segunda-feira, 22 de dezembro de 2025

Enrique Vila-Matas: «En la escritura literaria, aunque tengas que arrastrar las consecuencias, se puede llevar la contraria a todo»

 


Entrevistado por 

Un sentido festivo tienen los exploradores vilamatianos, un sentido festivo que también tiene su autor cuando nos abre las puertas de su casa. En unos días viajará a Madrid para recibir el premio Zenda de Honor por toda su trayectoria literaria. Su memoria privilegiada le permite recordar las alineaciones de los equipos de fútbol de su infancia, así como los primeros textos que escribió cuando estudiaba en los Maristas de Barcelona. Comenzó pronto a escribir; el interés por la escritura le llegó casi tan precozmente como su cinefilia, porque, a pesar del título de uno de sus primeros libros, Enrique Vila-Matas siempre fue al cine. Su trayectoria literaria se define por la coherencia y la indagación constante, por esa voluntad de asomarse siempre al abismo para explorar todas las posibilidades de la escritura. La reciente reedición de Exploradores del abismo, pocos meses después de la publicación de su última novela, Canon de cámara oscura, es la perfecta constatación de su concepción de la escritura como exploración constante, como apertura a nuevos espacios —“escritura expandida”, en sus propias palabras—, moviéndose en los márgenes, en esos umbrales en los que también se movían sus autores de cabecera.

—Un nuevo premio que se suma a muchos otros.

—Bueno, cada premio es un mundo. El Zenda tiene todas mis simpatías porque lo da una revista digital que, desde su creación, visito con frecuencia, cuenta con muy buenos colaboradores. El Zenda de Honor, por cierto —lo comprobé ayer—, es mi premio número 27 si excluyo al primero que gané, a la tierna edad de diez años, el “premio a la mejor redacción” del colegio de los Maristas de Barcelona. Me lo entregó en mano —una placa que conservo— el entonces famoso obispo Modrego un 22 de diciembre, en el Palau de la Música, donde cada año se entregaban los galardones del colegio. Sospecho que fue el escenario wagneriano del Palau el que contribuyó a que me sintiera tan orgulloso al ir a recoger el trofeo. Claro que, meses después, supe que a mi premio a la mejor redacción no se había presentado nadie más…

—¿Uno se acostumbra a los premios?

—Voy con ojo, porque acostumbrarse es otra forma de morir, así que procuro no habituarme a nada.

—El Zenda de Honor es a toda una carrera. Es decir, un reconocimiento total.

—Y por eso creo que dar las gracias al jurado es lo mínimo que uno puede hacer cuando ve que unas personas con probado criterio se han molestado en pensar en ti para distinguirte con un reconocimiento.

—El reconocimiento le llegó antes fuera, en países como Francia, México, Italia, Estados Unidos, Argentina. ¿Siente que, ahora sí, ya reconocen aquí su trayectoria?

—Sería lo más lógico que así fuera. Y más después de haberme visto este octubre tan cerca del premio Nobel. Y lo digo así tan tranquilo. Pero es que, un día antes de que Estocolmo anunciara el premio, me llamó la principal agencia sueca de noticias, junto a la Associated Press, y otras. Llamaron para que confirmara que aquel era mi móvil y que podrían hablar conmigo en caso de que tuvieran que entrevistarme por haber sido premiado.

—¿Cómo fue la espera de esas llamadas del día siguiente?

—Divertida al máximo. Y es que haber sido nominado al Nobel y estar entre los cinco favoritos tiene su parte buena, porque las apuestas británicas logran que la gente lea a alguien que de otra manera no leería. Impresiona ver que es como si de pronto un buen número de personas estuvieran diciéndote que podrías ganar el premio Nobel, y así ya no necesitas ganarlo.


—El premio Zenda le llega ahora, cuando acaba de reeditar Exploradores del abismo. ¿Por qué esta reedición?

—Entiendo que con ella Seix Barral ha querido reforzar la aparición este abril de Canon de cámara oscura, un canon de la heterodoxia, cargado de dinamita contra lo convencional. Claro que Exploradores del abismo, el libro de cuentos de 2007, no le iba a la zaga; una particularidad del mismo era que los relatos desembocaban en un ensayo titulado La gloria solitaria: un ensayo que podría también haberse titulado El prestigio propio y que fue aplaudido con entusiasmo por Fleur Jaeggy cuando lo leí en París en un homenaje de la embajada suiza a Robert Walser… El caso es que, con el tiempo, puede leerse Exploradores como el libro que mejor ilustra mi desplazamiento del mundo de los relatos al del ensayo o, mejor dicho, al mundo de las mezclas de narraciones con ensayos.

—En Exploradores encontramos “Vida de poeta”, un cuento breve que puede leerse también como breve ensayo. Es una forma híbrida.

—Sí. Y es más, parece relacionado con el hecho de que Exploradores, en su versión de 2025, tenga algo de “cajón de sastre”, donde ya cabe todo, sin problemas. Incluye, en primer lugar, una breve antología, selección mía, de los mejores cuentos y ensayos híbridos de la primera edición. Y donde antes estaba La gloria solitaria ahora hay dos ensayos más, ambos relacionados con el arte contemporáneo. Uno es La Buenaventura, que trata de la “muy narrativa” pintura de Julio Romero de Torres, y es una conferencia que di en el Thyssen de Málaga y que, traducida al inglés y publicada en Nueva York en una colección de minúsculos libros de la Hanuman Editions, fue considerada en 2024 por The Paris Review “uno de los mejores libros del año en EEUU”. Y bueno, el otro ensayo, Una novela oblicua, es la conferencia que di cuando escribí “mi biografía en forma de exposición”, la muestra de seis obras de arte que comisarié en 2019 en la Whitechapel Gallery, de Londres.

