
Drama/sinopsis: Adaptación de la célebre tragedia griega que Lars Von Trier dirigió para televisión, sirviéndose de un guión adaptado por Carl Theodor Dreyer, quien nunca pudo rodarlo en vida. La historia mitológica se centra en lo acaecido después de la expedición de Jasón y los Argonautas. Tras años de amor y felicidad, Jasón pretende abandonar a Medea y sus hijos para casarse con Glauce, la hija del rey Creonte. Cuando el rey decide expulsar a Medea, esta urde un perverso plan de venganza. (FILMAFFINITY)


Los maté porque eran míos
El mito de Medea es uno de los más terribles que han llegado hasta nosotros desde la tradición clásica. Y si no, juzguen ustedes mismos: la susodicha es impelida a traicionar a su pueblo natal –donde ejercía con verdadera devoción su hechicera profesión-, facilitando así el robo del vellocino de oro, perpetrado por el ínclito Jasón y sus aguerridos argonautas (¡lo que hay que hacer para reconquistar el reino que tu tío malísimo Pelias le robó a papá Esón!)
Ya que estamos, vamos a contar toda la trama, ¿no? (sobretodo porque la inmortal leyenda difiere en numerosos puntos del argumento de esta película. Ya saben, "licencias poéticas"). Jasón llegaba a la etapa reina de su particular tour muy baqueteado. La verdad es que no se lo pusieron nada fácil: antes tuvo que «uncir al yugo unos toros de pezuñas de bronce y aliento de fuego, sembrar los dientes del dragón de Cadmo; y una vez realizados estos dos trabajos, quedaba el obstáculo más importante antes de llegar al vellocino: un descomunal dragón que custodiaba el bosque donde, suspendido de un árbol, se hallaba el vellocino». Complicado de cojones, vamos.
Pero volvamos a Medea y a su tormento en ciernes. La pobre mujer quedó prendida por sus huesos, transpuesta e indispuesta por las malas artes de Hera y Atenea, protectoras del mimado Jasón. Así que promete echarle una mano para mangar la refulgente lana del cordero si a cambio él acepta casarse con ella a su vuelta a Grecia (típica treintañera desesperada... ¡ten cuidado, Jasón, que esta te buscará la ruina!).
En la persecución subsiguiente, Medea ya da cumplidas muestras de crueldad mental. Para retrasar a las huestes capitaneadas por su padre Eetes —al que no le ha sentado nada bien que le sisen el único bien de interés turístico del poblado—, decide secuestrar a su mismísimo hermano Apsirto e ir esparciendo sus miembros por el camino... obligando a su desdichado progenitor a realizar numerosas paradas para hacerse con los restos de su hijo amantísimo.
Quemadas pues sus naves y embarcada en la Argo hacia su asumido exilio, Medea y los héroes del Cáucaso arriban por fin a Iolco. ¿Y con qué se encuentran allí? Pues resulta que Pelías no ha perdido el tiempo y ya se ha cepillado al padre y a la madre de Jasón, por lo que pudiese pasar... este último encaja bien el golpe y decide irse a vivir con su pibita a Corinto, donde fraguar la venganza a fuego lento (no me pidan explicaciones... esto de la mitología es la mar de extraño).
En estos diez años de aparente calma, Medea le dará dos fermosos hijos al causante de su perdición. Mas Jasón se prendará de la hija del rey Creonte de Corinto —¡hombres!— y le pedirá el divorcio a Medea, alegando algo así como que "aunque cierto es que me acostaré con otra, gran beneficio conllevará mi futura posición para ti y tus hijos" (¡anda que no tenía cuento el tal Jasón!) Como ya imaginan, la despechada Medea no está dispuesta a abrazar el ostracismo y contestar con un mutis por el forro... algo le ronda por la cabeza... un artificio maquiavélico, fatal, perfecto en su desaforada maldad...
La Medea de von Trier se sitúa en un pasado difuso, un bajo medioevo con reminiscencias grecorromanas. Allí conoceremos a un Jasón charlatán, bien instalado y con una posición preeminente, la cuál le permite no tener que rendir muchas cuentas a nadie de sus actos.
Todavía alejado de las fiebres pasajeras del dogma, este sobresaliente producto televisivo posee una factura cuidadísima, en plena etapa manierista de su responsable y máxime artífice (su realización fue un verdadero galimatías: rodada en video, transferida a 35 mm... ¡para volver a ser repicada a video!) Las muy tarkovskianas figuras del caballo agonizante (Andréi Rublev (Andréj Rublëv, 1966)) y las aguas tan cristalinas como nocivas (Stalker (id., 1979)) se nos presentan envueltas en un aire de cuento satánico, brumoso y estilizado, que arranca con las oníricas imágenes de una Medea dejándose arrastrar por las olas (¿antes o después de haber perpetrado su crimen?). Convencido como estaba por aquél entonces de ser el legítimo heredero de Dreyer, von Trier adapta aquí uno de sus guiones póstumos (basado a su vez en el original de Eurípides) y cuenta también con la complicidad de dos viejos actores dreyerianos: Baard Owe y Preben Lerdorff Rye.
Interesante resulta la comparación de esta con otra Medea de enjundia, separada 20 años en el tiempo: la de Pier Paolo Pasolini. Este optó por un final más clásico de la epopeya (Medea pasa a sus hijos a cuchillo; von Trier apuesta por un ahorcamiento, mucho más aséptico aunque visualmente más espectacular). El que la protagonista de la Medea del italiano fuese la divina Callas, incrementaba la dimensión del mito (¿qué mejor que elegir a otro mito para interpretarla?), aunque seamos sinceros: la ópera le sentaba mucho mejor que el celuloide. Abundaban también las maldades típicas de PPP: centauros muy cultivados, sacrificios humanos, ambiguos jueguecitos de Jasón con efebos hipersexuados...
No, la tragedia de Medea le interesa a von Trier por otros motivos. La inconstancia (cercana al repudio) que demuestra Jasón en el compromiso marital, contrasta con la locura de amor que padece una Medea dispuesta a cualquier cosa con tal de preservar el núcleo familiar... dispuesta, llegado el caso, ¡a acabar con la propia familia!
El cine de von Trier está repleto de sacrificios, de relaciones amorosas descompensadas: un moralista inconfeso y una prófuga caprichosa en Dogville (id., 2003), una joven con sexualidad recién estrenada y un marido paralítico en Rompiendo las olas (Breaking the Waves, 1996), un idealista dispuesto a ayudar en la reconstrucción de Alemania y una "loba" Matahari (Europa (id., 1991)). El sacrificio de amor de Medea (matar a lo que más quiere y perder definitivamente a quién le dio esos hijos) es una opción extrema y, por lo tanto, muy del agrado del danés, que logra dotar a tan terrible acción de una inexplicable lógica interna...
Es posible que sea de ahí de donde surja la (a priori) inverosímil identificación con los personajes de sus películas. No de esa presunción que nos lleva a asegurar que obraríamos exactamente igual sometidos a idénticas torturas / tribulaciones, sino del hecho de ver en ellos reflejada nuestra propia naturaleza, tan proclive a la indulgencia (para conmigo mismo, ¡no faltaría más!); nuestro lado masoquista, vamos, dispuestos siempre a sentir antes lástima por nosotros mismos que por un prójimo indeterminado.

[Fuente: scalisto.blogspot.com]
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