Por Jorge Delgado
En el artículo publicado en La Tercera, ¿Qué tan peruanos somos?, Carlos Pérez, Noelia Zunino, Daniela Aranguren, Catalina Lemus, dan cuenta del poder y la fuerza de la cultura peruana en la sociedad chilena, y de cómo se va enraizando en ellos más fuertemente a partir de la migración de los últimos años.
El análisis de los periodistas chilenos es muy interesante y valioso pero le falta una dimensión histórica, porque la "peruanización" de Chile está en sus raíces como nación, en sus orígenes como sociedad, en elementos fundamentales de su identidad. Como muestra, dicen solo basta un botón, para ello tomaremos uno fundamental: su baile nacional, la Cueca. Si bien esta Historia ha sido también un viaje de ida con vueltas, lo particular de ella es que ha sido construida a través de sus tres guerras de invasión.
Santiago está construida sobre una ciudad Inca, Pedro de Valdivia -como Pizarro- fundó la ciudad española de Santiago de Nueva Extremadura donde ya existía una anterior y de importancia. El boletín número 61 del Museo Nacional de Historia Natural de Chile, publicado hace un año, incluyó interesantes artículos, entre ellos uno escrito por Rubén Stehberg, Jefe del Área de Antropología del museo, y del historiador Gonzalo Sotomayor, llamado “Mapocho incaico”, en el que dan cuenta de “una ciudad inca oculta bajo Santiago de Chile”. ¿Cuán importante fue para el Cusco?, no lo sabemos todavía.
Si bien los incas no pasaron del Bío-Bío, tampoco fueron expulsados de los territorios conquistados a donde llevaron su civilización y se asentaron. Los viajes de Tupac Yupanqui hacia la isla de Pascua, le han dado a esa conquista una épica sin igual.
No podemos decir que los Incas eran peruanos ya que el Perú aún no existía, pero los rasgos culturales incas los hemos heredado más que nadie y los cusqueños son parte de nuestra identidad colectiva.
La Capitanía General de Chile fue una gobernación bajo los dominios del Virreinato del Perú y por lo tanto de su brillo e influencia cultural. Ya para el XVIII adquirió más importancia, tanto así que cuatro de los siete virreyes del Perú, que ejercieron durante la segunda mitad de ese siglo, habían sido previamente gobernadores, incluyendo a Don Ambrosio O'Higgins, padre de Don Bernardo, libertador de Chile.
Bernardo, quien vivió su adolescencia y juventud en la corte de Lima, sabía que mientras durara el poder español del Perú la independencia de Chile no estaba asegurada, por ello su gobierno fue el gran soporte económico de la “Expedición Libertadora del Perú” liderada por el Gral. Don José de San Martín, jefe de un ejército formado por tropas chilenas y argentinas, junto con al escocés Don Thomas Alexander Cochrane, como comandante de la flota naval. De facto ésta sería la primera guerra de Chile contra el Perú.
Como es fácil de imaginar, la soldadesca chileno-argentina no solo venía al Perú con el espíritu de la Ilustración, republicano e independentista, venían para conocer Lima, la más importante metrópoli sudamericana, el centro del poder español durante casi 300 años, la residencia de la nobleza hispana y criolla más rica y poderosa, la ciudad irradiadora de cultura, a la que muchos amaban y otros odiaban, pero que todos querían conocer. La ciudad de donde venía la Zamacueca, un baile que habían escuchado, estaba de moda y que querían cantar y bailar.
Según Margot Loyola, la más importante folklorista chilena, la Zamacueca llega a Chile entre 1810 y 1825.
Para el músico José Zapiola Cortés, habría llegado entre 1824 y el 25. Son los arrieros del sur andino, principalmente de Arequipa, los que por un lado la llevan por la sierra hasta la Argentina, tomando el nombre también de Cueca en Bolivia y desde Chile llega a Mendoza hasta convertirse en lo que es hoy la Zamba. Los soldados de vuelta a sus tierras habrían contribuido a darle la nueva forma popular que iba adquiriendo.
Sin embargo, la gran impulsora reconocida en Santiago, en 1823, fue una hermosa, coqueta y sensual mulata limeña conocida como “La Monona”, quien con su elegancia y sus gracias para revolotear el pañuelo y sus caderas cautivó a los sencillos santiaguinos en las jaranas del “Parral de Gómez” y en otras chinganas de la ciudad. La Monona había viajado como empleada doméstica de la Legación peruana a cargo de Don José de Rivadeneyra y Tejada. Según César Recuenco Cardoso: “Cuenta la historia que sus movimientos garbosos y lascivos provocaron en su época edictos excomulgatorios por parte del obispo Don Manuel Vicuña”.
Es conocido también que en 1824, Don José Bernardo Alcedo difunde la danza de moda por todo Chile con la banda militar del Batallón No.4, compuesta mayoritariamente por afroperuanos y gracias a la colaboración del músico chileno Don José Zapiola. (César Recuenco Cardoso. 2007).
