domingo, 15 de setembro de 2019

«Blanco en blanco», película del realizador hispano-chileno Théo Court

Crítica de “Blanco en blanco”, de Théo Court, con Alfredo Castro, ganadora del premio a Mejor Dirección en la sección Orizzonti y del galardón FIPRESCI de la crítica internacional - #Venezia76


Escrito por Diego Batlle

El segundo largometraje del realizador hispano-chileno de Ocaso reconstruye con notables hallazgos la matanza de los selknam (onas) en Tierra del Fuego a fines del siglo XIX, desde el punto de vista de un fotógrafo.

Theo Court (derecha) recibe el premio
a Mejor Dirección de Orizzonti, segunda sección oficial.
Cuando Théo Court observó unas imágenes tomadas por el rumano Julio (Julius) Popper en 1887 supo que allí había una película. Con su daguerrotipo a cuestas, este ingeniero devenido fotógrafo (y finalmente genocida), documentó la implacable caza de los indígenas de la zona por parte de mercenarios al servicio de latifundistas.

Lejos de cualquier ínfula o espíritu documentalista, Court ofrece su versión, su mirada, su interpretación y, si se quiere, su invención (siempre incómoda, perturbadora, pero al mismo tiempo fascinante) de aquellos tiempos y hechos.


En el inicio vemos que Pedro (el chileno Alfredo Castro, actor-fetiche de Pablo Larraín) llega a la nevada e inhóspita Tierra del Fuego para cumplir con el encargo de fotografiar a Sara (Esther Vega), una preadolescente que está a punto de casarse con Mr. Potter, el hombre más poderoso de la región. Aurora (la actriz española Lola Rubio) lo ayuda a montar la sesión, en la que el protagonista parece embelesado por la joven y hasta le pide poses sensuales con un dejo perverso.

Pero esa perversión latente de Pedro será un juego si se quiere inocente en comparación con la brutalidad, salvajismo, crueldad y sadismo que imperan en el lugar, características que -por suerte- Court describe a la distancia justa, con elementos puramente cinematográficos, sin caer jamás en el regodeo ni el sensacionalismo.



El atribulado y desencantado Pedro planea irse lo más pronto posible del lugar, pero el tal Mr. Potter del que todos hablan nunca aparece y por lo tanto no tiene más que resignarse a esperar a que le completen la paga prometida. Esa espera será cada vez más conflictiva y, poco a poco, él deberá dejar su lugar de simple testigo e implicarse en la dinámica degradante y enfermiza del lugar.


Cada decisión artística, cada elemento que aparece en plano o queda fuera de campo (los selknam están representados por unas pocas mujeres y algunos cadáveres que van apareciendo), los simbolismos o los extraordinarios juegos con la luz hablan de un director de una madurez y una sofisticación no demasiado frecuentes en el cine contemporáneo.

Este western minimalista tiene momentos de enorme belleza (la inmensidad de la geografía sureña está retratada en todo su esplendor por las panorámicas del DF José Ángel Alayón), pero también una tensión y una desolación en todos los aspectos que no hace falta subrayar y que por momentos remite a films argentinos como El movimiento, de Benjamín Naishtat; El invierno, de Emiliano Torres; Jauja, de Lisandro Alonso; Fuga de la Patagonia, de Javier Zevallos y Francisco D'Eufemia; pero también a Meek's Cutoff, de Kelly Reichardt.

El rostro siniestro y la mirada extrañada de Castro nos llevan al horror de un aniquilamiento de la “barbarie” en nombre de la “civilización”. La cámara de Court hace suya el daguerrotipo de Pedro y nos transforma en voyeurs del horror, de ese descenso a los infiernos en el medio de la nada, en un ámbito sin ley, sin escrúpulos, sin moral.




[Fuente: www.otroscines.com]

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