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terça-feira, 10 de junho de 2025

Israèl intercèpta un vaissèl que voliá ajudar Gaza amb Greta Thunberg a bòrd

A bòrd i viatjavan dotze personas, compresas l’activista climatica Greta Thunberg e l’eurodeputada francesa d’originala palestiniana Rima Hassan 


Las fòrças israelianas an interceptat e pres lo contraròtle del vaissèl Madleen, de pabalhon britanic, gerit per la coalicion Flotilha de la Libertat (en anglés Freedom Flotilla Coalition, FFC). La nau ensajava de rompre lo blocatge naval impausat a la lista de Gaza en i portant un cargament simbolic d’ajuda umanitària —coma de lach per enfantons, de ris e de medicaments— amb la tòca de denonciar la crisi umanitària.

A bòrd i viatjavan dotze personas, compresas l’activista climatica Greta Thunberg e l’eurodeputada francesa d’originala palestiniana Rima Hassan.

Segon l’FFC, lo Madleen foguèt abordat per l’armada israeliana dins la nuèch de dimenge a de diluns dins d’aigas internacionalas. Israèl a confirmat que lo vaissèl e las personas que i viatjavan son estats menats devèrs un pòrt israelian e que son totes sans e salves.

Lo Ministèri dels Afars Exteriors d’Israèl a qualificada l’accion de "propaganda en favor de l’Hamàs" e a assegurat que lo material d’ajuda que portava "seriá transferit a Gaza per mejan de canals umanitaris reals". De son caire, l’FFC acusa Israèl d’agir en “totala impunitat”, de “raubar” de civils desarmats e de violar la legalitat internacionala.

L’ÒNU a manifestat son sosten a l’accion del vaissèl. Francesca Albanese, raportaira especiala pels dreches umans dins los territòris palestinians, a sollicitat d’autres pòrts mediterranèus que mandèsson d’ajuda solidària a Gaza, en afirmant que “la mission es pas acabada”.

Israèl manten lo blocatge naval sus la lista de Gaza dempuèi 2007, quand l’Hamàs ganhèt las eleccions e comencèt d’administrar lo territòri.

Dempuèi lo començament de l’agression actuala, jos l’escampa de venjar lo violent atac massís e las presas d’ostatges del 7 d’octòbre de 2023, las autoritats de la lista comptan mai de 54 000 mòrts palestinians. Mentretant, la comunautat internacionala avertís d’un risc imminent de famina entre la populacion gazauí.

 

 

 

[Sorsa: www.jornalet.com] 

 

 



domingo, 11 de maio de 2025

Cuando las medidas contra el antisemitismo reprimen a los judíos disidentes

¿Es antisemita la Ley de Concienciación sobre el Antisemitismo?


Peter Beinart 

Se está debatiendo actualmente en el Senado de los Estados Unidos la Ley de Concienciación sobre el Antisemitismo. Ya se ha aprobado en la Cámara de Representantes. Y ahora está en comisión en el Senado. Si se aprueba en el comité, pasará al pleno del Senado. Y esto supondría una especie de instrucción del Congreso al Departamento de Educación para utilizar esta definición particular cuando se valore el presunto antisemitismo en los campus universitarios.

Por esta razón, creo que merece la pena decir algo sobre un elemento concreto de la definición de antisemitismo de la Alianza Internacional de Memoria del Holocausto (IHRA), para mostrar lo perversa que me parece y lo extraña que resulta. Esta definición de antisemitismo deshumaniza a los judíos. Deshumaniza a los judíos, pues sugiere que es antisemita imaginar que los judíos puedan actuar como actúan otros seres humanos, ¿no?

Y así, en particular, uno de los ejemplos de la definición de antisemitismo de la IHRA es que podría ser un ejemplo de antisemitismo establecer comparaciones de la política israelí contemporánea con la de los nazis. Pues bien, evidentemente, hay muchas analogías entre Israel y los nazis que serán analogías muy, muy estúpidas e incorrectas, y potencialmente incluso ofensivas, ¿verdad? Benjamin Netanyahu, pese a todos sus pecados, no es Adolf Hitler. Israel, a despecho de los horrores que está llevando a cabo en Gaza y Cisjordania, no ha instalado campos de exterminio en Cisjordania. Así que, evidentemente, esas analogías serían muy incorrectas, y creo que problemáticas.

Pero los nazis hicieron muchas, muchas otras cosas además de crear campos de exterminio, ¿verdad? Los nazis tomaron el poder en 1933. Hubo todo un sistema de discursos y procesos que los nazis pusieron en marcha -algunos de los cuales eran coherentes con otros movimientos fascistas- los cuales erosionaron la democracia liberal, erosionaron en última instancia el Estado de Derecho y los derechos de diversas personas. Y lo entendemos implícitamente, cierto, porque los medios de comunicación de los Estados Unidos están llenos de comparaciones de la administración Trump con los nazis, ¿verdad? Y la gran mayoría de estas comparaciones no están sugiriendo que Donald Trump haya establecido campos de exterminio en los Estados Unidos, pero están buscando este paralelismo histórico para tratar de entender y analizar los peligros y también las formulaciones retóricas, la relación entre un movimiento fascista y las grandes corporaciones, el lenguaje de la deshumanización, muchas, muchas, muchas cosas, que son algo así como la clase de cosas naturales que la gente hace cuando se observa un sistema de opresión y eso que Donald Trump está tratando de crear en los Estados Unidos, y el autoritarismo, y lo que Israel ha estado haciendo también, ¿cierto?

Recordemos, solo por decir algo evidente, que Israel es el país que controla a millones y millones de personas que viven bajo control del Estado israelí, pero que no pueden convertirse en ciudadanos de ese Estado. Y ahora está comprometido en Gaza en un ataque militar que ha sido calificado de genocidio por Human Rights Watch y por gente como Omer Bartov, ¿no es así?

