministro de Asuntos Exteriores israelí agradeció a la «prensa, la radio y la televisión alemanas por haberse puesto de nuestro lado en cada fase del conflicto». Der Spiegel habló de la «guerra relámpago de Israel» y describió con entusiasmo a los soldados de las FDI sosteniendo que eran «vencedores como Rommel». El Rheinische Post descubrió en Moshe Dayan al «alumno» de Erwin Rommel ya que, en su opinión, las victorias israelíes reforzaban la conciencia alemana. El Berliner Zeitung habló de la «victoria total» de Israel.

Los medios de comunicación de derecha se mostraron aún más entusiastas: para Die Welt, la ofensiva israelí fue un «trueno purificador», cuyo éxito debería inspirar a Alemania Occidental a recurrir también a la confrontación militar en Alemania Oriental: «Se desmiente la tesis de moda de que la guerra ya no es un “medio político”. Nadie puede aprender más del comportamiento de Israel que Alemania». Bild superó a todos los demás al descubrir a los «árabes» de la República Federal que debían ser conquistados: los alemanes orientales, los polacos y los checos. Der Spiegel publicó una carta de un lector de Sudáfrica, firmada nada menos que por «Congo Müller», un veterano de la Wehrmacht que se convirtió en un infame mercenario y responsable de múltiples crímenes de guerra en el país centroafricano. En ella elogiaba la existencia de Israel y describía la amenaza del cerco israelí por parte de los Estados árabes respaldados por la Unión Soviética como la «amenaza número uno» para el «mundo libre».

De la crítica al filosemitismo

Esta identificación no estuvo exenta de críticas. Después de 1968, gran parte de la izquierda alemana se opuso a la persistencia de las élites nazis y vio con ojos críticos la nueva apreciación de Israel por parte de las élites. Ulrike Meinhof describiría esta identificación de los alemanes con Israel como un caso de nacionalistas alemanes «ganando finalmente en el Sinaí, después de veinticinco años, la batalla de Stalingrado» y viendo a la derrota árabe como una señal prometedora que podría repetirse contra la Unión Soviética.

El éxito de Israel se consideraba un motivo de esperanza para derrocar el orden internacional e imponer los intereses imperialistas mediante la fuerza bruta. Esto resultaría crucial, ya que el consenso en torno al filosemitismo fue desde el principio un medio para justificar ideológicamente una Alemania revisionista, al tiempo que permitía aprovechar las crecientes críticas al statu quo posnazi para sus propios fines. En lugar de desafiar a las élites capitalistas que alimentaron el auge inicial del nazismo y siguen dominando la política alemana hasta hoy, la memoria se reorientó hacia la justificación del apoyo continuo a Israel. Además, se convirtió en el pretexto para presentar cualquier acción que pudiera emprender una Alemania en ascenso en el extranjero como impulsada por el deber de «luchar contra el fascismo».

Durante la década de 1980 se desarrolló una conciencia crítica creciente sobre el fracaso de la desnazificación, a medida que activistas fundaban asociaciones civiles con el objetivo de difundir el conocimiento sobre los crímenes nazis y cuestionar a los poderes establecidos. Sin embargo, incluso ese impulso sería absorbido por el Estado alemán, al incorporar una dimensión moral a su filosemitismo. El recuerdo emergente del Holocausto pasó a utilizarse como una forma de justificar la participación militar de Alemania en el extranjero, como cuando el ministro de Relaciones Exteriores de Los Verdes, Joschka Fischer, invocó el «Nunca más Auschwitz» para justificar la ruptura del derecho internacional por parte de Alemania al participar en los bombardeos de la OTAN contra las fuerzas serbias. El caso de los antideutsche (antialemanes) se volvió un ejemplo infame de este fenómeno: el enfoque legítimo en la complicidad alemana en la Shoá terminó siendo utilizado para defender las intervenciones militares de Alemania en el exterior, así como para apoyar todas y cada una de las acciones del gobierno israelí en nombre de la lucha contra el antisemitismo.

Por lo tanto, debemos evitar ver en el antisemitismo de Alemania un «fracaso» en la consecución de «su supuesto objetivo», que sin querer acabó defendiendo el nacionalismo israelí. Desde el principio, el filosemitismo de la República Federal se basó en la idea de un retorno de Alemania a su rol de potencia imperialista segura de sí misma, que veía a Israel como un brillante ejemplo a imitar. A partir de la década de 1980, esto se complementó con una justificación moral de tales acciones como «recuerdo» de la Shoah, lo que al mismo tiempo sirvió para evitar las peligrosas consecuencias que podría acarrear un recuerdo activo de la misma.

