He descubierto a Jorge Ferrer-Vidal, un escritor que concibe la literatura como un testimonio profundo, como
una salvación, presenta un credo apasionado como el de Dostoyevski, o un
cristianismo visionario como el de Dylan Thomas, o una melancolía
entusiasta como Leonard Cohen, los ha traducido, lo retrata tanto lo
que traduce como lo que escribe, en los años sesenta y ochenta era muy
conocido y prestigioso, lo publicaban Espasa Calpe, Plaza y Janés,
ahora no quieren reeditarlo, lo consideran inactual, las editoriales son
la leche, pensadas para el negocio, también habría que ser intrépido
en ese campo pero eso no existe esa intrepidez.
En Los papeles de Ludwig Jager
hay una sociedad futura donde todo está vigilado y controlado por un
gran ordenador que da instrucciones para todo, solo queda un grupo de
originales descontrolados en la periferia dejados a su aire, un cura que
se ofrece a Dios desnudo con los brazos en cruz en el frío por las
noches, un ingeniero que prueba embalses en su piso y provoca
inundaciones, un grupo de putas inocentes, la viuda elegante de un
disidente, el propio Ludwig que colecciona ratas y las estudia, dice que
el ser humano se parece mucho a la rata, es capaz de contradicción y de
vergüenza por lo que hace, es un bicho incontrolado y difícil de
atrapar, agresivo pero capaz de actuaciones asombrosas, así es el
hombre, dice, en esto Ferrer se parece a Dostoyevski cuando habla del
hombre del subsuelo, ese hombre que no quiere ser feliz a la fuerza
según el progreso y la técnica, quiere ser libre y angustiado,
descontrolado y él mismo, igual que los personajes todos de Dostoyevski
están todos fuera de control, y cuando más quieren entender menos
entienden, y es el idiota príncipe Mischkin el que comprende a todos con
su amor idiota, con su pasión visionaria, Dostoyevski busca una
santidad imposible y ve a criminales atormentados, y la literatura es
para él una forma de salvación, de rescatar esa entraña irreductible de
angustia y plenitud, solo la vida puede comprender la vida.
El libro de Ferrer se emparenta
también con las utopías de Huxley o de Bradbury, pero va más allá en el
sentido trágico y alucinado, en el deseo candente de mostrar lo que
quieren quitarnos, al final los hombres tendremos que ser algo escondido
y subterráneo, un residuo de otra época, y los personajes cometen la
osadía de escribir poemas, de ser inexactos, de hablar de alma y de
libertad y de sueños, palabras extrañas, el lenguaje también se
limpia, y luego viene otro mundo todavía más aséptico y funcional y
univoco que el existente y lo arrasa todo, y entonces todos son
miserablemente felices y ya no hay ratas y no hay nada imprevisible, la
felicidad engorda tanto decían en la película Sexo, mentiras y cintas de video,
todas las utopías y las ideologías totalitarias que nos quieren hacer
felices a la fuerza pasan completamente de nosotros, igual que los
padres que quieren hacer felices a sus hijos a cualquier precio.
Ferrer siempre habla con fuerza y
con pasión de la soledad y la muerte, del amor miserable y los deseos de
comunicación, del miedo y la maravilla de la vida, como en ese cuento El hombre de los pájaros, en que un hombre se dedica a coleccionar pájaros y cuando los suelta no se van de su cuarto hasta que él muere, o ese otro, El contraluz, en que un hombre desesperadamente regenera el cliché de la foto que se
está deteriorando, en que captó a su amada en un momento de luz
irrepetible y milagroso, pero el cliché también se deteriora y todo se
va, el tiempo amenaza continuamente, o en “El tapabocas”, la mujer que
teje un tapabocas para el invierno de su marido que está desesperado
porque ella va a morir y ella tiene que consolarlo, o en El muro,
ese hombre que está desesperadamente enamorado de su mujer a través del
tiempo y de la monotonía y no sabe cómo recuperar aquellos momentos de
ilusión, se trata de recuperar lo mágico y el milagro y lo espiritual a
través de la miseria y la ruina y el tiempo y la vida cotidiana, hay
una especie de realismo transfigurado, de expresionismo rabioso, cuando
el escritor quiere arañar lo que haya de espiritual en el mundo sin
gracia.