—En alguna ocasión le oí decir que Doctor Pasavento (2006) fue la cumbre de sus máximos días de locura y que dio paso a sus primeras conexiones literarias con el mundo del arte contemporáneo.

—Fue Doctor Pasavento un libro en el que, como se dijo, me atreví a todo. Fue un momento de gracia. Pero también de vida desquiciada: en un solo día en Madrid, acompañado de una maleta y de la estatuilla del premio Lara obtenido por Doctor Pasavento, cambié tres veces de hotel, como si fuera el propio Pasavento en su huida hacia la incertidumbre. Estaba a dos pasos ya del colapso. Lo que tras el colapso escribí y publiqué fue Exploradores del abismo (2007), una exploración en toda regla de alguien que, perdido, buscaba para él y para su escritura su lugar en el universo y se preguntaba por dónde tenía que ir, qué desvío en el camino tenía que elegir,

—¿Se atreve a poner etiquetas a las distintas etapas de su trayectoria?

—El primer periodo sería el compuesto por un solo libro, La asesina ilustrada (Tusquets, 1977), o el deseo de matar al lector. La segunda etapa la dominan los libros de cuentos con un tema unitario: Suicidios ejemplaresHijos sin hijos, dos libros todavía hoy muy leídos. La tercera etapa sería la bautizada por Jorge Herralde como Catedral metaliteraria, que va de Bartleby y compañía (2000) a Doctor Pasavento, pasando por El mal de Montano (2004). La cuarta etapa la integran novelas que indefectiblemente se van deslizando, en todos los casos, hacia el ensayo. Y con el “toque ensayístico” de estas llega también la “literatura expandida”. Seguramente, la llamada telefónica de Sophie Calle, meses antes de mi colapso, no solo dio pie al relato “Porque ella no lo pidió”, que se encuentra en Exploradores del abismo, sino también a un punto de inflexión en todos los sentidos.


—¿Fue a partir de ahí cuando usted se acercó al mundo del arte?

—Sí. Conocía y admiraba la obra de Sophie Calle y el hecho de que me llamara a casa —que me dirigiera la palabra, vamos— me impresionó. Me citó en un café de París porque, según dijo, lo que deseaba plantearme no podía decírmelo por teléfono. La idea que, pocos días después, me propuso en el Café de Flore era tan espectacular y atractiva que de inmediato la pasé a limpio en la novela que de inmediato, en cuanto llegué a Barcelona, empecé a escribir. ¿Qué me propuso? Que fuera escribiéndole lo que tenía que vivir durante medio año, prometiéndome que ella lo llevaría a cabo. “Salvo matar, llevaré a la vida lo que me dictes”, llegó a decirme. Al final se frustró todo. Tenía ella que pasar a llamarse Rita Malú y viajar a una isla de las Azores y llamar a la puerta de una casa junto a un acantilado, una vieja casa que yo conocía, llamar a la puerta y fotografiar al fantasma que habitaba el viejo caserón. Pero pasaron de repente muchas cosas, entre ellas que la madre de Sophie murió, y ocurrió también que, por mi parte, yo tuve de golpe el colapso y, por fuerza mayor, dejé de esperar a que ella viajara a la remota isla… Aquí tengo también que decirle que en la espera de que se decidiera a viajar lo pasé muy mal, porque sin que Sophie se moviera y actuara yo no podía seguir con la novela comenzada que tan abducido me tenía y que me impedía escribir otras historias. En fin, que quedé paralizado, Bartleby perdido. Pocas horas antes de mi colapso —cuya aparición fue bien oportuna— caí en la cuenta, gracias a una amiga, de que la propuesta de Sophie era peligrosa porque se movía estrictamente en el territorio de la vida y no estaba tan relacionada con la escritura como yo creía. Y la prueba de que era peligrosa era que me estaba seriamente inmovilizando. Pocos días después, el colapso completó la temeraria tarea de apartarme de la escritura y, encima, casi de la vida.

—Volviendo al tema del arte y, más en concreto, a la pintura, puesto que en esta nueva edición de Exploradores del abismo hay ese ensayo sobre Julio Romero de Torres, déjeme preguntarle cómo escribir sobre pintura le permite reflexionar a su vez sobre la práctica de la escritura.

—Escribir sobre arte me permite escapar de la obsesión literaria en su versión más fija (como la de mi personaje Montano) y me lleva a expandirme con felicidad por otros territorios. Por esto me gusta el concepto de “literatura expandida”, entendida como desplazamiento de la materia artística y literaria fuera de sus fronteras estéticas. Además, Literatura expandida es el título de un libro de la brasileña Ana Pato en el que se habla del mundo de Dominique Gonzalez-Foerster, amiga y artista francesa con la que he colaborado varias veces y sobre la que escribí en el libro Marienbad eléctrico.

—Afirma en la conferencia final de Exploradores del abismo: “La autenticidad procede de ser fiel a una sola cosa, la ambigüedad de la experiencia”. La ambigüedad es un concepto que ha definido su narrativa.

—Es muy posible. En gran parte de mis respuestas hay una presencia añadida a lo que digo: la sombra de la ambigüedad. Esa sombra me sigue a todas partes. Hace un momento la he sorprendido juzgando de ambigua una declaración de principios de María Negroni que estaba yo leyendo cuando usted llamó al timbre. Es una frase con la que no puedo coincidir más y que creo que me remite a mi Canon de cámara oscura: “Me interesan los libros descentrados que no se parecen a nada, no encajan ni siquiera en el canon de la heterodoxia”.