La extrema derecha por Israel

La ofensiva israelí en Gaza desde el 7 de octubre de 2023 puso de manifiesto todo el impacto de este enfoque. Mientras que Israel destruye hospitales, infraestructuras públicas y universidades, y provoca una hambruna al bloquear cualquier acceso significativo de las organizaciones internacionales, Alemania se sostuvo en primera línea de apoyo. Las exportaciones militares alemanas a Israel se duplicaron, el Gobierno participó en el intento de Israel de disolver la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (UNRWA) retirándole temporalmente la financiación, y se unió al rechazo del Gobierno israelí al derecho internacional.

La antigua ministra de Asuntos Exteriores alemana, Annalena Baerbock, del partido Los Verdes, llegó incluso a defender los ataques de Israel contra hospitales y escuelas. Cuando el redactor jefe de WELT escribió que «Netanyahu es la vanguardia de Occidente», identificó correctamente los ataques israelíes en Gaza como el comienzo de la demolición del statu quo creado por Occidente. Ahora que Occidente ve cómo otras potencias se alían contra sus instituciones internacionales, el genocidio palestino puede servir de inspiración para prescindir por completo del humanitarismo. Alemania parece dispuesta a resistirse a ejecutar las órdenes de detención contra Benjamin Netanyahu dictadas por la Corte Penal Internacional, la misma corte que Alemania ayudó a crear para hacer cumplir su «orden basado en normas».

No debería sorprender que la extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) haya sido la más firme defensora de Israel, encontrando una causa común en la eliminación del anterior modelo de hegemonía en favor del dominio de las grandes potencias. Al igual que los israelíes de Sderot, que observaban y vitoreaban mientras se lanzaban bombas sobre Gaza, la extrema derecha observa con entusiasmo cómo Israel está legitimando internacionalmente la limpieza étnica y la doctrina de la ley del más fuerte.

El agresivo imperialismo alemán ahora apunta hacia dentro, ya que las protestas que exigen el cese de las exportaciones militares a Israel y un compromiso real para apoyar la creación de un Estado palestino se reprimen mediante restricciones a la libertad de expresión, mientras que los inmigrantes son sometidos a una vigilancia general. A los nuevos inmigrantes se les exige cada vez más que juren lealtad al derecho de Israel a existir, mientras que, tras el 7 de octubre, la policía alemana prohibió casi todas las protestas en apoyo al pueblo palestino por temor a posibles «incidentes antisemitas».

Dado que el apoyo de Alemania a la guerra genocida de Israel es impopular entre gran parte de la población, los medios de comunicación y los políticos no tuvieron más remedio que responder deslegitimando las protestas como un signo del creciente «islamismo» que hay que combatir. La AfD aprovechó este momento para popularizar su llamamiento a la limpieza de Alemania de gran parte de su población inmigrante, tratando de emular el Estado étnico de Israel, al que admira desde hace mucho tiempo. Esto tuvo un gran éxito, ya que el racismo político y mediático abierto le permitió a la AfD aprovechar la situación y difundir su mensaje de que los inmigrantes son una amenaza interna, lo que los ayudó a alcanzar el segundo lugar en las elecciones federales del 23 de febrero.

Como era de esperar, el nuevo canciller alemán, Friedrich Merz (CDU), que a principios de este año presidió la primera cooperación parlamentaria entre su partido y la extrema derecha AfD, incluso invitó públicamente a Benjamin Netanyahu a asistir a su toma de posesión, a pesar de la orden de detención internacional que pesa sobre él. Parece que el fervor de Alemania por Israel hoy llegó a su conclusión lógica.

 

 

[Foto: Vittoriano Rastelli / Corbis vía Getty Images - fuente: www.jacobinlat.com]

domingo, 11 de maio de 2025

Cuando las medidas contra el antisemitismo reprimen a los judíos disidentes

¿Es antisemita la Ley de Concienciación sobre el Antisemitismo?


Peter Beinart 

Se está debatiendo actualmente en el Senado de los Estados Unidos la Ley de Concienciación sobre el Antisemitismo. Ya se ha aprobado en la Cámara de Representantes. Y ahora está en comisión en el Senado. Si se aprueba en el comité, pasará al pleno del Senado. Y esto supondría una especie de instrucción del Congreso al Departamento de Educación para utilizar esta definición particular cuando se valore el presunto antisemitismo en los campus universitarios.

