domingo, 2 de setembro de 2018

Juan Fabbri, artista, curador y antropólogo: “El arte contemporáneo no es prioridad en Bolivia”


Escrito por Alejandra Villasmil 

Juan Fabbri (La Paz, Bolivia) es artista, antropólogo visual y curador. Actualmente se desempeña como curador del Museo Nacional de Arte (MNA) de Bolivia y es docente investigador del Instituto de Investigaciones Antropológicas y Arqueológicas de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), en La Paz. Su formación le ha llevado a investigar los cruces, vínculos y tensiones entre la antropología y el arte contemporáneo, enfocándose en asuntos de raza, etnicidad, género y clase. 

Partiendo del giro etnográfico, piensa el arte por fuera de la subjetividad del artista y como un proceso social –una “geopolítica” del arte-, en el que entran temas tales como la representación de los pueblos indígenas en los campos visuales -arte, cine e internet-, entendiendo la clasificación de lo indígena como un principio de exclusión y como base del colonialismo.

Fabbri fue curador del Pabellón de Bolivia en la 57ª Bienal de Venecia (2017) y en el 2014 participó como antropólogo en la 3° Semana de Arte Contemporáneo (SACO3), en Antofagasta (Chile), festival al que regresó este año como curador de la muestra Fricciones, que reúne hasta el 5 de septiembre en la Sala de Arte de la Fundación Minera Escondida el trabajo de los artistas bolivianos Andrés Bedoya, Jorge de la Reza, Alejandra Dorado, Claudia Joskowicz y Alejandra Delgado. 

Conversamos con él sobre este y otros proyectos curatoriales, las relaciones e intercambios artísticos que se están dando entre Chile y Bolivia, y su visión del arte y las políticas culturales de su país.


Vista de la exposición "Cidios", de Juan Fabbri, en Kiosko Galería, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, 2018. Cortesía: Kiosko

Vista de la exposición "Cidios", de Juan Fabbri, en Kiosko Galería, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, 2018. Cortesía: Kiosko













Vista de la exposición "Cidios", de Juan Fabbri, en Kiosko Galería, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, 2018. Cortesía: Kiosko


Alejandra Villasmil: Me gustaría que comenzáramos hablando sobre tu formación como artista y como antropólogo porque creo que eso define tu trabajo como curador. ¿Cómo se nutren estas prácticas y cómo se manifiesta esa retroalimentación en los proyectos curatoriales que has venido realizando recientemente? 

Juan Fabbri: Yo me formé como antropólogo; estudié en la Universidad Mayor de San Andrés, la universidad estatal en La Paz, y después realicé mi maestría en Antropología Visual y Documental Antropológico en la Facultad de Ciencias Sociales (FLACSO), en Ecuador. Hace tres años doy clases en la UMSA y también soy parte de los docentes investigadores. En realidad mi práctica desde la antropología está en gran medida interesada en comprender las prácticas artísticas y los conflictos culturales.

Como artista mi formación fue más irregular; asistí a muchos talleres, pasé clases con gente valiosa como Roberto Valcárcel, Manrico Montero, Rogelio López Cuenca, Rodrigo Bellot, Rodrigo Rada, Narda Alvarado, Claudia Joskowicz, entre muchos otros. Entonces, me formé en el campo del arte; se convirtió para mí en una escuela el exponer y acercarme a artistas y ver cómo hacían sus obras. Mi formación en arte fue siguiendo mi intuición y a los artistas que me gustaban.

Pero es importante para mí mencionar que, si bien actualmente soy curador del Museo Nacional de Arte de Bolivia, nunca dejé mi práctica como artista, ni como antropólogo. Como artista intento realizar exposiciones, y de hecho actualmente tengo una muestra individual llamada Cidios, en Kiosko Galería (Santa Cruz, Bolivia), paralelamente a la curaduría Fricciones en SACO 7 y a la curaduría de Alejandra Alarcón en el MNA.