—La ambigüedad tiene que ver con la dificultad. Usted ha comentado varias veces que lo que más le atrajo del film de Resnais El año pasado en Marienbad es el hecho de no entenderlo del todo.

—Bueno, fue importante para mí ser invitado al “congreso de la ambigüedad” que se celebró en la universidad de Sant Gallen, Suiza, en concreto cerca de Herisau, el pueblo vecino al manicomio en el que Robert Walser se recluyó hasta el final de su vida. Recuerdo que en el congreso, al igual que el gran Sergio Chejfec, di una conferencia sobre la indecisión… ¿Sabe usted que ahora no sé cómo seguir, que es como si hablar de indecisión me hubiera dejado lleno de dudas…? Bueno, ya sé cómo proseguir. Dejando atrás las dudas, los recuerdos de las muchas dudas que me surgieron a lo largo de los libros que he ido haciendo. Y decirme que, sin ninguna duda, las dudas me ayudaron en el largo camino de estos años, me ayudaron incluso a hacerme con una voz segura, una voz propia, quien me lo tenía que decir. Pero hablábamos de El año pasado en Marienbad, ¿no?


—Sí, usted ha dicho que no la entendió del todo.

—La vi más de veinte veces, eso seguro. Iba a la salida del colegio, la daban en el Cine Savoy, en el Paseo de Gracia. Como el acomodador era el amigo de un familiar, me dejaba pasar siempre que aparecía yo por allí dispuesto a saber si era que me faltaba una porción de inteligencia y por eso no entendía la dichosa película. Le había explicado mi problema y el acomodador se mostró dispuesto siempre a ayudarme. Pero entraba yo una y otra vez al Savoy y siempre acababa entendiendo lo mismo: que seguía igual, sin entender nada. Muchos años después, conocí a Alain Robbe-Grillet, que fue el guionista de la película. Durante la comida que compartimos con otros le conté mi problema con El año pasado en Marienbad y me preguntó, con una amplia sonrisa, si finalmente había conseguido entender el film. “No”, le dije, “sigo sin entenderla”. Cerré los ojos y cuando volví a abrirlos me encontré con un Robbe-Grillet radiante, felicísimo de que siguiera yo sin entenderla.

—¿Qué es lo que le fascina de la incomprensión?

—No comprender algo significa que este algo queda abierto y puedes volver sobre aquello una vez tras otra. Es como una puerta que no terminas de cerrar del todo y tú intentas, una vez tras otra, cerrarla, pero sin suerte. En contrapartida, las cosas que comprendo las dejo, ya no vuelvo más a ellas. El otro día viví un drama por culpa de haber entendido demasiado Tristana, el gran film de Luís Buñuel. La había visto hacía más de treinta años y, al volver el otro día a ella, me percaté de cosas que me habían pasado desapercibidas en su momento. Al volverla a ver, me di cuenta de lo poco consciente que había sido yo antaño de lo hábil que era Buñuel a la hora de narrar. Dicho esto, lo que me pasó también es que me di cuenta de que había entendido por completo Tristana, así que era triste, pero ya muy difícilmente, habiéndola comprendido o capturado tanto, volvería a verla.

—Y con sus libros, ¿quiere que sean difíciles de comprender?

—En absoluto. Además, a tenor de las 38 lenguas a las que han sido traducidos mis libros, dudo mucho de que no sea comprendido. Comprendido por unos más que otros, desde luego, pero esa es una moneda corriente para todos los que escriben. Me digo: ¿y si lo que sucede es que mis paisanos refractarios me ven como al licenciado Vidriera? Es decir, alguien que da terribles voces pidiendo y suplicando con palabras y todo tipo de explicaciones que no se le acerquen, porque le quebrarían, pues él no es como los otros, sino totalmente de vidrio de pies a cabeza.

—Pero usted se ha ido construyendo una voz propia, cuando este era un concepto del que de joven se reía.

—Sí, pero que me riera no significa que no buscara una voz propia para mi literatura. En Una casa para siempre (1986) creé un personaje que, al ser un ventrílocuo que solo tenía una sola voz, no podía ejercer su oficio, por estar sin voces para sus demás muñecos. Es un personaje que siempre he tenido presente, que me encanta.

—De hecho, retomó Una casa para siempre para escribir Mac y su contratiempo.

—“Hay algún malentendido, y ese malentendido será nuestra ruina”, dijo Kafka. Y la verdad es que Mac y su contratiempo nació también de un malentendido. Una casa para siempre es de entre mis libros el preferido por Rodrigo Fresán, que un día me sugirió retomar una novela anterior mía y tratar de reescribirla. Y enseguida pensé en Una casa para siempre, cuando Fresán precisamente no pensaba exactamente en ella. El caso es que volví a aquel personaje cuyo drama era tener una voz propia… Por cierto, ahora me acuerdo de que para la novela de 1986 me había propuesto Herralde titularla Vida de ventrílocuo, que habría también sido un título ajustado al drama… Pensando en todo esto, también me acuerdo de algo que fue para mí decisivo en aquellos años: caer de pronto en la cuenta de que la escritura literaria es el único lugar donde todo está permitido.


—¿Se puede decir todo?