Por esta razón, creo que merece la pena decir algo sobre un elemento concreto de la definición de antisemitismo de la Alianza Internacional de Memoria del Holocausto (IHRA), para mostrar lo perversa que me parece y lo extraña que resulta. Esta definición de antisemitismo deshumaniza a los judíos. Deshumaniza a los judíos, pues sugiere que es antisemita imaginar que los judíos puedan actuar como actúan otros seres humanos, ¿no?

Y así, en particular, uno de los ejemplos de la definición de antisemitismo de la IHRA es que podría ser un ejemplo de antisemitismo establecer comparaciones de la política israelí contemporánea con la de los nazis. Pues bien, evidentemente, hay muchas analogías entre Israel y los nazis que serán analogías muy, muy estúpidas e incorrectas, y potencialmente incluso ofensivas, ¿verdad? Benjamin Netanyahu, pese a todos sus pecados, no es Adolf Hitler. Israel, a despecho de los horrores que está llevando a cabo en Gaza y Cisjordania, no ha instalado campos de exterminio en Cisjordania. Así que, evidentemente, esas analogías serían muy incorrectas, y creo que problemáticas.

Pero los nazis hicieron muchas, muchas otras cosas además de crear campos de exterminio, ¿verdad? Los nazis tomaron el poder en 1933. Hubo todo un sistema de discursos y procesos que los nazis pusieron en marcha -algunos de los cuales eran coherentes con otros movimientos fascistas- los cuales erosionaron la democracia liberal, erosionaron en última instancia el Estado de Derecho y los derechos de diversas personas. Y lo entendemos implícitamente, cierto, porque los medios de comunicación de los Estados Unidos están llenos de comparaciones de la administración Trump con los nazis, ¿verdad? Y la gran mayoría de estas comparaciones no están sugiriendo que Donald Trump haya establecido campos de exterminio en los Estados Unidos, pero están buscando este paralelismo histórico para tratar de entender y analizar los peligros y también las formulaciones retóricas, la relación entre un movimiento fascista y las grandes corporaciones, el lenguaje de la deshumanización, muchas, muchas, muchas cosas, que son algo así como la clase de cosas naturales que la gente hace cuando se observa un sistema de opresión y eso que Donald Trump está tratando de crear en los Estados Unidos, y el autoritarismo, y lo que Israel ha estado haciendo también, ¿cierto?

Recordemos, solo por decir algo evidente, que Israel es el país que controla a millones y millones de personas que viven bajo control del Estado israelí, pero que no pueden convertirse en ciudadanos de ese Estado. Y ahora está comprometido en Gaza en un ataque militar que ha sido calificado de genocidio por Human Rights Watch y por gente como Omer Bartov, ¿no es así?

Entonces, ¿qué significa sugerir que se puede hablar de Donald Trump y el Partido Republicano refiriéndose al lenguaje de los nazis o hablar de Marine Le Pen, o hablar de la AFD, o hablar de Viktor Orban, o Narendra Modi, o Jair Bolsonaro, o muchos, muchos, muchos tipos de movimientos autoritarios de derecha en todo el mundo? Pero es antisemita utilizar cualquiera de estas analogías cuando se trata del Estado de Israel. Lo que eso hace es sugerir -esto es lo que quiero decir con deshumanización- que, de alguna extraña manera, si estás en un Estado judío, ya no eres plenamente humano, porque no puedes disponer de todo el abanico de capacidades humanas, cierto, algunas de las cuales son muy buenas, y algunas de las cuales son muy terribles. Y si la gente sugiere que hay algo que haces que pudiera tener reminiscencias de este horrible régimen nazi, eso es antisemita, pues es intolerante en contra de los judíos sugerir que los judíos en un Estado judío podrían estar actuando de una manera que reconocemos claramente, algo que tienen la capacidad de hacer gente de todo el mundo y movimientos políticos de todo el mundo.

Creo que ya he mencionado alguna vez este vídeo realmente extraordinario de una conversación en la televisión israelí entre Tommy Lapid, padre de Yair Lapid -el Tommy Lapid era un político israelí, superviviente también del Holocausto- y uno de mis héroes, Yeshayahu Leibowitz, crítico social ortodoxo israelí. Tommy Lapid estaba furioso porque Yeshayahu Leibowitz utilizaba el término “judeo-nazis” para describir ciertas cosas que estaba viendo que sucedían en el Estado de Israel. Yeshayahu Leibowitz, por el hecho de utilizar ese término, podría muy bien violar la definición de antisemitismo de la IHRA, a pesar de ser un eminente erudito judío y crítico social, ¿verdad que sí?