Entonces, ¿qué significa sugerir que se puede hablar de Donald Trump y el Partido Republicano refiriéndose al lenguaje de los nazis o hablar de Marine Le Pen, o hablar de la AFD, o hablar de Viktor Orban, o Narendra Modi, o Jair Bolsonaro, o muchos, muchos, muchos tipos de movimientos autoritarios de derecha en todo el mundo? Pero es antisemita utilizar cualquiera de estas analogías cuando se trata del Estado de Israel. Lo que eso hace es sugerir -esto es lo que quiero decir con deshumanización- que, de alguna extraña manera, si estás en un Estado judío, ya no eres plenamente humano, porque no puedes disponer de todo el abanico de capacidades humanas, cierto, algunas de las cuales son muy buenas, y algunas de las cuales son muy terribles. Y si la gente sugiere que hay algo que haces que pudiera tener reminiscencias de este horrible régimen nazi, eso es antisemita, pues es intolerante en contra de los judíos sugerir que los judíos en un Estado judío podrían estar actuando de una manera que reconocemos claramente, algo que tienen la capacidad de hacer gente de todo el mundo y movimientos políticos de todo el mundo.

Creo que ya he mencionado alguna vez este vídeo realmente extraordinario de una conversación en la televisión israelí entre Tommy Lapid, padre de Yair Lapid -el Tommy Lapid era un político israelí, superviviente también del Holocausto- y uno de mis héroes, Yeshayahu Leibowitz, crítico social ortodoxo israelí. Tommy Lapid estaba furioso porque Yeshayahu Leibowitz utilizaba el término “judeo-nazis” para describir ciertas cosas que estaba viendo que sucedían en el Estado de Israel. Yeshayahu Leibowitz, por el hecho de utilizar ese término, podría muy bien violar la definición de antisemitismo de la IHRA, a pesar de ser un eminente erudito judío y crítico social, ¿verdad que sí?

Pero Tommy Lapid se enfurecía por esa analogía y le gritaba a Leibowitz. Una y otra vez le espeta: "¿Los hemos metido en campos de exterminio? ¿Los hemos metido en campos de exterminio? ¿Los hemos puesto en campos de exterminio?” Hay una larga pausa. Y entonces le dice Leibowitz al final: 'Esa es tu profecía'. Esa es tu profecía. Y lo que yo interpreto que Leibowitz está afirmando no es, por supuesto, que Israel haya metido a los palestinos en campos de exterminio. No lo hizo entonces. Sigue sin hacerlo, aun a pesar de lo que está haciendo en Gaza. Lo que quiere decir es que no hay que excluir la posibilidad de que los judíos puedan ser capaces de cualquier cosa que sea capaz de hacer cualquier otro ser humano, pues, al fin y al cabo, los judíos no son más que otro grupo de seres humanos que no están dotados de ninguna cualidad especial.

Y lo que me resulta tan inquietante de esta definición francamente insensata de antisemitismo que ha surgido en los Estados Unidos es que está teniendo el efecto de sugerir que hoy constituye un acto de intolerancia tratar y analizar a los judíos como si fueran otros seres humanos. Y eso, de un modo extraño, supone también una forma de desvalorizar a los judíos. De un modo también muy extraño, el lenguaje de protección de los judíos tiene el efecto de sugerir que los judíos son algo distinto de los demás seres humanos corrientes. Y eso es lo que me asusta de la Ley de Concienciación sobre el Antisemitismo y de la forma en que se ha desarrollado este discurso en los Estados Unidos, especialmente en la era de Trump.  

Trump no quiere proteger a todos los estudiantes judíos, solo a los de su cuerda  

Peter Beinart

El 29 de abril de 2024, Tess Segal, una estudiante de 20 años de segundo curso de la Universidad de Florida, se sumó a sus compañeros activistas en una conocida plaza del campus para pedir a la universidad que desinvirtiera en los fabricantes de armas de Israel y boicoteara sus instituciones académicas. Algunos manifestantes estudiaban o jugaban a las cartas. Luego leyeron necrológicas de palestinos muertos en la Franja de Gaza.

Entonces entraron en acción las fuerzas del orden. Y aunque Segal afirma que no se resistió a la detención, la esposaron y la llevaron a la cárcel, donde pasó la noche.

Segal fue acusada de resistencia no violenta a la autoridad. Posteriormente, el estado [de Florida] desestimó el caso. Sin embargo, la Universidad de Florida ya le había prohibido la entrada al campus. Los responsables de la universidad habían advertido a los manifestantes de que se les podría sancionar si infringían las nuevas y estrictas restricciones impuestas a las protestas. Los administradores afirmaron también que los agentes habían ordenado a los manifestantes que se dispersaran. Segal dijo que había demasiado ruido para oír esas instrucciones.

Segal me contó que le prohibieron hacer el último examen del semestre y participar en un programa de verano patrocinado por la universidad en el que había sido admitida. Un comité disciplinario de la universidad dictaminó que no había actuado de modo alborotador, pero la consideró responsable de infringir la política de la universidad, entre otras cosas. Propuso una suspensión de un año. Más lejos fue el decano, recién nombrado, de estudiantes de la universidad. En una carta que difundió la Fundación por los Derechos y la Expresión Individuales, declaró que la conducta de Segal «perturbó gravemente las funciones normales de la universidad e impidió a los agentes de la ley realizar sus tareas con prontitud», y elevó su suspensión a tres años (la universidad no quiso confirmar oficialmente ni comentar los acontecimientos que rodearon la suspensión de Segal, señalando que se trata de información protegida por las leyes de privacidad).

