segunda-feira, 3 de junho de 2024

Acto de amor (a propósito del habla aragonesa)

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Los dialectos del aragonés en la actualidad. A partir de Nagore, Francho; Gimeno, Chesús: El aragonés hoy. Informe sobre la situación actual de la lengua aragonesa. IberCaja/Publicazions d’o Consello d’a Fabla Aragonesa, ed., 1989. Huesca.

Escrito por Teresa Galarza Ballester

La historia viene de antiguo. En la mitología clásica, preservada en los poemas de Hesíodo y en las tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides, existe una leyenda que nos transporta a una serie de episodios protagonizados por un héroe conocido por haber nacido dotado de una fuerza extraordinaria, Hércules. A nuestro héroe, el rey Euristeo, influido por la diosa Hera, le impuso doce arduos trabajos.

Se encontraba Hércules de vuelta de uno de sus viajes. Posiblemente, regresaba del jardín de las Hespérides, en el extremo occidental del mundo, cuando se detuvo ante unas majestuosas montañas, donde se encontró con la joven Pyrene. La belleza de la chica cautivó de inmediato su corazón, y el tiempo pareció detenerse para ambos. Pero los trabajos de un héroe como Hércules no podían esperar por mucho tiempo, y tuvo que dejar atrás a Pyrene, quien aguardó su regreso con anhelo.

El tiempo, implacable en su transcurrir, no trajo consigo el anhelado regreso. Pyrene, llena de tristeza y desesperación, decidió emprender la búsqueda de su héroe, pero su esfuerzo resultó en vano. El destino le deparaba un trágico desenlace: cuando Hércules regresó, se encontró con una Pyrene ya sin vida. El dolor invadió su ser al comprender que nunca más volvería a verla. En un acto de amor, decidió mantener viva la memoria de la joven y bautizó a aquellas montañas como los Pirineos. 

Así lo cuenta, más o menos, Estrabón, geógrafo e historiador griego que en su obra Geografía menciona la leyenda de Hércules y Pyrene como una de las explicaciones del origen del nombre de los Pirineos. Probablemente, Pirineos proviene del latín Pyrenaei, que a su vez deriva del griego pyrénaios (πυρηναῖος), y que significa ‘montañoso’ o ‘cubierto de nieve’. También podría ser que Pirineo derivase de la unión de pyro (‘fuego’) y nyx (‘noche’) o nix (‘nieve’). Incluso hay una teoría que defiende un origen íbero o vasco, según la cual la cordillera se denominó Ilene os, que significa ‘montes de la Luna’. 

Los Pirineos entran en la historia antigua más veces. Un renombrado episodio ocurrió cuando, al inicio de la guerra púnica de 218-202 a. C., el segundo de los tres grandes conflictos militares librados entre la República romana y la ciudad-Estado de Cartago, el general Aníbal cruzó las montañas con su ejército de infantería, caballería y elefantes de guerra; sabemos por Polibio y Tito Livio que ya entonces el destacamento entró en contacto con gentes del Pirineo catalán. 

Como respuesta, los romanos enviaron tropas a la península ibérica para enfrentarse a los cartagineses y asegurar su dominio en la región. Tras la derrota de Cartago en la segunda guerra púnica, los romanos expandieron gradualmente su control sobre la península ibérica, enfrentándose a las tribus locales y estableciendo asentamientos. 

Los Pirineos, una cadena montañosa que se extiende aproximadamente quinientos kilómetros, no formaban una entidad cultural o lingüística homogénea. Hoy, después de siglos de aculturación, hay cuatro grupos lingüísticos en el área pirenaica, aparte del español y el francés: el occitano, el catalán, el euskera y el aragonés. Este último forma parte del continuo dialectal que conecta las variedades romances vernáculas del suroeste de Europa.

El aragonés moderno es un idioma romance posicionado entre el conjunto occitano-románico y el ibero-romance (ambos términos usados en sentido geográfico, no filogenético) que hace de puente entre el español y el catalán, pero también en muchos casos entre el español y las variedades del gascón. El hecho de compartir con el gascón, el catalán noroccidental y, en ocasiones, con el euskera una serie de vocablos provenientes del latín, sitúa al aragonés en un subgrupo que podemos llamar «pirenaico». 

