El quechua es, como el catalán, el elemento interclasista que reúne al pueblo
Joan Martí i Castell
El Perú vivió la potencia imperial de los incas entre los siglos XIII y XV, y
el sometimiento al colonialismo español, a partir del XVI. La situación de
subordinación generó reacciones indígenas que llevarían a la independencia.
No es del todo forzado el paralelismo con la historia de Cataluña: esta vivió
su período de esplendor en la época medieval, y en el siglo XVI comenzó a sentir
las consecuencias del dominio de las dinastías castellanas, que impulsaron el
resurgir del sentimiento identitario y el anhelo de plena soberanía.
En el Perú, como en Cataluña, el despertar de las voluntades democráticas en
las épocas moderna y contemporánea sitúa como prioridad la lucha contra las
desigualdades insostenibles, desde la perspectiva de colectividad que ve en su
cohesión la mejor defensa de los derechos fundamentales. Allí y aquí se afianza
la convicción de que, como primera condición para la regeneración sociopolítica,
cultural y económica, ha de ser hegemónico el respeto a la idiosincrasia
marginada.
En el avance hacia la nueva realidad, la lengua tiene una función capital: el
quechua —hablado por cerca de 10 millones de personas— es, como el catalán, el
elemento interclasista que reúne al pueblo; como todos los idiomas, es el
elemento endógeno y exógeno más tangible en la conciliación de los ciudadanos,
por el que se reconoce una manera de percibir, de analizar y de transformar la
realidad.
Una diferencia importante distancia el proceso de normalización en el Perú
respecto al de Cataluña: la dificultad de superar el autoodio, en un contexto en
que no ha despuntado una burguesía no rural. Todavía las clases sociales son
esencialmente dos: la de los enriquecidos y la de los desposeídos; y el quechua
marca a los segundos. No obstante, la situación política abre hoy vías para la
persuasión escalonada en favor del autoestima y, por lo tanto, de la certeza de
que la lengua quechua es apta para la cultura más alta; se va desvaneciendo la
diglosia “español, lengua A, versus quechua, lengua B”, que se sustituye por una
oposición en la que el quechua destaca como la lengua de los orígenes y de la
solidaridad.
El Perú sabe, como Cataluña, que la educación es un ámbito particularmente
decisivo para la recuperación lingüística: asegura la competencia oral y escrita
unitaria de los ciudadanos a través de la inmersión; en los niveles superiores,
abre las puertas al idioma para que sea instrumento de expresión en la
investigación de punta en todas las áreas del saber. Hoy el Perú tiene en marcha
una reforma que desea aprovechar también para estos fines: escuela gratuita y
obligatoria para todos, pero necesariamente inclusiva de la realidad
identitaria, especialmente en el uso vehicular del quechua. Contra el
analfabetismo, por supuesto; pero a favor de la alfabetización inicial en la
lengua quechua. Todo ello, desde un panorama abierto; la voluntad de no quedar
al margen de la mundialización bien entendida, de apertura al universo, de
conocer, pues, cuantas más lenguas, mejor, no les impide ser conscientes de los
peligros de una segunda dominación ideológica lingüístico-cultural.
El Perú, desde mediados del siglo XX, está en la vía prometedora de
superación de un contexto con doble cara: la de las clases dominantes opresoras
y la de la revolución de los campesinos, que se convirtió en terrorismo
insoportable.
Todo eso he aprendido en la experiencia de un Congreso que reunió a casi 300
especialistas, en el que la normalización del quechua tenía un papel
preponderante. La amable invitación de que fui objeto se dirigía al Institut
d'Estudis Catalans, la academia de la lengua catalana. Elaboré un decálogo, que
hicieron suyo, y que contiene las condiciones necesarias (no siempre
suficientes) para la recuperación de una lengua subordinada, y que me permito
reproducir: 1. La voluntad popular de defenderla y usarla. 2. La existencia de
la conciencia social de pertenencia a una identidad. 3. La implicación del poder
socioeconómico. 4. La lengua debe llegar al uso general escrito. 5. Debe contar
con una codificación ortográfica, gramatical y léxica aceptada por todos sus
hablantes. 6. La educación debe asegurar una competencia suficiente en todos los
ciudadanos y servirse de la lengua en los grados más elevados (Universidad y
alta investigación). 7. Debe contar con el apoyo del gobierno correspondiente en
su defensa, protección y difusión. 8. Dicho apoyo exige que legisle una política
lingüística que reconozca la oficialidad de la lengua y la convierta en
instrumento de la Administración pública para las comunicaciones habituales. 9.
La política lingüística debe tener como culminación conseguir que la lengua sea
usada siempre, por todos y para todo. 10. El espíritu con que se afronte la
política lingüística debe ser abierto y contrario a la endogamia. La lengua
tiene que modernizarse sin tregua para disponer de los recursos que no le
impidan penetrar en ningún contexto comunicativo.
Auguro que el Perú seguirá las vías de crecimiento adecuadas que le
permitirán medrar tal y como merece: sólo así podrán quedar en el olvido
agravios e iniquidades de ayer o de hoy.
Joan Martí i Castell es catedrático emérito
de la Universitat Rovira i Virgili (URV) y miembro numerario del Institut
d’Estudis Catalans (IEC).
[Fuente: elpais.com]
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