¿Es antisemita la Ley de Concienciación sobre el Antisemitismo?
Peter Beinart
Se está debatiendo actualmente en el Senado de los Estados Unidos la
Ley de Concienciación sobre el Antisemitismo. Ya se ha aprobado en la
Cámara de Representantes. Y ahora está en comisión en el Senado. Si se
aprueba en el comité, pasará al pleno del Senado. Y esto supondría una
especie de instrucción del Congreso al Departamento de Educación para
utilizar esta definición particular cuando se valore el presunto
antisemitismo en los campus universitarios.
Por esta razón, creo
que merece la pena decir algo sobre un elemento concreto de la
definición de antisemitismo de la Alianza Internacional de Memoria del
Holocausto (IHRA), para mostrar lo perversa que me parece y lo extraña
que resulta. Esta definición de antisemitismo deshumaniza a los judíos.
Deshumaniza a los judíos, pues sugiere que es antisemita imaginar que
los judíos puedan actuar como actúan otros seres humanos, ¿no?
Y
así, en particular, uno de los ejemplos de la definición de
antisemitismo de la IHRA es que podría ser un ejemplo de antisemitismo
establecer comparaciones de la política israelí contemporánea con la de
los nazis. Pues bien, evidentemente, hay muchas analogías entre Israel y
los nazis que serán analogías muy, muy estúpidas e incorrectas, y
potencialmente incluso ofensivas, ¿verdad? Benjamin Netanyahu, pese a
todos sus pecados, no es Adolf Hitler. Israel, a despecho de los
horrores que está llevando a cabo en Gaza y Cisjordania, no ha instalado
campos de exterminio en Cisjordania. Así que, evidentemente, esas
analogías serían muy incorrectas, y creo que problemáticas.
Pero
los nazis hicieron muchas, muchas otras cosas además de crear campos de
exterminio, ¿verdad? Los nazis tomaron el poder en 1933. Hubo todo un
sistema de discursos y procesos que los nazis pusieron en marcha
-algunos de los cuales eran coherentes con otros movimientos fascistas-
los cuales erosionaron la democracia liberal, erosionaron en última
instancia el Estado de Derecho y los derechos de diversas personas. Y lo
entendemos implícitamente, cierto, porque los medios de comunicación de
los Estados Unidos están llenos de comparaciones de la administración
Trump con los nazis, ¿verdad? Y la gran mayoría de estas comparaciones
no están sugiriendo que Donald Trump haya establecido campos de
exterminio en los Estados Unidos, pero están buscando este paralelismo
histórico para tratar de entender y analizar los peligros y también las
formulaciones retóricas, la relación entre un movimiento fascista y las
grandes corporaciones, el lenguaje de la deshumanización, muchas,
muchas, muchas cosas, que son algo así como la clase de cosas naturales
que la gente hace cuando se observa un sistema de opresión y eso que
Donald Trump está tratando de crear en los Estados Unidos, y el
autoritarismo, y lo que Israel ha estado haciendo también, ¿cierto?
Recordemos,
solo por decir algo evidente, que Israel es el país que controla a
millones y millones de personas que viven bajo control del Estado
israelí, pero que no pueden convertirse en ciudadanos de ese Estado. Y
ahora está comprometido en Gaza en un ataque militar que ha sido
calificado de genocidio por Human Rights Watch y por gente como Omer
Bartov, ¿no es así?
Entonces, ¿qué significa sugerir que se puede
hablar de Donald Trump y el Partido Republicano refiriéndose al lenguaje
de los nazis o hablar de Marine Le Pen, o hablar de la AFD, o hablar de
Viktor Orban, o Narendra Modi, o Jair Bolsonaro, o muchos, muchos,
muchos tipos de movimientos autoritarios de derecha en todo el mundo?
