Franz Kafka, un escritor que ha sabido
fusionar las angustias y las esperanzas de nuestra efímera condición
humana. Ya en otro artículo he hablado acerca de algunas de sus obras
más célebres y la repercusión de estas en nuestra sociedad actual y
circundante. Ya en otro momento he comentado también los deseos de Kafka
de ver arder sus obras en el fuego hasta convertirse en cenizas
ilegibles e inalcanzables. Nos preguntamos si Kafka en algún momento
pudo prever que sus obras serían material de infinitos estudios e
interpretaciones. Como sostiene Maurice Blanchot, "creación intemporal
transformada en un comentario de la historia". Nos preguntamos si Kafka,
acaso, pudo prever "un desastre semejante en semejante triunfo".
Antes del que escribió, está el que vivió. El texto que hoy nos compete es Carta al padre. ¿Qué verdades extraliterarias nos dice, entonces, Franz Kafka, en este escrito conmovedor como doloroso?
Hacía años que quería leer este extracto de su vida. Por esas vueltas
de la existencia, el libro llegó a mis manos en la pasada Navidad. Fue
un obsequio de alguien especial, y especial es por tanto su lectura. Hay
momentos que son únicos y se hacen esperar. Quizás esta lectura llegó
en el oportuno día. No siempre estamos preparados para ciertas
experiencias. Algunas aguardan su tiempo y lugar. Creo que la lectura
obedece a estas leyes sublimes del tiempo y las vivencias. Tal vez este
es el momento idóneo para leer Carta al padre y ver qué tiene Kafka para decirnos aquí; qué tienen las palabras para contarnos a través de él.
Kafka escribió Carta al padre en 1919. "Querido padre: me preguntaste
una vez por qué afirmaba yo que te tengo miedo". Con estas palabras
comienza este relato íntimo y sentido dirigido a Hermann Kafka, un
empresario y negociante próspero, de carácter inflexible y distante.
Desde el comienzo, se pone de manifiesto el vínculo conflictivo y
complejo que había entre Franz y su padre. Severidad y exigencia son dos
pilares clave para comprender esta lectura, dos columnas de hierro que
se conjugan en la incapacidad que Kafka sintió a lo largo de toda su
vida a la hora de buscar complacer los mandatos paternos.
En este sentido, hay una cita que me parece sumamente significativa y
que me gustaría compartirles. Este fragmento corresponde a un recuerdo
de Franz cuando asistió junto a su padre a la piscina:
Recuerdo, por ejemplo, cuando nos desvestíamos juntos en una casilla.
Yo flaco, débil, enjuto; tú, fuerte, grande, ancho. Ya en la casilla me
sentía miserable, y no solo frente a ti, sino ante el mundo entero,
porque tú eras para mí la medida de todas las cosas.
(Franz Kafka, Carta al padre, 1954, p. 30)
La figura paterna siempre deja, en mayor o menor medida, una huella
en nosotros. A veces es una figura sumamente presente; otras, apenas una
sombra pasajera que se diluye en el tiempo. Sin embargo, tanto en las
ausencias como en las presencias permanecen ciertos recuerdos
inolvidables. Leer la frase “Tú eras la medida de todas las cosas” me
teletransportó automáticamente a aquel escenario. Como si yo fuese una
extraña visitante en el recuerdo de aquel niño cohibido, pude apreciar
la escena en mi mente de una manera muy vívida. Kafka a veces (o casi
siempre) logra eso a través de sus palabras: nos sitúa de una manera tan
humana y cercana frente a aquellas emociones que resulta imposible no
vivirlo en carne propia, no conmoverse o no ponerse en su lugar.
En páginas siguientes el autor comenta que su padre siempre le
llevaba la contraria. Si nos ponemos en los zapatos de un niño,
compararse constantemente con su padre es medirse en parámetros adultos
que, sin dudas, lo llevarán a la frustración y la desilusión. Kafka
menciona que las decepciones que vivía en ese entonces no eran
decepciones comunes, sino que lo herían en lo más profundo porque era su
padre quien estaba en la inserción de todas las cosas. La herida del
niño interior fue alimentada por las críticas, las exigencias, las
desilusiones… Y esa herida es la que da forma a adultos inseguros, con
falta de confianza en sí mismos y dificultades para expresar opiniones y
emociones. Kafka en varios pasajes insiste con que él siempre habitaba en su interior, pues siempre se vio obligado a vivir “dentro de ese círculo severísimo, oprimente” (p. 58) de la influencia de su padre.
