Un segundo disco más maduro pero que mantiene la intención del principio. Sigue la atípica línea de dos bajos, batería, piano y, cada tanto, una voz que esta vez dice. La ausencia de la guitarra no incomoda. Una propuesta diferente e inclasificable que sorprende desde el planteo a la ejecución dedicada y bien lograda.
Es, por lo menos, llamativo poner play y escuchar dos bajos y ninguna guitarra. Estamos tan acostumbrados a su acompañamiento sonoro que nos cuesta centrar nuestra escucha si no la oímos. En este caso, cuando suena Les Minots, esa desolación dura un par de segundos y es aplastada rotundamente por los atributos y rasgos de esta banda que sigue sorprendiendo.
A diferencia de Pequeños ciclos, su álbum debut, que fuera parte de nuestra selección, en este segundo trabajo -que lleva el nombre del grupo- la mitad de los temas tienen letra. Esta vez la voz no solo acompaña la melodía como un eco divino, sino que canta canciones con lírica. Y salen muy bien. Con ello demuestran que no solo pueden experimentar y llevar a cabo ideas inusuales muy bien ejecutadas, sino que también son capaces de hacer canciones bonitas sin salirse de su territorio. Todos los temas fueron compuestos por Les Minots, salvo Niña Luna que es de Raly Barrionuevo.
Lo atractivo de este grupo es que son creadores de atmósferas variables. Su música experimental es capaz de ser un poco folklore y un poco jazz, mezclarse con guiños del tango o del rock y ser también world music. Difícil es encasillarlos y eso es lo interesante: su creatividad y su audacia a la hora de componer. Además de que todo es interpretado con calidad y talento.
Sin recelo y con agrado le decimos chau al sonido de una formación habitual y nos metemos de lleno en el mundo de Les Minots, tan singulares como los minotauros que su nombre recrea. Vale la pena salirse del molde. Es una experiencia placentera y enriquecedora.
[Fuente: www.clubdeldisco.com]
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