quinta-feira, 12 de julho de 2018

El vino de la independencia: cómo la Argentina se emancipó de las bebidas provenientes de Europa

Desde la época de las colonias, los vinos se hacían a imagen y semejanza de los vinos franceses, españoles e italianos. Pero luego del 9 de julio la libertad también llegó a esta bebida. 


Escrito por Fabricio Portelli

La vitis vinífera, especie de vid con la cual se hacen los vinos argentinos, llegó masivamente al país a principios del siglo XIX en los barcos de colonizadores españoles, aunque fue recién después de 1850, con las grandes olas de inmigrantes europeos, que la viticultura empezó a desarrollarse.

Esto quiere decir que los vinos que se tomaban en el Cabildo y sus alrededores en 1816 no eran producidos en los terruños que hoy son famosos, y mucho menos eran como los vinos que se disfrutan hoy en día.

Operarios y bodegueros posan en el patio donde se fraccionaba el vino 
en pequeños toneles o damajuanas para la venta.

Pero el problema venía de mucho antes. La corona española había promulgado una ley en el siglo XVI que prohibía el cultivo de la vid en sus colonias; esto obligada a importarlo desde España. Y mientras la clase alta y los políticos disfrutaban de los afamados vinos de Rioja, la denominación de origen más prestigiosa de la península ibérica, el resto de la población debía conformarse con el "vino Carlón". Los vinos de Benicarló provenían de la región de Valencia, y se les agregaba durante la fermentación mosto concentrado cocido -como hacían los romanos- para poder preservarlos por más tiempo.

Eran vinos intensos, densos y pesados, de gran cuerpo y con más de 15 grados de alcohol. Gracias a estas características los vinos soportaban mejor el paso del tiempo y los largos viajes en barco hasta el Nuevo Mundo. Pero puros eran intomables, y es por ello que se rebajaban con agua.

Recepción de uvas en bodega en el lagar para su molienda 

Cuando se declara la independencia, el vino Carlón era el más popular. Presente en todas las casas y pulperías, y con una demanda creciente, llegando a convertir a Buenos Aires como principal destino para los vinos de Benicarló. Y si bien la mejora cualitativa no era una preocupación de aquellos productores, que solo buscaban la mejor manera de satisfacer a los cada vez más sedientos consumidores, sentaron las bases de una cultura vínica.

Fue recién a comienzos del siglo XX que los bodegueros locales comenzaron a expandirse y a elaborar mejores vinos que los "importados"; y el agregado de mosto cocido se dejó de lado. Las razones están bien explicadas por un cura jesuita que cita Felipe Pigna en su libro Al Gran Pueblo Argentino Salud: "Con mejoras en las condiciones de las bodegas, no sería necesario cargar de la porción de (mosto) cocido que al presente se acostumbra, siendo bastante la mitad o nada. Sin cocido se hizo en Mendoza una cantidad de vino suficiente para el gasto de la comunidad religiosa, que resultó de menos cuerpo, más al mismo tiempo de bastante espíritu, de excelente gusto, y lo que es más, se conservó y duró casi un año entero".

Antigua sala de toneles de roble francés en donde se conservaban los vinos hasta su despacho 

Aquellos primeros buenos vinos argentinos se diferenciaban principalmente por estar hechos con uvas criolla (grande y chica), cereza y moscatel, pero también porque las condiciones climáticas eran muy diferentes. Las viñas estaban plantadas en vaso (tipo arbolitos) y en parrales "españoles", y obviamente en las bodegas no existía la tecnología de hoy en día. Las uvas se cosechaban en canastos, buscando el mayor grado de alcohol potencial posible, y se llevaban en mula a las pocas bodegas de la época. Los racimos se volcaban en un lagar de cuero de buey que se encontraba en el exterior de la bodega. Allí las uvas se pisaban, y el mosto (jugo de uva) en baldes se depositaba en grandes botijas para su fermentación. Una vez finalizado el vino, se "colaba" con un cedazo de cuero para eliminar hollejos, semillas e impurezas, y de ahí pasaba a las vasijas de arcilla y cerámica (reemplazadas a finales del siglo por las de roble) por gravedad, ubicadas en los sótanos de las bodegas para su posterior despacho.

Los vinos argentinos de hoy



No obstante, mucho tiempo le llevó a la industria convencerse que debía ir por un carácter propio sin mirarse al espejo del Viejo Mundo. Porque hasta principios de los 90, ya en el siglo XX, los vinos se hacían a imagen y semejanza de los vinos franceses, españoles e italianos; o al menos era lo que se intentaba. Utilizando las mismas variedades que le daban fama a las grandes denominaciones europeas como Burdeos, Borgoña, Chianti, Rioja, etc. Y también con los mismos métodos y largos periodos de añejamiento en toneles de roble. Así, los tintos nacionales más pretenciosos eran blends a base de Cabernet Sauvignon.

Fue recién a comienzos del milenio que el vino argentino comenzó a independizarse, estilísticamente hablando; y fue de la mano del Malbec. Es cierto que tardó algunos años en encontrar su propio rumbo, pero hoy lo ha logrado. Ya no se trata de tintos concentrados, con mucho alcohol y más madera, sin un mensaje claro. Hoy, los vinos argentinos hablan de lugares con características de la cepa, y es el Malbec el principal abanderado. No solo porque hay más de 40.000 hectáreas plantadas, sino además porque se ha convertido en sinónimo de Argentina. Hoy la propuesta de Malbec local es tan amplia y con presencia en todos los segmentos de precio, que el consumidor global ya está convencido. No será el mejor vino del mundo, pero seguro es lo que mejor se hace por estas tierras. Además, nadie más lo elabora como acá, porque en Cahors, la pequeña comuna al sudoeste de Franca de donde proviene, quedan solo 5000 hectáreas, y sigue pesando más el nombre del lugar (y su historia) que el del cepaje.

Los críticos internacionales más importantes ya le han otorgado 100 puntos a algunos Malbec nacionales, confirmando que es el vino que más y mejor identifica a la Argentina. Por lo tanto, hay que seguir apostando por este varietal. Los consumidores acercándose cada vez más a conocerlo y comprobar las diferencias que ofrecen en función a sus calidades y orígenes. Mientras que los agrónomos y enólogos deberán seguir buscando los lugares donde mejor se exprese el Malbec y ver con qué otros cepajes se lo puede combinar. Al parecer, el Cabernet Sauvignon, el Cabernet Franc y el Petit Verdot son los más elegidos actualmente para dar con vinos más argentinos que nunca en materia de tintos, y con el Torrontés como principal protagonista cuando se trata de blancos, autóctonos y de nivel internacional.



[Fotos: - fuente: www.infobae.com]

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