terça-feira, 13 de junho de 2017

El reino de un lenguaje perdido


"Rey" de Niles Atallah © DRRey, de Niles Atallah 
La hostilidad exótica de la selva ha servido como un paraje constante para la perdición del hombre blanco en el canon cinematográfico. Primero estuvo la demencia poética con la que Werner Herzog orquesta la ira del Amazonas en Aguirre (1971), y luego la angustia latente que irradia el Vietnam de Francis Ford Coppola en Apocalypse Now (1979)pero recientemente reconocidos cineastas latinoamericanos como el colombiano Ciro Guerra, en El Abrazo de la serpiente (2015), y el argentino Lisandro Alonso, en Jauja (2014), han apropiado los deslumbrantes y desolados relieves que rodean sus tierras, y los han incorporado en sus idiosincrásicas exploraciones de lo trascendental y lo onírico, respectivamente. 
Con Rey (2016), el chileno Niles Atallah toma esta tradición y la pone de cabeza con su osadía formal.
El filme explora un inusual y poco conocido acontecimiento que se da en el Chile del siglo XIX. Un abogado francés llamado Orélie Antoine de Tounens (Rodrigo Lisboa) llega a Sudamérica y con la ayuda del gaucho Rosales (Claudio Riveros) se adentra en la inhóspita región de Araucanía, zona de constante conflicto limítrofe entre Chile, Argentina y la comunidad indígena mapuche. Su contacto incierto con los indígenas y las intenciones de formar un reino pronto enfrentan a De Tounens con la justicia chilena, y lo que sigue es un recuento de los hechos tan estimulante como poco ortodoxo.
Atallah decide dividir la narrativa en capítulos, y si bien cada uno es una apropiada representación temática de lo que acontece en la historia del protagonista, el interés del director no yace en los incidentes per se, sino en la forma de expresar el sentir de De Tounens.
Este tono expresionista se evoca desde la onírica introducción, en donde de entrada se muestran los dotes surreales y el carácter desconcertante de la visión del director. Esta no solo juega con la narrativa, donde explora la historia de forma perturbada y yuxtapone distintas líneas de tiempo, sino que denota su enfoque en un esfuerzo por desconstruir la forma en la que se emplean las convenciones estéticas del lenguaje audiovisual.
Por ejemplo, el filme inicia con una secuencia poética con voice-over que remite a un aura etéreo reminiscente de Tarkovsky, pero rápidamente este se torna en una oscura atmósfera de demencia y cautiverio en que todos los personajes utilizan máscaras de papel maché representativas de sus caras. Esto es un indicio de a lo que va la propuesta de Atallah, en donde a lo largo de los poco más de 90 minutos de duración juega con la forma del filme como representación del estado mental de su protagonista.
Mientras De Tounens más se adentra en la selva, tanto su psiquis como la superficie misma de las cintas de 35, 16 y 8mm utilizadas se van descomponiendo progresivamente. Los jump-cuts empiezan a ser constante, los visuales se empiezan a distorsionar y se vuelven cada vez más místicos, la narración cambia de personajes y empieza a contradecirse, el audio y el video se traslapan constantemente. El caos paulatinamente se empieza a apoderar del filme, y si bien la experiencia se vuelve desconcertante y hasta agresivamente densa, es difícil no dejarse maravillar por el arsenal de recursos para crear disonancia que expone Rey.
El degrado intencional por el que pasó el material le da una cohesión estética con las tomas de archivo utilizadas. Esto al punto de que en los anárquicos capítulos finales del filme, las tomas empiezan a componerse de la contraposición de distintos materiales en distintos formatos, y de técnicas arcaicas de manipulación como la coloración manual. En este aspecto, es importante destacar la labor del editor Benjamin Mirguet, quien orquesta con maestría el ritmo hipnotizante y la demencia palpable de la visión del director. A esto hay que añadirle el trabajo de Roberto Espinoza en el diseño sonoro, quien complementa a la perfección la experiencia visual con intensas atmósferas de cacofonía.
A través de la sufrida catarsis de un abogado francés con ilusiones de grandeza y la configuración de un lenguaje cinematográfico vanguardista, Niles Atallah ha creado una meditación metanarrativa sobre la memoria histórica que es tan abrumadora como imaginativa. Rey es por una parte cine experimental en su faceta más subversiva y visceral, pero en esencia es una muestra del medio como herramienta para expresiones inolvidables.

Escrito por Alonso Aguilar
[Fuente: www.mediapart.fr]




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