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quinta-feira, 16 de janeiro de 2025

Mark Zuckerberg y la banalidad del mal

El CEO de Meta se pliega a las proclamas tecnolibertarias de la dupla Trump/Musk en contra de la verificación de datos y la moderación de contenidos. El odio, las fake news y la desinformación camparán a sus anchas en Facebook e Instagram. 

El beso, por rhizomatikaLAB

Escrito por Galo Abrain

“El mal radical ha emergido en un sistema en el que todos los hombres se han vuelto igualmente superfluos”

Hannah Arendt. Los orígenes del Totalitarismo, 1951

Con mirada lechosa, patidifusa, pelo recortado de niño bueno y traje de primera entrevista con corbata clara y nudo Windsor, Mark Zuckerberg se disculpó un 31 de enero de 2024 ante los familiares de las víctimas de acoso infantil por el uso de las redes sociales de Meta. Fue la disculpa de un replicante tristón en pleno cortocircuito. Su boca tiritó inquieta instantes antes de descargar lo que pareció más una coartada para salir del atolladero, que un arrepentimiento honesto. El Senado de Estados Unidos lo puso contra las cuerdas de la indecencia, y Zuckerberg aguantó el chaparrón para respirar un día más.

El pasado 7 de enero, solo un año después de su correctivo popular, vimos a otro Zuckerberg delante de las cámaras. Desvestido de su mohína expresión anterior, este nuevo Mark parecía un tío seguro de sí mismo. Subidito. Adinerado líder de una fraternidad chachi, con una permanente fardona y un reloj de casi 1 millón de dólares. En el video subido a Instagram de unos 5 minutos, el CEO de Meta explica los inminentes cambios que habrá en el sistema de verificación de datos en sus redes. Que, básicamente, consisten en deshacerse de cualquier verificación.

La sorpresa ha sido mayúscula para la comunidad internacional. Al menos, para quien ande flojo de memoria. Los que recuerden las peripecias de Zuckerberg en su historia por los mundos de la manipulación, la posverdad y demás neologismos del pudridero ético que asola la actualidad informativa, bostezarán de la previsibilidad.

¿Acaso creía el mundo que quien, en 2016, permitió un torrente de desinformación diarreico con la campaña electoral de Donald Trump, no iba a actualizar su impulso ante su nueva victoria política? No es que Zuckerberg fuera Anakin Skywalker, como sostiene el periodista Paco Tomás, y ahora haya mutado en Darth Vader, sucumbiendo al lado oscuro. Zuckerberg jamás se desprendió del lado opaco del tablero. Pero como cazarrecompensas supo adherirse al bando que ostentaba el poder. Zuckerberg nunca ha sido Anakin. Zuckerberg siempre fue Boba Fett.

Este juego es propio de una novela de Ian Fleming. Un agente doble se alinea a través del perdón y la expresión de la culpa con la era Biden, persignándose metafóricamente frente los pecados cometidos, para luego dar marcha atrás capeado el arco buenista de la historia.

Yendo a los hechos, y ante las incógnitas sobre quién ganaría las elecciones, Mark Zuckerberg envió una carta amistosa al congresista republicano Jim Jordan, en la que aseguró que la administración Biden quería que Meta «censurara» algunos contenidos relacionados con la Covid-19. «Mi objetivo es ser neutral y no jugar ningún papel, ni siquiera parecer que juego ningún papel», aclaró en la misiva. Un alegato que es, a todas luces, una mentira del tamaño de una catedral. En especial cuando, justo después de la victoria de Donald Trump, Zuckerberg decide prescindir de la verificación de datos, cambiándolo por un modelo de Notas de Comunidad que pone en manos del consenso de los usuarios la tarea de frenar la desinformación (como en X). Un sistema que pasa por alto una gran cantidad de contenido falso, en particular la desinformación politizada que rara vez es detectada dado que no todos estarán de acuerdo en que es falsa.