Pero Tommy Lapid se enfurecía por esa analogía y le gritaba a Leibowitz. Una y otra vez le espeta: "¿Los hemos metido en campos de exterminio? ¿Los hemos metido en campos de exterminio? ¿Los hemos puesto en campos de exterminio?” Hay una larga pausa. Y entonces le dice Leibowitz al final: 'Esa es tu profecía'. Esa es tu profecía. Y lo que yo interpreto que Leibowitz está afirmando no es, por supuesto, que Israel haya metido a los palestinos en campos de exterminio. No lo hizo entonces. Sigue sin hacerlo, aun a pesar de lo que está haciendo en Gaza. Lo que quiere decir es que no hay que excluir la posibilidad de que los judíos puedan ser capaces de cualquier cosa que sea capaz de hacer cualquier otro ser humano, pues, al fin y al cabo, los judíos no son más que otro grupo de seres humanos que no están dotados de ninguna cualidad especial.

Y lo que me resulta tan inquietante de esta definición francamente insensata de antisemitismo que ha surgido en los Estados Unidos es que está teniendo el efecto de sugerir que hoy constituye un acto de intolerancia tratar y analizar a los judíos como si fueran otros seres humanos. Y eso, de un modo extraño, supone también una forma de desvalorizar a los judíos. De un modo también muy extraño, el lenguaje de protección de los judíos tiene el efecto de sugerir que los judíos son algo distinto de los demás seres humanos corrientes. Y eso es lo que me asusta de la Ley de Concienciación sobre el Antisemitismo y de la forma en que se ha desarrollado este discurso en los Estados Unidos, especialmente en la era de Trump.  

Trump no quiere proteger a todos los estudiantes judíos, solo a los de su cuerda  

Peter Beinart

El 29 de abril de 2024, Tess Segal, una estudiante de 20 años de segundo curso de la Universidad de Florida, se sumó a sus compañeros activistas en una conocida plaza del campus para pedir a la universidad que desinvirtiera en los fabricantes de armas de Israel y boicoteara sus instituciones académicas. Algunos manifestantes estudiaban o jugaban a las cartas. Luego leyeron necrológicas de palestinos muertos en la Franja de Gaza.

Entonces entraron en acción las fuerzas del orden. Y aunque Segal afirma que no se resistió a la detención, la esposaron y la llevaron a la cárcel, donde pasó la noche.

Segal fue acusada de resistencia no violenta a la autoridad. Posteriormente, el estado [de Florida] desestimó el caso. Sin embargo, la Universidad de Florida ya le había prohibido la entrada al campus. Los responsables de la universidad habían advertido a los manifestantes de que se les podría sancionar si infringían las nuevas y estrictas restricciones impuestas a las protestas. Los administradores afirmaron también que los agentes habían ordenado a los manifestantes que se dispersaran. Segal dijo que había demasiado ruido para oír esas instrucciones.

Segal me contó que le prohibieron hacer el último examen del semestre y participar en un programa de verano patrocinado por la universidad en el que había sido admitida. Un comité disciplinario de la universidad dictaminó que no había actuado de modo alborotador, pero la consideró responsable de infringir la política de la universidad, entre otras cosas. Propuso una suspensión de un año. Más lejos fue el decano, recién nombrado, de estudiantes de la universidad. En una carta que difundió la Fundación por los Derechos y la Expresión Individuales, declaró que la conducta de Segal «perturbó gravemente las funciones normales de la universidad e impidió a los agentes de la ley realizar sus tareas con prontitud», y elevó su suspensión a tres años (la universidad no quiso confirmar oficialmente ni comentar los acontecimientos que rodearon la suspensión de Segal, señalando que se trata de información protegida por las leyes de privacidad).

La Universidad de Florida exige a cualquier estudiante que se ausente durante más de tres semestres que vuelva a solicitar su admisión. Segal comentó que había disfrutado de una beca completa. Ahora trabaja en el servicio de comidas y no sabe ni cómo ni cuándo volverá a la universidad.

En una época en la que a los estudiantes sin ciudadanía norteamericana se los llevan de las calles agentes federales, el castigo de Segal puede parecer relativamente leve. Pero su caso contiene una ironía especial. Segal es judía.