La Universidad de Florida exige a cualquier estudiante que se ausente durante más de tres semestres que vuelva a solicitar su admisión. Segal comentó que había disfrutado de una beca completa. Ahora trabaja en el servicio de comidas y no sabe ni cómo ni cuándo volverá a la universidad.

En una época en la que a los estudiantes sin ciudadanía norteamericana se los llevan de las calles agentes federales, el castigo de Segal puede parecer relativamente leve. Pero su caso contiene una ironía especial. Segal es judía.

Desde el 7 de octubre de 2023, varias destacadas organizaciones judías, junto a sus aliados políticos, han exigido repetidamente que las universidades protejan a los estudiantes judíos, castigando las violaciones de conducta y las protestas en el campus, con la suspensión o la expulsión incluso. Segal es nieta de un superviviente del Holocausto. Es exalumna de un campamento de verano judío. ¿Por qué no se preocuparon por ella las organizaciones judías? Porque en los últimos años, los principales dirigentes judíos norteamericanos -en colaboración con políticos simpatizantes- han hecho algo extraordinario: han redefinido lo que significa ser judío. Para silenciar la condena de Israel, han equiparado el apoyo al Estado con el propio judaísmo. 

Pocos hay que hayan formulado esa redefinición con más rotundidad que el presidente Trump. El mes pasado, en una aparente referencia al apoyo supuestamente insuficiente a Israel por parte del líder de la minoría del Senado, Chuck Schumer, Trump proclamó: «Ya no es judío». Trump solo está haciendo explícito lo que los líderes judíos levan insinuando durante años. En 2023, el director ejecutivo de la Liga Antidifamación (ADL), Jonathan Greenblatt, declaró que «el sionismo es fundamental para el judaísmo». En 2021, el influyente Natan Sharansky, ex disidente soviético y ministro del gabinete israelí, coescribió un ensayo en el que calificaba de «no judíos» a los judíos que se oponen al sionismo.  

Esta redefinición del judaísmo se está produciendo al mismo tiempo que una de las oleadas de represión más contundentes de la historia contra el activismo judío norteamericano. Muchos judíos norteamericanos, en particular los jóvenes, tienen opiniones críticas sobre Israel. Una encuesta realizada en 2021 por el centrista Jewish Electoral Institute, que supervisa la participación de los judíos en las elecciones, reveló que el 38% de los adultos judíos norteamericanos menores de 40 años consideraba que Israel era un Estado de apartheid, frente al 47% que no lo consideraba así. Cuando en una encuesta realizada el año pasado se les interrogó acerca de la acusación de que Israel estaba cometiendo un genocidio en Gaza, el 38% de los adultos judíos norteamericanos menores de 44 años se mostró de acuerdo.

Teniendo en cuenta estas cifras, no es de extrañar que los judíos hayan asumido un papel protagonista en las protestas contrarias al ataque de Israel contra Gaza. Once días después del 7 de octubre de 2023, grupos judíos progresistas y antisionistas, entre ellos Jewish Voice for Peace, reunieron a unos 400 manifestantes, muchos de ellos con camisetas que declaraban «En nuestro nombre, no», y ocuparon un edificio del Congreso. Ese mismo mes, Jewish Voice for Peace y sus aliados tomaron la Grand Central Terminal de Nueva York. En la Universidad de Brown, la primera sentada exigiendo la desinversión en empresas afiliadas a Israel estaba formada únicamente por estudiantes judíos.

Por lo general, los estudiantes judíos no son tan vulnerables como sus homólogos palestinos, árabes, musulmanes, negros y no ciudadanos, pero es precisamente esta suposición de mayor seguridad lo que podría haber hecho, para empezar, que estuvieran más dispuestos a protestar. Y muchos han pagado el precio por ello. Es imposible saber qué porcentaje de judíos es el de los estudiantes sancionados por activismo propalestino, ya que los procedimientos disciplinarios universitarios suelen ser secretos. Pero los datos anecdóticos sugieren que se trata de una cifra significativa. E independientemente de la opinión de cada uno sobre cómo deben tratar las universidades el activismo en el campus, hay algo extraño en reprimirlo en nombre de la seguridad judía, cuando varios de los estudiantes objetos de la represión son judíos.

Desde el 7 de octubre, al menos cuatro universidades han suspendido o puesto bajo vigilancia a sus secciones de Jewish Voice for Peace. En 2023, se detuvo en las protestas de BrownU Jews for Ceasefire Now [Judios de la Universidad de Brown por el Alto el Fuego Ya], a 20 miembros (se retiraron los cargos). En un acto proisraelí en el Rockland Community College de la Universidad del estado de Nueva York el 12 de octubre de 2023, un estudiante judío que gritó un momento «Desde el río hasta el mar, Palestina será libre» y «Judíos por Palestina», fue suspendido, según se informa, para el resto del curso académico. En mayo de 2024, una profesora judía, titular de Antropología del Muhlenberg College, fue despedida tras publicar un post en Instagram que afirmaba en una parte: «No os acobardéis ante los sionistas. Avergonzadlos. No los acojáis en vuestros espacios. No les hagáis sentirse cómodos». En septiembre, el fiscal general de Michigan  presentó cargos por delito grave por resistirse u obstruir a un agente de policía, así como cargos de delito menor por allanamiento, contra tres activistas judíos -así como contra otras cuatro personas- por delitos relacionados con una acampada de solidaridad con Gaza en la Universidad de Michigan en el campus de Ann Arbor (todos ellos se declararon no culpables).

Hasta cuando la protesta ha adoptado la forma de observancia religiosa judía, se ha visto a menudo clausurada. El otoño pasado, cuando los estudiantes judíos que se oponían a la guerra durante la festividad de Sucot construyeron sucás solidarias en Gaza, estructuras temporales semejantes a pequeñas cabañas en las que los judíos comen, estudian y duermen durante la festividad, al menos ocho universidades las desmantelaron a la fuerza, exigieron a los estudiantes que lo hicieran o cancelaron la aprobación de su construcción (las universidades dijeron que los grupos no estaban autorizados a erigir estructuras en el campus).

