Escrito por Juan Carlos Chirinos
La heterodoxia es algo más que un arte; es una vocación. Una vocación que se cultiva. No basta la simple rebeldía ante las normas y los consejos y los reyes, monarcas y estrategos; no basta la actitud desafiante ante la reacción pacata y el escándalo fácil de lo pequeñoburgués. Lo más difícil de la heterodoxia es que hay que estar dispuesto a pasar la vida escudriñando por entre estanterías, libros y pensamientos. El verdadero heterodoxo aspira a la sabiduría, porque ninguna explicación es definitiva para él. Y en esa búsqueda de la multiplicidad de las explicaciones, habrá de detenerse en aquellos aspectos soslayados por los biempensantes y seguros de sí mismos. Esto es lo que le ocurre en casi todos sus libros (y son varias decenas, quizá un centenar) a José Esteban, Pepe, como lo conocemos sus amigos. “Moderno Don Quijote literario”, como él mismo se proclama, yo no encuentro mejor adjetivo para describir su labor, sino el mismo que en se usa para describir a Rousseau: polímata, esto es, alguien a quien todo saber estimula y despierta su curiosidad. Alguien a quien nada le es ajeno y que sabe muchas cosas. Un polímata de nuestro tiempo quizá se parezca a ese uomo totale, hombre total del Renacimiento. Y en su búsqueda, el heterodoxo Esteban, el polímata Pepe, esta vez ha puesto su atención en “carajo”, una palabra que todos conocemos y usamos y que, por sorprendente que parezca, no tuvo carta de ciudadanía en la Real Academia Española sino hasta 1976. Es espléndido, y reconfortante, comprobar cómo ha cambiado la actitud de las academias con respecto al español en estos últimos cuarenta años. Por suerte, ya no se empeña en limpiar, fijar y dar esplendor, sino en sugerir y orientar desde el respeto a la diversidad, aunque aún falte mucho camino por recorrer.
Viva el carajo |
En este delicioso librito de Pepe, Viva el carajo, que en realidad es una carta dirigida con afecto a ese sabio del siglo xix que fue Thebussem, don Mariano Pardo de Figueroa, él dialoga con él —y con nosotros los lectores— sobre la fortuna que en la literatura ha tenido el carajo, y sus variantes y sus disfraces. Pues el carajo, nombre popular del pene, aunque expulsado durante siglos de las academias, ha vivido una robusta —erecta, más bien— vida fuera de los diccionarios y de las bocas de la “gente de bien”, lo cual no es, desde luego, cierto, pues si no tenían sino la interjección en la boca, seguro que el sustantivo no lo apartaban de sus manos. No le faltaba razón a Rubén Darío cuando le pidió a Don Quijote que lo librara de las Academias...
El objetivo de Pepe Esteban en este libro va más allá, sin embargo: “defendiendo al españolísimo carajo, queremos defender a otras muchas palabras condenadas y que en buena teoría del lenguaje deberían haber sido acreedoras a más risueña suerte de la que corrieron”. En este punto no puedo dejar de quebrar una lanza a favor de un verbo que tanto se usa en los andes venezolanos y al que todavía no dejan entrar en el dichoso diccionario de todos: fuñir. No fuña: ¿cuántas más habrá en esa misma circunstancia?
Y aunque los más pazguatos dieran por obscena la tarea de defender al sustantivo carajo, y a su sabrosa interjección, ¡carajo!, es mi deber señalarles que, muy al contrario, Pepe Esteban no ha hecho cosa menos obscena en este libro, como no sean los pensamientos puros de una novicia ingenua, pues si obsceno es lo indecente, y lo decente es lo honesto; y lo honesto aquello que tiene honor, que no es otra cosa sino cumplir con el deber con gloria y agasajo; ¿qué otra cosa más honorable hay en el mundo de las letras que defender con bizarra gallardía la honra de una inocente, pura, palabra? Que se diga carajo, y pija y polla y huevo y las tantas otras maneras del nombre de esa rosa (o capullo) que desde nuestro padre Adán ha generado tantos apuros y dado tantas alegrías; que se diga, sí, con enjundia, y que por ello no se caiga en la dolosa idea de que se mancilla la lengua justo cuando se usa en el grado sumo de su expresividad. Pues carajo es palabra multiusos, como queda aquí demostrado: Un carajo que le caiga a carajazos a los carajitos, no merece que las carajitas lo miren con afecto ni un carajo, y es mejor que se vaya bien lejos p’al carajo donde otro carajo lo encienda a carajazos bien dados, ¡carajo!
Que viva siempre el carajo y que viva Pepe, el polímata heterodoxo. Porque en el carajo todo siempre es una fiesta.
[Fuente: colofonrevistaliteraria.blogspot.com]
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