Pero es antisemita utilizar cualquiera de estas analogías cuando se
trata del Estado de Israel. Lo que eso hace es sugerir -esto es lo que
quiero decir con deshumanización- que, de alguna extraña manera,
si estás en un Estado judío, ya no eres plenamente humano, porque no
puedes disponer de todo el abanico de capacidades humanas, cierto,
algunas de las cuales son muy buenas, y algunas de las cuales son muy
terribles. Y si la gente sugiere que hay algo que haces que pudiera
tener reminiscencias de este horrible régimen nazi, eso es antisemita,
pues es intolerante en contra de los judíos sugerir que los judíos en un
Estado judío podrían estar actuando de una manera que reconocemos
claramente, algo que tienen la capacidad de hacer gente de todo el mundo
y movimientos políticos de todo el mundo.
Creo que ya he
mencionado alguna vez este vídeo realmente extraordinario de una
conversación en la televisión israelí entre Tommy Lapid, padre de Yair
Lapid -el Tommy Lapid era un político israelí, superviviente también del
Holocausto- y uno de mis héroes, Yeshayahu Leibowitz, crítico social
ortodoxo israelí. Tommy Lapid estaba furioso porque Yeshayahu Leibowitz
utilizaba el término “judeo-nazis” para describir ciertas cosas que
estaba viendo que sucedían en el Estado de Israel. Yeshayahu Leibowitz,
por el hecho de utilizar ese término, podría muy bien violar la
definición de antisemitismo de la IHRA, a pesar de ser un eminente
erudito judío y crítico social, ¿verdad que sí?
Pero Tommy Lapid
se enfurecía por esa analogía y le gritaba a Leibowitz. Una y otra vez
le espeta: "¿Los hemos metido en campos de exterminio? ¿Los hemos metido
en campos de exterminio? ¿Los hemos puesto en campos de exterminio?”
Hay una larga pausa. Y entonces le dice Leibowitz al final: 'Esa es tu
profecía'. Esa es tu profecía. Y lo que yo interpreto que Leibowitz está
afirmando no es, por supuesto, que Israel haya metido a los palestinos
en campos de exterminio. No lo hizo entonces. Sigue sin hacerlo, aun a
pesar de lo que está haciendo en Gaza. Lo que quiere decir es que no hay
que excluir la posibilidad de que los judíos puedan ser capaces de
cualquier cosa que sea capaz de hacer cualquier otro ser humano, pues,
al fin y al cabo, los judíos no son más que otro grupo de seres humanos
que no están dotados de ninguna cualidad especial.
Y lo que me
resulta tan inquietante de esta definición francamente insensata de
antisemitismo que ha surgido en los Estados Unidos es que está teniendo
el efecto de sugerir que hoy constituye un acto de intolerancia tratar y
analizar a los judíos como si fueran otros seres humanos. Y eso, de un
modo extraño, supone también una forma de desvalorizar a los judíos. De
un modo también muy extraño, el lenguaje de protección de los judíos
tiene el efecto de sugerir que los judíos son algo distinto de los demás
seres humanos corrientes. Y eso es lo que me asusta de la Ley de
Concienciación sobre el Antisemitismo y de la forma en que se ha
desarrollado este discurso en los Estados Unidos, especialmente en la
era de Trump.
Trump no quiere proteger a todos los estudiantes judíos, solo a los de su cuerda
Peter Beinart
El 29 de abril de 2024, Tess Segal, una estudiante de 20 años de segundo curso de la Universidad de Florida, se sumó a sus compañeros activistas en una conocida plaza del campus para pedir a la universidad que desinvirtiera en los fabricantes de armas de Israel y boicoteara sus instituciones académicas. Algunos manifestantes estudiaban o jugaban a las cartas. Luego leyeron necrológicas de palestinos muertos en la Franja de Gaza.
Entonces entraron en acción las fuerzas del orden. Y aunque Segal afirma que no se resistió a la detención, la esposaron y la llevaron a la cárcel, donde pasó la noche.
