Escrito por Ricardo Mateos
En 1906 el nuevo y flamante industrial alemán barón Heinrich Thyssen-Bornemisza de Kaszón, recientemente ennoblecido por el emperador Francisco José de Austria tras su matrimonio con la baronesa Margit Bornemisza de Kaszón, última de estirpe, adquirió a los príncipes Batthyány
el castillo de Rechnitz. Un enorme castillo situado a 150 kms de Viena
en la frontera entre Austria y Hungría, alrededor del cual se conformó
una importante colonia judía a lo largo de los siglos. Años después, en
1938 y con la segunda gran guerra europea en puertas, el barón cedió la
propiedad del castillo a su hija Margit, afincándose él en Suiza.
La nueva propietaria, de quien se dice
que tenía un apetito sexual extraordinario, había nacido en el castillo
en 1911 y en 1933 había contraído matrimonio con el conde Iván von Batthyani, descendiente de los antiguos propietarios del lugar. Aquella boda vino a afianzar la escalada social de los burgueses Thyssen, pues el yerno del barón era hijo del príncipe de Batthyány-Strattmann, una familia histórica e influyente del imperio de los Habsburgo,
y aportó conexiones con las más importantes familias nobles del imperio
austro-húngaro (Windisch-Graetz, Trauutmansdorff-Weinsberg, Zichy,
Auersperg, Esterhazy), contribuyendo a afianzar la por entonces muy
tibia nobleza de los Thyssen-Bornemisza.
Desde la Villa Favorita de Lugano, Heinrich Thyssen, padre del conocido Heini, controlaría desde entonces su enorme imperio industrial de minas y fábricas proveyendo al Tercer Reich de carbón, acero y barcos de guerra, y a su amigo Hermann Goering de conexiones bancarias internacionales para la financiación de la contienda, al tiempo que en 1941, ya en plena guerra, el August Thyssen Bank de Berlín contribuía con 400.000 marcos al mantenimiento del castillo de Rechnitz, propiedad de Margit, que había sido requisicionado por las SS nazis. Para entonces el conde Batthyany se había retirado a vivir en otra de las muchas propiedades de su familia, mientras Margit vivía de la generosa pensión que recibía de la compañía familiar Thyssengas y se había convertido en la amante de un empleado de Thyssengas, Joachim Oldenburg, miembro del partido nazi, simultaneando esos amores con Franz Podezin, líder local del partido en Rechnitz y administrador de las cuentas de la Gestapo.
El sádico gusto de la condesa Margit
Hacia 1944, 10.000 judíos y gitanos
húngaros se habían sumado a los 100.000 obreros forzados que desde
Rechnitz construían fortificaciones para evitar el avance del ejército
rojo de Stalin hacia tierras austriacas. 600 judíos
fueron entonces adscritos a los trabajos de fortalecimiento de las
defensas del castillo, siendo muchos de ellos golpeados y ejecutados
aleatoriamente, a pesar de vivir ya en condiciones inhumanas. Acciones
que la condesa Margit contemplaba con sádico gusto,
según testigos oculares, mientras la guerra avanzaba y el ejército
alemán comenzaba a batirse en retirada. Así, en la primavera de 1945 se
hacía evidente que los rusos pronto entrarían en Rechnitz y la condesa
se mostraba dispuesta a presentar batalla. Por ello, el 24 de marzo se
decidió a organizar una fiesta en el castillo, a la que invitó a líderes
del partido, de las SS, de la Gestapo y de las Juventudes Hitlerianas. La fiesta dio comienzo a las 9 de la noche y se alargó hasta la madrugada, en medio de bailes y copas generosas.
Pero el gran regalo para sus invitados
fue que, a medianoche, 200 judíos hambrientos considerados incapaces de
trabajar fueron llevados en camión a un campo a escasa distancia de los
salones del castillo. Y fue entonces cuando, Podezin
animó a su amante la condesa y a 15 de sus invitados a tomar armas y
munición y salir a la caza del judío. Los prisioneros fueron desnudados y
asesinados como animales, y algunos de ellos estrangulados por los
amigos de Margit, que acto seguido continuaron con su
fiesta. Los cuerpos fueron enterrados por 15 afortunados que fueron
salvados de la barbarie para ese propósito, que también fueron
posteriormente ejecutados.
Regreso de exilio muy orgullosa tras la caza de 200 judíos
Poco después el castillo, que fue destruido, caía en manos del ejército rojo mientras Margit
y sus amantes conseguían huir de tan terrible escenario instalándose en
Suiza, desde donde uno de los amigos de la condesa huyó a Sudáfrica y
el otro a Argentina. Margit Thyssen-Bornemisza nunca
sufrió persecución alguna tras el final de la guerra, y concluida la
ocupación soviética de Austria regresó orgullosa a Rechnitz para pasar
temporadas en uno de los pabellones de caza de la familia Batthyány,
al tiempo que pasaba otra parte de su tiempo ocupándose de la granja
Erlenhof, en Bad Homburg, en Alemania, que su padre había adquirido por
un precio irrisorio después de que los nazis se la hubieran expropiado
al industrial judío Moritz James Oppenheimer, que oficialmente acabó suicidándose.
Margit y su esposo Batthyány
vivieron el resto de su vida plácidamente en Suiza, falleciendo él en
Lugano en 1985 y ella en 1989 en Castagnola, cerca de la emblemática Villa Favorita de su hermano Heini. Los Thyssen siempre se han esforzado en negar o minimizar su implicación con el Tercer Reich,
relegando al olvido episodios tan vergonzantes como este en un mundo
donde el antisemitismo era un sentir muy extendido entre la nobleza
centroeuropea del momento.
[Fuente: www.extraconfidencial.com]
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