—Bueno, no sé si todo, pero en la escritura literaria, aunque tengas que arrastrar las consecuencias, se puede llevar la contraria a todo. Me gustaba Jean-Luc Godard, que tenía la manía de contestar a todo lo que le decían con un “au contraire”. ¿Sabe que en la tertulia que tenía los domingos al mediodía con Juan Marsé, Joan de Sagarra, John William Wilkinson, Valentí Puig, Ignacio Vidal-Folch, Javier Coma y otros, estaba prohibido hablar de Godard porque Marsé no lo soportaba? A mí del Godard tan discutido en sus últimos años me interesaban mucho las entrevistas en las que se mostraba siempre cargado de teorías y de grandes ideas. En aquella tertulia, aunque Godard estuviera prohibido, reinaba el espíritu de Godard cuando alguno de nosotros intervenía para decir: “Al contrario…”. Recuerdo que un día se presentó en la tertulia un pintor catalán que triunfaba en Nueva York y que nos preguntó, nada más llegar, qué pensábamos de la alcaldesa de Barcelona. Mientras yo le daba vueltas a mi respuesta, Marsé se adelantó a todos y contestó: “Mira, aquí estamos en contra de todo”. Y me parece que de esto se trata en literatura, de ir contra todo, y especialmente contra el tópico, para transformarlo, para cambiarlo… Es la única posibilidad de avanzar, si bien pienso que avanzar en literatura es ridículo. Avanzar solo es posible avanzando a modo de simulacro.

—Lo que sí hace usted es escribir a partir del negativo del mundo, es decir, desde aquello que queda oscuro.

—Es posible. Los escritores y artistas que más me interesan son los perdidos en carreteras secundarias, los derrotados, los que están fuera de la luz. Al respecto, un cineasta amigo mío lamentaba la desaparición del negativo del cine porque decía que no es lo mismo lo que ves que lo que se queda atrás, y lo verdaderamente interesante es justo lo que se queda atrás, lo que no es explícito.

—¿Lo que no es literal? ¿Estamos en un momento de excesiva literalidad?

—Ni que lo diga. Falta, en líneas generales, humor.

—¿Usted cree que se entiende su humor?

—Seguro que sí. También mi estilo, a veces irónico. Aunque ya sabemos que hay gente negada para la risa. ¿Quiere usted saber qué sucede cuando la gente no tiene el mismo sentido del humor que uno? Que entramos en el mundo del futuro, donde es posible que no exista una pizca de humor. Decía Wittgenstein que cuando la gente no comparte el mismo humor, es como si entre ciertos individuos existiese la costumbre de que una persona arrojara un balón a otra, y se estableciera que la otra persona tenía que atraparlo y devolverlo, y que algunas, en lugar de devolverlo, se lo metieran en el bolsillo.

(Suena el teléfono. Lo deja sonar, pero entretanto interrumpimos la entrevista)

—A propósito: cuando escribe, ¿le molesta que le interrumpan?

—Depende de quién lo haga. Por ejemplo, Paula me interrumpe fantásticamente bien, porque me pregunta una cosa que me lleva a otro sitio y, por tanto, mejora la idea que tenía. Me molestan las interrupciones cuando son para contagiarme una onda negativa, o para envolverme en ese tipo de discusiones que tanto se daban entre Gombrowicz y su madre. Ella: “Llueve”. El joven Gombrowicz: “No, no llueve”. Y aunque llovía a cántaros, se trataba para Gombrowicz de huir de la típica conversación sobre el tiempo y la lluvia. De la conversación eterna sobre qué hacemos en este mundo, de dónde venimos y adónde vamos, etc.


—Volvamos a Paula. ¿Es su mejor lectora?

—Sí. No he visto a nadie que sepa sintetizar mejor lo que acaba de leer. Ve lo que tú has visto, pero también lo que no has visto y hasta lo que nunca verás. Va al corazón, al centro del discurso. Como escribió el otro día Olga Merino, Paula es una inmensa lectora. Es la que me señala en los textos por acabar aquel error que ya intuí, pero del que no me quería enterar para no tener que repetir el texto.

—Por tanto, usted se da cuenta cuando un texto no funciona.

—Lo percibo, sí. Y puedo decir que, por ejemplo, los artículos que publico en la prensa son aquellos que he podido trabajar durante días. Para mí, lo ideal es poderlos trabajar a fondo, disponer de muchas horas libres esa semana para pensarlos e ir redondeándolos. Cada vez más, me gusta más trabajar los textos y hago más ejercicio de reescritura. Por ejemplo, las treinta páginas iniciales de Canon de cámara oscura fueron escritas una barbaridad de veces. Con esto no quiero decir que borro y vuelvo a empezar, sino que voy trabajando sobre el texto ya escrito, rellenándolo, añadiendo detalles. Y este crece, y cada vez me demoro y amplío más en lo que escribo.

—Para terminar, déjeme volver una vez más a Paula, porque sus lectores más asiduos saben que todas sus novelas están dedicadas a ella, a “Paula de Parma”. ¿De dónde viene este guiño a la ciudad italiana?

—De un pequeño juego de palabras: ella es de Palma y el nombre se parece a Parma. Viene del día de marzo de 1977 en que, muy poco después de conocernos, fuimos a comer a un restaurante de la Boquería. (Desde la butaca en la que está sentado, me señala un marco en el que hay una pequeña hoja con una anotación). Quise impresionarla y mira, le escribí: “A Paula de Parma, la inspiración y el estilo y los idus de marzo en un barrio ineficiente y un corazón latiente”. Un pastiche, montado con expresiones de Juan Benet y de Gil de Biedma y con el nombre de una ciudad italiana, que es lo que ha sobrevivido de aquel texto fundacional del que surgió un nombre que estaría, a partir de entonces, en todas las dedicatorias.


