domingo, 17 de abril de 2022

La voluntad francesa de no querer

La renovada polarización entre Macron y Le Pen en las elecciones presidenciales oculta un pas de deux.

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Escrito por Éloi Laurent

Durante los últimos 20 años, la política francesa ha sido un rompecabezas implacable, en el que los votos democráticos dan lugar a políticas neoliberales y xenófobas con que los franceses dicen sentirse resentidos. La primera vuelta de las elecciones presidenciales del domingo no ha resultado distinta.

Emmanuel Macron, claro ganador y presidente en ejercicio, está ofreciendo una versión aún más dura de su programa "progresista", impulsando el desmantelamiento del modelo social que los franceses apoyan abrumadoramente, empezando por una reforma financieramente innecesaria y groseramente injusta del sistema público de pensiones. La otra finalista, Marine Le Pen, líder de la extrema derecha, ofrece un programa retóricamente más suave que antes, pero todavía implacablemente racista y autoritario, recurriendo a la "preferencia nacional" como arma discriminatoria contra las minorías étnicas en todos los espacios públicos. Esto sería contrario tanto a la Constitución francesa como a su tejido social: el 20% de la población es inmigrante o descendiente de inmigrantes.

En lamentable estado

Hay al menos tres posibles explicaciones para este lamentable y paradójico estado de cosas. La primera es que la fatiga del Covid-19 ha congelado el panorama político y ha impedido un verdadero debate sobre el mandato y la trayectoria de Macron. Al fin y al cabo, los dos participantes en la segunda vuelta son los mismos que en 2017, sin apenas ideas nuevas. Y todas las figuras emergentes, incluso las de aquellas familias políticas antaño dominantes, han sido machacadas: la socialista Anne Hidalgo y Valérie Pecresse, del centro derecha, quedaron humilladas.

La segunda explicación es que los medios de comunicación polarizadores, propiedad cada vez más de un puñado de oligarcas, han conseguido desviar la campaña de las verdaderas preocupaciones de la población. La cantidad de atención y de tiempo en antena dedicados a Eric Zemmour, el radical de extrema derecha -que terminó con un escaso 7%-, antes de que la agresión de Rusia a Ucrania pusiera fin a su campaña es signo de una democracia cada vez más disfuncional. De ahí la desconexión entre las aspiraciones y los resultados.

La tercera explicación es que la duradera fuerza de Macron y Le Pen proviene de una alianza objetiva: sus ofertas políticas no son, de hecho, substitutivas, sino más complementarias. Por un lado, Macron encarna la culminación de la ideología neoliberal: es un funcionario de élite que utiliza el Estado para atacar el modelo social, desmantelando las prestaciones de desempleo, debilitando los servicios públicos (educación y sanidad), externalizando medidas políticas clave, entre ellas las de defensa nacional, a los gigantes de la consultoría, etc. Pero al convencer a una gran parte de la población de que el modelo social está a punto de derrumbarse, ha dado vida a una ideología socialxenófoba, cuyo objetivo es reservar la protección social restante para los "buenos" franceses y proteger el Estado del bienestar de los indignos aprovechados "extranjeros". La xenofobia social es el hijo monstruoso del neoliberalismo.

A la inversa, el neoliberalismo necesita una amenaza creíble para imponer reformas impopulares y la extrema derecha, verdaderamente aterradora, encaja a la perfección. Esta extraña pareja de la política francesa del siglo XXI no tiene nada bueno que ofrecer: Le Pen pretende luchar contra la inseguridad librando una guerra civil, mientras que Macron pretende encarnar la racionalidad rompiendo la columna vertebral de la economía francesa. Ah, y ninguno de los dos tiene nada substancial que decir sobre la crisis climática ni sobre la destrucción de la biodiversidad y de los ecosistemas, que en Francia, como en otras partes está, degradando visiblemente el bienestar humano.

Bloque socio-ecológico

Afortunadamente, los resultados del domingo encierran una promesa en medio de un mar de decepción e ira: la constitución de un bloque social-ecológico, capaz de contrarrestar el neoliberalismo y la xenofobia social. Jean-Luc Mélenchon, un veterano político que se separó del Partido Socialista hace ya décadas a causa del proyecto europeo, se ha reinventado como ‘ecosocialista’.

Su programa, ampliamente reconocido como el más estructurado y coherente de este ciclo político, tiene como objetivo "construir una sociedad de ayuda mutua con el fin de lograr la armonía entre los seres humanos y con la naturaleza". Ha propuesto ideas audaces, como la "planificación ecológica" y la "regla verde", según la cual no se debe tomar de la naturaleza más de lo que se puede reponer. Al llegar a un 22%, se quedó a 500.000 votos (de 35 millones) de superar a Le Pen y clasificarse para la segunda vuelta, que tendrá lugar el 24 de abril.

Mientras que en los dos últimos años se ha hablado mucho, y se ha perdido tiempo, en lo que respecta a la unificación de la izquierda, Mélenchon ha conseguido de facto aunar cuestiones sociales y desafíos ecológicos, y ha demostrado que esta alternativa socialecológica es políticamente viable al conseguir el apoyo de una gran parte de la población francesa. Ahora debería hacer gala de la sabiduría de Moisés y dejar que una nueva generación cruce el río Jordán.

Por el momento, el rompecabezas francés se mantiene: Macron ganará y los franceses no perderán tiempo en manifestar su descontento por su perdurable voluntad de no querer.

 

[Fuente: Social Europe - traducción: Lucas Antón - reproducido en sinpermiso.info]

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