Por Elideth Mendoza
“El recorrido por las manipulaciones del pensamiento”.
En
el camino de las palabras profundas, muy pocos pueden medir el poder
que oculta una palabra, se podrán contar sus letras, ver el tamaño,
observar los fonemas que se articulan con cada sílaba, entender su
ritmo, tal vez averigüemos su antigüedad; sin embargo, el verdadero poder
de la palabra está en la seducción que desprenden ante las pupilas del
lector que van directas al inconsciente del ser humano. Las palabras
arraigan en la inteligencia y crecen con ella, pero traen antes la
semilla de una herencia cultural que trasciende al individuo. Viven,
pues, también en los sentimientos, forman parte del alma y duermen en la
memoria. Son las palabras son embriones de las ideas, la estructura de
las razones. Nada podrá medir el espacio que ocupa una palabra en
nuestra historia.
El lenguaje es inconsciente, ya que consiste
paradójicamente en no saber por qué se habla como se habla; las leyes
del idioma entran en el hablante y se apoderan de él, para ayudarle a
expresarse. Nadie razona previamente sobre las concordancias y las
conjugaciones cuando habla, nadie programa su sintaxis cuando va a
empezar una frase. Si acaso, puede analizarla después de haber hablado.
Álex
Grijelmo (Burgos, 1956) asegura, hay algo en el lenguaje que se
transmite con un mecanismo similar al genético. Las palabras se heredan
una a otras, y nosotros también heredamos las palabras y sus ideas, y
eso pasa de una generación a la siguiente con la facilidad que demuestra
el aprendizaje del idioma materno. Es así como las palabras que oímos
desde niños, siempre irán salpicadas de anteriores generaciones que nos
enriquecen la boca.
El valor profundo de las palabras radica en
saberlas utilizar para enviar el mensaje deseado o crear la reacción
esperada, es por ello que la palabra evoluciona con el ser humano,
adquiere nuevos sentidos, traslada nuevos temores, lleva a euforias
diferentes. Las palabras tienen, pues, un poder oculto por cuanto
evocan, y su capacidad de seducción no reside en su función gramatical,
ni en el significado que se aprecia a simple vista, a simple oído, sino
en el valor latente de su sonido y de su historia, las relaciones que
establece cada término con otros vocablos, la evolución que hayan
experimentado durante su larguísima existencia o, en otro caso, el vacío
y la falsedad de su corta vida. Nietzsche dijo que toda palabra es un
prejuicio, y que toda palabra tiene su olor. Sí. Porque toda palabra es
previa a sí misma, existía antes de pronunciarla. Y en eso reside su
poder.
La seducción de las palabras parte de un intelecto, sí,
pero no se dirige a la zona racional de quien recibe el enunciado, sino
a sus emociones, ya que, bien se sabe que cualquier intento de
persuasión provoca resistencia. La seducción de las palabras no
necesita de la lógica, de construcción de argumentos validos, pues se
conoce que convence una demostración matemática, pero seduce un perfume.
No reside la seducción en las convenciones humanas, sino en las
sorpresas que se oponen a ellas. No apela a que un razonamiento se
comprenda, sino a que se sienta. Admiremos el talento de un poeta que nos
envuelve, o la elegancia de un amante al seducir, cómo eligen cada
palabra para el momento adecuado, como expresan como música lo que en
realidad es un ruido, como se tocan los lugares sensibles de nuestra
memoria… Eso es la seducción de las palabras. Un arma terrible.
[Fuente: www.coffeeandsaturday.com]
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