[Fotos: Irene Signorelli - fuente: www.zendalibros.com]

  

Nouvelle vague

Comentário sobre o filme de Richard Linklater, em exibição nos cinemas

Fotograma de Nouvelle vague, filme dirigido por Richard Linklater


Escrito poJOÃO LANARI BO*


1.

Como é possível um filme chamar-se simplesmente Nouvelle vague, nome de um movimento de jovens cineastas no final dos anos de 1950 na França? Pois foi a sacada esperta de Richard Linklater para filmar um making of dramatizado sobre o clássico Acossado, que Jean-Luc Godard rodou em 1960. Nessa era de compartilhamentos fugazes via redes sociais em que vivemos, alguém compartilhar uma devoção por um filme e um cineasta é algo a ser exaltado – mesmo que o próprio homenageado, conhecido pelo seu mau humor, provavelmente repudiaria a ideia.

Foi o que Jean-Luc Godard fez quando se viu na tela em O formidável, de 2017, que relata bastidores do seu A chinesa, de 1967 – uma ideia estúpida, vociferou na ocasião. À revelia do mestre – palavra que seria imediatamente rechaçada por ele – resta aos aficcionados desse modo de filmar inventado pelo franco-suíço, em sintonia com os companheiros de geração, usufruir dos bons momentos exalados pelo ingênuo, porém sincero filme-homenagem de Richard Linklater.

Uma geração e tanto: estima-se que entre 1958 e 1962 algo como 170 cineastas estrearam em longa-metragem na França, segundo lista compilada por ninguém outro que François Truffaut! Um número estonteante, dadas as condições de produção, o cinema era analógico, filmar, revelar, montar, transcrever o som…

E foi em 1958 que o jornalista Pierre Billard pressentiu o fenômeno, o qual batizou de “nouvelle vague”. Como numa narrativa mitológica, Nouvelle vague nos apresenta os personagens de maneira didática, começando por Jean-Luc Godard e seus óculos escuros (Guillaume Marbeck), François Truffaut (Adrien Rouyard), Claude Chabrol (Antoine Besson), Jacques Rivette (Jonas Marmy), Eric Rohmer (Côme Thieulin), além de figuras consolidadas como Jean Cocteau (Jean-Jacques Le Vessier), que profere a célebre sentença: “Arte não é um passatempo, mas um sacerdócio” – contraposta logo em seguida por Jean-Luc Godard, frasista contumaz, com a igualmente célebre: “Para um filme, tudo que você precisa é de uma garota e uma arma”.

É nesse clima que flui a construção do mito, com as decisões abruptas e geniais que levaram à realização de “Acossado”, dos entreveros com o impagável produtor George “Beau Beau” Beauregard (Bruno Dreyfürst), com direito a briga entre os dois com rolamentos no chão do café, aos diálogos com François Truffaut no metrô, fundamentais – foi o amigo que rascunhou o argumento do primeiro longa de Godard, baseado em um true crime de um homem durão que atira em um policial e conquista uma namorada americana.

2.

Como os jovens tinham extensa cultura cinematográfica, absorvida na Cinemateca de Henri Langlois e na convivência com Andre Bazin no Cahiers du cinema, o argumento de François Truffaut – filmado com improvisação diária de cenas e diálogos – tornou-se uma deglutição em alta voltagem, de Roberto Rossellini (Laurent Mothe), que aparece dando uma inspirada e curta palestra no Cahiers, a Samuel Fuller, referência para a sequência final da corrida (des)dramatizada de Jean-Paul Belmondo no final do filme.

Jean-Paul Belmondo (Aubry Dullin) é central em Nouvelle vague, boxeur e brincalhão, assim como Jean Seberg (Zoey Deutch), a star americana que, traumatizada, acabara de atuar em Bom dia, tristeza, de Otto Preminger – e logo pula para o Champs Elysées, em Paris, vendendo New York Herald Tribune. A relação que se instala no trio, Belmondo, Seberg e Godard, é responsável pelos melhores momentos do filme de Richard Linklater.

Em Acossado estava em jogo uma busca desesperada de amor e romance, com a certeza de que os dias de um assassino de policiais estão contados: Jean-Paul Belmondo vivia essa vertigem numa premência de tempo, que destilava um ritmo de montagem inovador, para dizer o mínimo, enquanto Jean Seberg parte da indiferença para a adesão ao que se passava – ou seja, uma mise en scène totalmente fora dos padrões convencionais.

E o árbitro desse pandemônio, Jean-Luc, alternando ausências de insegurança com decupagens fantásticas, mau humor com apelos afetivos, dirigindo a equipe em locações externas e internas, improvisando triciclos para rodar travellings, e proferindo citações literárias e filosóficas nos intervalos. O personagem Godard é quase uma caricatura em Nouvelle vague.

Destaque também para coadjuvantes do mito, com o brilhante Raoul Coutard (Matthieu Penchinat), cameraman com experiência na cobertura de guerras, escolha inspirada para o cinema de guerrilha godardiano. E a Suzanne Schiffman (Jodie Ruth-Forest), fiel colaboradora e presente em inúmeros filmes do grupo. 

Entre tragadas de cigarro, Jean-Luc Godard montou um caos produtivo único na história do cinema – e realizou um filme divisor de águas. 