A pesar de ello, las organizaciones judías proisraelíes han aplaudido a las universidades que han reprimido las manifestaciones propalestinas. Cuando Columbia suspendió a su sección de Jewish Voice for Peace junto a Students for Justice in Palestine, la ADL felicitó a la universidad por cumplir con sus «obligaciones legales y morales de proteger a los estudiantes judíos». Después de que la policía de Nueva Hampshire disolviera el campamento de solidaridad con Gaza de Dartmouth College, la ADL le dio las gracias al presidente de la universidad por «proteger el derecho de todos los estudiantes a estudiar en un entorno seguro». Sin embargo, la experiencia no resultó nada segura para Annelise Orleck, exdirectora del programa de estudios judíos de la universidad, que afirmó que la ataron con una cremallera, la golpearon y la arrastraron a la fuerza los agentes de policía cuando llegaron al lugar. Después de que la fiscal general del estado anunciara que presentaría cargos contra los manifestantes del campamento de la Universidad de Michigan que supuestamente habían violado la ley, un funcionario de la Federación Judía del Gran Ann Arbor la elogió por actuar con «valentía». Desde entonces, la ADL ha dado marcha atrás en su anterior apoyo a la detención de activistas propalestinos por parte de la administración Trump. Pero sigue queriendo que las universidades impongan duras restricciones a las protestas en los campus. Cuando me puse en contacto con la organización para preguntarle si tenía una postura concreta respecto a los estudiantes judíos que se ven afectados por las medidas represivas en los campus, los representantes me remitieron a los recientes artículos de opinión de Greenblatt. En cada uno de ellos reiteraba la necesidad de luchar contra lo que considera antisemitismo universitario, pero también abogaba por el debido proceso para todos los implicados.

No obstante, los judíos siguen protestando. A principios de abril, algunos estudiantes judíos se encadenaron a las puertas de Columbia para protestar por la detención de Mahmoud Khalil, exestudiante de posgrado y titular de una tarjeta de residencia que se encuentra en un centro de detención del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas en Luisiana por su participación en las protestas del campus. Y justo antes de la festividad de Pascua, más de 130 estudiantes, profesores y antiguos alumnos judíos de la Universidad de Georgetown firmaron una carta en protesta por la detención y el arresto de Badar Khan Suri, becario postdoctoral acusado de difundir propaganda de Hamás y promover el antisemitismo.

Hay una profunda ironía en el aparente cuestionamiento de la judeidad de estos jóvenes disidentes por parte de la clase dirigente judía estadounidense. Porque lo que distingue a los activistas estudiantiles judíos de hoy de las generaciones anteriores de izquierdistas judíos estadounidenses es precisamente su interés por incorporar el propio ritual judío a sus protestas. Solo en Nueva York han surgido en los últimos años al menos 10 minyanim, o comunidades de oración, no sionistas o antisionistas. Se componen en su inmensa mayoría de judíos no mucho mayores que Segal.

BrownU Jews for Ceasefire Now levantó una sucá de solidaridad con Gaza el pasado otoño. Una estudiante judía, temerosa de que destrozaran o desmantelaran la sucá, empezó a vigilarla por la noche. Se unió incluso a otros estudiantes que dormían en la desvencijada estructura, que simboliza la fragilidad humana y la protección divina, tal como han hecho los judíos durante miles de años, a pesar de la prohibición de la administración. Escapó del procedimiento disciplinario sin ser castigada, pero pronto urdió otro plan que entrelazaba su judaísmo con su apoyo a la causa palestina: convertirse tardíamente en bat mitzvah, una mujer que acepta las obligaciones de la ley judía. Este mes de febrero fue llamada a la Torá por primera vez, en una ceremonia dirigida íntegramente por miembros de BrownU Jews for Ceasefire Now, que ahora se llama Brown Jews for Palestinian Liberation [Judíos de Brown por la Liberación Palestina].

Para Trump y los líderes del estamento dirigente judío norteamericano, puede que esta estudiante no sea una judía de verdad. Pero, como muchos de su generación, está demostrando rabiosa y gozosamente que están equivocados.

Fuente: The New York Times, 28 de abril de 2025.

Soy una profesora israelí. ¿Por qué aparece mi trabajo en el informe sobre antisemitismo de Harvard?

Atalia Omer 

Cuando vi por primera vez el informe de Harvard sobre antisemitismo y prejuicios contra Israel, no esperaba encontrarme en él. Pero allí estaba, aunque sin que se reconociera mi nombre, mi saber académico o incluso mi identidad como profesora universitaria judía israelí.

El informe se elaboró y publicó en respuesta a la presión generalizada de donantes y grupos de defensa proisraelíes. Pretende documentar una crisis de antisemitismo en el campus. Pero lo que en realidad revela es la voluntad de Harvard de redefinir la identidad judía en términos estrechos e ideológicos: excluir y borrar a los judíos que disienten del sionismo.

Lo sé porque yo soy una de ellos. A lo largo de varios años, he enseñado en la Iniciativa, Religión, Conflicto y Paz (RCPI) de la Harvard Divinity School. Nuestro programa abordaba la construcción de la paz a través de un profundo compromiso con las historias de violencia estructural y poder, con Palestina/Israel como caso de estudio central. Nuestros estudiantes leían mucho, viajaban a la región y se reunían con voces diversas, como veteranos judíos israelíes de Breaking the Silence [Romper el Silencio, organización de soldados israelíes que se niegan a servir en los Territorios Ocupados], artistas palestinos que se resisten a verse culturalmente borrados y activistas judíos mizrahíes y etíopes que ponen en tela de juicio el racismo en la sociedad israelí. 

