En esta pieza de alquiler fue citada por el hombre
que había sido su marido; y queriendo tenerla, queriendo quedársela, él la amó
y la mató, matándose él después.
Publican los diarios uruguayos la foto del
cuerpo que yace tumbado junto a la cama, Delmira abatida por dos tiros de
revólver, desnuda como sus poemas, las medias caídas, toda desvestida de rojo:
-Vamos más lejos en la noche, vamos...
Delmira Agustini escribía en trance.
Había cantado a las fiebres del amor sin pacatos disimulos, y había sido
condenada por quienes castigan en las mujeres lo que en los hombres aplauden,
porque la castidad es un deber femenino y el deseo, como la razón, un
privilegio masculino.
En el Uruguay marchan las leyes por delante de la gente,
que todavía separa el alma del cuerpo como si fueran la Bella y la Bestia. De
modo que ante el cadáver de Delmira se derraman lágrimas y frases a propósito
de tan sensible pérdida de las letras nacionales, pero en el fondo los
dolientes suspiran con alivio: la muerta, muerta está, y más vale así.
Pero,
¿muerta está? ¿No serán sombra de su voz y ecos de su cuerpo todos los amantes
que en las noches del mundo ardan?
¿No le harán un lugarcito en las noches del
mundo para que cante su boca desatada y dancen sus pies resplandecientes?
[Fuente: El Poder de la Palabra - www.epdlp.com]
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