*João Lanari Bo é professor de cinema da Faculdade de Comunicação da Universidade de Brasília (UnB). Autor, entre outros livros, de Cinema para russos, cinema para soviéticos (Bazar do Tempo) [https://amzn.to/45rHa9F]

Referência


Nouvelle vague
França, Estado Unidos da América, 2025, 105 minutos
Direção: Richard Linklater
Roteiro: Holly Gent, Laetitia Masson, Vincent Palmo Jr.
Elenco: Guillaume Marbeck, Zoey Deutch, Aubry Dullin, Adrien Rouyard, Antoine Besson, Jonas Marmy, Côme Thieulin, Jean-Jacques Le Vessier, Bruno Dreyfürst, Matthieu Penchinat


[Fonte: www.aterraeredonda.com.br]

sábado, 20 de dezembro de 2025

Farine d’insectes : le fiasco industriel à 600 millions d’euros de l’entreprise Ynsect dans la Somme

Ynsect, longtemps présentée comme une start-up emblématique du renouveau industriel français de la French Tech, est devenue en quelques mois l’un des fiascos industriels les plus coûteux de la décennie, avec plus de 600 millions d’euros d’argent public et privé engloutis en moins de quinze ans. 

Un employé tient des vers dans la ferme expérimentale « Ynsect » à Dole, dans l'est de la France, le 8 février 2018.

Écrit par Gaspard Lignard 

La liquidation judiciaire de celle qui devait être le leader mondial de la farine d’insectes, prononcée début décembre par le tribunal de commerce d’Évry, marque la fin d’un projet qui promettait de révolutionner la protéine animale grâce à l’élevage intensif de vers de farine, mais qui n’a jamais réussi à atteindre l’équilibre économique. 

L’échec d’Ynsect cristallise les excès d’un modèle fondé sur des levées de fonds massives, des aides publiques importantes et des promesses industrielles très en avance sur la réalité du marché. 

Entre une usine géante à Poulainville (Somme) dont la montée en puissance a pris des années de retard, des coûts fixes explosifs et un business plan remis en cause par l’abandon de certains débouchés, la start-up n’a pas su transformer l’abondance de capitaux en rentabilité durable. 

Une licorne nourrie aux levées record 

Créée en 2011, Ynsect a très vite séduit investisseurs et pouvoirs publics en promettant des protéines d’insectes pour l’alimentation animale et des engrais issus des déjections de larves. En une décennie, la société lève plus de 300 millions d’euros en capital, auxquels s’ajoutent environ 170 millions d’obligations convertibles, 150 millions de dettes bancaires et une vingtaine de millions de subventions publiques, selon les calculs du site Cafétech, un média indépendant sur l’actualité des nouvelles technologies. 

Une levée record de 315 millions d’euros, annoncée en 2020, devait permettre de financer l’usine picarde présentée comme la plus grande ferme verticale au monde. En avril 2023, Ynsect parvient encore à réunir 160 millions d’euros supplémentaires, confirmant son statut de licorne emblématique de la transition agroalimentaire française, selon Challenges. 

Pour les territoires et les décideurs politiques, le projet était un symbole de réindustrialisation verte, au point d’être cité comme un «exemple» d’activité vertueuse par les élus des Hauts-de-France lors de la montée en puissance du site d’Amiens. 

Une usine géante bâtie sur un modèle fragile 

Au cœur du pari industriel, l’usine de Poulainville devait produire à grande échelle des farines d’insectes destinées à l’aquaculture, avant que la société ne change de stratégie. Avec des coûts de production supérieurs à ceux des farines de poisson, Ynsect renonce progressivement à ce marché, rendant obsolète une partie du plan d’affaires qui justifiait la taille du site. 

Les retards de chantier, aggravés par la crise énergétique et l’augmentation du prix des céréales nécessaires pour nourrir les larves, alourdissent encore la facture. Fin 2023, le groupe affiche un chiffre d’affaires limité – quelques millions d’euros – pour des pertes nettes de l’ordre de 80 millions, selon les éléments rapportés par la presse économique. 

L’équation opérationnelle devient intenable: pour atteindre le point d’équilibre, la production devait représenter 30% de la capacité du site, et 60% pour espérer rentabiliser les investissements, alors que l’usine tournait encore autour de 15% début 2025. 

Une rentabilité introuvable malgré l’argent public 

L’ampleur des financements publics injectés dans Ynsect reste difficile à chiffrer précisément, mais la presse évoque plusieurs dizaines de millions d’euros, entre subventions européennes, aides nationales et soutiens locaux. Cafétech estime qu’environ 200 millions d’euros d’argent public, sous diverses formes, ont participé directement ou indirectement à l’édification de ce «champion» des protéines alternatives. 

Malgré ces soutiens, la société ne parvient pas à dégager des revenus à la hauteur de ses coûts fixes et de son endettement. Entre 2020 et 2023, le chiffre d’affaires cumulé atteint à peine 1,8 million d’euros pour la vente de produits fabriqués sur le site de Dole, un niveau dérisoire au regard des capitaux mobilisés. 

Cette disproportion croissante entre l’argent injecté et l’activité réelle alimente progressivement le scepticisme des investisseurs institutionnels, alors que les conditions de financement se durcissent pour l’ensemble de la tech verte. 

Une fuite des investisseurs et des plans de sauvetage avortés 

Placée en procédure de sauvegarde en septembre 2024, puis en redressement judiciaire début mars 2025, la société obtient, au printemps, une rallonge de 10 millions d’euros auprès d’actionnaires historiques, censée financer quelques mois d’activité et prolonger la période d’observation jusqu’à fin mai. 

Mais ce sursis ne règle rien: une enveloppe d’au moins 32 millions d’euros est jugée nécessaire pour relancer la machine, alors que l’entreprise ne parvient à réunir, au total, qu’une quinzaine de millions. «Tous les investisseurs sérieux sont partis en courant», résume un ancien salarié cité par Cafétech, décrivant une structure devenue trop risquée pour les fonds de capital-développement. 