Desde el 7 de octubre de 2023, varias destacadas organizaciones judías, junto a sus aliados políticos, han exigido repetidamente que las universidades protejan a los estudiantes judíos, castigando las violaciones de conducta y las protestas en el campus, con la suspensión o la expulsión incluso. Segal es nieta de un superviviente del Holocausto. Es exalumna de un campamento de verano judío. ¿Por qué no se preocuparon por ella las organizaciones judías? Porque en los últimos años, los principales dirigentes judíos norteamericanos -en colaboración con políticos simpatizantes- han hecho algo extraordinario: han redefinido lo que significa ser judío. Para silenciar la condena de Israel, han equiparado el apoyo al Estado con el propio judaísmo. 

Pocos hay que hayan formulado esa redefinición con más rotundidad que el presidente Trump. El mes pasado, en una aparente referencia al apoyo supuestamente insuficiente a Israel por parte del líder de la minoría del Senado, Chuck Schumer, Trump proclamó: «Ya no es judío». Trump solo está haciendo explícito lo que los líderes judíos levan insinuando durante años. En 2023, el director ejecutivo de la Liga Antidifamación (ADL), Jonathan Greenblatt, declaró que «el sionismo es fundamental para el judaísmo». En 2021, el influyente Natan Sharansky, ex disidente soviético y ministro del gabinete israelí, coescribió un ensayo en el que calificaba de «no judíos» a los judíos que se oponen al sionismo.  

Esta redefinición del judaísmo se está produciendo al mismo tiempo que una de las oleadas de represión más contundentes de la historia contra el activismo judío norteamericano. Muchos judíos norteamericanos, en particular los jóvenes, tienen opiniones críticas sobre Israel. Una encuesta realizada en 2021 por el centrista Jewish Electoral Institute, que supervisa la participación de los judíos en las elecciones, reveló que el 38% de los adultos judíos norteamericanos menores de 40 años consideraba que Israel era un Estado de apartheid, frente al 47% que no lo consideraba así. Cuando en una encuesta realizada el año pasado se les interrogó acerca de la acusación de que Israel estaba cometiendo un genocidio en Gaza, el 38% de los adultos judíos norteamericanos menores de 44 años se mostró de acuerdo.

Teniendo en cuenta estas cifras, no es de extrañar que los judíos hayan asumido un papel protagonista en las protestas contrarias al ataque de Israel contra Gaza. Once días después del 7 de octubre de 2023, grupos judíos progresistas y antisionistas, entre ellos Jewish Voice for Peace, reunieron a unos 400 manifestantes, muchos de ellos con camisetas que declaraban «En nuestro nombre, no», y ocuparon un edificio del Congreso. Ese mismo mes, Jewish Voice for Peace y sus aliados tomaron la Grand Central Terminal de Nueva York. En la Universidad de Brown, la primera sentada exigiendo la desinversión en empresas afiliadas a Israel estaba formada únicamente por estudiantes judíos.

Por lo general, los estudiantes judíos no son tan vulnerables como sus homólogos palestinos, árabes, musulmanes, negros y no ciudadanos, pero es precisamente esta suposición de mayor seguridad lo que podría haber hecho, para empezar, que estuvieran más dispuestos a protestar. Y muchos han pagado el precio por ello. Es imposible saber qué porcentaje de judíos es el de los estudiantes sancionados por activismo propalestino, ya que los procedimientos disciplinarios universitarios suelen ser secretos. Pero los datos anecdóticos sugieren que se trata de una cifra significativa. E independientemente de la opinión de cada uno sobre cómo deben tratar las universidades el activismo en el campus, hay algo extraño en reprimirlo en nombre de la seguridad judía, cuando varios de los estudiantes objetos de la represión son judíos.

Desde el 7 de octubre, al menos cuatro universidades han suspendido o puesto bajo vigilancia a sus secciones de Jewish Voice for Peace. En 2023, se detuvo en las protestas de BrownU Jews for Ceasefire Now [Judios de la Universidad de Brown por el Alto el Fuego Ya], a 20 miembros (se retiraron los cargos). En un acto proisraelí en el Rockland Community College de la Universidad del estado de Nueva York el 12 de octubre de 2023, un estudiante judío que gritó un momento «Desde el río hasta el mar, Palestina será libre» y «Judíos por Palestina», fue suspendido, según se informa, para el resto del curso académico. En mayo de 2024, una profesora judía, titular de Antropología del Muhlenberg College, fue despedida tras publicar un post en Instagram que afirmaba en una parte: «No os acobardéis ante los sionistas. Avergonzadlos. No los acojáis en vuestros espacios. No les hagáis sentirse cómodos». En septiembre, el fiscal general de Michigan  presentó cargos por delito grave por resistirse u obstruir a un agente de policía, así como cargos de delito menor por allanamiento, contra tres activistas judíos -así como contra otras cuatro personas- por delitos relacionados con una acampada de solidaridad con Gaza en la Universidad de Michigan en el campus de Ann Arbor (todos ellos se declararon no culpables).