Por si este viraje no apestara a podredumbre, súmele que el CEO de Meta ha sustituido a Nick Clegg, expresidente de asuntos globales de la empresa, por Joel Kaplan, exmiembro del Partido Republicano y secretario del difunto juez Anthony Scalia, quien en su día instó a Facebook a ignorar la desinformación durante las elecciones de 2016.

Oh, y por si son ustedes más de gestos protocolarios, sepan que Zuckerberg acudió a finales de noviembre a Mar-a-Lago al besamanos del nuevo presidente electo, donde la forma de la flácida nalga de Donald Trump debió quedar grabada sobre sus labios. También decidió donarle un millón de dólares para los gastos de la transición de poder. Vamos, la neutralidad suiza hecha ceremonia.

Zuckerberg es la encarnación del veleta. Del tecnofeudalista que esperaba su oportunidad para untar la tostada a su gusto, y avanzar hacia ese estado de competencia salvaje libertaria por el que babea. Así lo ven los periodistas del New York Times: Sheera Frenkel y Mike Isaac, quienes han hecho una cronología de la evolución de Zuckerberg en lo que se refiere al control de la información en sus redes sociales.

Según ambos periodistas, entre los hitos que han marcado su posicionamiento hacia la cordura y el control de los discursos de odio, están, claro, los acontecimientos alrededor de Cambridge Analytica y la ya citada candidatura de Donald Trump, o las acusaciones por falta de vigilancia en lo relativo a los menores. Pero es que Zuckerberg también ha tenido que hacer frente a casos como el genocidio Rohingya en Myanmar, muy nutrido de Facebook, convirtiendo la red, indirectamente, en algo así como la Radio de las Mil Colinas ruandesa que difundió vomitonas de odio racial durante años, hasta el culmen del genocidio de los tutsis por los hutus.

No obstante, parece que el problema con la «censura» es de base. Esencial. Algorítmico. Como señaló en un artículo de la MIT Technology Review la periodista especializada Karen Hao, la desorientación ética de Facebook e Instagram no es sólo consecuencia de una mala gestión interna, tal y como declaró en 2018 Zuckerberg. O como se nos pretendió hacer creer al mundo cuando la directora de Operaciones, Sheryl Sandberg, inició una auditoría de derechos civiles de dos años para recomendar formas en las que la empresa podría evitar el uso de su plataforma para socavar la democracia. Según Hao, el problema es la matriz misma del algoritmo, y de la IA que lo cabalga.

Concretamente, la periodista descarga gran parte de las responsabilidades en el valenciano: Joaquín Quiñonero Candela, director de IA en Facebook. Al hablar de los anteriores escándalos, a los que debemos añadir el asalto al Capitolio y el rosario de teorías de la conspiración que han salpicado las redes de Meta todos estos años, Karen Hao lo tiene claro: «Todas estas peligrosas mentiras proliferaban gracias a las capacidades de la inteligencia artificial que Quiñonero había ayudado a construir. Los algoritmos que sustentan el negocio de Facebook no fueron creados para filtrar el contenido falso o incendiario; sino para que las personas compartan y se involucren con la mayor cantidad de contenido posible mostrándoles cosas que probablemente les escandalizarían o las estimularían». El caso es, ¿puede esa osamenta algorítmica ser intervenida?

Según las reiteradas disculpas que ha ido despachando Zuckerberg con el paso de los años, cualquiera diría que se han hecho hercúleos esfuerzos para poner en marcha cirugías punteras con las que resolver esta desorientación. Pero lo cierto es que, con su actual giro de los acontecimientos, Zuckerberg ha dejado claro que no tiene intención alguna de regular su red. Volviendo al video, el neopelocho Mark señala que: «Las recientes elecciones también se sienten como un punto de inflexión cultural hacia dar prioridad a la expresión», y destaca que el principal impulso para el cambio es el deseo de fomentar la «libertad, a pesar de que vamos a atrapar menos cosas malas».

