segunda-feira, 24 de dezembro de 2018

1871 - Lima - Juana Sánchez

Por Eduardo Galeano

El devastador Melgarejo ha caído. Ha huido de Bolivia, perseguido a pedradas por los indios, y malvive su exilio en un cuartucho de los arrabales de Lima. Del poder, no le queda más que el poncho color sangre. A su caballo, Holofernes, lo mataron los indios y le cortaron las orejas. 

Pasa las noches aullando ante la casa de los Sánchez. El lúgubre vozarrón de Melgarejo hace temblar a Lima. Juana no abre la puerta. 

Juana tenía dieciocho años cuando llegó a palacio. Melgarejo se encerró con ella tres días y tres noches. Los de la escolta escucharon gritos, golpes, bufidos, gemidos, ninguna palabra. Al cuarto día, Melgarejo emergió: 
—¡La quiero tanto como a mi ejército! 

La mesa de los banquetes se convirtió en altar. Al centro, entre cirios, Juana reinaba desnuda. Ministros, obispos y generales rendían homenaje a la bella y caían de rodillas cuando Melgarejo alzaba una llameante copa de coñac y cantaba versos de devoción. Ella, de pie, de mármol, sin más ropa que su pelo, desviaba la mirada. 

Y callaba. Juana callaba. Cuando Melgarejo salía en campaña militar, la dejaba encerrada en un convento de La Paz. Volvía a palacio con ella en brazos y ella callaba, mujer virgen cada noche, cada noche nacida para él. Nada dijo Juana cuando Melgarejo arrancó a los indios las tierras de las comunidades y le regaló ochenta propiedades y una provincia entera para su familia. 

También ahora calla Juana. Trancada a cal y canto la puerta de su mansión de Lima, no se muestra ni contesta los desesperados rugidos de Melgarejo. Ni siquiera le dice: 
—Nunca me tuviste. Yo no estaba allí. 

Llora y brama Melgarejo, sus puños como truenos contra la puerta. En este umbral, gritando el nombre de esta mujer, muere de dos balazos. 




[In: Memoria del fuego, vol. 2: Las caras y las máscaras, Siglo XXI de España Editores, 1984]

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