Hasta cuando la protesta ha adoptado la forma de observancia religiosa judía, se ha visto a menudo clausurada. El otoño pasado, cuando los estudiantes judíos que se oponían a la guerra durante la festividad de Sucot construyeron sucás solidarias en Gaza, estructuras temporales semejantes a pequeñas cabañas en las que los judíos comen, estudian y duermen durante la festividad, al menos ocho universidades las desmantelaron a la fuerza, exigieron a los estudiantes que lo hicieran o cancelaron la aprobación de su construcción (las universidades dijeron que los grupos no estaban autorizados a erigir estructuras en el campus).

A pesar de ello, las organizaciones judías proisraelíes han aplaudido a las universidades que han reprimido las manifestaciones propalestinas. Cuando Columbia suspendió a su sección de Jewish Voice for Peace junto a Students for Justice in Palestine, la ADL felicitó a la universidad por cumplir con sus «obligaciones legales y morales de proteger a los estudiantes judíos». Después de que la policía de Nueva Hampshire disolviera el campamento de solidaridad con Gaza de Dartmouth College, la ADL le dio las gracias al presidente de la universidad por «proteger el derecho de todos los estudiantes a estudiar en un entorno seguro». Sin embargo, la experiencia no resultó nada segura para Annelise Orleck, exdirectora del programa de estudios judíos de la universidad, que afirmó que la ataron con una cremallera, la golpearon y la arrastraron a la fuerza los agentes de policía cuando llegaron al lugar. Después de que la fiscal general del estado anunciara que presentaría cargos contra los manifestantes del campamento de la Universidad de Michigan que supuestamente habían violado la ley, un funcionario de la Federación Judía del Gran Ann Arbor la elogió por actuar con «valentía». Desde entonces, la ADL ha dado marcha atrás en su anterior apoyo a la detención de activistas propalestinos por parte de la administración Trump. Pero sigue queriendo que las universidades impongan duras restricciones a las protestas en los campus. Cuando me puse en contacto con la organización para preguntarle si tenía una postura concreta respecto a los estudiantes judíos que se ven afectados por las medidas represivas en los campus, los representantes me remitieron a los recientes artículos de opinión de Greenblatt. En cada uno de ellos reiteraba la necesidad de luchar contra lo que considera antisemitismo universitario, pero también abogaba por el debido proceso para todos los implicados.

No obstante, los judíos siguen protestando. A principios de abril, algunos estudiantes judíos se encadenaron a las puertas de Columbia para protestar por la detención de Mahmoud Khalil, exestudiante de posgrado y titular de una tarjeta de residencia que se encuentra en un centro de detención del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas en Luisiana por su participación en las protestas del campus. Y justo antes de la festividad de Pascua, más de 130 estudiantes, profesores y antiguos alumnos judíos de la Universidad de Georgetown firmaron una carta en protesta por la detención y el arresto de Badar Khan Suri, becario postdoctoral acusado de difundir propaganda de Hamás y promover el antisemitismo.

Hay una profunda ironía en el aparente cuestionamiento de la judeidad de estos jóvenes disidentes por parte de la clase dirigente judía estadounidense. Porque lo que distingue a los activistas estudiantiles judíos de hoy de las generaciones anteriores de izquierdistas judíos estadounidenses es precisamente su interés por incorporar el propio ritual judío a sus protestas. Solo en Nueva York han surgido en los últimos años al menos 10 minyanim, o comunidades de oración, no sionistas o antisionistas. Se componen en su inmensa mayoría de judíos no mucho mayores que Segal.