Aunque Zuckerberg asegura que Meta se mantiene comprometida con el bloqueo vigilante de contenidos ilegales de «alta gravedad», como el terrorismo y la explotación infantil, tanto el CEO, como el nuevo presidente de asuntos globales, Joel Kaplan, sostienen que se censuraba «demasiado contenido inofensivo» y que esto es un: «punto de inflexión cultural».  Por tanto, Meta dice adiós a: «las restricciones sobre temas como la inmigración y el género que están fuera de sintonía con el discurso dominante”, relacionando esa «dominancia» con los resultados de las recientes elecciones estadounidenses.

A priori, si tuviéramos que especular, cabría decir, sencillamente, que Mark Zuckerberg ha sido un corderito metepatas que, por fin, se ha revelado como el lobo que es. Sin embargo, la entrevista que realizó Karen Hao al director de IA en Facebook, Joaquín Quiñonero Candela, abre otro frente de análisis, dado que en el momento del último encuentro entre ambos, hace 4 años, Quiñonero acabó por admitir a la periodista que no existía un verdadero control sobre el algoritmo de Facebook. Que estos programas no habían podido, realmente, cambiar su naturaleza para evitar contenido incendiario y obscenamente desinformativo (beber lejía para curar un coronavirus, recordemos, llegó hasta la boca del que, en breves, será nombrado presidente de Estados-Unidos por segunda vez, ojo). Es decir que, quizás, el giro trumpista de Zuckerberg no se deba a una alineación ideológica real, sino sencillamente a una huida hacia adelante en vista de que la administración del candidato conservador dará infinitamente menos la murga ante el descontrol existente con el algoritmo de Meta. Lo importante es que la rueda siga girando, sin importar a quien chafe por el camino.  

No obstante, esta tesis puede caer como un castillo de naipes si atendemos a las declaraciones que hizo el científico jefe de IA de Meta, Yann LeCun, al periodista Steven Levy en 2023, cuando le aseguró que: «hace cinco años, de todo el discurso de odio que Facebook eliminaba de la plataforma, entre el 20 y el 25 por ciento era retirado preventivamente por sistemas de IA antes de que nadie lo viera. El año pasado, fue el 95%». Este progreso vendría a revelar que la compañía de Zuckerberg sí es capaz de controlar, de forma casi automática, qué contenido puede ser falso y peligroso para la democracia y los derechos humanos. Con lo cual, este reciente viraje hacia la liberalización y la autogestión serían, como todo parecía indicar, el resultado de la hoja de ruta mental de su creador. Otro tecnólogo gerifalte, como Elon Musk, que parece priorizar una vuelta al Estado de naturaleza hobbesiano en el entorno digital, quién sabe si con apocalípticas intenciones.

En una larga y muy reciente conversación en el podcast de Joe Rogan, Zuckerberg procuró omitir ahondar en profundidad sobre el asunto. Solo aclaró que la compañía regresaba a su «misión original de darle al pueblo una herramienta para compartir». En cambio, sí quiso centrarse en sus críticas a Apple, en relación a cosas como la comisión del 30% de la App Store que ha supuesto un duro golpe para los ingresos por publicidad de Meta. ¿Acaso algo mejor que un reyerta pública entre dos titanes para tapar el hedor a envilecimiento de uno de ellos? A decir verdad, la mera asistencia de Zuckerberg en fraternal complicidad con Rogan ya es toda una declaración de intenciones. Al fin y al cabo, el podcaster es de los comunicadores favoritos de Donald Trump. Y fue en uno de sus programas donde el ahora inminente 47º presidente de Estados Unidos, dijo con campechana naturalidad que tenía a todos los CEO de las Big Tech lamiéndole la punta de las suelas, y lanzándole más flores que una comuna hippie. Dime con quién andas y te diré quién eres.

Siguiendo, y culminando, con la comparativa iniciada por Paco Tomás, quizás me equivoque y Zuckerberg no sea Boba Fett. Pero tampoco es Anakin. Tal vez su encarnación más propicia sea la de Lex Luthor. Piénsenlo… Un inteligentísimo villano que ambiciona controlar el mundo a toda costa y, para ello, está dispuesto a poner en marcha todas las tretas que estén en su dotada mano. El niño rata de mente prodigiosa, resentido y revanchista contra el mundo que permitió su dolor. Veo espeluznantes semejanzas. A lo mejor, la elección de Jesse Eisenberg como Lex Luthor en la película Batman vs. Superman (2016) de Zack Snyder no sea baladí. Después de todo, fue ese mismo actor quien interpretó a Mark Zuckerberg en la brillante La red social (2010), de David Fincher. Una casualidad en la que cualquier detective que se precie no debería de creer.

