Corría el champán a raudales. Los diamantes podían recogerse a espuertas.
Se respiraba
un raro ambiente impregnado de selectos y costosos perfumes.
Toda la
ciudad era una mujer hermosa, refinada, perversa, espiritual,
elegantísima.
(Josep María de Sagarra, novelista,
Vida Privada).
Una cantante
sale del cabaret con aire altivo, despechado. Acaba de hacer su último número,
ligerita de ropa, como siempre. Ha roto con su chulo. No quiere seguir posando
desnuda para esas postales de contrabando que se extienden como la pólvora por
toda la ciudad. Baja por la calle, bulliciosa, llena de ruido y gentío. Se topa
con un constante ir y venir de hombres trajeados, con sus majestuosos sombreros
y sus zapatos refulgentes, también algunos obreros y marineros que van en busca
de acción. Hay alguna mujer, aunque no es lo habitual, no son horas ya para
señoritas decentes. Las luces de la avenida principal, con sus teatros y salas
de fiesta, la ciegan. Anuncian los mejores espectáculos del mundo, las chicas
más bellas, las orquestas más increíbles, los bailes más deslumbrantes. Ella no
está para muchos ajetreos, ha bebido más de la cuenta y aún queda mucha noche.
Un par de locales más abajo está su taberna favorita, donde va todas las noches
a jugar y apostar. Allí pide otra botella de champán francés, del caro, que
intercala con un coñac. Con un poco de suerte también podrá conseguir algo de
cocaína recién llegada al puerto esa misma mañana. Los hombres la cortejan, se
siente deseada, hasta el punto del endiosamiento. Todos los presentes saben su
nombre, el artístico claro. Un par de copas más y cae bruscamente al suelo en
un desmayo repentino. A nadie le sorprende. Hasta en eso tiene estilo. La
mañana siguiente despertará en cualquier cama desconocida, abrazada por sábanas
de seda y envuelta en los perfumes más embriagadores. No recordará nada, pero
tampoco le importará. Ha hecho del vicio y la frivolidad su forma de vida.
Nuestra cantante podría ser una diva negra del blues clásico, una Ma Rainey que
contonea su trasero de oro entre las luces y carteles de los burdeles de Basin
Street, en el distrito rojo de Nueva Orleans o los teatros negros del barrio
sur de Chicago. Pero no, se trata de una tanguista de la avenida del Paralelo:
estamos en la Barcelona de los locos años 20.
El negocio de la guerra
La guerra és negoci i de la propaganda —francòfila o germanòfila— ne fem
festa [«La guerra es un negocio y de la
propaganda —francófila o germanófila— hacemos una fiesta»]. (Editorial L’Esquella de la Torratxa, 1917)
La neutralidad de España en la Primera Guerra Mundial propició que Barcelona disfrutara de un boom económico sin precedentes. La potente industria textil catalana aumentó su producción debido a la fuerte demanda de uniformes para los ejércitos combatientes, especialmente el francés. Al mismo tiempo vagones de trenes repletos de repatriados de toda Europa llegaron a la Ciudad Condal huyendo de los horrores de la guerra. Dado el alto número de población foránea, comercios y negocios locales se dinamizaron, lo cual provocó ingentes beneficios a los empresarios con menos escrúpulos que supieron aprovechar la oportunidad. Fue el momento de la clase media-alta catalana. Aunque irremediablemente tuvo su incidencia en el tejido social donde emergió con fuerza la presencia de militantes anarquistas, haciendo de Barcelona uno de los centros europeos del movimiento anarco-sindical. A su vez, entre los refugiados, vinieron a la ciudad muchos contrabandistas, traficantes, prostitutas y aventureros de diversa consideración. Los placeres como la prostitución y la pornografía, unidos a los vicios ilícitos del contrabando —el alcohol y la cocaína— empezaron a despuntar en una Barcelona, hasta la fecha, marcada por el conservadurismo y la decencia de la antigua nobleza catalana.
