Escrito por Gloria Ziegler
Hay un caimán degollado sobre la mesa. Una mujer lo disecciona con
movimientos rápidos. A su lado, en otra tienda, ofrecen a gritos cerveza
helada. Los mototaxis pasan junto a los puestos del mercado Belén en
Iquitos y hacen un rugido ensordecedor, pero la mujer sigue concentrada
en el animal muerto.
Un hombre la mira desde lejos. Ella no lo sabe, pero él mira hipnotizado esos movimientos violentos. Y, entonces, se acerca.
-Señora, ¿le puedo sacar una foto?
El cuchillo se detiene en el aire. La mujer levanta la vista en silencio y le sostiene la mirada.
-Mire, le voy a dar cinco dólares.
-Ok.
-Bueno, agarre el caimán de la cabeza y mire a la cámara. Espere.
Antes, por favor, sáquese el suéter y quédese con la blusa, así se le
ve el cuello.
-Usted –le dice a la mujer del puesto vecino- ¿me vende tres cervezas? Póngase acá con una botella.
-Señora –se vuelve a la primera– sáquese la chancleta y ponga el pie arriba de la silla así se ven las uñas rojas.
Entonces, cuando las dos mujeres obedecen, dispara.
***
«Exorcizo
mi parte salvaje, violenta, una especie de indio vengativo. Es el
resentimiento del mestizaje. Tenemos la misma sangre y los mismos
abuelos esclavos y hay un momento en que hacemos crac y su mirada es mi
mirada. Nos volvemos frágiles y nos preguntamos ¿para qué carajo estamos
en este mundo? ¿Cómo solucionamos las cosas que no se solucionan?»,
dice ahora ese hombre. Es el fotógrafo argentino Marcos López, el
principal representante del pop latino y el sub-realismo criollo, autor
de tres libros, docente itinerante, conferencista y responsable de más
de treinta exposiciones individuales en Nueva York, París, Madrid,
Buenos Aires, Sao Paulo y Lima, entre otras ciudades.
«Me
apropio de América Latina como si fuera el patio de mi casa», dice
recostado en un sofá de su casona antigua, en el barrio porteño de
Constitución. A su alrededor hay bustos de Eva Perón y del Che Guevara,
una sirena mexicana, jarras en forma de pingüino, un tapiz, un espejo y
un conejo rojo. Hay también una biblioteca. Y allí, entre libros de pop
art, fotografía y lucha libre, está Recuerdos de Iquitos, la obra en la
que el pintor Christian Bendayán reúne a otros artistas amazónicos.
«Desde que lo descubrí, Iquitos era como la meca. El deseo». Uno de esos
que de tanto quererlos asusta. «Me daba miedo ir porque era como que a
un chico de campo lo lleves de vacaciones a Las Vegas».
Tres años después, el director argentino Pepe Tobal le propuso
hacer un documental: quería registrar su proceso creativo recorriendo
las ciudades más surreales de América Latina. Presentaron el proyecto en
el Instituto Nacional argentino de Cine y Artes Visuales (INCAA) y
ganaron el premio en la categoría Serie Documental. Entonces, Marcos
López viajó a Iquitos.
«Fui a conocer a mis maestros: Luis Sakiray, Lu. Cu. Ma y Ashuco,
como quien viaja a París para ir al Louvre. De hecho nunca fui al
Louvre. Jamás haría esa cola, prefiero ir a un bar y tomarme una
cerveza». Vuelo de cabotaje. Retrato de un retrato registra la mirada de
uno de los principales fotógrafos latinoamericanos durante su travesía
desde la provincia argentina de Santa Fe, las ciudades de Carlos Paz,
Mar del Plata, el conurbano bonaerense hasta la Triple Frontera entre
Argentina, Paraguay y Brasil, La Paz e Iquitos. Captura todo: las
escenas populares y el pop art de sus fotografías, su deambular por las
ciudades, sus conversaciones, los silencios, la construcción de sus
retratos.
«Fui desde La Pampa gringa hacia la América Bolivariana, la
América desértica y la América selvática en un viaje épico. Mezclando el
arte popular con el pop art, el documental clásico, el comic y la
psicodelia amazónica. Haciendo una mala copia de Andy Warhol mezclada
con el pintor Antonio Berni –un argentino nacido a inicios del siglo XX,
que redefinió el arte político y social–», dice ahora, sentado en un
sofá, mientras apoya las piernas sobre la mesa de centro de su sala.
Pero allí, en medio de esa explosión de colores e imágenes, también
están sus recuerdos. Porque en esos lugares, también había algo más del
irreverente fotógrafo argentino. El hijo de un ingeniero y una maestra
que creció en un pueblo de la provincia de Santa Fe. El mismo que
estudió Ingeniería por pedido de su padre y abandonó la carrera el
último año, después de un viaje por Bolivia y Perú, como fotógrafo
aficionado a fines de los setenta.
«Empezamos el viaje en Santa Fe, con mi mamá y mis amigos de la
escuela secundaria, porque ahí está ese conservadurismo católico, ese
sincretismo religioso afrolatinoamericano, con mi mamá prendiendo velas a
los santos. Porque todo eso soy yo», cuenta López. Desde ahí hasta la
playa Mar del Plata y las sierras del centro del país en la provincia de
Córdoba, dos lugares de veraneo tradicionales, que se convirtieron en
un emblema de la identidad argentina. «Es el recuerdo de mis vacaciones
de la infancia y Carlos Paz, como una especie de Las Vegas de cartón
pintado, con su reloj cucú, las aerosillas y el burrito».