En una de sus más sonadas entrevistas, frente a 6 mil personas el año pasado, Mark Zuckerberg declaró su profundo amor a la tecnología y se arrepintió de su implicación en asuntos políticos, aseverando que lo mejor que había hecho había sido centrarse en su afición a los deportes extremos, a rapear delante de su mujer (mis condolencias, Priscilla, quizás tus sea la mayor víctima en todo esto) y a programar la IA de Meta.

Así que, como conclusión, todo podría deberse a un paradigma humano de lo menos glamuroso y de lo más común: Mark Zuckerberg está en la crisis de los 40. Y, lugar de comprarse un deportivo, o teñirse el pelo, ahora se pone camisetas oversize y flirtea con Donald Trump. Según tu poder en el mundo, llegada cierta edad, te haces el malote como puedes. Otra cosa es que, en el caso de Zuckerberg, las consecuencias de sus actos nos afecten gravemente a todos.

 

 [fuente: www.retinatendencias.com]


sábado, 30 de novembro de 2024

La brisa progresista que llega de Uruguay

 

Yamandú Orsi, del Frente Amplio, se impuso con 52% de los votos al candidato de centroderecha Álvaro Delgado. De ese modo, la izquierda logra volver al gobierno luego de su derrota en 2019. En esta entrevista, Álvaro Padrón, asesor en política internacional del presidente electo, brinda algunas claves de la elección.


Entrevista a Álvaro Padrón

 

Por Pablo Stefanoni

En un contexto regional en el que los discursos de derecha radical vienen pisando fuerte, sobre todo tras la victoria del libertario Javier Milei en Argentina, la campaña presidencial uruguaya se caracterizó por la moderación. Tanto los discursos del presidente electo como los del candidato derrotado llamaron al diálogo, y el mandatario saliente, Luis Lacalle Pou, felicitó al ganador mucho antes de que el conteo electoral estuviera finalizado. Hasta ahora intendente de Canelones, el departamento más poblado después de Montevideo, Yamandú Orsi es un político con fama de negociador, nacido en el interior -de familia de chacareros- y con un profesorado de Historia en su biografía. Lejos del peso de los liderazgos históricos de la izquierda uruguaya, Orsi logró ganar las primarias y vencer al oficialismo pese a la alta popularidad de Lacalle Pou.

Álvaro Padrón, asesor del presidente electo en temas internacionales, dialogó con Nueva Sociedad sobre las elecciones, la estrategia del Frente Amplio y la nueva coyuntura política.

Uruguay rompió la sensación de que en la región estamos frente a una ola de derecha. ¿Qué explica este resultado en términos de aciertos de la centroizquierda?

Coincido en que el triunfo del Frente Amplio en Uruguay tiene una gran relevancia en la región, no solo estrictamente política, sino en el estado de ánimo de las fuerzas progresistas, en particular a la vista de los últimos resultados en la región y en el mundo. Sin duda, es un influjo de esperanza. Este triunfo llega tras la derrota de 2019, después de 15 años de gobiernos del Frente Amplio. En estos cinco años como oposición, el partido llevó adelante un proceso de autocrítica profundo y muy amplio y participativo. Eso permitió recorrer todo el país y realizar miles de visitas en el territorio; en este trabajo capilar está una de las claves del resultado electoral. Se trata de una fuerza que ha colocado al partido como pieza clave de su proyecto político. Hasta las localidades más chicas fueron visitadas al menos tres veces; al mismo tiempo, se realizaron centenares de reuniones con organizaciones sociales, empresariales, académicas, feministas, de estudiantes, ambientalistas, de productores rurales. La autocrítica del Frente Amplio se centró en la pérdida de contacto con la sociedad durante sus tres periodos de gobierno. Se habla de que los gobiernos fagocitan a sus partidos, y algo de eso ocurrió: el Frente Amplio había perdido músculo y en este tiempo se fue recuperando. 

