segunda-feira, 14 de agosto de 2017

Elogio del andaluz

Texto de la contraportada de Er Prinzipito

Publicado por Teresa Galarza y José Saiz Molina


El andalucismo, definido como amor o apego a lo andaluz, así como la palabra o uso lingüístico de los andaluces, difícilmente cristalizará sin una visión interior, sin introspección, de uno mismo como andaluz. Una visión interior que no será beneficiosa sin la aceptación incondicional del habla andaluza. Declararse andaluces. Crear las condiciones idóneas para la expresión genuina del habla propia desprendiéndose de la vieja adversidad que supone mostrarse al exterior. Declarar que en el habla andaluza se asientan los cimientos de la cultura de un pueblo que puede y debe elogiar sus propios fundamentos.
Para muchos, el habla, la lengua, es una herramienta para comunicarse que, teniendo una existencia per se, se impone desde afuera y se usa cumpliendo unas normas abstractas. Es la idea que se desprende del DLE que define lengua como «sistema de comunicación verbal y casi siempre escrito, propio de una comunidad humana» y «sistema lingüístico cuyos hablantes reconocen modelos de buena expresión». El diccionario, como no se cansan de repetir los académicos, es un registro de lo que los hablantes entienden, dicen y escriben, o han dicho y han escrito. Por lo que tal es la idea que mayoritariamente se tiene de lengua. Y, la verdad, una lengua como abstracción, como sistema, una lengua en desuso como el latín clásico, viene a ser algo así. Pero una lengua viva es otra cosa. Las lenguas están formadas por el habla natural de las personas, un habla que varía en muchos sentidos. Es por origen y semejanza, por unidad fundamental, por lo que el habla se clasifica como lengua; lengua francesa, lengua inglesa. Por otro lado, es debido a las particularidades más concretas del modo de hablar de las gentes de un territorio en oposición a las de otros, por lo que se clasifica el habla en dialectos. Y dentro de cada territorio se pueden observar pequeñas variedades y afinar hasta llegar a la manera especial de hablar de cada individuo. Así observamos algo concreto, la lengua viva. Eso que normalmente llamamos lenguas no son otra cosa que dialectos; científicamente una lengua es una abstracción, y, en la realidad, no hay sino dialectos.
A lo largo de la historia moderna, de los varios dialectos que por semejanza y unidad fundamental constituyen lo que llamamos lengua ha habido alguno que, por razones arbitrarias, ha adquirido un prestigio especial. Razones como su cultivo por parte de grandes autores, la producción de una obra excelente, la superioridad social y económica de sus hablantes y el especial empeño de los mismos en que su dialecto se denomine lengua y asuma la formación de una literatura común. De tal modo, se consigue que el prestigio del dialecto se extienda hasta el punto de ser por antonomasia designado con el nombre general de la lengua: castellano, nombre alternativo de español, con ISO 639-3, el estándar. Los dialectos no tienen ISO. Así pues, una lengua estándar es una variedad local de una lengua que se ha convertido en la más aceptada públicamente. En muchos países, el dialecto hablado por la mayoría de la población se considera estándar, como el estándar americano o el australiano. En otros, en cambio, los hablantes del estándar están en minoría. En el Reino Unido, el estándar, conocido comúnmente como el inglés de la reina, es la lengua de menos del 3% de la población del país. Sin embargo, y pese al estigma que se asocia a lo que no es estándar —a los dialectos— no es razonable suponer que la mayoría de los británicos hablen mal su propio idioma. A esto se refiere la lingüista Rosina Lippi-Green como «la ideología del estándar»: se piensa que el dialecto con el mayor prestigio social es la única forma correcta y válida de lenguaje.
Todos los dialectos son lingüísticamente válidos. Sin embargo, la opinión generalizada sobre el andaluz es que es español mal hablado. En España, podemos estimar que el andaluz —o modalidad lingüística andaluza, tal como se define en el Estatuto de Autonomía de Andalucía de 2007— es la lengua de en torno al 18% de la población, asumiendo que todos los andaluces lo hablan. Sobre cuántos leen en andaluz, no hay datos todavía. Posiblemente muy pocos. En el momento que se acepta que la literatura ha concedido el predominio a un determinado dialecto, se dificulta, cuando no impide, el arranque literario de otros dialectos, como ha ocurrido con el andaluz, matando la espontaneidad del genio más representativo de un pueblo. Un genio que ha sido, es y será protagonista de legendarias disputas dialectales y estilísticas. Ya en el siglo XVI, Juan de Valdés criticó el andalucismo de Antonio de Nebrija en su famoso Diálogo de la lengua: «¿No os tengo dicho que, como aquel hombre no era castellano, sino andaluz, hablava y escrivía como en el Andaluzía y no como en Castilla?». Así comenzaba una controversia que, discursivamente, sirvió para situar el lenguaje como elemento esencial previo a cualquier reflexión o función para hacer, de la palabra, símbolo.
No es extraño, pues, que esta hostilidad retórica haya sido una constante ideal para que ciertos autores hayan reivindicado, al menos parcialmente, lo propiamente andaluz desde un costumbrismo dialógico en lo literario. Parcialmente porque en la mayoría de los casos lo habitual ha sido usar el andaluz de manera aislada y para representar a personajes poco cultos. Tamizar la palabra, como hicieran los Álvarez Quintero, para describir la erótica del folclore y estilizar el discurso. Amor con odio, como enunciaba Luis Cernuda, al describir el carácter andaluz. Tanto es así que una traducción de El Principito a un dialecto del andaluz —Er Prinzipito— ha desatado la polémica sobre la idoneidad o no de escribir reflejando el habla andaluza y sobre el estatus de la misma. Ha tenido que ser una editorial alemana, Tintenfass, la que ha publicado esta traducción. Lo que para algunos es un defecto es, sin embargo, la indeterminación de lo no sometido a leyes, la riqueza de lo desconocido; no dejarse encantar por un ideal arbitrario de falsa unidad externa y ser conscientes de que la grandeza de la lengua nada tiene que ver con expresarse todos por igual. El escritor o traductor como detector de la existencia, cuyo principio es que nada es incorrecto o indigno de una obra literaria.
No tener lengua es no tener identidad. Esto, en el campo de la escritura, equivale a no escribir. Estéticamente, es la muerte. Por esto debe cristalizar el andaluz en un tipo de escritura que obedezca a las demandas de la lengua moderna a la vez que asienta sus raíces en la configuración tradicional de la oralidad andaluza. El andalucismo está ligado a la propia existencia del pueblo y el habla andaluza es la que, más que cualquier otra, pertenece al pueblo andaluz. De ahí la necesidad de reforzar su dimensión oral con el poder contemporáneo de la escritura, y proclamar la libertad de una lengua en la producción de todas sus manifestaciones.

[Fuente: www.jotdown.es]

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