Segal fue acusada de resistencia no violenta a la autoridad. Posteriormente, el estado [de Florida] desestimó el caso. Sin embargo, la Universidad de Florida ya le había prohibido la entrada al campus. Los responsables de la universidad habían advertido a los manifestantes de que se les podría sancionar si infringían las nuevas y estrictas restricciones impuestas a las protestas. Los administradores afirmaron también que los agentes habían ordenado a los manifestantes que se dispersaran. Segal dijo que había demasiado ruido para oír esas instrucciones.
Segal me contó que le prohibieron hacer el último examen del semestre y participar en un programa de verano patrocinado por la universidad en el que había sido admitida. Un comité disciplinario de la universidad dictaminó que no había actuado de modo alborotador, pero la consideró responsable de infringir la política de la universidad, entre otras cosas. Propuso una suspensión de un año. Más lejos fue el decano, recién nombrado, de estudiantes de la universidad. En una carta que difundió la Fundación por los Derechos y la Expresión Individuales, declaró que la conducta de Segal «perturbó gravemente las funciones normales de la universidad e impidió a los agentes de la ley realizar sus tareas con prontitud», y elevó su suspensión a tres años (la universidad no quiso confirmar oficialmente ni comentar los acontecimientos que rodearon la suspensión de Segal, señalando que se trata de información protegida por las leyes de privacidad).
La Universidad de Florida exige a cualquier estudiante que se ausente durante más de tres semestres que vuelva a solicitar su admisión. Segal comentó que había disfrutado de una beca completa. Ahora trabaja en el servicio de comidas y no sabe ni cómo ni cuándo volverá a la universidad.
En una época en la que a los estudiantes sin ciudadanía norteamericana se los llevan de las calles agentes federales, el castigo de Segal puede parecer relativamente leve. Pero su caso contiene una ironía especial. Segal es judía.
Desde el 7 de octubre de 2023, varias destacadas organizaciones judías, junto a sus aliados políticos, han exigido repetidamente que las universidades protejan a los estudiantes judíos, castigando las violaciones de conducta y las protestas en el campus, con la suspensión o la expulsión incluso. Segal es nieta de un superviviente del Holocausto. Es exalumna de un campamento de verano judío. ¿Por qué no se preocuparon por ella las organizaciones judías? Porque en los últimos años, los principales dirigentes judíos norteamericanos -en colaboración con políticos simpatizantes- han hecho algo extraordinario: han redefinido lo que significa ser judío. Para silenciar la condena de Israel, han equiparado el apoyo al Estado con el propio judaísmo.
Pocos hay que hayan formulado esa redefinición con más rotundidad que el presidente Trump. El mes pasado, en una aparente referencia al apoyo supuestamente insuficiente a Israel por parte del líder de la minoría del Senado, Chuck Schumer, Trump proclamó: «Ya no es judío». Trump solo está haciendo explícito lo que los líderes judíos levan insinuando durante años. En 2023, el director ejecutivo de la Liga Antidifamación (ADL), Jonathan Greenblatt, declaró que «el sionismo es fundamental para el judaísmo». En 2021, el influyente Natan Sharansky, ex disidente soviético y ministro del gabinete israelí, coescribió un ensayo en el que calificaba de «no judíos» a los judíos que se oponen al sionismo.
Esta redefinición del judaísmo se está produciendo al mismo tiempo que una de las oleadas de represión más contundentes de la historia contra el activismo judío norteamericano. Muchos judíos norteamericanos, en particular los jóvenes, tienen opiniones críticas sobre Israel. Una encuesta realizada en 2021 por el centrista Jewish Electoral Institute, que supervisa la participación de los judíos en las elecciones, reveló que el 38% de los adultos judíos norteamericanos menores de 40 años consideraba que Israel era un Estado de apartheid, frente al 47% que no lo consideraba así. Cuando en una encuesta realizada el año pasado se les interrogó acerca de la acusación de que Israel estaba cometiendo un genocidio en Gaza, el 38% de los adultos judíos norteamericanos menores de 44 años se mostró de acuerdo.