Mi práctica como artista y antropólogo nutren mi interés por la curaduría. Todo es pensamiento, que uno va desarrollando en una investigación que puede tener como frutos una curaduría, una muestra, un texto o una acción y sus múltiples posibilidades híbridas. En mi caso, los proyectos emergen de la investigación y del deseo de construir un pensamiento. El pensamiento desde el arte cruza ideas, sensibilidades, deseos, formas, texturas, sonidos y/o textos. Producir pensamiento implica todos estos aspectos y, por lo tanto, no creo en los purismos. Llegué a la curaduría como alguien que desde la antropología y el arte se interesaba profundamente por comprender el arte contemporáneo. Me interesa mucho y celebro la práctica artística, me encanta ver obras, charlar con artistas y pensar luego en hacer muestras con la gente que está proponiendo cosas. Hacer una curaduría con la gente y su trabajo es un placer. 

Todo se nutre con todo. Para ejemplificar las conexiones, ahora estoy interesado en pensar y preguntarme qué es la descolonización; cómo podemos entender de manera situada esta posibilidad es una interrogante que me hago tanto como artista como antropólogo. Hice una investigación de un caso específico que es la evangelización de la Misión Nuevas Tribus, que tuvo como resultado mi exposición como artista, Cidios, expuesta primero en la Alianza Francesa y ahora en Kiosko (2018), además de un texto que se encuentra en la biblioteca de FLACSO Ecuador (2016) y una serie de curadurías con obras de otros artistas que me permiten seguir pensando desde otras aristas el tema. La curaduría Fricciones es también parte de esto. Fricciones busca reflexionar sobre los orígenes, los mitos y también nuestros antepasados. Todo es parte de un rizoma que uno va desarrollando. Por otra parte, el arte me ayuda a generarme preguntas que luego busco responderlas por el propio arte o por una investigación antropológica, o realmente por ambas; creo en el camino constante de ida y vuelta, y en la interdisciplinariedad.

AV: Tienes una maestría en Antropología Visual, un campo de especialización muy fértil para el cruce entre las artes visuales, la antropología y la etnografía. Juan Downey podría ser un precursor en este sentido, ¿no? ¿De qué manera el arte puede servirse de las herramientas de la antropología visual? ¿Cómo se manifiesta esto en la práctica artística de manera efectiva?

JF: Yo he ido persiguiendo estos dos campos de manera intuitiva. Cuando empecé este camino fue una apuesta y un deseo muy grande de encontrar cómo ambos campos se articulaban. Con el tiempo me percaté que posiblemente soy fruto del giro etnográfico en el arte contemporáneo y de la crisis de la representación en la antropología. Sin embargo, este proceso fue más espontáneo. Para mí, la antropología lo que busca es conocer y comprender la realidad cultural, pero al decir esto, me refiero que busca conocer los conflictos culturales, los ejercicios de poder, el colonialismo, la esclavitud, etc. La antropología la entiendo como una disciplina que busca conocer al ser humano en su entorno cultural. Lo interesante es pensar que el arte busca lo mismo; en mi camino he conocido a artistas que son grandes antropólogos, y también al revés, antropólogos que son grandes artistas y curadores.

Sucede lo mismo con el mundo de las ideas; uno puede aprender mucho de una cultura, una sociedad y sus conflictos a través del arte, e incluso puede ser mejor que si uno se acerca solo al mundo de los libros. En este horizonte, todo es parte de lo mismo. Es un ejercicio profundamente moderno el haber dividido el conocimiento en disciplinas, pero mi apuesta es creer que todo está interrelacionado y que los espacios interdisciplinarios son profundamente útiles y provechosos. Autores como Marcus ya nos habló de respuestas que están dando las metodologías artísticas que son muy útiles para la antropología y viceversa. Entonces, son campos disciplinares que tienen mucho por aprender uno del otro.

Por otro lado, para mí fue increíble poder ver la obra de Juan Downey en la Bienal de Venecia. Si bien la conocía de antes, fue la primera vez que pude ver una obra del artista en vivo y montada… fue impresionante. Sin duda, creo que Downey es un punto de origen para encontrar cómo el videoarte o las instalaciones se cruzan con la antropología, y esto sigue siendo vanguardista hasta el día de hoy. La propuesta de Juan Downey logra el cruce entre la antropología y el arte contemporáneo; su interés por la realidad y por acercarse a las personas creo que es lo más interesante y es uno de los fundadores.