Detrás de ese trabajo, hubo una renovación de liderazgos. Estábamos muy supeditados a la triada representada por Tabaré Vázquez (fallecido en 2020), Danilo Astori (fallecido en 2023) y José «Pepe» Mujica, con roles centrales en los gobiernos de la izquierda uruguaya. Y se logró que liderazgos nuevos concitaran no solo el apoyo de la militancia, sino también el de la mitad del electorado. Junto con esto, fue necesaria una renovación del programa. Pero no una renovación burocrática, sino que durante dos años el Frente Amplio discutió con la sociedad civil y en los territorios ese programa. 

Finalmente, una cuestión clave fue la forma en que el Frente practicó la oposición al gobierno de centroderecha de Luis Lacalle Pou, cuidando siempre una actitud responsable -incluso en el momento de la pandemia o en la severa sequía que sufrió el país, situaciones que ponen a prueba a la oposición-, y eso habla de una fuerza política muy madura a la que la sociedad le vuelve a dar la responsabilidad de gobernar.

Finalmente, una receta uruguaya para la izquierda uruguaya, que es la unidad en la diversidad. Después de la derrota, el Frente Amplio no perdió ni un solo integrante en términos de los partidos que lo componen, pero tampoco en términos de militancia. Y esa unidad fue clave en el resultado del 25 de noviembre.

¿Hasta qué punto fue un simple voto contra el oficialismo encarnado en la Coalición Multicolor (centroderecha) y el Partido Nacional que la encabezaba? La campaña electoral no pareció entusiasmar como en el pasado…

Puede haber algo, sí, de voto castigo. Pero hay que entender que el presidente Lacalle Pou sale del gobierno con más de 50% de popularidad (aunque no pudo trasladar ese apoyo a su candidato). Por lo tanto, el clima en Uruguay no es de crisis. Ese no fue en ningún momento el tono de la campaña y la oposición no desplegó el relato de que estamos en crisis y de que por eso era necesario cambiar. No había, en los hechos, demandas de un cambio radical. Por eso, la campaña fue muy compleja y eso explica que careciera hasta cierto punto de entusiasmo. Uruguay no es ajeno al creciente desinterés global por la política. Y, al mismo tiempo, ni Yamandú Orsi ni Álvaro Delgado tienen el estilo ni la historia de candidatos anteriores de sus fuerzas políticas. Pero 90% de participación da un mensaje de respaldo indiscutible a la democracia uruguaya y a sus partidos. 

¿Cómo podemos ubicar el liderazgo de Yamandú Orsi, en términos personales y programáticos, en relación con Tabaré Vázquez y José «Pepe» Mujica en el pasado?

Efectivamente, quizás ayer Yamandú Orsi era solo un candidato; hoy ya entra en la categoría de líder. La renovación del liderazgo fue posiblemente el proceso más delicado y difícil, junto con la recuperación del contacto con la sociedad. Eso no se consiguió en 2019 con la candidatura de Daniel Martínez, a pesar de que el Frente Amplio siguió siendo la fuerza individualmente más votada en Uruguay. Orsi pertenece a un sector político (el Movimiento de Participación Popular, de Mujica) que hoy tiene 40% de los votos del Frente Amplio y por lo tanto va a tener un peso sustantivo a la hora de gobernar y en el diálogo político en el interior de esta fuerza. Orsi y la generación con la que comparte este liderazgo representan una nueva época. Y por eso vamos a escuchar énfasis que no estuvieron en gobiernos anteriores: junto con temas tradicionales de la izquierda uruguaya, como la igualdad y la distribución de la riqueza, se colocan temas como la cuestión ambiental, la igualdad de género, la transformación digital y su impacto en el mundo del trabajo, y la nueva dinámica internacional. Hay una renovación de agenda y de programa que se corresponde con los nuevos tiempos y que se sintieron en un nuevo liderazgo.