Teniendo en cuenta estas cifras, no es de extrañar que los judíos hayan asumido un papel protagonista en las protestas contrarias al ataque de Israel contra Gaza. Once días después del 7 de octubre de 2023, grupos judíos progresistas y antisionistas, entre ellos Jewish Voice for Peace, reunieron a unos 400 manifestantes, muchos de ellos con camisetas que declaraban «En nuestro nombre, no», y ocuparon un edificio del Congreso. Ese mismo mes, Jewish Voice for Peace y sus aliados tomaron la Grand Central Terminal de Nueva York. En la Universidad de Brown, la primera sentada exigiendo la desinversión en empresas afiliadas a Israel estaba formada únicamente por estudiantes judíos.
Por lo general, los estudiantes judíos no son tan vulnerables como sus homólogos palestinos, árabes, musulmanes, negros y no ciudadanos, pero es precisamente esta suposición de mayor seguridad lo que podría haber hecho, para empezar, que estuvieran más dispuestos a protestar. Y muchos han pagado el precio por ello. Es imposible saber qué porcentaje de judíos es el de los estudiantes sancionados por activismo propalestino, ya que los procedimientos disciplinarios universitarios suelen ser secretos. Pero los datos anecdóticos sugieren que se trata de una cifra significativa. E independientemente de la opinión de cada uno sobre cómo deben tratar las universidades el activismo en el campus, hay algo extraño en reprimirlo en nombre de la seguridad judía, cuando varios de los estudiantes objetos de la represión son judíos.
Desde el 7 de octubre, al menos cuatro universidades han suspendido o puesto bajo vigilancia a sus secciones de Jewish Voice for Peace. En 2023, se detuvo en las protestas de BrownU Jews for Ceasefire Now [Judios de la Universidad de Brown por el Alto el Fuego Ya], a 20 miembros (se retiraron los cargos). En un acto proisraelí en el Rockland Community College de la Universidad del estado de Nueva York el 12 de octubre de 2023, un estudiante judío que gritó un momento «Desde el río hasta el mar, Palestina será libre» y «Judíos por Palestina», fue suspendido, según se informa, para el resto del curso académico. En mayo de 2024, una profesora judía, titular de Antropología del Muhlenberg College, fue despedida tras publicar un post en Instagram que afirmaba en una parte: «No os acobardéis ante los sionistas. Avergonzadlos. No los acojáis en vuestros espacios. No les hagáis sentirse cómodos». En septiembre, el fiscal general de Michigan presentó cargos por delito grave por resistirse u obstruir a un agente de policía, así como cargos de delito menor por allanamiento, contra tres activistas judíos -así como contra otras cuatro personas- por delitos relacionados con una acampada de solidaridad con Gaza en la Universidad de Michigan en el campus de Ann Arbor (todos ellos se declararon no culpables).
Hasta cuando la protesta ha adoptado la forma de observancia religiosa judía, se ha visto a menudo clausurada. El otoño pasado, cuando los estudiantes judíos que se oponían a la guerra durante la festividad de Sucot construyeron sucás solidarias en Gaza, estructuras temporales semejantes a pequeñas cabañas en las que los judíos comen, estudian y duermen durante la festividad, al menos ocho universidades las desmantelaron a la fuerza, exigieron a los estudiantes que lo hicieran o cancelaron la aprobación de su construcción (las universidades dijeron que los grupos no estaban autorizados a erigir estructuras en el campus).