Tiene su origen en el latín vulgar que se desarrolló en los valles del Pirineo aragonés durante los siglos VII y VIII. Las Glosas Emilianenses, que datan del siglo X, constituyen, probablemente, el primer testimonio escrito con fragmentos de lengua aragonesa. Se trata de pequeñas anotaciones en los márgenes del códice, probablemente hechas con la intención de aclarar el significado de algunos pasajes en latín, que se realizaron en varios idiomas, incluyendo el romance hispánico y el euskera.

Existen discrepancias entre filólogos respecto al romance empleado en las Glosas, pues se aprecian palabras familiares pero de difícil adscripción a una sola habla romance como muito, feito, honore, plicare, lueco. Algunos autores, como Menéndez Pidal, Lapesa y Alarcos plantearon que se trataba de una koiné lingüística en la cual se mezclaban diversos rasgos pertenecientes al castellano, con influencia navarro-aragonesa.

La unión del Reino de Aragón con el Condado de Barcelona, que engrandeció la Corona de Aragón, tuvo un impacto significativo en la lengua aragonesa, ya que recibió la influencia de la lengua catalana. Seguidamente se emprendió la Reconquista, la cual supuso la expansión del Reino de Aragón sobre territorios musulmanes del sureste, incorporando a la Corona el Reino de Valencia y el de Mallorca. El idioma se extendió por todas las tierras de la Corona de Aragón, y alcanzó su máxima expansión en los siglos XIII y XIV. En aquellos años de gloria, en la Cancillería Real se utilizaban el latín, el aragonés, el catalán, y, ocasionalmente, el occitano.

Juan Fernández de Heredia, nacido en  Munébrega, Zaragoza (c. 1310), desempeñó un papel crucial para la conservación temprana de la lengua aragonesa como gran maestre de la Orden de San Juan del Hospital de Jerusalén, con sede en Rodas. Fernández de Heredia fue el promotor de un scriptorium similar al que Alfonso X el Sabio estableció en Castilla. Gracias a su presencia en Rodas, se llevaron a cabo las primeras traducciones de obras de Tucídides y Plutarco a lengua romance. 

En su primer viaje a Rodas, en 1354-1355, Fernández de Heredia se encontraba como enviado papal junto con Raimundo Berenguer y Pedro de Cornillán. Sin embargo, fue durante su segunda estancia en la isla, entre 1379 y 1382, cuando organizó la producción de su obra histórica al completo. La tarea de traducir textos griegos fue inicialmente otorgada a un salonicense llamado Demetrio Colodoqui, mencionado en el prólogo de la versión italiana. Su tarea consistía en traducir del griego clásico al griego vulgar. Por otro lado, un segundo traductor, el obispo de Adrianópolis, se encargaba de trasladar el texto del griego vulgar al aragonés.

Fue también durante los siglos XII y XIII cuando el aragonés comenzó a tener una mayor presencia en los documentos escritos. En este periodo destacan obras como el Liber regum, que fue la primera historia general de la Corona con un amplio desarrollo narrativo en una lengua romance peninsular, y el Vidal mayor, una obra jurídica que recopila los fueros de Aragón. Además, textos como la Razón feita d’amor y el Libre dels tres reys d’orient muestran rasgos aragoneses distintivos.

Desde el punto de vista lingüístico, el Liber regum está escrito en un romance similar al utilizado en los textos notariales y documentales aragoneses, como el Vidal mayor. En este romance, las vocales latinas breves e y o diptongaron en ie y ue. Se conserva la f- inicial latina, como en feito y los grupos consonánticos cultos pl-, cl-, fl-, como en plover y clamar. Los grupos -ct- y -ult- evolucionan a -it (factum > feito) y -uit (multium > muito), respectivamente, mientras que el grupo /l/ + yod (/ly-/) se convierte en ll (filium > fillo). Aparecen los posesivos lor y lures (relacionados con el francés leur y leurs, y el catalán llur y llurs), y el pronombre relativo qui en función de sujeto: pues ovo Adam otro fillo, qui ovo nomne Seth. También se utilizan las proformas ne/en y hi/i: el fo s’end (‘se fue de allí’) o fo hi grand la famne (‘hubo allí una gran hambruna’).

Además, debemos mencionar la Crónica de San Juan de la Peña, o Crónica pinatense, escrita por iniciativa del rey Pedro IV de Aragón. Esta crónica abarca la historia del Reino de Aragón desde sus orígenes hasta la muerte de Alfonso IV en 1336. La obra fue redactada alrededor de 1342 en latín para traducirse casi simultáneamente al aragonés y al catalán, tal como era costumbre en la Cancillería Real de la Corona de Aragón. 

