Los mensajes
digitales muestran cada vez más esos tres minúsculos redondeles de sugerente
significado
Un teléfono móvil. |
Escrito por ÁLEX GRIJELMO
Han renacido
los puntos suspensivos. Uno se los encuentra dando saltos por el móvil, la
tableta, el ordenador; alegres y dicharacheros.
Su papel antes anodino y ocasional en novelas, ensayos, cartas, prospectos,
carteles, anuncios, noticias o reportajes se ha convertido ya en imprescindible
para muchas personas. En efecto, los textos que van y vienen por correo
electrónico, SMS, WhatsApp y otros sistemas digitales muestran cada vez más
esos tres redondeles minúsculos de sugerente significado.
Las gramáticas y las ortografías suelen señalar
que este signo triple se usa con la idea de dejar una oración inacabada, y
generalmente con intención de expresar desconocimiento, duda o temor. También
para sugerir cierta intriga o expectación ante lo que se va a escribir de
inmediato. (“Y el ganador es… La La
Land”). Y además sirven
para marcar que se ha omitido algo en el discurso, función que suelen cumplir a
disgusto porque de pronto se ven enjaulados entre paréntesis: (…).
A esas misiones tradicionales quizá se deba sumar
otra en las ultrarrápidas comunicaciones de hoy: la atenuación.
Los mensajes cortos de los soportes digitales se
perciben a veces muy cortantes, suenan muy asertivos, transmiten una seguridad
del emisor basada en la mera dimensión reducida del texto, no siempre funcionan
como buenos conductores de la ironía y pueden producir un impacto desagradable.
Y para eso están ahí, al alcance de un dedo, los
puntos suspensivos de toda la vida, capaces de paliar tales efectos indeseados.
El idioma español, igual que otras lenguas,
muestra una cadencia descendente al final de cada frase, y ese efecto lo
reflejamos en la escritura con un punto: un signo ortográfico cuya expresión
oral nos sirve incluso para rematar la afirmación que se acaba de proferir: “Y
punto”.
La cadencia contraria implica una línea ascendente
que impide la caída de la entonación y la deja en suspenso. (Por ejemplo, si
decimos: “Es que tienes unas cosas…”). Eso otorga un tono más amable a la
aseveración, pues sugiere que el emisor del mensaje le ha ahorrado al receptor
un final menos agradable, y le apea de escuchar algo ofensivo: (Por ejemplo,
“es que tienes unas cosas que no se le ocurren ni al que quería poner a Messi
de portero”). Frente a eso, los tres puntos reflejan precisamente la
anticadencia suspensiva.
Así, un escueto “gracias por el regalo” se
convierte en un insinuante “gracias por el regalo…”; una respuesta como “mañana
no trabajo” se llena de sentidos adicionales si se escribe “mañana no
trabajo…”; un impertinente “ya veo” se transforma en el simpático “ya veo…”; el
imperativo “dime algo enseguida” adquiere el papel de la súplica con la grafía
“dime algo enseguida…”.
La primera Ortografía española, de 1741, ya recogía los puntos
suspensivos (si bien los llamaba “puntos seguidos”). La Academia incorporó su
definición en el Diccionario de 1869, dentro de la entrada “punto”. Y
desde entonces les otorga la capacidad de dejar un sentido incompleto gracias a
que el discurso queda en suspenso.
Por ello escribimos ahora los tres redondelitos en
mensajes donde no está todo dicho, en los que no pretendemos tener la última
palabra porque aún queda algo por expresar y cedemos ese espacio a quien nos
lee. Tal vez invitando a la respuesta...
[Foto: EFE - fuente: www.elpais.com]
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