A pesar de ello, las organizaciones judías proisraelíes han aplaudido a las universidades que han reprimido las manifestaciones propalestinas. Cuando Columbia suspendió a su sección de Jewish Voice for Peace junto a Students for Justice in Palestine, la ADL felicitó a la universidad por cumplir con sus «obligaciones legales y morales de proteger a los estudiantes judíos». Después de que la policía de Nueva Hampshire disolviera el campamento de solidaridad con Gaza de Dartmouth College, la ADL le dio las gracias al presidente de la universidad por «proteger el derecho de todos los estudiantes a estudiar en un entorno seguro». Sin embargo, la experiencia no resultó nada segura para Annelise Orleck, exdirectora del programa de estudios judíos de la universidad, que afirmó que la ataron con una cremallera, la golpearon y la arrastraron a la fuerza los agentes de policía cuando llegaron al lugar. Después de que la fiscal general del estado anunciara que presentaría cargos contra los manifestantes del campamento de la Universidad de Michigan que supuestamente habían violado la ley, un funcionario de la Federación Judía del Gran Ann Arbor la elogió por actuar con «valentía». Desde entonces, la ADL ha dado marcha atrás en su anterior apoyo a la detención de activistas propalestinos por parte de la administración Trump. Pero sigue queriendo que las universidades impongan duras restricciones a las protestas en los campus. Cuando me puse en contacto con la organización para preguntarle si tenía una postura concreta respecto a los estudiantes judíos que se ven afectados por las medidas represivas en los campus, los representantes me remitieron a los recientes artículos de opinión de Greenblatt. En cada uno de ellos reiteraba la necesidad de luchar contra lo que considera antisemitismo universitario, pero también abogaba por el debido proceso para todos los implicados.
No obstante, los judíos siguen protestando. A principios de abril, algunos estudiantes judíos se encadenaron a las puertas de Columbia para protestar por la detención de Mahmoud Khalil, exestudiante de posgrado y titular de una tarjeta de residencia que se encuentra en un centro de detención del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas en Luisiana por su participación en las protestas del campus. Y justo antes de la festividad de Pascua, más de 130 estudiantes, profesores y antiguos alumnos judíos de la Universidad de Georgetown firmaron una carta en protesta por la detención y el arresto de Badar Khan Suri, becario postdoctoral acusado de difundir propaganda de Hamás y promover el antisemitismo.
Hay una profunda ironía en el aparente cuestionamiento de la judeidad de estos jóvenes disidentes por parte de la clase dirigente judía estadounidense. Porque lo que distingue a los activistas estudiantiles judíos de hoy de las generaciones anteriores de izquierdistas judíos estadounidenses es precisamente su interés por incorporar el propio ritual judío a sus protestas. Solo en Nueva York han surgido en los últimos años al menos 10 minyanim, o comunidades de oración, no sionistas o antisionistas. Se componen en su inmensa mayoría de judíos no mucho mayores que Segal.
BrownU Jews for Ceasefire Now levantó una sucá de solidaridad con Gaza el pasado otoño. Una estudiante judía, temerosa de que destrozaran o desmantelaran la sucá, empezó a vigilarla por la noche. Se unió incluso a otros estudiantes que dormían en la desvencijada estructura, que simboliza la fragilidad humana y la protección divina, tal como han hecho los judíos durante miles de años, a pesar de la prohibición de la administración. Escapó del procedimiento disciplinario sin ser castigada, pero pronto urdió otro plan que entrelazaba su judaísmo con su apoyo a la causa palestina: convertirse tardíamente en bat mitzvah, una mujer que acepta las obligaciones de la ley judía. Este mes de febrero fue llamada a la Torá por primera vez, en una ceremonia dirigida íntegramente por miembros de BrownU Jews for Ceasefire Now, que ahora se llama Brown Jews for Palestinian Liberation [Judíos de Brown por la Liberación Palestina].
Para Trump y los líderes del estamento dirigente judío norteamericano, puede que esta estudiante no sea una judía de verdad. Pero, como muchos de su generación, está demostrando rabiosa y gozosamente que están equivocados.
Fuente: The New York Times, 28 de abril de 2025.
Soy una profesora israelí. ¿Por qué aparece mi trabajo en el informe sobre antisemitismo de Harvard?