AV: Tu primera visita a Chile como antropólogo fue en el marco de la tercera versión de SACO, en el 2014. Allí te acercaste al territorio y a la comunidad del desierto de chileno a través del eje curatorial propuesto por el festival ese año, Mi vecino, el Otro, que abordaba la compleja relación entre Chile, Perú y Bolivia. Trabajaste con la curadora Lucía Querejazu y los artistas bolivianos Andrés Bedoya y Jaime Achocalla en las hermosas ruinas de Huanchaca, en Antofagasta ¿Qué reflexiones te ha dejado está experiencia?

JF: En esa oportunidad tuvimos un SACO con características muy políticas: se discutió, dialogó y aprendimos mucho entre todos. Fue una experiencia inigualable. Es increíble como boliviano llegar a Antofagasta, porque tiene una carga simbólica y política impresionante. A mí me encanta ir porque aprendo mucho y encuentro muchos vínculos. Antofagasta es un lugar que en Bolivia lo recordamos con mucha nostalgia: es un territorio añorado.

En aquella oportunidad me aboqué a investigar las percepciones de los y las bolivianas sobre el mar. Yo creo que Bolivia y Chile tenemos el tema pendiente del mar; no es un tema menor, y desde donde estemos, en la posición que estemos, creo que hay que trabajar para que los dos países hermanos y vecinos logren resolver los conflictos históricos en paz. Estoy a favor de los reparos históricos, por lo tanto, estoy a favor de una salida al mar para Bolivia. Me parece una gran utopía, pero sobre todo estoy a favor de hacer una verdadera hermandad con los países vecinos.

A esa versión de SACO yo le quedo muy agradecido porque me ayudó a comprender mucho sobre las distintas lecturas del conflicto, ver cómo el arte puede ser nuestra gran utopía. Además, los otros equipos, el chileno (a la cabeza de Rodolfo Andaur) y el peruano (a la cabeza de Gustavo Buntinx) fueron muy interesantes. Asimismo, encontré muchos cómplices en Chile para reivindicar la salida marítima de Bolivia. Por otra parte, fue alucinante para mí conocer a Dagmara Wyskiel y a Christian Núñez, una relación que empezó allí, y que hemos podido mantener para seguir pensando proyectos de manera conjunta.

Obra de Jorge de la Reza (Bolivia) en la muestra "Fricciones", Sala de Arte de la Fundación Minera Escondida, Antofagasta, Chile, 2018. Parte de SACO7. Foto: Sebastián Rojas

Obra de Andrés Bedoya (Bolivia) en la muestra "Fricciones", Sala de Arte de la Fundación Minera Escondida, Antofagasta, Chile, 2018. Parte de SACO7. Foto cortesía de Juan Fabbri












































 

AV: Ahora vuelves a Chile, a SACO7, con esta curaduría donde propones tu propia lectura del tema curatorial de SACO este año, Origen y Mito, a través de las prácticas de cinco artistas bolivianos. En ella se reflexiona sobre la discriminación racial producto del pasado colonial, un tema aún muy vigente en Bolivia. ¿Qué relato, o relatos, te interesaba plantear en esta exposición? 

JF: Me interesó plantear un tema que responda a la propuesta de SACO7 pero que también responda a lo que en Bolivia se está discutiendo. La intención fue pensar en las raíces, en los orígenes de la Bolivia contemporánea, pensar en el presente recordando a nuestras madres, abuelos y tatarabuelos; es mirar a un espejo que nos lastima. Bolivia es un país atravesado por un pasado colonial que implicó que la sociedad se dividiera entre los colonizadores y los colonizados; estas relaciones de poder se encuentran profundamente marcadas en nuestros cuerpos y memorias. 

La historia estuvo íntimamente vinculada con situaciones de discriminación racial donde los “blancos” (europeos y criollos) fueron quienes establecieron un periodo que implicó el control de la tierra y de los medios de producción. En cambio, en las poblaciones indígenas realizaron sublevaciones que ocasionaron el asesinato de varios líderes indígenas (como el descuartizamiento de Túpac Katari) y el control de sus territorios. 