Con la instauración, en 1412, de la dinastía castellana de los Trastámara en la Corona de Aragón, el castellano se convirtió progresivamente en la lengua de la corte y de la nobleza aragonesa. Las clases altas y los núcleos urbanos fueron los primeros focos de castellanización, quedando el aragonés cada vez más relegado a lengua de ámbito doméstico, lo que supuso un desprestigio social progresivo. Durante el siglo XVI, ya había escritores aragoneses que se expresaban en lengua castellana, como Baltasar Gracián

Con la implementación de los Decretos de Nueva Planta por parte de Felipe V se derogaron los fueros aragoneses y se estableció el castellano como el único idioma utilizado en la Real Audiencia, reemplazando al latín y a las lenguas vernáculas como el aragonés en la administración de justicia del reino borbónico. Estas reformas buscaban homogeneizar Castilla y Aragón dentro de un nuevo Estado absoluto. En la localidad de Játiva, en la provincia de Valencia, el retrato del borbón Felipe V todavía cuelga cabeza abajo en el Almudín, hoy convertido en un museo.

En la actualidad, el aragonés está en la lista del Atlas de las lenguas del mundo en peligro. Se legisló sobre su uso en la Ley 10/2009, de 22 de diciembre, de uso, protección y promoción de las lenguas propias de Aragón, donde se decía que la lengua aragonesa era una lengua propia, original e histórica de Aragón y se daban unos derechos lingüísticos, como poder usarla oralmente y por escrito en las Administraciones públicas aragonesas. Seguidamente se creó la Academia de la Lengua Aragonesa en 2011. A esta ley le siguió la Ley 3/2013 de uso, protección y promoción de las lenguas y modalidades lingüísticas de Aragón, y se creó la Academia Aragonesa de la Lengua (que no debe confundirse con la anterior Academia). 

De la ley de 2013 se habló mucho en los medios, no sin sorna, por denominar a las lenguas aragonesas con dos acrónimos largos: LAPAO y LAPAPYP, «Lengua aragonesa propia del área oriental» y «Lengua aragonesa propia de las áreas pirenaica y prepirenaica», respectivamente. El primer acrónimo corresponde, más o menos, al aragonés/catalán que se habla en la «franja», y el segundo, al aragonés de Huesca. Aparentemente, era necesario hilar tan fino para evitar la palabra catalán, la cual no aparece ni una sola vez en una búsqueda en el archivo PDF de la mencionada ley. A mi parecer, esta circunstancia puede ser positiva, pues podría darse un prodigio de la sociedad si, con tal de evitar la palabra catalán, algunos dejaran de utilizar la lengua como instrumento político.

Durante años surgieron diversas propuestas de ortografía para el aragonés, pero ninguna de ellas alcanzó el estatus de oficialidad hasta que, en abril de 2023, la Academia Aragonesa de la Lengua aprobó una ortografía oficial. La norma ortográfica, esperada por la comunidad lingüística, es un logro imprescindible para seguir avanzando en el proceso de normativización y normalización social del aragonés, sentando las bases necesarias para su reconocimiento y valoración como lengua propia de la región. Actualmente, el Plenario l’Instituto de l’aragonés ya ha planificado y priorizado la realización de los siguientes trabajos, comenzando por la lexicografía y la elaboración de una gramática de la lengua. 

La normalización de la lengua es un acontecimiento maravilloso. Según la leyenda, el espíritu de Pyrene se apagó hace siglos. Pero, no hace tanto, un grupo de valientes investigadores, guiados por la curiosidad y el anhelo de descubrir los secretos ocultos de la montaña, se aventuró hacia la cima más alta de los Pirineos, escalando con determinación hasta llegar a un lugar sagrado y misterioso. 

Allí, entre majestuosas cumbres nevadas, fueron testigos de un espectáculo sorprendente: Pyrene, la princesa ancestral, descansaba en un sueño profundo. Inspirados por su belleza y conmovidos por su historia, los investigadores se unieron en un acto de valentía y devoción. Con cantos y oraciones, invocaron el poder de la montaña y despertaron a Pyrene de su letargo. 

A medida que sus ojos se abrían, la naturaleza cobraba vida con una fuerza arrolladora. Desde aquel día, Pyrene se convirtió en símbolo de la grandeza de los Pirineos y de su conexión con la tierra. Su resurgir es símbolo de esperanza y renovación, recordándonos que, incluso en los ciclos más largos y oscuros de la historia, queda lugar para el renacimiento y la magia.

[Fuente: www.jotdown.es]

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