En la primera vuelta, la población rechazó en un plebiscito paralelo una reforma para reducir la edad jubilatoria y otra que habría permitido los allanamientos nocturnos. Dicho rápidamente, una progresista y una conservadora. ¿Cómo interpretar esos resultados?

Los plebiscitos son, sin duda, una de las características de la democracia uruguaya. Formas de democracia directa que nos permiten combinar el sistema electoral tradicional con debates sobre temas sustantivos de la sociedad, y así fue con estos dos, que implicaban reformas de la Constitución, y por eso el mecanismo es más complejo. Por un lado, estaba la reforma de la seguridad social, un debate que recorre el mundo, vinculado a la sustentabilidad del sistema jubilatorio y al desfinanciamiento de los sistemas debido al drama demográfico. Uruguay es un país con muy baja natalidad y hay un problema estructural. Lo que se estaba plebiscitando era una reforma conservadora de Lacalle Pou que había sido cuestionada por diversos partidos y movimientos. Pero no hubo consenso en cómo enfrentarla. Mientras que la izquierda política optó por poner el foco en la elección -presidencial y parlamentaria- y promover luego un cambio a la ley actual mediante el diálogo social, el movimiento sindical optó por el plebiscito. Esta división redujo las posibilidades de aprobar la iniciativa y se terminó con un apoyo de 40%, que resultó insuficiente. No obstante, el nuevo gobierno podrá reformar la ley a partir del diálogo.

En relación a los allanamientos nocturnos, que son parte del debate sobre la seguridad pública, el tema fue instrumentalizado como parte de la estrategia electoral de la centroderecha. Y al no ser aprobado, lo que hay que discutir en profundidad es una nueva estrategia de seguridad pública, sobre todo contra el narcotráfico, lo que requiere una estrategia regional. El gobierno saliente tampoco ha podido dar en el clavo en este tema tan complejo.

¿Cuánto incidió la figura de «Pepe» Mujica en este resultado? La campaña estuvo marcada por la progresión de su enfermedad…

Mujica influyó mucho y probablemente hayamos estado frente al mejor «Pepe» Mujica de toda su vida política, contradictoriamente con su estado de salud. Pero él mismo dice que su estado de salud le permite ser más escuchado y le da una importancia particular a su voz, sobre todo en relación con la necesidad de mirar lejos, de pensar lejos, pero con esa capacidad de aterrizar sus ideas a la realidad completa y de comunicar como nadie. Mujica está haciendo un enorme esfuerzo para instalar un clima de diálogo, un clima de consensos, de pensar los desafíos más allá de la disputa coyuntural, y sobre todo de inscribir esas reflexiones en una mirada global, casi filosófica, que permita darles más calidad a la política y la democracia y más sentido a la vida. Tenemos a un Mujica en un estado de reflexión que ayuda mucho a levantar el nivel del debate político y a conectar a nuestro país con la región.

¿Incidió en la campaña el giro ideológico radical en Argentina tras la victoria de Javier Milei y su discurso ultra?

Sin duda nuestros vecinos -y más aún los argentinos- influyen no solo en una elección, sino también de manera permanente en los medios de comunicación, la economía, el comercio, el turismo, la cultura. Por eso, el proceso político argentino ha generado un debate que excede el campo de la izquierda: la centroderecha uruguaya también tomó distancia de las posiciones de Milei. El presidente Lacalle Pou dio un discurso en un acto en Buenos Aires, con el propio Milei presente, en el que cuestionaba algunos de sus postulados ideológicos sobre el Estado. Nadie en Uruguay ha tomado las banderas de Milei y ese tipo de ideología. El desafío viene más hacia adelante, sobre la forma de relacionamiento con él. Es muy distinto el caso de Brasil. El Brasil de Lula [da Silva] genera mucha más afinidad; ese sí que es una referencia, con su estrategia de construcción de región. Y allí se desarrollará un vínculo fuerte y prioritario.