Era, en virtud de su diseño, un reto intelectual y político. Exponía a los estudiantes a la complejidad de la región y a las diversas formas, a menudo conflictivas, en que judíos y palestinos relatan su pasado e imaginan su futuro.

Pero, según los autores del informe de Harvard, no se trataba de un saber legítimo ni de pedagogía responsable; era, esencialmente, simple adoctrinamiento ideológico antisemita.

La manera en que el informe llega supuestamente a tales caracterizaciones de nuestro programa y las justifica ilustra cómo se utilizan habitualmente las distorsiones calumniosas para suprimir los argumentos y las identidades de «la clase equivocada» de judíos. El informe cita actos públicos que organizamos como parte del RCPI, incluido un seminario digital sobre mi libro acerca de activistas judíos norteamericanos que participan en labores de solidaridad con Palestina debido a su identidad judía, no a pesar de ella. El rabino Brant Rosen, rabino reconstruccionista y fundador de Tzedek Chicago, y la doctora Sara Roy, distinguida estudiosa de Palestina e hija de supervivientes del Holocausto, ofrecieron respuestas reflexivas.

Sin embargo, el informe redujo ese acto a una vaga descripción de «una oradora» que elogiaba a los «activistas judíos propalestinos», ignorando que la oradora era yo -una profesora israelí judía- y que mis interlocutores también eran judíos. Las reflexiones de Rosen sobre su desilusión con el sionismo fueron tachadas de «relato de conversión», como si la evolución espiritual o ética fuera prueba de antisemitismo.

En otro seminario digital que moderé yo, Rosen y Daniel Boyarin, especialista académico judío, debatieron sobre el lugar del sionismo en la liturgia de las sinagogas. Boyarin no estaba de acuerdo con las revisiones litúrgicas de Rosen, pero afirmó que compartían compromisos éticos. El informe seleccionó el comentario de Boyarin - «simpatizo profundamente con sus posiciones políticas y éticas»- para sugerir que el acto carecía de «diversidad de puntos de vista». Es difícil pasar por alto la ironía: un diálogo entre tres judíos, de tradiciones muy diferentes, se convierte en prueba no de diversidad, sino de carencia de la misma.

Este encuadre selectivo no es accidental ni un acto aislado de malicia. Refleja un patrón más amplio: la decisión de Harvard en enero de este año de adoptar la definición de antisemitismo de la Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto (IHRA), que confunde la crítica de las políticas israelíes con el antisemitismo en sí. Al obrar de este modo, la universidad no solo ha tomado medidas para suprimir más si cabe el discurso político y ético importante que se enfrenta a la realidad de la violencia israelí contra los palestinos, sino que también ha adoptado de modo efectivo una prueba política decisiva para determinar quién cuenta como judío legítimo en el campus.

Está claro que soy del «tipo equivocado de judía» en Harvard. En cada coyuntura, mis compromisos académicos y políticos me han situado fuera de los límites de lo aceptable. He sido demasiado crítica, he estado demasiado comprometida, demasiado dispuesta a desafiar los relatos dominantes. Y no soy ni mucho menos la única.

El informe va aún más lejos. Desestima no solo el trabajo, las identidades y las experiencias del profesorado y los especialistas académicos, sino también las experiencias de nuestros estudiantes judíos, incluidos aquellos que participaron en el viaje de estudios de nuestro curso a Palestina/Israel. Un estudiante judío describió la experiencia como «formativa, dolorosa y potente», relatando las formas en que el apartheid israelí socava no solo la política sino la posibilidad misma de vida cultural para los palestinos. El informe presenta esta reflexión no como prueba de aprendizaje, sino de adoctrinamiento.

La implicación es clara: los estudiantes judíos que llegan a conclusiones críticas sobre Israel no piensan de modo independiente. Han sido engañados. Manipulados. Infantilizados.

Irónicamente, esto es en sí mismo un tropo antisemita: que los judíos no pueden pensar por sí mismos, a menos que se ajusten a una ideología sancionada.

El informe también borra la rica diversidad de voces judías que trajimos a nuestras aulas. Afirma que nuestro programa se centró en «perspectivas judías no mayoritarias», desestimando a personas como Noam Shuster Eliassi, un cómico israelí judío mizrahí cuya labor recibió el apoyo de nuestro programa de becas y se presenta ahora en el Festival de Cine de Sundance. Ignora actos que tienen mucho que ver con las experiencias de los judíos mizrahi y etíopes, como nuestra conmemoración de la Hagadá de Pascua de los Panteras Negras israelíes, un poderoso símbolo de la lucha antirracista en la historia de Israel. 

Y omite por completo nuestra programación sobre el antisemitismo mismo, incluido un debate sobre definiciones alternativas del antisemitismo como la Declaración de Jerusalén, que, a diferencia de la IHRA, distingue cuidadosamente entre la crítica a Israel y el odio a los judíos. 

En resumen, el informe de Harvard no se limita a caracterizar erróneamente un programa. Intenta redibujar los límites de la legitimidad judía.

Envía un mensaje escalofriante a estudiantes y profesores: si eres judío y cuestionas el sionismo, eres sospechoso. Si te solidarizas con los palestinos, no perteneces a la comunidad judía. Si tu saber académico complica la ordenada narrativa moral de un Israel asediado, no solo no eres bienvenido, sino que eres peligroso.

Esto no constituye una defensa de la seguridad judía. Constituye un esfuerzo por vigilar la disidencia judía. 

Pero yo me niego a que me vigilen. Seguiré enseñando, escribiendo y organizándome junto a judíos y palestinos que luchan por la libertad, la justicia y la dignidad. Seguiré desafiando aquellas instituciones que dicen defenderse del antisemitismo mientras perpetúan otras formas de racismo y represión.