Once años atrás, en ese mismo lugar de Argentina, Marcos López
reunió a quince amigos y un productor teatral. Compraron vino barato,
soda y prepararon un asado para recrear La Última Cena. Aún no lo sabían, pero pocos días después se desataría la crisis política y económica del
2001. Entonces, su fotografía Asado en Mendiolaza no tardó en
convertirse en un ícono del arte pop argentino.
***
En
2012 Marcos López y el director Pepe Tobal iniciaron otro viaje: al
conurbano bonaerense, El Alto en Bolivia y la Triple Frontera. «Ese es
el nuevo epicentro energético de América Latina. Ciudad del Este, en
Paraguay, es como una especie de Times Square y Wall Street, donde podés
comprar un arma, una Mac o un kilo de pollo. Pero Iquitos superó todas
mis expectativas con su barroco psicodélico, erótico, selvático, su caos
urbano, su cementerio, su libertad, el calor, la selva como exceso».
Allí
descubrió una relación diferente con el erotismo y la sensualidad. En
el mercado de Belén encontró un negocio donde vendían pasteles y adornos
para fiestas de cumpleaños. Allí mismo tenían muñecos de Popeye con el
pene erecto al lado de Olivia, Mickey Mouse y Barbie. A su alrededor
había mujeres, niños, vendedores. Y todo era normal. Marcos López, en
cambio, habla de desborde. «Bueno, desborde para mí, que siempre fui un
reprimido. Me impresionó tanto que no lo pude fotografiar. Pero eso
también habla de quien soy: un niño de colegio de curas».
***
«Sobrevivo
entre recuerdos (…). Fantasmas de la revolución. Muertos. Almas en
pena. Un burro. Una nadadora china que lloró porque salió cuarta. Andy
Warhol. Un Pedro Infante que no canta porque no consigue la pila. Los
muñecos son mi sostén», escribiría semanas después para su retrospectiva
Debut y despedida.
Pero esta mañana gris, con una llovizna
ligera, hablará de otros fantasmas: los suyos. «¿Para qué sirve el
progreso? El mundo está cada vez peor. De eso, en un punto, también me
interesa hablar con mi trabajo». Ahora, su voz es pausada.
Como la de un sobreviviente.
—¿Qué otras cosas te interesan?
—Trato de redefinir el color local y la textura del color, que
finalmente van cambiando. En Iquitos, por ejemplo, había un indígena con
la camiseta trucha –falsa– del Barcelona. Y ese celeste flúor es el
nuevo color de América Latina. Ya no me interesa hacer fotografía de
hallazgos o capturas espontáneas. Cada vez fotografío menos, porque soy
más riguroso, y cuando lo hago, interactúo con la gente y con el espacio.
Hay un caos visual que intervengo y desordeno más, pero todo está
controlado en realidad. Me gusta esa recreación teatral porque ¿qué es
lo real? Para el mundo aymará hay una relación con el tiempo y el
espacio diferente, los chamanes selváticos se comunican con los muertos y
el budismo tiene otros conceptos de realidad. Entonces, ¿qué es
documentar la realidad?
-¿Cuál es el límite de esa recreación?
-El respeto y el sentido común. Hay gente que creía que yo había
puesto las sombrillas de las palmeras en el cementerio de Iquitos.
Indudablemente no voy hacer eso. Estaban ahí y es interesante porque
muestra la creatividad popular, la libertad, el delirio y el desorden de
América Latina, que tiene una belleza propia, de la mano con la
violencia económica.
Marcos López es un cazador paciente. Deja actuar al azar. Mira,
acecha y luego vuelve. Así, durante cinco días, recorrió Iquitos en
mototaxi, fue a discotecas flotantes, caminó esas calles ardientes
durante las mañanas, visitó a los artistas populares, recorrió el
mercado Belén y luego volvió para tomar fotos. De ese modo construyó una
serie que formó parte de la muestra Selva Virgen, curada por Christian
Bendayán en el 2012. El mismo proceso que también documentó Pepe Tobal.
—¿Cómo convences a tus personajes?
—Como un vendedor callejero de medias: el tipo sabe vender y
convence a la gente. O como los contadores de mentiras en los pueblos
del nordeste brasileño, que se sientan y cuentan cosas y la gente les
termina creyendo. Pero también hay transparencia. Y en algún punto me
interesa que la cuestión económica esté en el medio, porque estamos
construyendo algo entre los dos.
—¿Qué te genera ese intercambio?
—Una simbiosis con el otro. Hay un momento en que somos
absolutamente iguales, comulgamos nuestras almas y se produce una cosa
curativa para mí.
Otras veces, en cambio, trabaja con actores o extras de cine.
«Depende del proyecto. Aparte soy muy anárquico. Necesito hacer varias
cosas a la vez, sino me aburro. Me invento realidades e intento
construir fabulas. Me interesa el delirio latinoamericano,
caricaturesco. Después me invitan a festivales de fotografía, como uno
que se hizo en Francia, y uno de los organizadores hablaba de diversidad
cada diez palabras. Claro, un fotógrafo africano y yo éramos los
diversos. Nos habían invitado por eso. Otras veces, en cambio, trabaja
con actores o extras de cine. «Depende del proyecto. Aparte soy muy
anárquico. Necesito hacer varias cosas a la vez, sino me aburro. Me
invento realidades e intento construir fabulas. Me interesa el delirio
latinoamericano, caricaturesco. Después me invitan a festivales de
fotografía, como uno que se hizo en Francia, y uno de los organizadores
hablaba de diversidad cada diez palabras. Claro, un fotógrafo africano y
yo éramos los diversos. Nos habían invitado por eso. Entonces trabajo
el estereotipo latinoamericano, les digo ok, pero esta es mi cuenta
bancaria para que me transfieras mis honorarios».
Casi como un vendedor de artesanías.
[Fuente: www.gloriaziegler.lamula.pe]
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