La incertidumbre económica, la inseguridad y los servicios públicos deficientes hacen de cualquier otro un enemigo potencial y agigantan una imagen que contradice la idea de una sociedad plural: la causa principal de discriminación en el país es la pobreza, seguida por la nacionalidad, la condición de migrante y el color de piel.
Por Lorena Oliva
Bastó con que una ola de calor dejara nuevamente en evidencia la crisis de nuestro sistema energético para que las redes sociales se hicieran eco del malhumor social y aflorara todo tipo de expresiones: desde quienes se alegraban porque habían cortado la luz en Recoleta, hasta quienes se indignaban porque no se hubiera cortado en alguna villa.
La mala combinación calor-corte de luz venía a alterar el ánimo generalizado, fuertemente sacudido semanas antes, durante las intensas jornadas de saqueos, cuando los calificativos "negros", "villeros" y "chorros" circularon con fluidez inusitada en el habla coloquial y en las redes sociales. En medio de la paranoia y el sálvese quien pueda de aquellos días, no faltó el rumor de saqueos organizados contra un blanco específico: los supermercados chinos.
Dicen que las crisis sociales despiertan el costado más egoísta de cualquier sociedad. En el caso argentino, los sacudones de diciembre último lograron resquebrajar la imagen de sociedad abierta, inclusiva y tolerante de la que a todos nos gusta sentirnos parte. Los avances normativos en materia de inclusión de la última década no hacen otra cosa que replicar -y acaso agigantar- esa imagen: la ley de migraciones, prácticamente equipara en derechos a los migrantes con los nativos.
La argentina es la primera ley de identidad de género en el mundo que no requiere diagnósticos médicos o psiquiátricos ni operaciones de adecuación corporal como requisito para acceder a este derecho. La ley de matrimonio igualitario, en tanto, ubicó a la Argentina entre los primeros países latinoamericanos que legalizaron la unión entre personas del mismo sexo.
Pero basta con mirar algún detalle para descubrir que, sepultadas debajo de todos esos logros, las asignaturas pendientes en materia de tolerancia entre ciudadanos resisten. Que operan en forma solapada al punto de naturalizar conductas, pero se vuelven potencialmente peligrosas en momentos de incertidumbre social, ya sea propiciadas por crisis económicas, estallidos sociales u olas de inseguridad.
No en pocas ocasiones, las conductas discriminatorias remiten a conflictos y tensiones sociales de larga data. De hecho, los principales motivos de discriminación padecida en nuestro país tienen que ver con el nivel socioeconómico, con la condición de ser migrante, con el color de piel y con el aspecto físico, de acuerdo con el Mapa Nacional de la Discriminación presentado por el Inadi a fines de 2013. El estudio también señala que la mayor parte de las conductas discriminatorias no se da en situaciones de crisis, sino en la normalidad de los ámbitos educativos, los laborales y la vía pública.
"Los argentinos nos pensamos como un país blanco, europeo, moderno y católico -a lo sumo, secularizado- desde fines del siglo XIX", dispara, provocador, el sociólogo y doctor en Antropología Alejandro Frigerio, quien conoce en detalle la situación de los afrodescendientes de nuestro país.
El especialista explica que, ya a comienzos del siglo pasado, los medios de comunicación se referían a los afroargentinos de manera peyorativa, endilgándoles toda una serie de cualidades morales negativas sobre la base de su fenotipo. Y pone como ejemplo la frase "es cosa de negros", tan instalada en el habla coloquial en estos tiempos para poner de manifiesto la vigencia de aquellos prejuicios.
La discriminación contra ciertos rasgos físicos está fuertemente instalada en la vida cotidiana. Y no afecta únicamente a la población afroargentina. "La discriminación por portación de cara todavía existe. Y muchas variables, como la inseguridad o la crisis socioeconómica, no hacen más que intensificar el prejuicio. Pero también está presente en contextos que uno supone más amigables: en cada barra de amigos siempre está «el negro» o «el gordo»", reconoce Frigerio.
Pero, de todos los tipos de discriminación posibles, ¿cuáles son los que calaron más hondo en la sociedad argentina? Al decir de los expertos, la sociedad argentina ha sido, por ejemplo, poco permeable al racismo antisemita. Si bien hay rasgos de machismo y homofobia -a tono con la mayoría de las sociedades latinoamericanas-, la forma de discriminación más persistente es la racialización de las relaciones de clase: un modelo que mezcla la condición económico-social con un supuesto origen indígena, mestizo o afrodescendiente, y que da como resultado el rechazo hacia los inmigrantes limítrofes o la creación de figuras como la del "villero", sobre todo en los sectores populares.
"Las formas de racismo y discriminación más instaladas son aquellas identidades que la sociedad siente como más cercanas y de las que se quiere distanciar. Dado que la población argentina es mestiza y que busca la movilidad social (que durante décadas ha tenido), es quizá por ello que la discriminación más asentada se basa en esta racialización de la posición económico-social, de las relaciones de clase", analiza Daniel Feierstein, investigador del Conicet y director del Centro de Estudios sobre Genocidio de la Universidad Nacional de Tres de Febrero.