En esa novela titulada Floresta, dos supervivientes de todos los dramatismos de la guerra de España,
una chica que se casa con el que consigue llevar a su padre al
cementerio civil de Madrid y ponerle unas flores en las manos cuando ya
está medio podrido (Ferrer no usa paños calientes, no renuncia a los
toques más chillones, a las pinturas más terribles) y el hombre cuyo
padre enterrador echaba tierra a los fusilados en Valladolid por puro
humanismo y acaba muerto en el frente nacionalista en el que no cree, él
tiene ahora un quiosco en el que sobrevive y ella trabaja en un bar, y
los dos tienen una amistad apasionada y para curar sus dos soledades intentan vivir juntos sin sexo y luego en una fiesta humilde con champán
en su habitación quieren pasar al amor y todo sale mal y tienen que
volver a la situación precaria de seres solitarios y ridículos que se
hablan en el bar, Ferrer expresa eso con distintas voces y distintos
tiempos que le dan una vida punzante a la narración.
Ferrer escribió libros de viajes
alucinantes por la geografía española, libros sencillos y llenos de
gracia donde recorre a pie sin prisa geografías humildes de España,
las orillas del Duero, los pueblos de Extremadura, las comarcas de
Cantabria, donde le saca jugo a cada instante, ve lo que el supuesto
progreso está eliminando de humanidad y de sabor, recoge alientos y
olores, descubre ruinas abandonadas, son viajes apasionados como los de
Unamuno, con un punto de trágico, donde todo lo que es el ser humano
late y se retuerce. Y como Unamuno, o los escritores del 98 en
general, utiliza un léxico abundantísimo y sorprendente, que por un
lado es cálido y tradicional y lleno de evocaciones de sierras y
poblados, y por otro lado es de una versatilidad y una riqueza
apabullantes, parece que también en eso fuera prodigioso e inagotable,
que hubiera infinitas maneras de pulsar los latidos del hombre.
Así este escritor es otro de los que el
sistema arrincona, de los que las políticas editoriales basadas en el
negocio dan de lado, o la literatura como rentabilidad desecha, porque
su literatura no busca el entretenimiento ni el consumo rápido ni el
fuego de artificio, es una literatura trágica en el sentido que le daría
Jaspers, una literatura que rechina y da testimonio del hombre y corta
como un cuchillo, corta como para mostrar lo que duele, que aparte de
piel tenemos sangre y huesos, cada palabra de este escritor parece
querer rescatar a ese ser humano alucinado y perdido al que abruman con
tecnologías, al que controlan de mil maneras, al que quieren venderle de
todo y darle fórmulas para todo y pastillas para todo, él como otros
escritores está en el subsuelo del sistema y de la Historia, y algún
día algún apasionado de la literatura de verdad lo recuperará, de la
literatura que tiembla con el hombre y da cuenta de lo único que no dan
cuenta ni las ideologías ni los estudios científicos ni las
estadísticas.
Porque en gran medida estamos en ese mundo que él describe en Ludwig Jager,
como todos los grandes escritores es un visionario, nosotros somos
ratas absurdas a las que nadie quiere observar de verdad, a las que
nadie quiere tocar con las manos para desgarrarse en lugar de analizar
desde lejos con aparatos y ordenadores, los libros de Ferrer tocan al
hombre con las manos, lo palpan, sienten su pulso, Ferrer muestra que
estamos perdidos y necesitamos una gracia que nos preserve, alguien
hondo que nos conozca genuinamente, alguien que sea un ser humano de
verdad y no un productor o un consumidor, quiere que seamos como esos
seres atípicos e incorregibles que sobreviven en los suburbios de la
sociedad de su libro, y que esperan la destrucción intentando escapar,
pero mueren con dignidad, no hay nada mas ridículo que ese cura que se
desnuda por las noches en el techo de su iglesia bajo la nieve y se
ofrece a un Dios que casi nadie sabe quien es, pero no hay nada tampoco
más asombroso y heroico, si no es convincente a nivel religioso lo es a
nivel literario, solo la literatura puede mostrar esos gentes inútiles y
fulgurantes, también sus libros tienen eso en general, son inútiles y
fulgurantes, y ridículos en un mundo donde todo se consume, y
maravillosos y llenos de una gracia escondida y subterránea, igual que
la tenían los libros de Dostoyevski cuando soltaba con fiebre todas las
convulsiones de sus criminales y sus santos y sabía que sus libros de
algún modo pueden dar esperanza y vitalidad a millones de personas que
no quieren ser simplemente felices sino completas y absurdas, Ferrer
continua ese existencialismo angustiado y palpitante, ese humanismo
rebelde de Camus, ese toque de angustia en el cual somos nosotros y
podemos recibir lo extraordinario.
[Fuente: www.entretantomagazine.com]
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