Y no lo haré a pesar de ser judía, sino porque lo soy.

Fuente: The Guardian, 9 de mayo de 2025

 

 
periodista colaborador de The New York Times, The New York Review of Books, The Daily Beast, Haaretz o CNN, fue director de la revista The New Republic. Profesor de la Escuela de Periodismo Craig Newmark de la City University de Nueva York y director de la revista digital Jewish Currents, ha pasado de comentarista liberal judío a manifestarse como agudo crítico de Israel y el credo sionista.
 
profesora de religión, conflictos y estudios sobre la paz en la Keough School of Global Affairs de la Universidad de Notre Dame, de cuyo Instituto Kroc de Estudios Internacionales forma parte destacadamente.

[Traducción: Lucas Antón - reproducido en www.sinpermiso.info]

terça-feira, 6 de maio de 2025

Hanna Perekhoda, historiadora i investigadora ucraïnesa: «Hi ha persones torturades i assassinades pel fet d’utilitzar l’ucraïnès als territoris ocupats»


Hanna Perekhoda

Escrit per Sara Larios Ongay

El rus i l’ucraïnès han conviscut a Ucraïna en diferents situacions polítiques al llarg dels anys. En el context actual de guerra, això ha dut a una major politització de totes dues llengües, que han estat utilitzades com a arma en moltes ocasions. Actualment, en els territoris ocupats per Rússia, parlar ucraïnès està perseguit i condemnat. Per altra banda, molts ucraïnesos han abandonat el rus i han adoptat l’ucraïnès com a primera llengua en resposta a la invasió. La llengua també ha estat rellevant en moments crucials del conflicte, com l’annexió de Crimea l’any 2014. Parlem del rol que ha tingut la llengua en aquest conflicte al llarg dels anys amb Hanna Perekhoda, una historiadora nascuda a Donetsk, un dels epicentres del conflicte. Està especialitzada en història de la Rússia imperial, i actualment estudia a la universitat de Lausana l’espai polític ucraïnès entre 1917 i 1920.

Sara Larios Ongay: L’ucraïnès va ser l’única llengua prohibida explícitament durant l’Imperi Rus. Com és això?

Hanna Perekhoda: L’ucraïnès estava explícitament prohibit en espais públics, i no hi havia cap mena de mesura similar per a cap de les altres llengües de l’imperi. Un dels motius és que, a diferència dels altres grups ètnics de l’imperi, els russos consideraven els ucraïnesos com a russos, i l’imperi tenia por que la literatura i la cultura fossin un primer pas per demanar un estat propi. En aquell moment, la llengua ja s’utilitzava per unificar les diferents ètnies de l’imperi. El rus era un símbol de cultura imperial: si eres un aristòcrata privilegiat de qualsevol origen ètnic, havies de parlar la llengua de l’imperi. Això va canviar a la segona meitat del segle XIX, en què qualsevol persona que formés part de la nació estava obligada a parlar rus. Per una banda, això reflectia el desig de les elits polítiques d’unificar els eslaus ortodoxos en una nació. Per l’altra, significava la discriminació de tots aquells que no ho eren.

S. L. O.: Aquesta prohibició va canviar després de la Revolució Russa?

H. P.: Durant el primer any de la revolució, la consciència i el moviment nacional ucraïnesos van créixer molt de pressa. Quan els bolxevics van prendre el poder, l’octubre de 1917, van proclamar la llibertat de tots els grups ètnics i llengües. Però, en realitat, la majoria dels bolxevics eren molt hostils cap a tot allò que no fos rus, especialment cap a l’ucraïnès, perquè estava associat al moviment contrarevolucionari. Quan Stalin va arribar al poder, l’ucraïnès no estava prohibit, però les condicions portaven la gent a parlar en rus perquè estava associat amb el prestigi social, la modernitat i la civilització. Per tal de tenir una carrera i viure a la ciutat, molta gent va canviar-se al rus.

S. L. O.: Has parlat sobre com els prejudicis influenciaven l’ús de la llengua. Això també passa ara?

H. P.: La majoria d’ucraïnesos parlen totes dues llengües, sobretot els que han viscut la major part de la seva vida en una Ucraïna independent. Potser parlen una llengua millor que l’altra, però molts, la majoria, són bilingües. També depèn en la regió. En algunes regions com Donetsk, l’ucraïnès és una llengua exòtica i els parlants de rus la consideren com una llengua rural i de gent maleducada, així que hi ha un estigma social. Tal com ho recordo jo, a Kíev, abans de 2014, gairebé tothom parlava rus. Fora d’Ucraïna hi ha gent que pensa que parlar rus i ser rus és la mateixa cosa, però el rus és una llengua imperial utilitzada per diferents grups ètnics. A més, hi ha molts parlants de rus a Ucraïna, però els ètnicament russos són una minoria.

Al camp, la majoria de les persones parlen ucraïnès, o una barreja d’ucraïnès i rus. A l’oest d’Ucraïna, a les ciutats que van passar a ser part de la Unió Soviètica després de la Segona Guerra Mundial, la gent majoritàriament parla ucraïnès. Així que l’ús de la llengua és una mica un contínuum.

S. L. O.: Com s’ha encarat aquest bilingüisme en els espais públics, per exemple, l’educació?

H. P.: En els temps soviètics, la majoria de les escoles eren en rus, però també hi havia una assignatura d’ucraïnès. Després de la independència d’Ucraïna l’any 1991, hi havia més escoles en ucraïnès en què el rus era una assignatura. També hi havia escoles en què tot era en rus. Algú que no parlés ucraïnès podia viure a Ucraïna sense problema, perquè tot estava més o menys en rus. Això va canviar l’any 2018, quan una llei va fer que l’educació primària en ucraïnès fos obligatòria per a tots els nens.