Desde el arte contemporáneo estamos mirando nuestro pasado, con obras capaces de repensar el pasado familiar e histórico; es en el arte donde podemos reconstruir nuestra memoria, resignificarla y cuestionarla. Se propone mirar el pasado para entender el presente e imaginar un futuro utópico. 

Todas las obras que son parte de la curaduría han sido realizadas por artistas bolivianos que miraron el pasado, ya sea desde un contexto familiar o más como sociedad. La obra de Jorge de la Reza, una pieza de 1932, es el punto de inicio donde el artista buscó reflexionar sobre esta doble herencia entre los españoles y los indígenas. Claudia Joskowicz nos presenta una obra capaz de resignificar y pensar sobre el descuartizamiento del líder indígena Túpac Katari. Alejandra Delgado problematiza nuestra herencia cultural de Tiwanaku y es capaz de cuestionar desde una lectura feminista las estelas de piedra. Mientras tanto, Alejandra Dorado y Andrés Bedoya nos proponen obras que revisan sus memorias familiares. Dorado nos presenta una revisión feminista sobre los álbumes fotográficos y Bedoya una remembranza a su madre ausente.

AV: Desde 1990, la Bienal de Venecia ha tenido presencia de artistas bolivianos, pero no fue sino hasta la pasada edición, en el 2017 que Bolivia contó por primera vez con un comisario y un pabellón propio. Tú fuiste parte de ese equipo curatorial que llevó la obra de Jannis Markopoulos, José Ballivián y Sol Mateo a Venecia. ¿Nos puedes contar sobre esta experiencia y cómo se prepara el próximo envío para la Bienal de 2019? J

F: La Bienal de Venecia es uno de los eventos más importantes en el arte a nivel internacional. Para mí fue un honor trabajar para que el proyecto del Pabellón Boliviano saliera adelante y se concretara en el 2017. Considero que fue una gran experiencia, un aprendizaje constante con los artistas y la organización de la Bienal; marcó la esperanza de llevar el arte boliviano más allá de nuestras fronteras y poder generar encuentros con escenas de diferentes partes del mundo. Difundir lo que se hace y piensa en Bolivia es muy necesario, al igual que escuchar lo que las diferentes escenas tienen por decir. A la Bienal llevamos tres reflexiones sobre lo humano en la contemporaneidad; las obras de José Ballivián, Sol Mateo y Jannis Markopoulos tienen el nivel para estar en un evento internacional de estas características, y creo que sus obras fueron del interés de los visitantes. Fue un esfuerzo grande tener un Pabellón durante los meses completos de la Bienal, sin embargo, aún es difícil asegurar que esto pueda pasar en las siguientes versiones. Actualmente nos encontramos trabajando para que esto sea posible.


José Ballivián, Waka Waka, 2017. Pabellón de Bolivia en la 57° Bienal de Venecia. Foto cortesía de Juan Fabbri
Sol Mateo, Mutación Genética del Colonialismo, 2017. Pabellón de Bolivia en la 57° Bienal de Venecia (2017). Foto cortesía de Juan Fabbri
Vista de la exposición "Los Libros de la Sangre y de la Leche", de Alejandra Alarcón, en el MNA de Bolivia. Foto cortesía de Juan Fabbri


AV: Como curador del Museo Nacional de Bolivia, ¿con qué asuntos has venido trabajando y cuáles te interesaría comenzar a desarrollar? 

JF: Me interesan profundamente los conflictos culturales, investigar cómo desde el arte contemporáneo se está repensando el carácter indígena del país, el colonialismo, el exotismo y la globalización. Considerar el arte como un espacio de reflexión y de batallas simbólicas. Actualmente, me motiva preguntarme qué significa descolonizar la historia del arte boliviano, las relaciones norte-sur y las geopolíticas en el arte. Investigaciones relacionadas a etnicidad son mi foco de mi interés.