Faute d’offre de reprise crédible pour l’ensemble du périmètre, plusieurs scénarios de cession partielle sont étudiés, notamment pour le site de Dole, mais aucun montage ne permet de sauver le cœur du projet industriel porté en Picardie. 

Un signal d’alerte pour la French Tech verte 

Le 1ʳ décembre 2025, le tribunal de commerce d’Évry prononce la liquidation judiciaire d’Ynsect, actant la fermeture définitive de la ferme-usine de Poulainville. Près de 200 emplois sont directement menacés, sans compter les effets en chaîne sur les sous-traitants et l’écosystème local construit autour du site, selon L’Action agricole Picardie. 

Pour les élus régionaux et locaux, qui avaient fait d’Ynsect un symbole de reconversion industrielle, la déconvenue est d’autant plus forte qu’ils avaient mis en avant, pendant une décennie, des milliers d’emplois créés ou consolidés dans l’Amiénois. Certains parlent ouvertement d’«échec» pour la stratégie de soutien aux grandes fermes verticales, tout en réaffirmant leur volonté de continuer à attirer des projets industriels innovants sur le territoire. 

Dans les milieux de la tech et de l’investissement, le naufrage d’Ynsect est déjà perçu comme un avertissement pour les start-up industrielles présentant des modèles très capitalistiques. L’affaire rappelle qu’une technologie innovante et des promesses climatiques ne suffisent pas à compenser un modèle d’affaires fragile, surtout lorsque les coûts d’énergie et de matières premières sont volatils.

Pour les pouvoirs publics, l’enjeu sera de tirer les leçons de cet échec sans renoncer à soutenir des projets industriels à fort risque technologique, mais en encadrant davantage l’usage d’argent public et le suivi des engagements pris.

 

[Photo : SEBASTIEN BOZON/AFP via Getty Images - source : www.epochtimes.fr]


Dos filmes de que gosto: «Nuremberga», de James Vanderbilt

 


Escrito por BURRO VELHO

Se eu fosse historiador, ou antropólogo, gostaria de estudar o pós-nazismo no final da Segunda Guerra Mundial, é um tema que sempre me despertou muito interesse, a banalidade do mal, entender como é que se convivia com o horror, se as gentes tinham essa consciência, como é que as gerações mais novas perdoaram as gerações mais velhas que foram coniventes, como se consegue a redenção de um povo, por isso, gosto especialmente de ver filmes sobre esta temática.

Nuremberga, do realizador James Vanderbilt, sobre o julgamento aí realizado das 22 mais altas patentes do regime nazi capturadas vivas, talvez não seja um filme com muito rasgo em termos cinematográficos, é uma espécie de António José Seguro dos filmes, mas se esquecermos o fraquíssimo Rami Malek na personagem do psiquiatra que se torna amigo de Göring, o sucessor de Hitler na hierarquia, temos um bom filme. As cenas do Tribunal Internacional Penal são muito bem conseguidas, com algumas transcrições do que foi verdadeiramente dito em Nuremberga, sustentadas numa interpretação fortíssima de Russel Crowe (sou insuspeito, não sou fã).

Como bónus, ficamos a conhecer um pouco mais de História, e somos recordados de algumas verdades atualmente tão ameaçadas, tolos são aqueles que acreditam que o mal vem sempre de uniforme militar, ou nem todos os alemães comungavam das ideias de Hitler, mas quando acordaram para o tentar conter já era tarde demais.


[Fonte: burrovelho2.blogs.sapo.pt]

Philip Roth et nous

 

Écrit par Olivier Galland  

Le livre que Marc Weitzmann consacre au grand écrivain américain Philip Roth n’est pas une biographie. C’est à la fois l’histoire d’une amitié d’une vingtaine d’années entre les deux hommes et par conséquent l’histoire également de la rencontre entre deux mondes, deux univers culturels et politiques, celui de l’Amérique et celui de l’Europe. C’est aussi une réflexion sur la judéité, puisque les deux hommes sont juifs et réfléchissent tous deux à la place des juifs dans la société moderne et à la question de l’antisémitisme. 

Le livre se présente donc comme un jeu de miroir entre la vie intellectuelle française, essentiellement parisienne, et le bouillonnement culturel américain dont Roth fut un des principaux artisans. Du côté français, Marc Weitzmann fait notamment la chronique des rapports mouvementés qu’il a entretenus avec le magazine Les Inrockuptibles, revue culturelle et politique classée à gauche, jusqu’à sa rupture à l’occasion d’une tribune au Monde où il souligne la parenté qu’il décèle, malgré leur opposition politique, entre Les Inrocks et Michel Houellebecq, révélant « un conformisme et un désarroi commun ». Rapprochement inacceptable pour le directeur du magazine qui le congédie sur le champ.  

Houellebecq justement est une autre figure de la vie culturelle française sur laquelle s’attarde Marc Weitzmann, avec un mélange de fascination et de répulsion. Son antilibéralisme foncier pouvait le rapprocher de la gauche, mais offrir à ses lecteurs « la démission et la médiocrité assumées comme seuls abris souhaitables aux réfugiés de la brutalité capitaliste » n’avait évidemment rien de glorieux et de séduisant.   

Cette figure d’une mentalité française, oscillant entre romantisme et nihilisme et portée par la haine de soi et le désir de destruction, est véritablement, comme l’écrit Weitzmann, « l’anti-Roth », celui qui comme Houellebecq « adoptait le parti de la masse contre l’individu d’exception ».  