BrownU Jews for Ceasefire Now levantó una sucá de solidaridad con Gaza el pasado otoño. Una estudiante judía, temerosa de que destrozaran o desmantelaran la sucá, empezó a vigilarla por la noche. Se unió incluso a otros estudiantes que dormían en la desvencijada estructura, que simboliza la fragilidad humana y la protección divina, tal como han hecho los judíos durante miles de años, a pesar de la prohibición de la administración. Escapó del procedimiento disciplinario sin ser castigada, pero pronto urdió otro plan que entrelazaba su judaísmo con su apoyo a la causa palestina: convertirse tardíamente en bat mitzvah, una mujer que acepta las obligaciones de la ley judía. Este mes de febrero fue llamada a la Torá por primera vez, en una ceremonia dirigida íntegramente por miembros de BrownU Jews for Ceasefire Now, que ahora se llama Brown Jews for Palestinian Liberation [Judíos de Brown por la Liberación Palestina].

Para Trump y los líderes del estamento dirigente judío norteamericano, puede que esta estudiante no sea una judía de verdad. Pero, como muchos de su generación, está demostrando rabiosa y gozosamente que están equivocados.

Fuente: The New York Times, 28 de abril de 2025.

Soy una profesora israelí. ¿Por qué aparece mi trabajo en el informe sobre antisemitismo de Harvard?

Atalia Omer 

Cuando vi por primera vez el informe de Harvard sobre antisemitismo y prejuicios contra Israel, no esperaba encontrarme en él. Pero allí estaba, aunque sin que se reconociera mi nombre, mi saber académico o incluso mi identidad como profesora universitaria judía israelí.

El informe se elaboró y publicó en respuesta a la presión generalizada de donantes y grupos de defensa proisraelíes. Pretende documentar una crisis de antisemitismo en el campus. Pero lo que en realidad revela es la voluntad de Harvard de redefinir la identidad judía en términos estrechos e ideológicos: excluir y borrar a los judíos que disienten del sionismo.

Lo sé porque yo soy una de ellos. A lo largo de varios años, he enseñado en la Iniciativa, Religión, Conflicto y Paz (RCPI) de la Harvard Divinity School. Nuestro programa abordaba la construcción de la paz a través de un profundo compromiso con las historias de violencia estructural y poder, con Palestina/Israel como caso de estudio central. Nuestros estudiantes leían mucho, viajaban a la región y se reunían con voces diversas, como veteranos judíos israelíes de Breaking the Silence [Romper el Silencio, organización de soldados israelíes que se niegan a servir en los Territorios Ocupados], artistas palestinos que se resisten a verse culturalmente borrados y activistas judíos mizrahíes y etíopes que ponen en tela de juicio el racismo en la sociedad israelí. 

Era, en virtud de su diseño, un reto intelectual y político. Exponía a los estudiantes a la complejidad de la región y a las diversas formas, a menudo conflictivas, en que judíos y palestinos relatan su pasado e imaginan su futuro.

Pero, según los autores del informe de Harvard, no se trataba de un saber legítimo ni de pedagogía responsable; era, esencialmente, simple adoctrinamiento ideológico antisemita.

La manera en que el informe llega supuestamente a tales caracterizaciones de nuestro programa y las justifica ilustra cómo se utilizan habitualmente las distorsiones calumniosas para suprimir los argumentos y las identidades de «la clase equivocada» de judíos. El informe cita actos públicos que organizamos como parte del RCPI, incluido un seminario digital sobre mi libro acerca de activistas judíos norteamericanos que participan en labores de solidaridad con Palestina debido a su identidad judía, no a pesar de ella. El rabino Brant Rosen, rabino reconstruccionista y fundador de Tzedek Chicago, y la doctora Sara Roy, distinguida estudiosa de Palestina e hija de supervivientes del Holocausto, ofrecieron respuestas reflexivas.

Sin embargo, el informe redujo ese acto a una vaga descripción de «una oradora» que elogiaba a los «activistas judíos propalestinos», ignorando que la oradora era yo -una profesora israelí judía- y que mis interlocutores también eran judíos. Las reflexiones de Rosen sobre su desilusión con el sionismo fueron tachadas de «relato de conversión», como si la evolución espiritual o ética fuera prueba de antisemitismo.

En otro seminario digital que moderé yo, Rosen y Daniel Boyarin, especialista académico judío, debatieron sobre el lugar del sionismo en la liturgia de las sinagogas. Boyarin no estaba de acuerdo con las revisiones litúrgicas de Rosen, pero afirmó que compartían compromisos éticos. El informe seleccionó el comentario de Boyarin - «simpatizo profundamente con sus posiciones políticas y éticas»- para sugerir que el acto carecía de «diversidad de puntos de vista». Es difícil pasar por alto la ironía: un diálogo entre tres judíos, de tradiciones muy diferentes, se convierte en prueba no de diversidad, sino de carencia de la misma.

