quinta-feira, 6 de julho de 2017

La osadía lingüística de Hipólito G. Navarro en Los últimos percances


Escrito por Geraudí González
La osadía lingüística puede ser un aspecto que fundamente la obra de un escritor. Pero no siempre es bien recibida por los lectores y la crítica. Este no es el caso de Hipólito G. Navarro, que ha gozado de los elogios de ambos sectores por publicaciones como El cielo está López (1990), Manías y melomanías (1992) o El aburrimiento, Lester (1996).
Los últimos percances da cuenta de 67 relatos del autor andaluz, escritos entre 1981 y 2004, y recogidos en dos libros ya publicados, El aburrimiento, Lester (1996) y Los tigres albinos (2000). Añade uno inédito de donde sale el título del conjunto. El libro nos muestra a un Navarro irreverente y atrevido que apuesta al empleo de un lenguaje movido por una sintaxis algo desordenada, en la que pone al lector en el juego de descubrir las posibilidades alternas de la historia. No es complaciente la lectura de casi ningún cuento, menos los 11 que conforman la primera sección.
Los relatos en “El aburrimiento, Lester” se establecen en una urdimbre lingüística que se maneja con personajes sostenidos en una naturaleza extraña y surrealista, surgidos de los escenarios más absurdos, como ese peculiar mundo marino en la bañera de “Sucedáneo: Pez volador”. Son personajes que se explican por sí mismos en una lucha entre su propia voz y la del narrador, quien en buena parte de los textos termina por imponerse. La regla que determina la configuración de esa sección poco convencional parece ser la desviación del orden natural de los enunciados y la extravagancia (especialmente en sus títulos).
Quizá por eso la dedicatoria del libro está dirigida a un autor muy poco dado a los corsés literarios como Julio Cortázar, quien hace de los juegos del lenguaje un artificio de sus relatos, como hace el mismo Navarro. Esto lo demuestra en este fragmento del cuento “Me traiga loh papele que orvió er arcarde saliente”, uno de los títulos con mayor desenfado en su propuesta: “de haber sido pulpos se habrían tapado lo suficiente como para desaparecer como gusanos, ya que no habían allí posibilidades de competir, pues lo que salía de su virtuosismo era pura miel, cuando no jalea real; o sea, una maravilla”.
“El dinosaurio estaba ya hasta las narices”
Navarro arriesga en su propuesta literaria con la variada y compleja gama de cuentos que aunque transiten caminos lingüísticos afines, no necesariamente se acercan en los temas y aspectos formales. Esta dualidad convierte a su cuentística en una infinita posibilidad de experiencias para el lector, quien termina por habitar el mundo del autor.
En la segunda parte, correspondiente a Los tigres albinos, libro que Pre-Textos editó en el 2000, ya se nota una propuesta menos licenciosa en su sintaxis, pero igual de irreverente en contenido y forma. Construye su narrativa a partir de historias que oscilan entre el relato tradicional y el microrrelato. En “Los vikingos”, por ejemplo, se mueven entre el lenguaje común y el poético: “Sobre una cama dormimos infinidad de sueños durante años, sudamos fiebres y borracheras, amamos: pero se llega uno a aburrir de tantos sueños, de las fiebres, de las borracheras, incluso del amor”.
“Sobre una cama dormimos infinidad de sueños durante años, sudamos fiebres y borracheras, amamos: pero se llega uno a aburrir de tantos sueños, de las fiebres, de las borracheras, incluso del amor”
En la tercera y última parte las historias se han liberado de la influencia de Cortázar. Hay diversidad de textos expuestos desde la brevedad precisa que aún mantiene cierto atrevimiento de los años anteriores, pero se renuevan en el tratamiento de la historia y las diversas modalidades narrativas empleadas en los 22 relatos. Vale citar a “Grúyeres nevados”, donde podemos mirar desde la anécdota y el humor, las travesuras eróticas de dos personajes: “Alfonsina los vio venir desde más lejos, pero no me dijo nada, y es que a ella le gusta verme con ella entre las manos, eso tan caliente entre tanto frío como traía la tarde, asomando entre los botones de la bragueta como un animalillo, mirando a la nieve blanquísima y tentadora más abajo, echándole una ojeada a las formas de Alfonsina más adelante, casi oculta entre los pinos nevados”. Otro ejemplo es el microrrelato “El dinosaurio”, en donde el personaje monterrosiano toma protagonismo a partir de la elocuente ironía del narrador (“El dinosaurio estaba ya hasta las narices”).
Hipólito G. Navarro no es un autor indulgente con el lector; este debe inmiscuirse en el relato, saborearlo, devorarlo, hacerlo suyo y luego, decidirá si se decanta finalmente por la prosa amigable, accesible y benévola de algunos autores; o si por el contrario, se quedará con la prosa de este español que, aunque sabe que “todas las historias ya están contadas”, lo que vale es “la manera de contar esas historias”. Y vaya manera de hacerlo la suya.

[Fuente: www.colofonrevistaliteraria.com]

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