El próximo proyecto que estoy realizando es un espacio de diálogo, un coloquio de tres días en noviembre de 2018 que rescata experiencias a nivel nacional e internacional sobre el cruce entre el arte contemporáneo y la antropología. Esto lo estoy trabajando junto a la antropóloga Gabriela Zamorano, y se encuentran involucrados el Museo Nacional de Arte, el Instituto de Investigaciones Antropológicas y Arqueológicas de la UMSA, la Bienal SIART y el Colegio de Michoacán de México. Este proyecto va a generar un espacio para reflexionar sobre las prácticas curatoriales, la antropología y el arte y busca crear una plataforma para que investigaciones antropológicas y artísticas puedan intercambiar conocimientos. 

AV: Sabemos que las instituciones culturales públicas en Latinoamérica suelen atravesar crisis de presupuesto y de identidad, así como falta de profesionalización. ¿Cómo evalúas el caso boliviano? 

JF: El arte contemporáneo en Bolivia es una actividad que no forma parte de las prioridades del país. La discusión dentro las universidades y el mundo académico es muy escasa, las carreras de artes no fomentan el arte contemporáneo. No existen posgrados en arte en Bolivia, ni becas de estudio para mayor especialización profesional. Actualmente, en el país se priorizan las ramas técnicas y científicas particularmente relacionadas al impulso de la tecnología, los procesos de industrialización y las ingenierías. Las ciencias sociales, humanas y las artes están en segundo plano en cuanto a prioridades de educación.

Paralelamente, considero que en las artes hay gente muy apasionada; fruto de esto tenemos excelentes artistas, gestores, curadores e investigadores que cada día nos vienen sorprendiendo con enfoques y propuestas novedosas. La mayoría se forman a costa de trabajo personal, y van aportando al país. De igual forma, encuentro en el Museo Nacional de Arte y en la Fundación Cultural del BCB los aliados fundamentales que promovieron la participación de Bolivia en la Bienal de Venecia con un Pabellón propio, la participación actual de la muestra en SACO7 en Chile y, dentro el país, el apoyo y respaldo a la Bienal de Arte SIART. El MNA es una institución que valora e impulsa las artes visuales en el país. 

AV: La escena artística en Bolivia es bastante conocida en Chile y últimamente ha habido muchos intercambios de artistas a través de residencias como Kiosko o la Bienal SIART, estas dos en Bolivia, y espacios o proyectos independientes en Chile, como SACO, Espacio O y la Galería Metropolitana. ¿Cómo ves este dinámico proceso de intercambio hacia el futuro? 

JF: Considero que se está estableciendo una red articulada entre Chile y Bolivia. Es probable que sea uno de los países con los que estamos teniendo mayor intercambio artístico. Esto me alegra mucho porque estamos teniendo una relación como países vecinos. Precisaría a la pregunta que en Bolivia estamos acogiendo muchos artistas chilenos; durante este año y el anterior trabajé varios proyectos de artistas y curadores chilenos en La Paz: Juan Castillo, Lotty Rosenfeld, Alfredo Jaar, Bernardo Oyarzún, Pedro Lemebel, Coco González, Isidora Correa, Máximo Corvalán, Dagmara Wyskiel, Rodolfo Andaur, entre varios otros. Observo una escena fuerte en Chile que sobretodo tiene un sostén importante en las becas de movilidad social, por lo que varios artistas de Chile vienen a Bolivia apoyados por las políticas culturales de movilidad social del Estado. 

Deseo que esta relación de intercambios se fortalezca aún más; somos países vecinos que necesitamos seguir conociéndonos y seguir reflexionando juntos. Ahora en SACO7 soñamos con intercambios de muestras más grandes que ayuden a conocer aún más del arte boliviano en Chile, y también exhibir en Bolivia muestras grandes de arte chileno. Estoy convencido de que el arte puede establecer los puentes para que podamos conocernos y solucionar nuestros problemas. Las relaciones entre Chile y Bolivia no son fáciles, sin embargo, creo que el mundo del arte está sirviendo como ejemplo de la posibilidad de crear puentes en vez de muros.

Fuente: www.artishockrevista.com]

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