S. L. O.: Aquesta llei va ser una reacció política a la invasió de 2014?

H. P.: Sí, podríem dir-ho així. El 2012, el president ucraïnès [Víktor Ianukóvitx], que era prorús, estava perdent popularitat. Ell i els seus aliats polítics van presentar una llei per protegir les llengües minoritàries a Ucraïna, però estaven parlant explícitament de protegir el rus, perquè volien guanyar popularitat entre alguns sectors de la població. Així que no va ser una eina per protegir les minories, sinó una eina d’influència prorussa a Ucraïna, a la qual moltes persones es van oposar. Per exemple, jo soc parlant de rus, però estava en contra d’aquesta llei perquè era obvi que no era sinó una eina política.

Després de la revolució de 2014, el president prorús va fugir a Ucraïna després que la policia matés centenars de manifestants a Kíev. Després d’això, algunes forces nacionalistes del parlament van votar a favor d’abolir aquesta llei de minories lingüístiques. Això va ser una acció molt espontània i estúpida, i Rússia s’ho va prendre com un exemple que els ucraïnesos volien abolir el rus a Ucraïna. A més a més, la propaganda russa va presentar aquesta abolició com una cosa que ja havia passat, però realment aquesta llei només es va votar, mai va arribar a implementar-se. Després de la invasió, es va reclamar molt que es limités la influència de la llengua i dels mitjans russos a Ucraïna. Per això, quatre anys després de l’inici de la guerra, el 2018, es va aprovar una llei que afavoria l’ucraïnès en molts espais públics, com l’educació.

S. L. O.: Així doncs, la llengua s’ha convertit en una eina política?

H. P.: La llengua ja s’havia polititzat i convertit en una arma i eina de manipulació política abans. Des de la primera revolució ucraïnesa de 2004, les forces prorusses utilitzaven la identitat lingüística, que no era gaire forta, però la incentivaven i l’explotaven políticament. Els polítics ucraïnesos utilitzaven les mateixes qüestions identitàries per mobilitzar els seus votants.

Quan [el president rus Vladímir] Putin va començar l’annexió de Crimea, va justificar les seves accions dient que els parlants de rus que vivien a Ucraïna estaven en perill de genocidi, però no li havia passat mai res a cap parlant de rus. A més a més, Putin mai va preguntar-los si volien protecció. Això és un cas extrem de justificació lingüística, pensada per a tres audiències diferents. La primera eren els parlants de rus que viuen a Ucraïna, i pretenia crear un sentit de pertinença i estendre la por entre aquells que formaven part dels privilegiats, perquè no volien perdre els seus privilegis. La segona eren els russos: si dius que a l’altra banda de la frontera hi ha membres de la teva comunitat en perill, crees una narrativa nacionalista. I la tercera era, és clar, la comunitat internacional, perquè fins i tot quan envaeixes un país veí i violes una llei internacional, intentes justificar-te. Aquesta justificació invocava la protecció de les minories lingüístiques, però la realitat és que la població russòfona és la que més ha patit aquesta “protecció”, perquè les ciutats de l’est d’Ucraïna són les que han estat més destrossades i bombardejades per l’exèrcit rus.

S. L. O.: Fa tres anys, quan Rússia va llançar la invasió a gran escala, es va tornar a utilitzar la llengua com a justificació?

H. P.: Realment no, perquè el discurs ja era molt més directe. En un discurs molt llarg a la televisió russa, Putin va explicar que ell creu que els russos i els ucraïnesos són part d’una mateixa nació, i que l’existència d’una Ucraïna independent és un error històric. Va deixar clar que la seva missió és corregir aquesta injustícia històrica, i no va intentar ni justificar-ho en termes legals. Em sembla increïble, en el pitjor sentit. Estem al segle XIX.

S. L. O.: Després de l’any 2022, hi ha hagut un canvi en l’ús social de l’ucraïnès. Es tracta d’un canvi conscient, acordat per la població ucraïnesa?

H. P.: Hi ha un rebuig no només cap a la llengua, sinó cap a qualsevol cosa vinculada amb Rússia, perquè fa tres anys que estem en una guerra que ha afectat totes les famílies i tothom coneix algú que ha mort o que està en primera línia de combat. En aquesta situació, em sembla lògic que molts ucraïnesos no vulguin utilitzar el rus. En el meu cas, jo soc parlant de rus i continuo utilitzant la meva llengua, però és perquè no estic físicament a Ucraïna i no estic experimentant tant de dolor com la majoria de les persones allà. La meva Ucraïna ideal és un país on tothom pugui parlar la llengua que vulgui, però en la història no hi ha cap exemple de cap guerra en què la llengua de l’ocupant hagi estat un mitjà neutral de comunicació. Així que moltes persones han canviat de llengua, però em sembla que no tothom està en la mateixa posició per fer-ho, ja que per aprendre una llengua has de tenir una certa quantitat de temps i capital cultural.

Els parlants de rus que s’estan convertint en refugiats no tenen recursos interns, morals ni de temps per ocupar-se de la llengua. Això està donant lloc a una situació en què els refugiats parlants de rus es desplacen a ciutats que estan lluny del front, i allà se’ls tracta com si la guerra fos culpa seva. Les persones que tenen el privilegi de viure en una ciutat que no és bombardejada cada dia no tenen prou empatia pels ucraïnesos russòfons, que són els que més estan patint les conseqüències de la guerra.

Un altre problema és que l’estat i les elits culturals ho estan empitjorant perquè promouen la idea que per ser ucraïnès has de parlar ucraïnès, estimar la cultura ucraïnesa, etcètera. Molts d’aquests parlants de rus estan defensant Ucraïna al front, i el que ara mateix uneix els ucraïnesos és l’experiència comuna d’estar resistint una força d’ocupació, no pas el fet de tenir una llengua comuna. Ha d’haver-hi una reconsideració del que significa ser ucraïnès. I si l’Estat continua utilitzant una ideologia etnonacionalista del segle XIX, en què parlar una llengua significa ser part d’una nació, no anirem enlloc. És un carrer sense sortida.