A veces no pensamos en el poder que tenemos sobre algunas personas.
Tampoco pensamos, por supuesto, en el poder de las palabras. Una palabra
puede ser una caricia, un bálsamo… O puede ser un puñal, una aguja fina
que lentamente va horadando nuestra mente y corazón. Kafka menciona en
la carta que parecía que el padre no era consciente de su poder.
Menciona que sus palabras las descargaba como golpes, a diestra y
siniestra: "No te compadecías de nadie, ni en ese momento ni después;
ante ti, uno se hallaba totalmente indefenso” (p. 34). No compadecerse
de nadie incluía, por supuesto, a su hijo, un niño, con toda la
inocencia y permeabilidad que posee el alma infantil. Ninguna palabra
podría ser tomada a la ligera: “Para mí, un niño, toda palabra que me
dirigías era como un precepto divino, nunca lo olvidaba, lo asimilaba
como el medio más eficaz para juzgar el mundo” (p. 34).
Estos pasajes resultan interesantes porque a través de ellos podemos
constatar que Franz Kafka nunca escribió una trivialidad. De hecho, los
tópicos que se van presentando en este relato son los que el escritor
revela en muchas de sus obras: culpa e inseguridad, comunicación
fallida, alienación y desarraigo, la autoridad y la ley y, por supuesto,
el conflicto padre-hijo. Los personajes de Kafka suelen sentirse ajenos
a su familia o entorno más cercano, silenciados y/o humillados,
olvidados y/o rechazados, incapaces de sortear las adversidades o de
encontrar soluciones ante situaciones absurdas que los someten.
En Carta al padre, la imposibilidad de una vida apacible
entre Hermann y Franz tuvo como consecuencia la pérdida de la voz:
“perdí la costumbre de hablar” (p. 37). Entre ellos mediaba la
prohibición de expresar lo que Franz sentía, ni siquiera una palabra de
protesta, pues la mano amenazante, levantada, de su padre estaba por
encima de cualquier intento de habla. Franz menciona, de hecho, que
perdió la confianza en sus actos, ya que “era inconstante, indeciso” (p.
39). Enmudecer y perder; perder una batalla que Hermann Kafka ya le
había ganado hacía tiempo: “Entre nosotros, no hubo prácticamente lucha;
yo bien pronto quedé derrotado; solo subsistió después evasión,
amargura, tristeza, conflicto interior” (p. 55). Este sentimiento de
culpa que se ve reflejado en sus otras obras concluye por encontrar en
estos fragmentos su origen y sentido: “Yo había perdido frente a ti la
confianza en mí mismo, y adquirido en cambio un ilimitado sentimiento de
culpa” (p. 59).
De estos conflictos, de esta soledad, de esta insoslayable culpa que
mencionamos, ni siquiera la religión pudo salvarlo. Hay pasajes en los
cuales Kafka discurre acerca del judaísmo hasta el punto de rechazarlo.
No era un consuelo para él ni un refugio. Por el contrario, sentía
ridículas algunas prácticas y más aún al ver a su padre, orgulloso y
airoso, presentarse ante la Torá. En palabras de Kafka, “tal era, por lo
tanto, el material de fe que me había sido legado; [...] Qué otra cosa
podía hacerse con semejante material, sino desasirse de él cuanto antes”
(p. 62). Incluso, en páginas posteriores, Franz escribe que por
intermedio de él, el judaísmo terminó por ser repelente para su padre,
quien consideraba que los escritos judíos “eran indignos de leerse” y
“asqueaban” (p. 65).