En aquellos años, Don Diego José Pedro Víctor Portales Palazuelos fundó en Lima –como no podía ser de otra manera- una sucursal de su casa comercial Cea & Portales. El vivir de cerca en la excapital del Virreynato los avatares políticos más intensos de la revolución por la independencia sudamericana, hicieron que el brillante estudioso de latín, filosofía, jurisprudencia, teología, bellas artes y Derecho natural y de gentes, además de próspero comerciante, se interesara en la política y considerara que en esa anarquía era imposible hacer negocios y que por eso era necesario: “Un Gobierno fuerte, centralizador, cuyos hombres sean verdaderos modelos de virtud y patriotismo, y así enderezar a los ciudadanos por el camino del orden y de las virtudes. Cuando se hayan moralizado, venga el Gobierno completamente liberal, libre y lleno de ideales, donde tengan parte todos los ciudadanos. Esto es lo que yo pienso y todo hombre de mediano criterio pensará igual”. También tuvo el convencimiento de que si el Perú se ordenaba podía volver a ser el gran poder económico que fue durante 300 años, y eso para su empresa y para Chile no era conveniente.
Portales ya como Ministro de Guerra fue el gran impulsor desde el gobierno chileno de la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, y en alianza con los peruanos que representaban los intereses de las élites limeñas y costeñas que mantenían alianzas comerciales con Chile conformó el Ejército Unido Restaurador.
Es célebre la carta a Manuel Blanco Encalada, general en jefe del ejército restaurador, en la que con toda claridad señala para la posteridad el objetivo estratégico de Chile, para su devenir como país y como nación, objetivo que fue fortalecido luego por Pinochet y mantenido por sus sucesores.
“(...) La posición de Chile frente a la Confederación Perú Boliviana es insostenible. No puede ser tolerada ni por el pueblo ni por el Gobierno, porque ello equivale a su suicidio. No podemos mirar sin inquietud y la mayor alarma, la existencia de dos pueblos, y que, a la larga, por la comunidad de origen, lengua, hábitos, religión, ideas, costumbres, formarán, como es natural, un solo núcleo. Unidos estos dos Estados, aun cuando no más sea que momentáneamente, serán siempre más que Chile en todo orden de cuestiones y circunstancias (...) La confederación debe desaparecer para siempre jamás del escenario de América por su extensión geográfica; por su mayor población blanca; por las riquezas conjuntas del Perú y Bolivia, apenas explotadas ahora; por el dominio que la nueva organización trataría de ejercer en el Pacífico arrebatándonoslo; por el mayor número también de gente ilustrada de la raza blanca, muy vinculadas a las familias de influjo de España que se encuentran en Lima; por la mayor inteligencia de sus hombres públicos, si bien de menos carácter que los chilenos; por todas estas razones, la Confederación ahogaría a Chile ante de muy poco (...) Las fuerzas navales deben operar antes que las militares, dando golpes decisivos. Debemos dominar para siempre en el Pacífico: ésta debe ser su máxima ahora, y ojalá fuera la de Chile para siempre (...)”.
Para el Perú -como la guerra de independencia- fue otra vez una guerra civil, para Chile una guerra externa, de carácter fundacional como nación. El Himno de Yungay, el segundo himno nacional de Chile es el mejor ejemplo.
Es así que por segunda vez el ejército chileno invadió el Perú, esta vez en alianza con peruanos y se lleva la gloria de la victoria en Yungay, el 20 de enero de 1839. Cuarenta años antes que la tercera guerra.
En esta nueva visita la soldadesca chilena vuelve ya con el baile que se llevó pero en su nueva versión como “Zamacueca chilena” o sencillamente como “la Chilena” . Conservando el nombre y recreándose nuevamente en el Perú, ésta adquiere más nítidamente, poco a poco, las diferentes formas como fue evolucionando. Sabido es que a inicios de la guerra del 79 y en honor a Grau cambia de nombre definitivamente a Marinera, gracias a la iniciativa de Abelardo Gamarra.
La Cueca chilena fue reconocida por el propio Pinochet como la Danza Nacional de Chile el 6 de noviembre de 1979 y su origen peruano, en la Zamacueca.
Es así como con los avatares de las tres guerras contra el Perú durante el siglo XIX nuestros vecinos del sur se llevaron algo más que territorios, riquezas naturales y bienes patrimoniales, se llevaron consigo para siempre y por siempre un rasgo distintivo de su identidad, de su ser como nación, algo que los identifica y diferencia del resto del mundo, y ese rasgo es originalmente nuestro, que de alguna manera los hace ser peruanos.
Creo que demás está decir que los peruanos de Tarapacá que fueron raptados con su cultura viva, lo mismo que los Ariqueños y Tacneños, aimaras y afroperuanos, que fueron cautivos durante casi 50 años, a pesar de esos años de terror y persecución, influyeron también en la identidad y la cultura de la vida cotidiana de los chilenos, como lo hacen otra vez los migrantes del siglo XXI.
¿Qué tan peruanos son los chilenos?
[Ilustración: La zamacueca, de Manuel Antonio Caro - fuente: www.jorgedelgado.lamula.pe]
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