Por Rubén Martínez
A menudo cojo los ferrocarriles desde Plaça Catalunya donde siempre suben grupos de estudiantes de entre 15 y 20 años que bajan en el polígono de Sant Joan. La mayoría tienen móvil, y es frecuente ver escenas de 5 o 6 chavales que lo usan intensivamente mientras llegan a su destino. Algunas personas más mayores suelen quedarse eclipsadas con la situación. Las caras de estupefacción de adultos mirando a chavales que miran pantallas casi hablan por sí solas. Yo miro a los adultos que miran a los chavales que miran a las pantallas. Observar a quien mira siempre explica cosas de tu entorno o, más bien, es la excusa que me doy para ser, sin angustias, un voyeur metropolitano. El caso es que hay gente que además de contemplar la escena, expresa sus sensaciones en voz alta. En Barcelona pasa pocas veces, pero pasa. Hoy ha sido uno de esos días.
Una persona de unos 60 años, mientras estaba mirando a los jóvenes que miran pantallas, ha lanzado un comentario dirigido a su acompañante pero sin apuro porque le oyera todo el vagón: “madre mía, cómo ha cambiado todo”. Ése clásico. Su acompañante, ha arriesgado un poco más en la respuesta. Si bien innovador pero más cuidadoso, ha susurrado: “Parecen enfermos..”. Llamarles enfermos dejaba el listón alto, pero el punto álgido lo ha traído otro espontáneo. Alguien que no parecía conocer ni a uno ni a otro –la cercanía mañanera en el transporte público facilita momentos de tuteo– se ha tomado la libertad de sumarse al escarnio con algo bastante turbio: “Bueno, pero por lo menos ahora hablan con alguien”. Por lo menos ahora hablan con alguien. Ojo con eso. Asimila el diagnóstico enfermos y golpea en la nuca.
Nadie ha añadido más matices y el último tertuliano ha bajado en la
parada Muntaner. Los demás hemos seguido haciendo lo que veníamos
haciendo, mirar o mirar a quien mira.
El “por lo menos ahora hablan con alguien” llevaba adjunta una imagen de
niños zombi. Una imagen remota de chavales que no hablan con nadie,
miran a un punto fijo y viajan juntos durante casi una hora sin
dirigirse la palabra. Algo que la realidad empírica sin duda se resiste a
corroborar, pero se rumorea que alguien recuerda haber visto alguna
vez. En el fondo, el comentario buscaba ser más corrosivo que el
anterior (una práctica muy adulta) pero nadie ha parecido entenderlo del
todo bien. Tal vez, el amigo espontáneo sugería que gracias a los
móviles, esos jóvenes conversan frecuentemente con la peña de Tuenti o
con sus favoritos de Whatsapp. O igual, lo que realmente quería expresar
es que esta generación de chavales o, ya puestos, los jóvenes en
general, son seres naturalmente individualistas y autistas poco dados a
relacionarse. El “por lo menos ahora hablan con alguien” sería sinónimo de “esas ortopedias tecnológicas facilitan a los jóvenes comportarse como algo parecido a una persona”.
Vamos, que o bien era un comentario cibereufórico, entendiendo que las
tecnologías logran generar vínculos y comportamientos que antes no
existían, o bien era un comentario efebifóbico, la típica dosis matutina
de miedo irracional sobre los jóvenes. Probablemente esa expresión
significaba ambas cosas. La moraleja del comentario sería que, si en esa
escena había algo bueno, era gracias a las tecnologías. Si se trataba
de algo malo, era por culpa de los jóvenes.
También es frecuente ver a los mismos grupos de chavales en el mismo
recorrido de ferrocarril y a la misma hora jugando con cromos. Los
mismos cromos que se compran e intercambian en el Barri de Sant Antoni,
donde todos los domingos un centenar de chavales matan la mañana.
Mientras juegan con los cromos en el ferrocarril, nunca he visto caras
torcidas. Parece que esas escenas no hacen saltar alarmas. Los cromos
son una tecnología de mediación tanto o más hipnótica que los móviles,
con las misma probabilidad de acompañar escenas zombis o escenas de
alegría e intercambio comunitario. Pero, los cromos, no generan tantas
controversias.
Me llama la atención lo mucho que ese momento de cibereuforia o
efebofobia se parece a las dos portadas de la revista Time. En diciembre
del 2007, Time ofrecía una portada que desde entonces no ha dejado de
mostrarse en charlas y presentaciones sobre “la democratización de las
nuevas tecnologías” o “la nueva era de la red”. En esa edición, Time
daba el trofeo de persona del año a “You”. A ti y a mi y a toda persona
existente. A toda persona existente, gracias a que ciertas plataformas
digitales nos hacían protagonistas. En el fondo, era un premio a
Youtube, que es quien realmente logró capitalizarlo. En mayo del 2013,
Time lanzaba otra portada bajo el título “The me, me, me generation”.
Una portada dedicada a esos jóvenes narcisistas que se hacen fotos a sí
mismos con el móvil y que se ahogan en su mismidad. Portadas con tesis
vibrantes: o las tecnologías te hacen propietario del mundo o un toque
de atención sobre la aparición de una nueva generación de adolescentes
hedonistas que adoran su ombligo. Lo de Time es de una altura
sociológica trepidante.
De una campaña donde las tecnologías nos permiten “controlar la era de la información”
a una donde se retrata a las nuevas generaciones como seres que
convulsionan con su egolatría. En una dirección supuestamente inversa,
también van ganando camino las críticas a la red con estilo adorniano,
un subgénero que ya ha alcanzado el delirio.
Todas estas visiones son igualmente patosas y dicen más bien nada de la
realidad, pero no dejan de estar presentes en el ambiente. Jóvenes que
han decidido ser mónadas y que no interactúan con su medio social.
Tecnologías que contienen la libertad o el bálsamo de la tontería. La
realidad siempre es
compleja a la vez que persistente, pero suelen tener fortuna los
diagnósticos lineales o aquellos que culpabilizan al más débil.
Las tecnologías se incrustan en modos de hacer y tanto están
determinadas por los usos que se hagan de ellas como por los rumbos
culturales de quienes las usan. A su vez, las tecnologías se ensamblan
con diferentes contextos sociales accionando dependencias no deseadas o
usos no previstos, para eso se diseñan de una u otra manera o se hackean
en una u otra dirección. Como dice Francisco Tirado, lo tecnológico
está socialmente construido en la misma medida que lo social está
tecnológicamente configurado. Poco vamos a entender si relacionamos la
libertad o la estupidez con el efecto directo de una tecnología o si
relacionamos la atomización social con la cultura adolescente.
Parece más lógico pensar que los usos que los jóvenes puedan hacer de
las tecnologías nos hablan más de lo que ya éramos que de lo que ellos
son o las tecnologías les hacen. Diferente es que ocultemos nuestros
miedos o proyectemos nuestras peores fobias sobre aquello que o bien no
logramos comprender o bien creemos entender mirándolo de reojo. Un modo
de hacer muy adulto.
[Fuente: www.nativa.cat]
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