Por Pablo García Márquez
Lucía Puenzo comienza la adaptación de
su propia novela dejando bien a las claras la fascinación mutua entre
los dos protagonistas de la cinta, un médico alemán y una niña con un
problema de crecimiento, que se encuentran en una gasolinera en medio
del desierto, previo viaje a Bariloche, en la Patagonia. No hace falta
ser muy avispado para entender desde la primera mirada, que algo malsano
ocurre. El caso es que la cinta está llena de nombres reconocidos, pero
es la pareja formada por la niña Florencia Bado y Àlex Brendemühl lo
que lo mueve todo. Ambos está impecables en sus papeles, sobre todo el
catalán, que da un recital gracias a ese caramelo de personaje.
Y es que es harto interesante la manera
en que se construye la figura del temido Joseff Menguele, conocido por
sus experimentos con judíos y gitanos en los campos de la muerte de la
Segunda Guerra Mundial. La cineasta nos muestra a un hombre que en
ningún momento se retracta de su pasado, pero el retrato del monstruo
queda aún mejor perfilado gracias a plasmar algunas de sus obsesiones,
que se focalizan en esa dulce niña con problemas de crecimiento (tiene
ya 12 años pero aparenta 8). Educado, metódico y obsesionado, el “ángel
de la muerte”, como se le conocía en Auschwitz, se introduce en la vida de una familia argentina que viaja al sur para abrir un hotel.
Pero la historia no sólo se vertebra en
las relaciones entre un núcleo familiar y el doctor, sino que también se
nos presenta otro relato, de dimensiones más grandes e históricas, al
retratarnos el lugar al que van a parar nuestros personajes como un
paraíso. Sí, un lugar casi mágico, lleno de frondosos bosques,
cristalinos lagos y majestuosas montañas que incluso hacen recordar a
Menguele su tierra natal. Pero infectado, podrido y corrompido. Un
refugio de nazis. Desde el hospital hasta el colegio germanófilo donde
estudia la pequeña y previamente había asistido su madre. A sus anchas.
Estas dos historias acaban enlazándose
de manera maravillosa cuando los servicios secretos israelitas se pongan
sobre la pista de tan afamado asesino, pero aunque hay una clara
intención de remarcar la situación latinoamericana de aquella época,
sobre todo en Argentina, esto sirve más como contexto y para otorgarle
una dirección al filme, ya que queda claro desde el principio cual es la
historia que quiere contar la directora.
Y la intención de Lucía Puenzo se detiene en los cuerpos, como ya había hecho en sus anteriores trabajos (XXY o El niño pez).
Pero más que en el cuerpo de nuestra protagonista, la cineasta
encuentra una analogía genial en las muñecas. Y así, mientras Menguele
inicia un tratamiento innovador en la pequeña de la casa para ayudarla a
crecer, también decide acercarse a sus progenitores, ofreciendo su
ayuda en el futuro parto de la madre e involucrándose en el negocio de
muñecas del padre. El médico alemán del título se dedica a fabricar
dichas muñecas en serie. Es simplemente brutal como la directora
consigue filmar ese mencionado taller como si fuera un campo de
exterminio nazi, con cuerpos mutilados y quemados ante el orgullo de
Menguele por la perfección que logra en las muñecas, que incluso tienen
corazón y mueven los ojos.
Pero todo esto sólo es un pretexto para
los verdaderos planes de doctor, que no es dibujado como un loco
sanguinario, sino como un obsesionado de su trabajo. Esto no lo exculpa,
pero sí lo hace más atractivo e interesante. Menguele estaba en las
antípodas de la banalidad del mal de Eichmann, que al fin y al cabo daba
las órdenes desde su despacho a cientos de kilómetros de los campos.
Nuestro protagonista era conocido por esperar él mismo en la estación de
tren de Auschwitz para seleccionar a sus víctimas, normalmente
embarazadas, gemelos de poca edad y personas como la propia Lilith, la
niña a la que promete ayudar. Esto creó una figura en el ideario popular
que hasta en cierta manera, mitificaba al propio doctor, sobre todo al
lograr escapar de Europa y esquivar durante tantos años los intentos por
capturarle.
En suma, estamos ante una de las
propuestas más estimulantes que podamos encontrar en nuestras
carteleras. Una historia que va y que consigue un final prodigioso,
donde la maldad y la necesidad se dan de la mano. «No me importa lo que
haya hecho mientras nos ayude».
El doctor hace el bien por el mero hecho de seguir experimentando.
Menguele jugando a las muñecas.
[Fuente: www.cinemaldito.com]
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