“¿Qué vale la minoría vociferante?”, se preguntaba Octavio Paz cuando lo injuriaron algunos personajes que, la semana pasada, en el centenario del poeta, derramaron babas de admiración con la misma saliva escupida contra él 30 años antes por el pecado de haber delatado el despotismo y la corrupción cuando el sueño devino pesadilla.
Guillermo Sheridan recuerda: “…la tarde del 9 de octubre de 1977 en el Palacio de Minería en que leerían poesía Paz, Huerta y otros poetas. Cuando llegó el turno de Paz el infaltable simplón lanzó el predecible abucheo. Efraín, poniéndose de pie, lo aplacó de inmediato con una retadora mirada fulminante. El público ovacionó el gesto y continuó la lectura”.
José Luis Martínez S. habla del: “…discurso pronunciado por el poeta de Piedra de sol en la feria de Fráncfort en 1984, por el cual fue quemado en efigie frente a la embajada de Estados Unidos mientras la multitud vociferaba: ‘Reagan rapaz, tu amigo es Octavio Paz’”.
“Eran días de furor por la revolución sandinista y Paz cometió el sacrilegio de criticarla. La izquierda mexicana, siempre tan vehemente, no se lo perdonó. En las páginas de periódicos y revistas le dieron hasta con la cubeta, lo llamaron fascista, traidor, vendido al imperialismo y a Televisa. En la Cámara de Diputados, honorables legisladores se desgarraron las vestiduras y arrojaron sobre él maldiciones eternas”.
Martínez S. compartía el furor de los enemigos de Paz: “…como tantos otros, no había leído el discurso ni lo había escuchado en el programa 24 Horas, conducido por Jacobo Zabludovsky, pero estaba convencido de su perfidia, sobre todo si así lo decían los hombres más lúcidos y progresistas del país, muchos de ellos ahora predicadores frecuentes en la llamada pantalla chica.
“En Itinerario crítico, libro prologado y compilado por Armando González Torres, aparecen las palabras de Octavio Paz sobre ese movimiento de sueños rotos. Dice: ‘El levantamiento fue nacional y derrocó a la dictadura. Poco después del triunfo, se repitió el caso de Cuba: la revolución fue confiscada por una élite de dirigentes revolucionarios.
“Era una profecía pero, como suele suceder, pocos la comprendieron y el profeta fue sacrificado por quienes se arrogan el privilegio de la pureza y a veces hasta de la voz del pueblo: la voz de Dios’”.
En una larga carta a su amigo Pere Gimferrer (Memoria y palabras, 1999), habla del acontecimiento, lo hace con tristeza pero también con energía. Escribe: “Frente a la realidad inmensa de México, la física y la humana (los paisajes, las ciudades, la gente, las maravillas y los horrores), ¿qué vale la minoría vociferante? Es un mal, una dolencia con la que hay que convivir. La única manera de curarlos y desarmarlos es dialogar con ellos. ¿Es posible? Lo ha sido en Europa y en otras partes, ¿por qué no ha de serlo en México? Tal vez mi misión —o más bien dicho: mi función— en la historia de la cultura moderna de México ha consistido en preparar ese diálogo. No me tocará participar en él pero lo habré hecho posible”.
El homenaje por los 100 años de Paz fue a la altura de su paso por la inteligencia nacional e internacional de su época. Rafael Tovar y de Teresa, presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, lo realizó y culminó ante la placa que otorga el nombre de Paz al Patio Central de la Biblioteca México, con la exposición Octavio Paz: de la palabra a la mirada y ahí el presidente Peña Nieto calificó la de Paz como “la mente mexicana más brillante del siglo XX”. Junto a Emilio Chuayffet, secretario de Educación Pública, académicos, escritores y amigos clausuraron la conmemoración.
La presencia de Marie Jo en todos los actos evocó la época más feliz en la vida de Octavio. Recuerdo el encuentro casual en la rue de l`Université una tarde ideal para caminar las dos parejas por el Barrio Latino, el teatro Odeón legendario desde el 68, la sombra de la Sorbona, los libros de Shakespeare and Co y la bouquinerie de la orilla izquierda del Sena, donde nos despedimos ya entrada la noche parisina.
Y la otra cara de la moneda: la mañana cuando sobre cenizas y agua ayudé a Octavio a recoger cada libro sobreviviente, la página suelta, la pasta chamuscada, los restos de su biblioteca arrasada por un tsunami en la esquina de Reforma y Guadalquivir. Compartí su tristeza porque compartíamos el amor por ese objeto llamado libro y por la colección hecha a mano desde adquirirlo hasta darle su lugar en el librero. Octavio y Marie Jo nunca volvieron a vivir en esa casa.
Cumplo una vieja tradición: al celebrar su nacimiento dejo una piedra sobre su lápida para que la arena del desierto no barra la tumba.
[Fuente: www.diariojudio.com]
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