S. L. O.: Creus que això s’ha acompanyat d’un canvi en el prejudici lingüístic que carregava l’ucraïnès?

H. P.: Amb la invasió de 2014, va haver-hi un canvi en els imaginaris i les mentalitats. L’ucraïnès havia estat associat amb el folklore i el món rural, a més a més de ser una eina humorística perquè la gent rigués de la llengua. Fins i tot després de la independència d’Ucraïna, el mercat cultural estava dominat per Rússia perquè, al cap i a la fi, el mecanisme del mercat depèn dels recursos, i Rússia en tenia molts més per invertir. I aquests diners venien de l’exportació de combustibles fòssils i gas, i es blanquejaven invertint-los en cultura. Així que les persones podien o bé entrar el mercat de la llengua russa o bé produir contingut en ucraïnès i tenir una audiència menor. Quan la invasió va començar, l’any 2014, la majoria dels vincles entre el mercat rus i l’ucraïnès van tallar-se per raons polítiques, i molts ucraïnesos van sorprendre’s de veure que músics, escriptors i intel·lectuals russos estiguessin mostrant odi cap a Ucraïna.

Això va deixar espai per a un mercat cultural ucraïnès que va començar a desenvolupar-se força de pressa. Però també depèn molt de la capacitat de l’estat per donar suport a la cultura, i així com Rússia està invertint-hi molt perquè sap que és una de les eines de poder tou, l’Estat ucraïnès pràcticament no està fent res per donar suport a la creació de contingut a Ucraïna. Així i tot, després de 2014, hi ha menys prejudicis cap a l’ucraïnès, que ja no s’associa amb el poc prestigi. Però, en termes capitalistes, el mercat cultural rus és encara molt més gran i rep moltes més inversions.

S. L. O.: Quina és la situació de la llengua ara mateix en els territoris ocupats?

H. P.: Hi ha persones que són torturades i assassinades pel fet d’utilitzar l’ucraïnès. La llengua no només està perseguida, sinó que es considera un signe de lleialtat cap a l’Estat ucraïnès, així que utilitzar-la posa la persona en perill físic. La ideologia nacionalista russa creu que tot, des de la llengua fins als colors, s’ha de suprimir com si mai hagués existit. La meva escola a Donetsk va ser ocupada l’any 2014. Abans d’això, hi apreníem ucraïnès, però després els professors van ser obligats a fer classe en rus i a alinear-se amb el programa d’educació rus. Moltes persones que donaven classe en ucraïnès van convertir-se en objecte de repressió i persecució.

S. L. O.: Fins ara hem parlat de l’ucraïnès, però que ha passat amb altres pobles com els tàtars de Crimea?

H. P.: Els tàtars de Crimea van ser deportats l’any 1943 i van patir un genocidi. No van poder tornar fins al final de la Unió Soviètica, així que Crimea es va convertir en un territori habitat principalment per russos i russòfons. Des dels anys 90, uns 300.000 tàrtars han tornat a Crimea, i quan Rússia va ocupar la península, l’any 2014, ells van ser els que es van oposar a l’annexió i van sortir a protestar. També van ser els més represaliats. Fins a l’any 2022, la majoria dels presos polítics dels territoris ocupats eren tàtars, i molts estan acusats de terrorisme. Molts altres van anar a viure a la part continental d’Ucraïna que no està ocupada, i van dur-hi també el seu parlament i centres culturals. Tenint en compte les implicacions polítiques en el moment de l’annexió, es vol protegir la seva cultura i llengua, i reben molta atenció a Ucraïna.

Hi ha altres minories en què és una mica més complicat. Hi ha una minoria hongaresa, que viu a la Transcarpàcia. La seva situació està molt polititzada perquè [el primer ministre d’Hongria Viktor] Orbán és prorús, i diu que els hongaresos a Ucraïna estan represaliats. Utilitza això per negociar amb el govern ucraïnès, perquè els acusa de no donar prou llibertat a les minories lingüístiques hongareses. També hi ha els grecs pòntics, que viuen sobretot a Mariúpol. Tenien la seva pròpia llengua i cultura gregues, i n’estaven molt orgullosos. Però Mariúpol és una ciutat que gairebé va quedar destruïda pels bombardejos, i crec que aquesta minoria és la que més ha patit les conseqüències de la guerra.

S. L. O.: Dius que el teu ideal d’Ucraïna és un país on es pugui parlar qualsevol llengua. Creus que aquest és un possible futur escenari?

H. P.: Si la guerra acaba amb un acord de pau imposat per poders imperialistes que en realitat estan defensant els seus propis interessos, les tensions i l’odi cap a Rússia creixeran. S’estendrà un gran sentiment d’injustícia entre milions i milions de persones, i això proveirà un terreny fèrtil per a la radicalització. En aquest context, és molt difícil que s’accepti la diversitat. Però si la guerra acaba amb un acord de pau que promogui una pau justa, garanteixi la preservació de la sobirania d’Ucraïna i apunti a Rússia com l’única responsable d’aquesta agressió, serà possible crear una societat en què la diversitat s’accepti i se celebri. Això tardarà a passar perquè el trauma és ben gros, i potser caldran més d’una o dues generacions per curar-lo. Però si Rússia es converteix en un estat que no és agressiu amb els seus veïns, el rus existirà a Ucraïna i serà parlat per moltes persones; així com altres llengües d’altres minories.

 

[Foto: Filippa Ljung - font: www.nationalia.cat]