A
los españoles nos encanta zurrarnos la badana con cualquier excusa,
pero últimamente tiene mucho éxito lo de agredirse por cuestiones
lingüísticas. Desde los rancios catalanes que aún usan como arma de
ataque lo de «la lengua del imperio», hasta los chavistas americanos que
proponen eliminar el español de las escuelas para que los niños solo
hablen en indígena, parece como si las inquisiciones lingüísticas
hubieran suplantado a las teológicas.
Todo lo cual no es sino ignorancia de lo que en realidad es el lenguaje
y de las diferencias entre el lenguaje, las lenguas y las hablas. Mi
generación estudió bastante lingüística (sobre todo la estructural, que
es la más aburrida) porque en los años setenta parecía la ciencia del
futuro, la que lo explicaría todo, como en la actualidad los
divulgadores de la ciencia cognitiva. No lo fue, afortunadamente, pero
ahora las lenguas se estudian en los colegios como si fueran animales al
borde de la extinción. Pura zoología analfabeta, o sea, política.
No es precisamente la extinción lo que amenaza al español, con sus
quinientos millones de hablantes, pero sí la ignorancia. La mayor parte
de la población menor de cuarenta años no tiene ni idea de qué clase de
objeto, cosa, ente o quimera es la lengua española. Entre otras cosas,
ignoran que no es española, sino multinacional, y tan de los bolivianos y
chilenos como de los catalanes y vascos.
Un espléndido remedio a tanta burricie es la muy notable exposición de
la Biblioteca Nacional de Madrid que conmemora los trescientos años del
Diccionario de Autoridades. O lo que es igual, los tres siglos de la
Academia de la Lengua Española. Comisariada por Carmen Iglesias y José Manuel Sánchez Ron, resume en siete capítulos la historia de la cristalización moderna de nuestra lengua.
La labor de la Academia, contra lo que creen los más simplones, no es
la de momificar el idioma, sino precisamente la de mantenerlo con vida.
Observen a su alrededor y verán que los países con mayor número y
calidad de diccionarios son justamente los que mayor potencia
lingüística, literaria y política poseen. De hecho, el caso español es
similar al de la Gran Bretaña, donde una pequeña sede metropolitana hace
de centro geométrico de un universo centrífugo. Los diccionarios de
inglés pueden incluir aportaciones australianas, jamaicanas o
canadienses, del mismo modo que en el diccionario español figuran
palabras argentinas, mejicanas o cubanas.
La historia de la Academia es paralela a la de España. Sufrió las
mismas represiones, guerras y enfrentamientos, creció cuando el país se
liberaba de los yugos militares y eclesiásticos, decaía cuando sucedía
lo contrario, y se ha tecnificado cuando también nosotros hemos
introducido cientos de aparatos en nuestra vida común. La Academia es un
organismo vivo cuya labor tiene algo de novela de fantasía: un conjunto
de sabios (muchos de ellos barbados) que se reúnen en enormes mesas
para discutir y dirimir el destino de las palabras. Podría ser una
escena de Tolkien.
O
también de la Biblia porque, como bien sabemos, en el principio fueron
las palabras. Una vez Yahve hubo creado a Adán, lo llevó de paseo por el
Edén para que pusiera nombre a cada animal, planta o cosa que le
interesara. Aquellas palabras son las causantes de que haya camellos y
cocodrilos, arcilla y manzanos, ríos y estrellas fugaces. Luego los
entes bautizados fueron tomando muchos otros nombres y también ellos
variaron lentamente, pero ya nunca más se separaron de su nombre
original, porque fuera del nombre no son nada, un amasijo de vísceras
que se mueve durante unos años y luego desaparece.
En realidad, los únicos que en verdad a veces parece que nos separemos de nuestro nombre somos los humanos. Por ejemplo, cuando peleamos por cuestiones lingüísticas. En cuanto la interpretación de la lengua cae en manos de bárbaros y represores, los humanos pierden su nombre y dejan de existir, como sucedió en el Tercer Reich según cuenta el gran Klemperer. Agárrense a las palabras. Son nuestro flotador en el océano de la aniquilación.
[Foto: Guadalupe de la Vallina - fuente: www.jotdown.es]
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