Atalia Omer
Cuando vi por primera vez el informe de Harvard sobre antisemitismo y prejuicios contra Israel, no esperaba encontrarme en él. Pero allí estaba, aunque sin que se reconociera mi nombre, mi saber académico o incluso mi identidad como profesora universitaria judía israelí.
El informe se elaboró y publicó en respuesta a la presión generalizada de donantes y grupos de defensa proisraelíes. Pretende documentar una crisis de antisemitismo en el campus. Pero lo que en realidad revela es la voluntad de Harvard de redefinir la identidad judía en términos estrechos e ideológicos: excluir y borrar a los judíos que disienten del sionismo.
Lo sé porque yo soy una de ellos. A lo largo de varios años, he enseñado en la Iniciativa, Religión, Conflicto y Paz (RCPI) de la Harvard Divinity School. Nuestro programa abordaba la construcción de la paz a través de un profundo compromiso con las historias de violencia estructural y poder, con Palestina/Israel como caso de estudio central. Nuestros estudiantes leían mucho, viajaban a la región y se reunían con voces diversas, como veteranos judíos israelíes de Breaking the Silence [Romper el Silencio, organización de soldados israelíes que se niegan a servir en los Territorios Ocupados], artistas palestinos que se resisten a verse culturalmente borrados y activistas judíos mizrahíes y etíopes que ponen en tela de juicio el racismo en la sociedad israelí.
Era, en virtud de su diseño, un reto intelectual y político. Exponía a los estudiantes a la complejidad de la región y a las diversas formas, a menudo conflictivas, en que judíos y palestinos relatan su pasado e imaginan su futuro.
Pero, según los autores del informe de Harvard, no se trataba de un saber legítimo ni de pedagogía responsable; era, esencialmente, simple adoctrinamiento ideológico antisemita.
La manera en que el informe llega supuestamente a tales caracterizaciones de nuestro programa y las justifica ilustra cómo se utilizan habitualmente las distorsiones calumniosas para suprimir los argumentos y las identidades de «la clase equivocada» de judíos. El informe cita actos públicos que organizamos como parte del RCPI, incluido un seminario digital sobre mi libro acerca de activistas judíos norteamericanos que participan en labores de solidaridad con Palestina debido a su identidad judía, no a pesar de ella. El rabino Brant Rosen, rabino reconstruccionista y fundador de Tzedek Chicago, y la doctora Sara Roy, distinguida estudiosa de Palestina e hija de supervivientes del Holocausto, ofrecieron respuestas reflexivas.
Sin embargo, el informe redujo ese acto a una vaga descripción de «una oradora» que elogiaba a los «activistas judíos propalestinos», ignorando que la oradora era yo -una profesora israelí judía- y que mis interlocutores también eran judíos. Las reflexiones de Rosen sobre su desilusión con el sionismo fueron tachadas de «relato de conversión», como si la evolución espiritual o ética fuera prueba de antisemitismo.
En otro seminario digital que moderé yo, Rosen y Daniel Boyarin, especialista académico judío, debatieron sobre el lugar del sionismo en la liturgia de las sinagogas. Boyarin no estaba de acuerdo con las revisiones litúrgicas de Rosen, pero afirmó que compartían compromisos éticos. El informe seleccionó el comentario de Boyarin - «simpatizo profundamente con sus posiciones políticas y éticas»- para sugerir que el acto carecía de «diversidad de puntos de vista». Es difícil pasar por alto la ironía: un diálogo entre tres judíos, de tradiciones muy diferentes, se convierte en prueba no de diversidad, sino de carencia de la misma.
Este encuadre selectivo no es accidental ni un acto aislado de malicia. Refleja un patrón más amplio: la decisión de Harvard en enero de este año de adoptar la definición de antisemitismo de la Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto (IHRA), que confunde la crítica de las políticas israelíes con el antisemitismo en sí. Al obrar de este modo, la universidad no solo ha tomado medidas para suprimir más si cabe el discurso político y ético importante que se enfrenta a la realidad de la violencia israelí contra los palestinos, sino que también ha adoptado de modo efectivo una prueba política decisiva para determinar quién cuenta como judío legítimo en el campus.
