Considerado como uno de los mayores especialistas en la
historia del libro y la edición literaria, el francés Roger Chartier (1945) es
uno de los historiadores más fulgurantes de la Escuela de los Annales,
concepción que dominó la historiografía francesa del siglo pasado y que
consiste en poner el foco en los procesos y las estructuras sociales, tomando
en cuenta la subjetividad del historiador para la interpretación del pasado.
Escrito por Rafael Toriz
Miembro del College de France y director de la École des
Hautes Études en Sciences Sociales, estuvo recientemente en Buenos Aires
invitado por la Unsam para participar en las Encrucijadas del Saber Histórico,
que contaron con la presencia del italiano Carlo Guinzburg y del argentino José
Emilio Burucúa. Chartier, que habla un español florido, resuma cordialidad y
facundia; por lo tanto, entrevistarlo depara diversos placeres intelectuales de
muy diversa tesitura.
—En estos días se ha publicado en Buenos Aires su libro
“La mano del editor y el espíritu del impresor” (Katz). ¿Cuál es el lugar del
trabajo editorial y la materialidad del libro en tiempos de la inmediatez
digital?
—En el período que explora el libro, siglos XVI-XVIII, se
trataba de un proceso colectivo en el cual intervenía el copista del
manuscrito, el censor, el librero editor y las prácticas del taller
tipográfico, entre otros agentes que se encontraban en el papel; hoy en día
puede decirse que se mantiene una distinción entre la comunicación electrónica,
en la cual cada uno puede mandar al mundo entero lo que ha escrito sin
mediación alguna entre la persona que escribe y quien lee en la pantalla, ya
sea desde las redes sociales, el blog o el correo electrónico y los formatos
editoriales tradicionales. Frente a esto existe la posibilidad de mantener una
idea de edición electrónica, que supone en una nueva tecnología los mismos
gestos anteriores: construcción de un catálogo, copy-editing con los autores y
sobre todo una política editorial. Hoy en día existen dos formas de
publicación, la comunicación electrónica y la edición electrónica. Por un lado
la lógica del open access –comunicación libre, gratuita, inmediata– o bien la
tensión de los intereses comerciales de los monopolios de la edición de
revistas electrónicas ante las que se enfrentan las comunidades científicas. No
sé qué pasará en el futuro, pero el peligro de hoy es la equivalencia, pensar
que se trata de lo mismo. Hay que evitar tanto las lamentaciones de un mundo
perdido arrasado por el mundo digital como el entusiasmo que considera que es
lo mismo comprar un libro que leerlo en otro soporte. Son lógicas diferentes.
—¿Cómo es eso?
—La del mundo digital es una lógica temática: temas,
tópicos, rúbricas. Es una lógica vertical. Se encuentra con facilidad lo que se
busca. La lógica de la escritura tradicional es horizontal; en la yuxtaposición
de un diario hay una serie de artículos sobre la página numerada, lo mismo que
en una revista, donde cada párrafo corresponde a un lugar dentro de una
totalidad.
—Sin embargo, el libro parece atravesar una crisis
ontológica. ¿Es posible apostar por el libro como una garantía de la unidad del
mundo? ¿cuál es el lugar del fragmento en esta lógica contemporánea?
—Evidentemente el mundo digital introduce una
discontinuidad esencial; la del libro, pero también la revista y el
diario. En textos digitales el fragmento adquiere autonomía, puesto que la
relación con la totalidad no es visible ni necesariamente buscada. Ese es justo
el desafío, porque ahora se leen fragmentos cuando tales fragmentos fueron
concebidos como una totalidad, bajo otra lógica. Sin embargo, queda abierta la
proyección: tal vez el mundo digital pueda transformar radicalmente la cultura
escrita, si definimos el fragmento no como parte de una totalidad sino como
unidades textuales autónomas.
Creo que no alcanzamos a ver todas las posibilidades del
mundo digital, es decir, una cultura escrita de textos abiertos, maleables,
móviles, hipertextuales y que en este sentido hacen desaparecer los conceptos
de autoría, propiedad intelectual y el concepto mismo de libro como discurso
coherente. En ese sentido la palabra fragmento no tendría sentido. Hay algo
paradójico en imponer al mundo digital las categorías del mundo precedente.
—¿Cree que el libro como tecnología es insuperable?
—Eso creía Umberto Eco, pero yo no estoy tan convencido.
En primer lugar, ¿qué es un libro? Un objeto material, pero si estamos en un
mundo digital entonces el concepto desaparece. El libro de Eco es una forma de
discurso diferenciado, un género textual que tiene como categoría principal la
totalidad, una forma que se acaba cuando cambia su forma material. Hoy existe
una disociación entre el cuerpo y el contenido porque el cuerpo puede
desaparecer. Si desaparece el cuerpo, ¿se mantiene el alma, es decir, la
totalidad textual? Borges, por ejemplo, quería escribir una historia del
libro sin libro, una metáfora de la lectura, puesto que cuando leemos no nos
quedamos con la materialidad del objeto, sino con el libro como obra. Estas
categorías se afectan radicalmente al leer en una pantalla.
Shakespeare, Cervantes... y Trump
En ocasión de la exposición 1616. Shakespeare/Cervantes
organizada por la Biblioteca Nacional, Chartier impartió conferencias
sobre los posibles encuentros textuales entre los autores y la geografía
cervantina, por lo que resultó indispensable conocer su opinión sobre el estado
del español en los Estados Unidos, el país con mayor expansión lingüística en
el siglo XXI en tiempos de la intolerancia y el racismo de Donald Trump:
“Anteriormente, el inglés era una lengua menor, de
mercaderes; Cervantes no pudo conocer al autor, aunque al revés es muy probable
que sí, como lo señala el famoso caso de Cardenio. Si pensamos en el presente,
en el imperialismo lingüístico del inglés que comprende la mayor parte de la
publicación electrónica, se trata de la lengua de mayor intercambio en las
disciplinas científicas y de la lengua del comercio. Sin embargo, la fuerza
demográfica del español en los Estados Unidos es algo extraordinario; la
presencia de inmigrantes de países de habla española, a pesar de la voluntad
terrible del señor Trump, constituye una fuerza fantástica en relación con el
cine, la música y la literatura. Hay una gran parte de estudiantes de high
school y universitarios interesados en conocer la presencia lingüística-estética
del español de América Latina, representada por las tradiciones culturales
argentinas, chilenas y por la cinematografía mexicana. El problema que veo –doy
clases todos los años en Pennsylvania– es que no se pasa del interés por la
lengua al reconocimiento de la importancia de lo que se ha escrito y se escribe
en español cuando pensamos en términos de filosofía, ciencias humanas o
historia. La gente que aprende español para leer directamente a García Márquez
o seguir las películas mexicanas no imagina que existe para sus estudios
una lengua que produce trabajos y obras fundamentales; existe una distinción
entre el español como lengua de cultura y descubrimiento del mundo y el español
como lengua del pensamiento y la antropología. Es necesario hacer un esfuerzo
para convencer a la gente de que existen obras fuera del inglés indispensables
para la investigación, no porque traten del mismo tema, sino porque son modelos
de análisis y de prácticas específicas de inteligibilidad. Este me parece el
desafío fundamental del español en los Estados Unidos, aunque no sé si se
podría pensar en estos mismos términos la problemática fuera del país o en los
países del norte de Europa. Acaso también se trata de un conflicto aplicable
para el portugués de Brasil. Acá hay una visión más global de la América
Latina, desde México hasta Tierra del Fuego”.
[Foto: Gza UNSAM - fuente: www.perfil.com]
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