Bar Mayer no es ni una revolucionaria ni una misionera de causas perdidas. O al menos, eso no es lo que ve cuando se mira entera frente a un espejo. Quizá sea rebeldía. Rebeldía cuando se subía la falda un milímetro por encima de lo que los rígidos estándares de vestimenta ultraortodoxos contemplaban para ella; rebeldía cuando se desabrochaba un botón más de la camisa en Tifrah, la localidad perdida en el medio de la nada que es el sur de Israel que la vio nacer y la vio venir; rebeldía cuando decidió dejarlo todo y marcharse para evitar el matrimonio que su familia planificaba; rebeldía militar en su hincapié dentro del ejército por querer visitar ciudades palestinas cuando no tocaba; rebeldía para explorar la libertad del cuerpo humano en Jerusalén, capital del mundo.
“El gueto [ultraortodoxo] en el que estaba tenía la intención de que me quedara, y puede que ello provocara en mí la necesidad de irme, de buscar siempre la puerta de salida”,
Explica Bar Mayer en el salón de la Universidad Hebrea de Jerusalén donde expone su último trabajo fotográfico reflexionando sobre el cuerpo humano.
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“Los judíos tienden a querer saberlo todo [sobre su vida] por avanzado”, bromea, “pero tienes que salir para ver cómo funciona la realidad”.
Esta actitud de huir es la que la llevó con 17 años a dejar atrás su familia ultrarreligiosa y todo lo que conocía de su tranquilo y pacífico pueblo para explorar el mundo secular. Fue un tiempo después de probar sin descanso todo lo no kosher que le venía a la mente que el arte y la fotografía aparecieron en su vida para quedarse. La primera cámara de fotos la compró en Hong Kong mientras viajaba por Asia, y al principio, como en todo, ella fue su propia profesora. La primera toma de contacto con el arte, en cambio, llegó con una clase de pintura en Alemania a la que acudía una o dos veces por semana. “De ningún modo tuve esa asignatura [en la escuela]”, recuerda Mayer, quien asegura que, aunque “no tenía ni idea de lo que hacía” en aquella clase de arte, “podía bucear en ella”. Cuando más tarde comenzó a estudiar, la sensación de “estar en el sitio adecuado” la seguía invadiendo. “Quizá no en el momento oportuno, pero sí en el sitio adecuado”, enfatiza.
Si algo le sorprendió al hacer este atrevido salto al mundo secular, sin embargo, fue la aproximación de la gente que se suponía liberal y abierta hacia su propio cuerpo. “Era lo opuesto a lo que me esperaba. ¡Lo completamente opuesto!”, exclama, antes de preguntarse, sin esperar respuesta, “por qué sigue siendo aún un problema, una cuestión”.
El cuerpo ultraortodoxo
“[Dentro de la comunidad ultraortodoxa] el cuerpo no existe porque está completamente cubierto”, reflexiona Mayer, quien recuerda como cuando era niña quería montar en bici pero “las niñas no lo tenían permitido porque su piel podría quedar al descubierto de algún modo” y, quizá, alguien podría llegar a ver algún milímetro de su pierna. Al final, asume que la raíz del problema es la conexión que los sectores religiosos trazan “entre cuerpo y espíritu”. “Cúbrete porque dentro tuyo hay algo llamado alma”, le solía decir su padre.
Pero ello no lo explicaba todo. “En Jerusalén, la comunidad ultraortodoxa retira las imágenes de mujeres de los anuncios colgados en los muros, de modo que nunca verás muchos rostros y cuerpos de mujer a tu alrededor”, continúa. “Si eso es bueno o malo, no lo sé, pero el hecho de que [las mujeres] no estén allí por esta razón, es un problema”.
Preguntada por la educación que recibió sobre el cuerpo cuando era joven, Mayer recuerda que la única cosa similar que tuvo fue “que mi madre se acercó a mí un día y me dijo: ‘no sé si ya la has tenido, pero estás a punto de hacer 12 años y te convertirás pronto en una mujer, por lo que, si algún día sangras, no es una herida, todo está bien’”. Pero la rebelde Mayer no se quedaría allí plantada, y leyó e investigó sobre el tema, aunque aún lamenta no “haberlo podido compartir” con su madre. “En el séptimo u octavo curso de la escuela recibes también cierta educación sexual y aprendes lo que es un pene, una vagina, luego cómo te acuestas con alguien, qué es lo que pasa… y hablas de ello. Pero nosotros no tuvimos nada de eso”. Como en todo, ella fue su propia profesora.
