No sé cómo esta amalgama siniestra de desprecio al placer y de criminalización del puro deseo ha logrado colarse en medio de una protesta dignísima y necesaria contra las agresiones sexuales
Escrito por SERGIO DEL MOLINO
Llevo toda mi vida considerándome alguien rematadamente normal en
cuestiones sexuales. Aunque sé que la normalidad es una categoría problemática
para hablar de cualquier conducta, espero que se entienda lo que quiero decir.
Me he sentido, me siento y me sé raro en muchos otros aspectos de mi vida, en
los que pertenezco a minorías a veces ínfimas: la minoría de los que dedican
mucho tiempo a leer, la minoría de los que se ganan la vida juntando letras, la
minoría de los que trasnochan y madrugan a la vez, la minoría de los que no ven
fútbol, la minoría de los que nunca se han inscrito a un gimnasio y la minoría
de los que no saben silbar ni montar en bici. Pero, en términos de sexo, me
suponía parte de una aburridísima media estadística, la de un tipo heterosexual
y monógamo, que disfruta de sus cosas en la intimidad de su casa sin
convertirlas en mística ni en bandera de identidad. A la luz de lo mucho
escuchado y leído en los últimos meses, empiezo a cuestionarme mi propia
normalidad.
La campaña #MeToo es eficaz, necesaria y radicalmente oportuna. Ha dado
una penúltima vuelta de tuerca a la sensibilidad de occidente, denunciando como
intolerables y violentas muchas actitudes y conductas que parecían normales.
Sobre todo, en oficinas y despachos, donde las jerarquías hacen de los abusos
algo impune, y de sus víctimas, personas completamente indefensas. Las voces de
quienes han sufrido acoso no solo hacen que el humillador se convierta en
humillado, sino que marcan el inicio de un cambio en el que ningún machito
cabrón se sienta libre y legitimado para sus abusos y chantajes sexuales. Como
sociedad, hay una obligación absoluta de respaldar a quienes se han visto
indefensas.
No creo ser el único que ha visto cómo, a remolque de una protesta
incontestable y justísima, se ha subido un vocerío, especialmente activo en las
redes sociales, que plantea el sexo como un problema. «¿Qué sucede si no hay
una posible reconciliación entre los ideales relucientemente limpios de la
igualdad de género y los mecanismos del deseo humano?», se preguntaba Stephen
Marche en The New York Times. Me froto los ojos porque a menudo no me creo
lo que leo. En un artículo muy divertido, el escritor chileno Rafael Gumucio
comentaba cómo el sexo sin penetración se ha puesto de moda entre ciertos
universitarios de izquierdas chilenos, porque la penetración se considera
violenta y capitalista. Gumucio comparaba estos prejuicios sexuales con la
doctrina cátara del siglo XII, una secta cristiana ultrarradical que
consideraba que el placer era un enemigo.
Lo que yo creía que era una normalidad sexual completamente
intrascendente se está convirtiendo en libertinaje puro. Leo alucinado todas
las disputas teológicas que asocian el deseo sexual a lo monstruoso y lo
abyecto. Me tiro de los pelos leyendo a tuiteros que dan consejos para ligar en
los que cualquier insinuación o maniobra de seducción es inadmisible y se
califica como una agresión. No entiendo nada.
Me crié en una familia atea de izquierdas bastante normal. La religión y
el pecado nunca tuvieron presencia en mi educación, ni siquiera en el colegio,
que era público y en el que recibía “ética” en vez de religión. Mis padres
fueron quizá demasiado francos y abiertos en cuestiones sexuales, empeñados en
hablar más de la cuenta y en preocuparse de que, llegada la adolescencia, mi
hermano y yo tuviéramos a mano preservativos, información, apoyo e intimidad,
si se requería. No me parece que hiciesen nada excepcional y, en mi despertar
hormonal, descubrí que tanto mis amigos como las chicas con las que iba a poner
en práctica las teorías tenían una noción del sexo tan desprejuiciada y libre
como la mía. Fue divertido, sin traumas, sin culpas y, por supuesto, sin la
menor violencia. No he tenido nunca la sensación de que el deseo y el placer
fueran un problema o crearan situaciones de opresión o simplemente
desagradables. Hubo fuegos artificiales y desastres horrorosos, noches de
gloria y noches de mierda, pero nada importante, nada que requiriese la
intervención de un psicoanalista, un enfermero o un policía. Nada que no
pudiera diluirse en un chiste.