La condición de pobreza es un factor que agudiza o puede volver aún más vulnerables a las víctimas de ciertos tipos de discriminación. En el informe del Inadi, se habla de un tipo de "racismo estructural", conformado por ciertos factores de discriminación que se articulan en forma negativa con la pobreza. Se trata de la discriminación por el color de la piel, por la nacionalidad, por el lugar de origen, por la pertenencia a grupos indígenas o por la condición socioeconómica.
Si analizamos las tres principales causas de racismo en las diferentes regiones del país, dos de ellas están relacionadas con este "racismo estructural". La discriminación por cuestiones socioeconómicas figura en la cima del ranking en todos los casos, excepto en el área metropolitana, en donde la principal causa es el ser migrante.
"En los sectores populares se ha instalado una creciente discriminación contra la inmigración asiática, un proceso que aparece en los saqueos a supermercados chinos, en la invención de mitos e historias sobre supuestas ventajas impositivas, estafas, falta de cuidado de alimentos y otras modalidades de difamación y prejuicio. Sin que haya cobrado una gravedad extrema, la situación es preocupante porque, a diferencia de otros casos, esta vez este intento racista ha tenido mayor permeabilidad que en otras situaciones históricas", alerta, justamente, Feierstein, también coautor del Plan Nacional contra la Discriminación, elaborado en el período 2004/2005.
TODOS BLANCOS, NINGUNO RACISTA
En su libro Mitomanías argentinas. Cómo hablamos de nosotros mismos, el antropólogo Alejandro Grimson desarticula, entre otros, el mito de la inexistencia de racismo entre los argentinos. Y allí distingue entre el plano normativo y el real. "Si es necesario, una y otra vez, suspender partidos de fútbol por los cánticos que sólo cesan ante la posibilidad de la cancelación del evento, es porque de hecho sí hay un fuerte racismo coloquial, social e informal en la sociedad argentina. Una parte decisiva del imaginario acerca de quiénes somos se ha constituido desde el siglo XIX sobre la base de ideas profundamente racistas, muy arraigadas en la sociedad y la cultura", escribe el autor.
Lo cierto es que más allá del peso de nuestra herencia cultural, el presente adiciona nuevas marcas de época, entre las que se cuentan la inestabilidad económica, pero también social, que se hace palpable ante la sensación casi permanente de estar al borde del estallido. Todo enmarcado en el contexto de un Estado que dice apostar por la inclusión, pero que es ineficiente a la hora de administrar ciertos bienes, sobre todo en materia de salud, educación y servicios.
Más sujetos de derecho en pugna por bienes de por sí escasos o mal administrados es una contradicción que se padece en las salas de espera de los hospitales públicos, o en lo engorroso que puede volverse conseguir vacante en las escuelas estatales y que no en pocas ocasiones refuerza la falta de solidaridad o, lisa y llanamente, la aversión por el otro. Es así como tenemos, por ejemplo, que un 39% de los argentinos está de acuerdo con la frase: "En los hospitales no hay turnos porque vienen muchas personas de otros lugares a hacerse atender", según el relevamiento del Inadi, realizado en conjunto con 27 universidades públicas del país.
La percepción del otro como una amenaza (a la seguridad, al trabajo) también se refleja en otro relevamiento reciente elaborado por el Observatorio de Capital Social, una iniciativa conjunta de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Palermo y la consultora de opinión pública Carlos Fara & Asociados. En la encuesta, realizada a principios de diciembre último, el 80% de los consultados consideró que se debe ser cuidadoso en el trato con los demás, en tanto que, dentro del 20% restante, la gran mayoría manifestó confiar en sus redes sociales primarias, es decir, los amigos y la familia.
Uno de los coordinadores del Observatorio, el profesor Alberto Bonifacio, reconoce, sin embargo, que este bajo nivel de confianza interpersonal es de larga data. "Se trata de una debilidad típica de los países de la región. Para hallar sociedades con óptimos niveles de confianza en los otros debemos remitirnos a las sociedades europeas más desarrolladas", reconoce.
De cualquier manera, el interventor del Inadi, Pedro Mouratian, cree que hay razones para el optimismo, a pesar de las materias pendientes. "Como en cualquier sociedad, en épocas de crisis afloran los pensamientos más egoístas y la solidaridad no se puede extender como uno quisiera. Pero creo que el argentino, en general, ha entendido que hay derechos que son inherentes a los seres humanos y que hay que respetarlos."
Mouratian considera que los avances registrados en los últimos años permitieron romper algunos eslabones de una cadena muy perversa, pero que resta trabajo por hacer. Al respecto, menciona con preocupación algunas prácticas discriminatorias contra la mujer que se presentan como naturalizadas, la discriminación que padecen las personas discapacitadas y las dificultades para contener y contrarrestar estas conductas en un ámbito tan difuso como Internet. "El trabajo es cotidiano. Necesitamos seguir transformando en políticas activas cada una de las leyes vigentes para que se entienda que la lucha contra la discriminación tiene que ver con un modelo de país con espacio para todos", sostiene el funcionario.
Con su peculiar diversidad cultural, la sociedad argentina ha logrado niveles de convivencia para nada despreciables. Pero todavía hay una disociación entre la normativa y la realidad. Una brecha que se vuelve tan evidente como peligrosa cada vez que se altera la calma social.
[Foto: Martín Balcala - www.lanacion.com.ar]
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