Por momentos pareciera como si Franz se avergonzara de su padre,
seguramente a raíz de la hipocresía de sus actos. Mucho de lo que
Hermann criticaba y rechazaba en sus hijos, él mismo lo ponía en
práctica a menudo, como comer mordiendo los huesos o arrojar migajas al
suelo. Ni hablar del detalle de cortarse las uñas en la mesa, por
ejemplo. Había inconsistencia por parte de Hermann en este punto.
Existían prohibiciones inútiles y también reglas demasiado estrictas y
absurdas con las que él no brindaba un modelo a seguir… ¿Pero cómo
enfrentarlo? ¿Cómo oponerse, Franz niño, Franz adulto, a la autoridad
irreprochable?
Por eso, quizás, es que nos legó esta carta, aun sin quererlo.
Estamos ante un escrito que recorre temas universales como la culpa, el
autoritarismo y la humillación; también estamos ante un relato repleto
de emociones y sentimientos que seguramente más de una vez hemos
expresado o querido expresar. También la necesidad de expresarse es
universal, después de todo. Las palabras encierran en su poder la
catarsis inminente.
Por último, y a raíz de esta mención sobre la palabra y su poder,
Kafka había conseguido a través de sus escritos alejarse de la sombra de
su padre: “Me sentía en cierto modo a salvo, podía respirar” (p. 66).
No obstante, el desinterés que Hermann mostraba ante sus producciones
(aunque por momentos a Franz le resultaba grato, como una especie de
revancha), le recordaba que no era libre en lo absoluto, porque “mis
escritos se trataban de ti: en ellos quedaban consignadas las quejas que
yo no podía presentarte a ti, en persona. Era una despedida de ti, que
yo dilataba intencionalmente, y a la cual tú me forzabas” (p. 66).
En esta instancia, es importante hacer mención a un hecho
definitivamente no menor: esta carta jamás llegó a su destinatario. El
rechazo que Kafka recibió de parte de su padre desde que comenzó a
escribir pareciese obtener algún tipo de consecuencia y conclusión en
este hecho relevante. Todo lo que Franz quiso decirle a su padre está en
Carta al padre y nada de eso fue leído por Hermann. Suena hasta
paradójico e incongruente. Tanto sufrimiento, tanto aislamiento y dolor
en una vida solitaria llena de desaciertos e inseguridades, no pudo
hallar este consuelo. Franz le había dado la carta a su madre para que
ella se la diese a Hermann. Sin embargo, esto no ocurrió. Quizás, quién
sabe, si para preservar a su marido de otra furia u otro dolor, optó por
devolvérsela a Franz.
Franz Kafka murió de tuberculosis en 1924. Hermann Kafka vivió siete
años más que él, hasta 1931. Carta al padre resulta un documento clave
para entender la obra del autor y, desde luego, su personalidad, su
corazón. Es una compleja y extensa confesión (el manuscrito original
tenía 103 páginas) de la cual aquí apenas pudimos analizar unos
fragmentos. No obstante, ojalá esos fragmentos funcionen como
catalizador para que más personas conozcan este valioso documento que,
lamentablemente, no llegó a su destinatario predilecto. Sin embargo,
aquí estamos nosotros, ávidos lectores, meticulosos espías de la vida de
uno de los autores más importantes e influyentes de la literatura
universal.
Carta al padre fue un intento de subsanar en el plano literario los
tormentos y dolores del plano terrenal. En palabras de Kafka, “claro
está que las cosas no pueden ajustarse en la realidad tan bien la una
con la otra como los argumentos en mi carta, porque la vida es algo más
que un rompecabezas” (p. 88). La vida nos exige mucho más; la vida le
exige a la literatura mucho más. “Es la esperanza el signo de nuestra
angustia”, sostiene Blanchot, porque esa angustia es la que nos induce a
esperar, la que nos lleva a creer que en esa espera hay un valor de
liberación. Y quizás esto es lo que Franz Kafka sintió al escribir esta
carta. Como una suerte de enmienda, quiso plasmar en escritas palabras
lo que su boca callaba, de modo que esta confesión pueda
“tranquilizarnos un poco a los dos y hacernos más fáciles la vida y la
muerte” (p. 88).
Edición utilizada : Kafka, Franz. (1954). Carta al padre. Buenos Aires: Talleres Gráficos Cadel S.R.L.