Escrito por Ariel Schettini
Octavio Paz es el modelo perfecto del intelectual cosmopolita
latinoamericano. Compartía el ejercicio de la literatura con la crítica,
la intervención política, la tarea de divulgador cultural. Su obra en
el siglo XX sólo puede ser comparada con la de Victoria Ocampo, Pablo
Neruda, Alfonso Reyes y, acaso, la de Julio Cortázar. Como escritor
desarrolló una poesía metafísica, filosófica y muy ligada a lo
territorial, al suelo y a la versión de la tradición y la cultura
mexicana que se había fijado luego de la Revolución. Pero se dedica con
el mismo entusiasmo a explorar sobre
los materiales y la técnica de la poesía. Su referencia más inmediata
fue el surrealismo, sobre todo André Bretón. Pero su versión del
surrealismo está teñida de la indagación filosófica sobre el lenguaje
que comienza en Francia en los 50.
Es heredero y constructor de
esa tradición nacionalista que se desata alrededor de los años 30 en
América Latina intentando encontrarle el destino humanístico a la
cultura letrada de la región y su lugar específico en Occidente, sin los
prejuicios de pensarla como una cultura subalterna. Su libro El
laberinto de la soledad (1950) explora la “mexicanidad” buscando
constantes de su idiosincrasia cultural y sus mitos de formación: la
orfandad servil a la que es sometida la cultura mexicana por la colonia,
la Revolución como un horizonte permanente de la constitución de los
Estados, la imposibilidad de reconocerse plenamente en la cultura
occidental sino de manera contradictoria. De allí parte su reflexión
sobre el “ser” mexicano, con la poesía como instrumento. En El mono
gramático investiga poéticamente ciertos aspectos de la cultura hindú
mezclándolos con las teorizaciones más modernas de la especulación
lingüística de ese momento (1970). Sólo un “hombre de mundo” como él
podía recorrer el exotismo de lo oriental, desde su posición de
embajador en la India.
Los episodios de lucha por la autonomía
universitaria de 1968, que en México fueron particularmente sangrientos,
dieron fin a su carrera como diplomático. Renunció en protesta por la
matanza de los manifestantes. Ahí Paz comenzó otra fase de su trabajo
intelectual, pasando a dirigir una revista (llamada primero Plural y
luego Vuelta ) donde planteó, evaluó y juzgó el pasado, presente y
futuro de la cultura latinoamericana, para y por un “entre nosotros” que
seríamos los millones de habitantes de Hispanoamérica, que buscamos un
destino y que sólo lo podríamos encontrar en la unión de esas culturas
tan diversas. Sólo Victoria Ocampo en Sur, desde Buenos Aires, o Casa de
las Américas en la Cuba revolucionaria, pudieron plantear la reunión de
un público tan enorme y disperso durante el siglo XX. El tono muchas
veces idiosincrático con el que se criticaban ciertas dictaduras,
mientras se disculpaba a otras en pos de un ideal “civilizatorio” de
América Latina fue muchas veces contradictorio y por ello se lo criticó
con ferocidad. Aun así queda como la gran revista latinoamericana de ese
período de los 70 y 80 que vio el momento más duro de las dictaduras y
el resurgimiento democrático que la revista sostenía como destino.
Su
libro Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (1982), aparte
de ser un monumento a la crítica y la investigación literaria,
lingüística y estética, puede considerarse como uno de los primeros
textos de lo que ahora llamaríamos cultura “queer”, o estudios sobre la
cultura gay. Recorre la obra de Sor Juana para medirse contra ese
monumento de la poesía mexicana y explorar sus furores homosexuales,
pero también el impulso antimoderno de las culturas coloniales
americanas. En el momento de su publicación fue inquietante.
Sus
textos son un monumento insoslayable de agudeza, imaginación y búsqueda
permanente para definir los límites de nuestra lengua.
*Autor de “El tesoro de la lengua”, “La guerra civil” y “Ariel Schettini presenta”.
[Fuente: www.revistaenie.clarin.com]
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