Está claro que soy del «tipo equivocado de judía» en Harvard. En cada coyuntura, mis compromisos académicos y políticos me han situado fuera de los límites de lo aceptable. He sido demasiado crítica, he estado demasiado comprometida, demasiado dispuesta a desafiar los relatos dominantes. Y no soy ni mucho menos la única.
El informe va aún más lejos. Desestima no solo el trabajo, las identidades y las experiencias del profesorado y los especialistas académicos, sino también las experiencias de nuestros estudiantes judíos, incluidos aquellos que participaron en el viaje de estudios de nuestro curso a Palestina/Israel. Un estudiante judío describió la experiencia como «formativa, dolorosa y potente», relatando las formas en que el apartheid israelí socava no solo la política sino la posibilidad misma de vida cultural para los palestinos. El informe presenta esta reflexión no como prueba de aprendizaje, sino de adoctrinamiento.
La implicación es clara: los estudiantes judíos que llegan a conclusiones críticas sobre Israel no piensan de modo independiente. Han sido engañados. Manipulados. Infantilizados.
Irónicamente, esto es en sí mismo un tropo antisemita: que los judíos no pueden pensar por sí mismos, a menos que se ajusten a una ideología sancionada.
El informe también borra la rica diversidad de voces judías que trajimos a nuestras aulas. Afirma que nuestro programa se centró en «perspectivas judías no mayoritarias», desestimando a personas como Noam Shuster Eliassi, un cómico israelí judío mizrahí cuya labor recibió el apoyo de nuestro programa de becas y se presenta ahora en el Festival de Cine de Sundance. Ignora actos que tienen mucho que ver con las experiencias de los judíos mizrahi y etíopes, como nuestra conmemoración de la Hagadá de Pascua de los Panteras Negras israelíes, un poderoso símbolo de la lucha antirracista en la historia de Israel.
Y omite por completo nuestra programación sobre el antisemitismo mismo, incluido un debate sobre definiciones alternativas del antisemitismo como la Declaración de Jerusalén, que, a diferencia de la IHRA, distingue cuidadosamente entre la crítica a Israel y el odio a los judíos.
En resumen, el informe de Harvard no se limita a caracterizar erróneamente un programa. Intenta redibujar los límites de la legitimidad judía.
Envía un mensaje escalofriante a estudiantes y profesores: si eres judío y cuestionas el sionismo, eres sospechoso. Si te solidarizas con los palestinos, no perteneces a la comunidad judía. Si tu saber académico complica la ordenada narrativa moral de un Israel asediado, no solo no eres bienvenido, sino que eres peligroso.
Esto no constituye una defensa de la seguridad judía. Constituye un esfuerzo por vigilar la disidencia judía.
Pero yo me niego a que me vigilen. Seguiré enseñando, escribiendo y organizándome junto a judíos y palestinos que luchan por la libertad, la justicia y la dignidad. Seguiré desafiando aquellas instituciones que dicen defenderse del antisemitismo mientras perpetúan otras formas de racismo y represión.
Y no lo haré a pesar de ser judía, sino porque lo soy.
Fuente: The Guardian, 9 de mayo de 2025
periodista colaborador de The New York Times, The New York Review of Books, The Daily Beast, Haaretz o CNN, fue director de la revista The New Republic. Profesor de la Escuela de Periodismo Craig Newmark de la City University de Nueva York y director de la revista digital Jewish Currents, ha pasado de comentarista liberal judío a manifestarse como agudo crítico de Israel y el credo sionista.
profesora de religión, conflictos y estudios sobre la paz en la Keough School of Global Affairs de la Universidad de Notre Dame, de cuyo Instituto Kroc de Estudios Internacionales forma parte destacadamente.
[Traducción: Lucas Antón - reproducido en www.sinpermiso.info]