 

[Fuente: www.nuso.org]

sexta-feira, 15 de novembro de 2024

Del amor platónico al aguante estoico: las expresiones cotidianas que hemos robado a los filósofos griegos

Usamos palabras y conceptos que acuñaron pensadores como Platón o Epicuro, aunque a menudo con un significado diferente
'Diógenes sentado en su tinaja', de Jean-Léon Gérôme (1860).

Escrito por Pablo Lafuente Cordero

“He encontrado a mi alma gemela, cuando estamos juntos todo fluye en perfecta armonía, pero soy un poco escéptico sobre si siente lo mismo”. Nada suena raro, todo suena actual, podría ser un fragmento de una conversación entre dos amigos. Tres de las expresiones de esa frase tienen origen en la filosofía de la Grecia clásica, que nos dejó una herencia lingüística y cultural que forma parte de nuestro vocabulario cotidiano, aunque en ocasiones hayamos deformado su significado a lo largo del tiempo.

¿Amor platónico?

Pocos términos tienen más definiciones que el de amor, si es que nos atrevemos a definirlo. Platón lo intentó hace unos 2.400 años, dibujándolo como un instrumento para alcanzar la belleza, el ideal más elevado del hombre. Difícil y costoso, pero alcanzable y asequible para todo aquel que quiera aproximarse al conocimiento. Lo que hoy entendemos por amor platónico es una entelequia —palabra acuñada por su discípulo Aristóteles que hoy recoge el Diccionario de la RAE como “cosa irreal”— prácticamente inalcanzable. José Carlos Ruiz (Córdoba, 49 años), profesor de Filosofía en la Universidad de Córdoba y autor de libros como El arte de pensar (Berenice, 2018), explica en conversación telefónica que el amor platónico hoy “se considera algo inalcanzable porque se ha sometido a cierta idealización previa”.

 

Mi alma gemela

“El hombre primitivo era redondo, su espalda y sus costados formaban un círculo; y tenía cuatro manos, cuatro pies y una cabeza con dos caras”. La imagen es inquietante, pero así es como narra Aristófanes este mito en El banquete, una de las obras más conocidas de Platón. Tras ofender a los dioses, Zeus ordenó a Apolo que partiese por la mitad a cada individuo, condenándolo a buscar para siempre a… ¿Su otra mitad? ¿Su alma gemela? ¿Su media naranja?

 

Armonía

Los conceptos filosóficos “con el tiempo se cambian o desfiguran porque la gente tiende a asimilar rasgos particulares de los personajes al frente de ciertas corrientes filosóficas, fijando más la anécdota que el sentido real de la palabra”, explica José Antonio Berenguer (Elche, 64 años), experto del Departamento de Estudios Griegos y Latinos del CSIC. Pone de ejemplo la palabra armonía, que hoy utilizamos como concordia entre personas u objetos, pero en la Grecia clásica solo significaba unión o ensamblaje, no necesariamente concorde. Pitágoras (569-475 antes de nuestra era) relaciona la armonía con la música (relación que ha llegado hasta hoy), concretamente con una melodía producida por el movimiento de los planetas que el oído humano no es capaz de escuchar.

 

No somos tan cínicos como Diógenes

Decimos que alguien tiene síndrome de Diógenes si acumula objetos de forma enfermiza. Paradójicamente, el filósofo que da nombre al trastorno, Diógenes de Sinope (412-323 antes de nuestra era), se caracterizó por renunciar a prácticamente cualquier bien material. Sus únicas pertenencias eran un zurrón, un manto, un báculo y un cuenco. Y, al ver a un niño beber directamente del agua que recogía en sus propias manos, se deshizo del cuenco al parecerle pretencioso. Este desprecio hacia lo material era un rasgo común de los miembros de su escuela filosófica, la cínica, que rechazaba la ostentación y lo socialmente establecido. La palabra cínico define hoy a alguien que actúa con falsedad o desvergüenza descaradas, y probablemente esta concepción viene de algunos episodios de la vida de Diógenes. Cuenta Ruiz que durante un banquete y para burlarse del filósofo, le arrojaron huesos como a un perro —la palabra cínico procede del griego kynikós, que en español significa perruno—, a lo que el filósofo respondió comportándose como el animal: levantó la pierna y orinó en la comida de los que le habían ofendido.

