sexta-feira, 11 de abril de 2014

Definir los límites de nuestra lengua

Escrito por Ariel Schettini 

Octavio Paz es el modelo perfecto del intelectual cosmopolita latinoamericano. Compartía el ejercicio de la literatura con la crítica, la intervención política, la tarea de divulgador cultural. Su obra en el siglo XX sólo puede ser comparada con la de Victoria Ocampo, Pablo Neruda, Alfonso Reyes y, acaso, la de Julio Cortázar.  Como escritor desarrolló una poesía metafísica, filosófica y muy ligada a lo territorial, al suelo y a la versión de la tradición y la cultura mexicana que se había fijado luego de la Revolución. Pero se dedica con el mismo entusiasmo a explorar sobre los materiales y la técnica de la poesía. Su referencia más inmediata fue el surrealismo, sobre todo André Bretón. Pero su versión del surrealismo está teñida de la indagación filosófica sobre el lenguaje que comienza en Francia en los 50.

Es heredero y constructor de esa tradición nacionalista que se desata alrededor de los años 30 en América Latina intentando encontrarle el destino humanístico a la cultura letrada de la región y su lugar específico en Occidente, sin los prejuicios de pensarla como una cultura subalterna. Su libro El laberinto de la soledad (1950) explora la “mexicanidad” buscando constantes de su idiosincrasia cultural y sus mitos de formación: la orfandad servil a la que es sometida la cultura mexicana por la colonia, la Revolución como un horizonte permanente de la constitución de los Estados, la imposibilidad de reconocerse plenamente en la cultura occidental sino de manera contradictoria. De allí parte su reflexión sobre el “ser” mexicano, con la poesía como instrumento. En El mono gramático investiga poéticamente ciertos aspectos de la cultura hindú mezclándolos con las teorizaciones más modernas de la especulación lingüística de ese momento (1970). Sólo un “hombre de mundo” como él podía recorrer el exotismo de lo oriental, desde su posición de embajador en la India.

Los episodios de lucha por la autonomía universitaria de 1968, que en México fueron particularmente sangrientos, dieron fin a su carrera como diplomático. Renunció en protesta por la matanza de los manifestantes. Ahí Paz comenzó otra fase de su trabajo intelectual, pasando a dirigir una revista (llamada primero Plural y luego Vuelta ) donde planteó, evaluó y juzgó el pasado, presente y futuro de la cultura latinoamericana, para y por un “entre nosotros” que seríamos los millones de habitantes de Hispanoamérica, que buscamos un destino y que sólo lo podríamos encontrar en la unión de esas culturas tan diversas. Sólo Victoria Ocampo en Sur, desde Buenos Aires, o Casa de las Américas en la Cuba revolucionaria, pudieron plantear la reunión de un público tan enorme y disperso durante el siglo XX. El tono muchas veces idiosincrático con el que se criticaban ciertas dictaduras, mientras se disculpaba a otras en pos de un ideal “civilizatorio” de América Latina fue muchas veces contradictorio y por ello se lo criticó con ferocidad. Aun así queda como la gran revista latinoamericana de ese período de los 70 y 80 que vio el momento más duro de las dictaduras y el resurgimiento democrático que la revista sostenía como destino.

Su libro Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (1982), aparte de ser un monumento a la crítica y la investigación literaria, lingüística y estética, puede considerarse como uno de los primeros textos de lo que ahora llamaríamos cultura “queer”, o estudios sobre la cultura gay. Recorre la obra de Sor Juana para medirse contra ese monumento de la poesía mexicana y explorar sus furores homosexuales, pero también el impulso antimoderno de las culturas coloniales americanas. En el momento de su publicación fue inquietante.

Sus textos son un monumento insoslayable de agudeza, imaginación y búsqueda permanente para definir los límites de nuestra lengua.

*Autor de “El tesoro de la lengua”, “La guerra civil” y “Ariel Schettini presenta”.

[Fuente: www.revistaenie.clarin.com]

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