Como parte de las relaciones y la comunicación humanas, el deseo sexual
es complejo, sutil, cambiante, incontrolable y lleno de malentendidos, pero
también, y por encima de todo, divertido. Incluso en su frustración. Nunca le
he dado mucha importancia y, por supuesto, nunca ha sido motivo de disputa o
incomodidad con mi pareja. O no más que el punto de sal del arroz de los
domingos.
Yo me creía hijo de una generación a la que le había costado mucho dejar
de sentirse aplastada por la losa nacional-católica. Mi padre, por ejemplo, fue
interno de un colegio de curas siniestrísimo de la provincia de Guadalajara. Mi
madre sufrió la opresión violentísima de una madre que hubiera querido ponerle
un cinturón de castidad. Sus heridas fueron la libertad de sus hijos: nos
quisieron libres de cualquier poso de culpa, ajenos a admoniciones de púlpito y
confesionario. Y lo consiguieron. Hasta hoy, creía que esa era la normalidad de
mi generación, con una noción estrictamente lúdica del sexo, hasta el punto de
que buena parte de las novelas y de las películas de los siglos XIX y XX nos
eran ajenas, pues hablaban de sociedades reprimidas. Admiramos la belleza de
Proust, pero nos cuesta ponernos en la piel del protagonista, consumido por una
represión sexual que jamás hemos sentido. Nos reímos del surrealismo, pero no
conectamos a fondo con su sentido de liberar la mente, pues la nuestra no
estaba encerrada en un incensario. Bailamos todo el rock de los años sesenta
sin pensar en que se compuso como forma de liberarse de un dogal de cuentas de
rosario. Buena parte del arte occidental moderno es incomprensible si no se
recuerda que está creado por personas que tratan de romper una represión sexual
asfixiantísima: toda la gran novela de Viena, su arquitectura, su música y su
psicoanálisis, no se entienden sin esa represión. Tolstoi es incomprensible si
no se sabe que sus personajes viven presos de una sociedad que inhibe su deseo.
Nos habíamos acostumbrado a disfrutar con distancia de esas obras, a
valorarlas como un placer estético, pero sin compenetrarnos con la angustia de
los personajes, que estábamos muy lejos de sentir, porque ningún cura y ninguna
madrastra nos había puesto cilicio alguno. Sin embargo, de un tiempo a esta
parte, me he dado cuenta de que siguen siendo muchos los que viven su deseo
como un trastorno, que les provoca enormes sufrimientos. Lo que para mí es un
simple polvo al que no dedico apenas pensamientos, para muchos es un misterio
teológico lleno de problemas metafísicos. Como en los momentos álgidos de la
represión cristiana. De pronto, me siento sofisticado y vanguardista, mucho más
desinhibido y liberado de lo que me tenía.
Esto no tiene nada que ver con el abuso y el acoso, que están bien
definidos y son reconocibles e intolerables. No sé cómo esta amalgama siniestra
de desprecio al placer y de criminalización del puro deseo ha logrado colarse
en medio de una protesta dignísima y necesaria contra las agresiones sexuales.
Vuelvo a la pregunta de Stephen Marche: «¿Qué sucede si no hay una posible
reconciliación entre los ideales relucientemente limpios de la igualdad de
género y los mecanismos del deseo humano?». Pero, ¿qué reconciliación hace
falta, si son cosas distintas? Existen por separado: puedo desear a cualquier
persona (incluso desearla muchísimo, hasta la fiebre) sin violentar lo más
mínimo su libertad, su dignidad y su igualdad ante todos. Del mismo modo que
puedo sentir mucha hambre y comportarme con corrección en la mesa, sin lanzarme
a dentelladas sobre la comida cruda. Porque el deseo ajeno no es un insulto ni
el prólogo de una agresión, y no hay nada vergonzoso ni inmoral en expresarlo.
Me pregunto por qué el sexo sigue siendo el centro de tantas polémicas, pero
dejo las tentativas de respuesta para otro artículo.
[Fuente: www.ctxt.es]
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