 

Escepticismo

Hay gente que duda de la existencia del amor verdadero: los “escépticos del amor”, podrían llamarse. Podrían porque Pirrón (360-270 antes de nuestra era) creía tener muy claras sus ideas hasta que acompañó a Alejandro Magno en su expedición a la India y vio que había gente con ideas y formas de pensar muy diferentes. Creó la escuela escéptica, que invitaba a desconfiar de la posibilidad de conocer la verdad. La palabra escepticismo ha conservado casi inalterado su significado, y el Diccionario de la RAE la define como “desconfianza o duda de la verdad o eficacia de algo”.

 

Placer hedonista

Llamamos hedonista al que busca el placer, como lo buscaba Epicuro (342-270 antes de Cristo). Su idea de hedonismo y de placer, sin embargo, no se corresponde con la de nuestro tiempo. Dice Ruiz que lo importante para el epicureísmo era “que los placeres fueran comunitarios, y no egoístas”, y daba especial importancia a la amistad y a la moderación. El filósofo griego “defendía los placeres naturales necesarios, como comer y dormir; los naturales innecesarios, como el sexo; y los que no se encuadraban en ninguno de estos dos, que eran los menos deseables”.

 

Aguantar estoicamente

Algunos de los grandes pensamientos filosóficos no solo están presentes en nuestra sociedad, además están de moda. Es el caso del estoicismo, escuela fundada a principios del siglo III antes de nuestra era por Zenón de Citio. Estos filósofos pensaban que es posible alcanzar la libertad siendo indiferentes a lo material y a la fortuna, guiándonos solo por la razón y mostrándonos impasibles ante los acontecimientos negativos. Aunque la escuela tiene su origen en la Grecia helenística, llegó hasta el Imperio Romano de Marco Aurelio e influyó en el cristianismo. Uno de sus referentes fue Séneca (4 antes de nuestra era - 65), filósofo nacido en la ciudad romana de Corduba —hoy Córdoba—. No se puede decir que pusiera en práctica la renuncia a los bienes materiales: “Séneca, que era multimillonario, da consejos de estoico cuando él no lo fue mucho”, dice José Carlos Ruiz de su paisano, que fue senador bajo cuatro emperadores romanos y poseía 300 millones de sestercios, frente a los cinco que solía tener un senador medio. El profesor destaca que muchos estoicos sí tuvieron que resignarse a vidas menos acomodadas: “Epicteto (55-135), uno de los grandes estoicos, nació en Grecia pero fue vendido como esclavo en Roma, y defendía un ejercicio de contención constante en el que distinguía lo que depende de ti y lo que no. Un sabio debía ser emocionalmente resistente a la desgracia, y él lo fue”.

 

De 4 a 118 elementos: ¿de qué está hecho el mundo?

Algunas de las ideas filosóficas de la era clásica han llegado al cine. Por poner un ejemplo reciente, en 2023 Pixar estrenó Elemental, que cuenta la difícil relación que mantienen el fuego y el agua, al no poder tocarse. Aunque hoy la química ha identificado hasta 118 elementos, cuando hablamos de ellos fuera de un laboratorio solemos pensar en 4, y suelen acompañar a esta atormentada pareja el aire y la tierra. La idea no fue de Pixar, sino de Empédocles de Agrigento, filósofo del siglo V antes de nuestra era, que estableció que “hay cuatro elementos, fuego, agua, tierra y aire. La amistad los une y el odio los separa”. Antes varios pensadores presocráticos buscaron una explicación científica a los hechos materiales, en lugar de recurrir a la religión o la mitología, y sentaron las bases del pensamiento científico: Anaxímenes escogió el agua como principio elemental; Heráclito, el fuego; Tales de Mileto, el agua, y Jenófanes, la tierra.

[Imagen: The Walters Art Museum - fuente: www.elpais.com]