Este encuadre selectivo no es accidental ni un acto aislado de malicia. Refleja un patrón más amplio: la decisión de Harvard en enero de este año de adoptar la definición de antisemitismo de la Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto (IHRA), que confunde la crítica de las políticas israelíes con el antisemitismo en sí. Al obrar de este modo, la universidad no solo ha tomado medidas para suprimir más si cabe el discurso político y ético importante que se enfrenta a la realidad de la violencia israelí contra los palestinos, sino que también ha adoptado de modo efectivo una prueba política decisiva para determinar quién cuenta como judío legítimo en el campus.

Está claro que soy del «tipo equivocado de judía» en Harvard. En cada coyuntura, mis compromisos académicos y políticos me han situado fuera de los límites de lo aceptable. He sido demasiado crítica, he estado demasiado comprometida, demasiado dispuesta a desafiar los relatos dominantes. Y no soy ni mucho menos la única.

El informe va aún más lejos. Desestima no solo el trabajo, las identidades y las experiencias del profesorado y los especialistas académicos, sino también las experiencias de nuestros estudiantes judíos, incluidos aquellos que participaron en el viaje de estudios de nuestro curso a Palestina/Israel. Un estudiante judío describió la experiencia como «formativa, dolorosa y potente», relatando las formas en que el apartheid israelí socava no solo la política sino la posibilidad misma de vida cultural para los palestinos. El informe presenta esta reflexión no como prueba de aprendizaje, sino de adoctrinamiento.

La implicación es clara: los estudiantes judíos que llegan a conclusiones críticas sobre Israel no piensan de modo independiente. Han sido engañados. Manipulados. Infantilizados.

Irónicamente, esto es en sí mismo un tropo antisemita: que los judíos no pueden pensar por sí mismos, a menos que se ajusten a una ideología sancionada.

El informe también borra la rica diversidad de voces judías que trajimos a nuestras aulas. Afirma que nuestro programa se centró en «perspectivas judías no mayoritarias», desestimando a personas como Noam Shuster Eliassi, un cómico israelí judío mizrahí cuya labor recibió el apoyo de nuestro programa de becas y se presenta ahora en el Festival de Cine de Sundance. Ignora actos que tienen mucho que ver con las experiencias de los judíos mizrahi y etíopes, como nuestra conmemoración de la Hagadá de Pascua de los Panteras Negras israelíes, un poderoso símbolo de la lucha antirracista en la historia de Israel. 

Y omite por completo nuestra programación sobre el antisemitismo mismo, incluido un debate sobre definiciones alternativas del antisemitismo como la Declaración de Jerusalén, que, a diferencia de la IHRA, distingue cuidadosamente entre la crítica a Israel y el odio a los judíos. 

En resumen, el informe de Harvard no se limita a caracterizar erróneamente un programa. Intenta redibujar los límites de la legitimidad judía.

Envía un mensaje escalofriante a estudiantes y profesores: si eres judío y cuestionas el sionismo, eres sospechoso. Si te solidarizas con los palestinos, no perteneces a la comunidad judía. Si tu saber académico complica la ordenada narrativa moral de un Israel asediado, no solo no eres bienvenido, sino que eres peligroso.

Esto no constituye una defensa de la seguridad judía. Constituye un esfuerzo por vigilar la disidencia judía. 

Pero yo me niego a que me vigilen. Seguiré enseñando, escribiendo y organizándome junto a judíos y palestinos que luchan por la libertad, la justicia y la dignidad. Seguiré desafiando aquellas instituciones que dicen defenderse del antisemitismo mientras perpetúan otras formas de racismo y represión.

Y no lo haré a pesar de ser judía, sino porque lo soy.

Fuente: The Guardian, 9 de mayo de 2025

 

 
periodista colaborador de The New York Times, The New York Review of Books, The Daily Beast, Haaretz o CNN, fue director de la revista The New Republic. Profesor de la Escuela de Periodismo Craig Newmark de la City University de Nueva York y director de la revista digital Jewish Currents, ha pasado de comentarista liberal judío a manifestarse como agudo crítico de Israel y el credo sionista.
 
profesora de religión, conflictos y estudios sobre la paz en la Keough School of Global Affairs de la Universidad de Notre Dame, de cuyo Instituto Kroc de Estudios Internacionales forma parte destacadamente.

[Traducción: Lucas Antón - reproducido en www.sinpermiso.info]