Escrito por Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Jenny me dice que existes, isla de sal, isla salina, salada, salera, salosa, en algún lugar, entre África y Brasil. Me habla del viento tórrido que mueve tu blanco polvo. De una perra madre que deambula por la playa con tetas colgantes, boca de sus cachorros. Por eso, cuando me acuesto, me sueño en ti, en una baranda que de seguro no está, mirando pasar tu perra, oyendo ese ventoso trópico que en contacto con tu sal suena como garganta aserrada de sed. Y, dime, ¿los peces de tus orillas miran blanco, son ciegos? ¿Brilla en la punta de tus árboles la sal, como humareda de boscosos diamantes?
No estás en los mapas. Es posible que aparezcas de día y te hundas de noche, o no sé qué movimiento tengan tus sales. Pero, te digo, mi sueño no era pesadilla, era extraña paz en tus playas faltas de arena, en tus pasadizos que son ríos de leche sólida.
Tu viento empuja mi barca, tu viento me vuelve a dormir. Cuando despierto, percibo un sabor de sal, muy leve, por mis labios.
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[Publicado en VIRGINIANOS, Los amigos del Libro, Cochabamba, 1991 - reproducido en lecoqenfer.blogspot.com]
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