El primer momento en el que notó que algo raro ocurría fue en el cuarto curso de su escuela, cuando su profesora les hacía saltar algunas partes de la Biblia que trataban sobre aspectos físicos. “Si había conceptos que no eran claros para nosotros, ¿por qué nos los saltábamos?” recuerda preguntarse, ávida, ya entonces. Pero todos se movían acorde con los dictados de la profesora. Todos, menos Mayer. Ella se quedaba leyendo esos pasajes, aunque al final resultaran insuficientes. Por ello recurrió a la precisión quirúrgica del Sulchan Aruch, el ‘Código de la Ley Judía’. “Aquello fue el paraíso para la materia del cuerpo”, comenta recordando cómo podía ir a los capítulos que se centran en la mujer y perderse en sus listas sobre “qué debía hacer y qué no, cómo, con quién…”.
Así es que, cuando decidió dejar atrás la comunidad ultraortodoxa en la que había nacido, las preguntas sobre cuáles eran los límites aún sin explorar, también en lo que concierne al cuerpo, no cesaron. “Me preguntaba qué es lo que aún no sabía porque no me lo habían querido explicar antes”.
El cuerpo liberal
Sin embargo, el contacto con la Israel secular tampoco fue según los esquemas previstos. “En Israel, la conexión del cuerpo con el espíritu” que impera en las tres religiones monoteístas provoca que también haya “un problema” entre los sectores liberales, que arrastran el yugo. “Me di cuenta de que para las chicas aún pesaba una mentalidad de existir ropa demasiado corta o demasiado blanca…”, se queja.
Esta sensación de injusticia se acentuó aún más cuando regresó al país tras pasar una larga temporada en el extranjero, especialmente en Alemania. Ello le brindó una perspectiva privilegiada, desde la comunidad ultrarreligiosa en la que había sido educada hasta la cultura del cuerpo libre (FKK), un movimiento germano de inspiración naturista. “Cuando volví [a Israel] tuve la habilidad de comparar”, destaca Mayer, aunque ello condujo inevitablemente a la formulación de “más preguntas”. “No puedes pararte en aquello que piensas y en lo que crees”, agrega, y en Israel “aún hay un gran camino para recorrer hasta conseguir que las mujeres puedan andar por la calle decidiendo sobre su propio cuerpo”.
Llegada a este punto, el arte y la fotografía se abrieron paso como instrumentos válidos para canalizar esta injusticia y su contribución a la lucha que ella insiste en minimizar. Entre sus grandes influencias cita el libro de Linda Nochlin sobre historia y teoría del arte feminista Por qué no ha habido grandes artistas femeninas, en el que reflexiona sobre las barreras estructurales que sistemáticamente han dificultado el surgimiento de referentes artísticos femeninos en Occidente. “Aquella obra fue realmente útil”, admite.
Desde entonces, múltiples han sido los trabajos que Mayer ha realizado alrededor de esta temática, al principio directamente vinculados con la concepción del cuerpo dentro de la comunidad ultraortodoxa de sus orígenes, pero cada vez ya más difuminados, en una muestra más de su hincapié por encontrar la puerta de salida, también a vueltas con su pasado.
Cuando le comento que en España el movimiento nudista surgió de la mano de sectores anarquistas que, entre otras cuestiones, consideraban que la negación del cuerpo obstaculizaba la emancipación del ser humano, Mayer dice estar segura “de que esa revolución del cuerpo aún es necesaria”. “El cuerpo es sagrado para muchos”, reza, “y no hay opción de hablar sobre ello”, pero “si entiendes que una situación no es correcta, entonces se requiere un cambio”. “Muchas cosas serían menos complicadas si entendiéramos el cuerpo por sí mismo”, sugiere. “Es un mito”, pero como siempre y como todo, “debemos pasar de página” y “dejar atrás el punto en el que el cuerpo es el centro del sujeto y entender que la realidad es mucho más sencilla cuando nos sentimos cómodos siendo como somos” y “dejando que el cuerpo sea como cualquier otro objeto de nuestro alrededor”.
Esta libertad no debe entenderse, insiste, como una apología del nudismo. “Toma el movimiento Free nipple, por ejemplo, y las mujeres leyendo [sin cubrirse el tronco superior] un domingo en el Central Park de Nueva York. Eso es precioso. ¡Muy fácil!”, reflexiona Mayer, “pero ahora toma el ejemplo de una amiga musulmana de Washington que se cubre el cuerpo con un hermoso jilbab. ¡A mí me gustaría vestir uno de esos en el invierno en Jerusalén!”. “No hay una forma correcta” de hacer las cosas, concluye, y “si una quiere cubrirse el cuerpo con ese vestido, eso es perfecto; y si otras quieren ir sin sujetador por la calle, o como les dé la gana, eso también debería ser perfecto”.
[Fuente: www.mozaika.es]
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