sexta-feira, 11 de agosto de 2017

Cuadros de costumbres

A partir de una comunidad sefardí afincada en el barrio de Once, Marcelo Birmajer logra una novela que oscila entre el policial y el realismo mágico

Escrito por Marcos Aguinis 

La nueva novela de Marcelo Birmajer demuestra que la virtud de contar bien una historia está lejos de agotarse. El club de las necrológicas se despliega en un mosaico lleno de cualidades literarias. El relato fluye con claridad, atractivo y sorpresa. Los personajes van aportando elementos psicológicos, costumbristas, eróticos, históricos e intrigantes, que mantienen excitada la atención. Cada escenario se abre con la magia de unas pocas frases. Ninguna página es forzada, pese a sorpresivos golpes de timón. Al contrario, esos golpes intensifican la curiosidad. 

La sección dedicada a las necrológicas de casi todos los diarios es salteada por la mayoría de los lectores afectados por la prisa. Otros, también apurados, apenas le echan una mirada fugaz, como para no ser descorteses con el muerto que allí figura y le está gritando que acaba de irse al otro mundo. O enterarse de quienes necesitan hacer recordar un luctuoso aniversario. Pero hay ojos que recorren esa parte del diario con prolija fruición. Algunos para alegrarse con el final de alguien odiado, otros para mantenerse al día, muchos por simple contigüidad con los chismes y también por razones que aún la razón no comprende. Es una sección que da mucho para lucubrar: mantiene vigente la misteriosa "vanidad de vanidades" del Eclesiastés y contribuye a sostener los lazos de afecto entre las redes humanas, incluso cuando uno de sus miembros deja de circular corporalmente por ella. En cada renglón de una necrológica se instala casi siempre la referencia al culto del fallecido, una fecha, un nombre, lazos fundamentales y un sintético párrafo que desea conmover. Pretende continuar la vida después de la vida, con los rasgos que hubo en esa vida individual. 

Birmajer da una vuelta de tuerca y convierte a esa sección multivalente en el disparador de un relato. Concentra a casi todos los personajes de su novela en un sector de la sociedad argentina que ha sido poco trabajada por la literatura nacional: los sefardíes. Han conseguido arraigarse con firmeza, pero sin olvidar entrañables tradiciones. Aunque este libro no lo dice, sefardíes o descendientes de sefardíes fueron muchos conquistadores, fundadores y próceres de toda América Latina. Algunos lo saben, otros lo han olvidado y existen quienes mantienen su identidad como signo de un noble y rico linaje. Han seguido la ruta de las diversas corrientes migratorias que poblaron nuestro país, concentrándose primero en pueblos o barrios donde la atmósfera familiar ayudaba a superar los infortunios de tantos comienzos difíciles. Aunque el autor -según él mismo confiesa- solo posee un cuarto de sefardí, demuestra que le sobran conocimientos para brindar un cuadro muy atractivo de esa comunidad. Y que esa comunidad comparte sueños, rarezas, rituales y pesadillas con el resto del orbe. En los últimos tiempos han logrado buena aceptación textos parcialmente ficcionales sobre pueblos remotos donde existen costumbres y códigos que nos resultan extraños. Quizás esa novedad ha contribuido a estimular su lectura. Pero esos libros solo han hecho vibrar el corazón cuando en su prosa resplandecen cualidades. En literatura no alcanza la rareza. 

Birmajer desarrolla su relato en medio de una comunidad argentina con fuerte arraigo en el barrio de Once. Cava en profundidad, la mira del derecho y del revés, la desnuda. Describe hábitos, comidas, oficios, ambiciones y conflictos salpicados de pasión, ternura o curiosas filosofías. Su narrativa transparente, con chispazos de humor, recorre ese mundo provisto de colores y derrama sorpresas. Puede generar identificaciones o asombro. Esta novela fue construida con trabajo y talento. Se lo percibe al avanzar en el torrente de sus páginas. Los protagonistas, identificados solo por el nombre y unas lacónicas referencias adicionales, refuerzan su perfil a medida que se desarrolla la trama. La historia fáctica de las últimas décadas está señalada por pinceladas breves, que hacen suficiente referencia a hechos grises o tenebrosos que despiertan estremecedores recuerdos. Constituyen el vasto escenario de un intríngulis que atrapa e incita a seguir leyendo. Para algunos, podría tratarse de una novela policial; para otros, de una novela negra. Algunos dirán que se trata de una novela erótica; no faltará quien la califique de costumbrista. Puede que le descubran pimienta de realismo mágico. O travesuras de quien conoce, vive y siente con intensidad a los personajes de su entorno. Contiene algo de cada uno de los aspectos mencionados. Semejante característica no le quita méritos, sino que los aumenta. Evade las etiquetas simplificadoras, porque navega como Ulises, dispuesto a encontrarse con monstruos o deidades. 

La complejidad del dibujo argumental no se percibe hasta casi el fin, porque en una buena novela debe quedar oculto en el taller del narrador. En cambio sí se nota que cada una de sus partes fue desarrollada con oficio. Las costuras entre hechos pasados y presentes, o entre ámbitos de vertiginoso contraste, fueron invisibilizadas en el correr de las frases bien logradas. Hay un suspenso continuo, que no se limita al puerto de llegada. 

Birmajer vuelve a demostrar su habilidad para los hallazgos narrativos y su destreza para aplicarlos a un enriquecimiento de la existencia. Está personalmente involucrado en la narración, habla con los protagonistas, los interroga y se deja golpear por sus reacciones. Aunque su título se refiere a las necrológicas, esta novela exuda vida.

El club de las necrológicas 
Por Marcelo Birmajer
Sudamericana
256 páginas
$ 89

[Fuente: www.lanacion.com.ar]

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