Roth, contrairement à Houellebecq, croit à l’intégration, il l’a voulue pour lui-même et la défend pour les juifs américains. Cela lui a valu des déboires et même des accusations d’antisémitisme (!), dont le livre fait l’historique dans des pages tout à fait passionnantes et très actuelles. La polémique s’est développée à l’occasion de la sortie de son livre, Goodbye, Colombus, un recueil de nouvelles publié en 1959 qui passe au scalpel les rapports des juifs à la société américaine et dans lequel il se moque de leur bigoterie, de leur rigidité et de leur esprit de corps. À la suite de cette publication, il est violemment attaqué, notamment par un professeur de science politique de la Yeshiva University, Emanuel Rackman, qui va jusqu’à demander qu’on le « réduise au silence ».   

Voilà les propos de Roth, rapportés par Marc Weitzmann, lors d’un débat organisé par la Yeshiva University en 1962 sur le thème « conflit de loyauté chez les écrivains issus des minorités » et dans lequel il veut s’expliquer au sujet des accusations dont il est l’objet : « Prétendre qu’il y a des sujets sur lesquels il ne fallait pas écrire ni attirer l’attention du public parce qu’ils risqueraient d’être mal compris par des esprits faibles ou mal intentionnés revient à mettre les malveillants et les esprits faibles en position de déterminer ce qu’il est ou non licite d’exprimer. Dans ces conditions on ne combat pas l’antisémitisme, on s’y soumet ; on se soumet à un rétrécissement de la conscience, parce qu’être conscient et parler franc, c’est trop risqué ». Ces quelques phrases closent magistralement le débat sur les dangers qu’il y aurait à explorer des sujets politiquement explosifs, comme ceux sur l’antisémitisme.   

Roth s’élève contre le « narcissisme victimaire » concernant les juifs, à l’occasion de la polémique l’opposant à Emanuel Rackman ; il refuse que les juifs se « cantonnent dans le rôle de victime au sein d’un pays (les Etats-Unis) où rien ne les y oblige. » Il parle à ce sujet de « l’hystérie des assiégés ».   

Aussi bizarre que cela puisse paraître, en lisant ces lignes, on ne peut s’empêcher de faire le parallèle avec les musulmans d’aujourd’hui dans la société française auxquels certains tentent, comme le faisait Emanuel Rackman avec les juifs américains, d’inoculer cette mentalité d’assiégé et cet état d’esprit victimaire. Mais, jusqu’à présent, on n’a pas vu se lever un Roth musulman.   

Le livre de Marc Weitzmann n’est pas un compte rendu bibliographique exhaustif, mais il parle évidemment des ouvrages majeurs de Philip Roth. Parmi ceux-ci il fait une place à La Tache, paru en 2000 aux États-Unis ; un livre prémonitoire dont le héros est un renégat qui a répudié sa propre identité (noire) au profit d’une autre, à l’époque plus avantageuse, l’identité juive, subterfuge autorisé par ses caractéristiques physiques. Mais c’est un renégat qui sera lui-même piégé par la question identitaire et l’émergence du wokisme et de la cancel culture (termes alors absents du débat politique) qui le conduiront au bannissement quand, ironiquement, il sera accusé de racisme à l’encontre de deux étudiants noirs, lui qui a caché ses propres origines. Un très grand livre sur la question de l’identité et de ses pièges.   

Le livre de Marc Weitzmann est aussi l’histoire d’une amitié, et d’une complicité intellectuelle ; une amitié pas facile, car Roth, tel que le décrit Weitzmann, est une personnalité d’une extrême exigence, l’exigence d’une sincérité totale, « l’ami le plus inflammable que j’ai pu avoir » dit-il. Il est évidemment sensible à l’intelligence du romancier, « sophistiquée mais jamais cérébrale, toujours connectée à sa sensibilité, et ponctuée d’hilarités sauvages, d’un sens tragique de l’existence, d’ironie, et aussi pour étonnant que cela puisse paraître, des jeux et des grandes naïvetés de l’enfance ». Les deux amis partagent également, bien sûr, une « judéité ashkénaze », une « judéité historisée, et non plus religieuse ».   

Les amateurs de littérature américaine aimeront ce livre, car il est un plaidoyer pour cette littérature, une littérature qui, comme les romans de Roth (c’est sa part sauvage), « dynamite tout, conventions sociales, lieux communs idéologiques, tout jusqu’au moindre soupçon d’académisme ou de cérébralité », à l’inverse de la littérature française « qui n’aime rien tant que les manifestes, les écoles, les catégories et les groupes ».   

Philip Roth est lié à l’Europe par son origine, l’histoire de sa famille (ses grands-parents sont des immigrés juifs de Galicie dans l’actuelle Ukraine), mais avec les membres de sa génération, cette Amérique attachée à l’Europe, à son histoire, à sa culture est en train de disparaître. Marc Weitzmann en fait le constat amer à la fin de son livre. Roth s’en rend compte lui-même lorsqu’il constate que sa dernière femme, « an American woman » (« et cela voulait dire : individualiste, généreuse, combative, jamais une victime ») est totalement ignorante de l’histoire européenne lorsqu’il la lui raconte depuis 1933, l’année de sa naissance. Elle ignore tout : « son Amérique à elle lui était aussi étrangère que, pour elle, le Manhattan artistique et littéraire qu’il lui faisait découvrir ».   

Marc Weitzmann, La Part sauvage, Grasset, 202


[Source : www.telos-eu.com]