«La Barcelona burguesa, de rasgos provincianos y costumbristas, de semblante
moderado y poco propensa a los escándalos, había dado paso a una ciudad en
plena ebullición y con todos los ingredientes propios de una urbe moderna,
llena de vitalidad y en la que abundaban los contrastes y las extravagancias»,
apunta Jordi Pujol Baulenas en su libro Jazz en
Barcelona 1920-1965. En este contexto de dinero fácil apareció un perfil
ciudadano, frívolo y derrochador, el nuevo rico, que se gastaba los cuartos en
infinitas juergas nocturnas, estimulantes de toda índole, apuestas y sexo.
Esa frivolidad fue en cierto modo una respuesta a la
violencia de la guerra y a las tensiones que se vivían en la calle, donde
las revueltas, los atentados y los asesinatos estaban a la orden del día.
«Barcelona fue la capital europea del arte frívolo», indica Robert
Davidson en Jazz Age Barcelona. Tomó el relevo de Londres
o París, desbordadas por los menesteres bélicos, y asumió su papel de ciudad
alegre y despreocupada. Una fórmula que, salvando las distancias, se asemejaba
a la efervescencia del Nueva Orleans que originó el jazz, aunque
también al Chicago de Al Capone. «La Barcelona de los años 20 se parecía a Chicago», al de los mafiosos y proxenetas y al que vio crecer y evolucionar el jazz de Nueva Orleans. Y esa expansión vertiginosa de las inmoralidades humanas tuvo su
concentración geográfica en el área de Las Ramblas, para los más refinados y
elegantes, y sobre todo en la avenida del Paralelo o Paral·lel, su denominación
en catalán.La neutralidad de España en la Primera Guerra Mundial propició que
Barcelona disfrutara de un boom económico sin precedentes. La
potente industria textil catalana aumentó su producción debido a la fuerte
demanda de uniformes para los ejércitos combatientes, especialmente el francés.
Al mismo tiempo vagones de trenes repletos de repatriados de toda Europa
llegaron a la Ciudad Condal huyendo de los horrores de la guerra. Dado el alto
número de población foránea, comercios y negocios locales se dinamizaron, lo
cual provocó ingentes beneficios a los empresarios con menos escrúpulos que
supieron aprovechar la oportunidad. Fue el momento de la clase media-alta
catalana. Aunque irremediablemente tuvo su incidencia en el tejido social donde
emergió con fuerza la presencia de militantes anarquistas, haciendo de
Barcelona uno de los centros europeos del movimiento anarco-sindical. A su
vez, entre los refugiados, vinieron a la ciudad muchos contrabandistas,
traficantes, prostitutas y aventureros de diversa consideración. Los placeres
como la prostitución y la pornografía, unidos a los vicios ilícitos del
contrabando —el alcohol y la cocaína— empezaron a despuntar en una Barcelona,
hasta la fecha, marcada por el conservadurismo y la decencia de la antigua
nobleza catalana.
El Paral·lel: el Storyville catalán
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Paral·lel, 1905 |
El Paral·lel: el Storyville catalán
El Paralelo carga su acento sobre el desgarro popular de sus caminantes. Así es y así ha sido siempre. Y así será hasta la hora de su muerte. Es la trayectoria humana de esta vía que sabe de la sal del mar y de los aires del monte. Oasis de diversión en el páramo melancólico de la ciudad. (Ángel Zúñiga, periodista, Barcelona y la noche).
Los payeses
del interior, los fabricantes de Terrasa y Sabadell, los terratenientes de
Olot; los nuevos ricos y los buscadores de esencias fugaces, los noctámbulos
empedernidos o los mujeriegos insolentes… Todos se dejaban ver cuando se
ponía el sol, en un desfile ritualístico e irreverente que se asemeja con la
hedonista procesión de los Santos hacia los prostíbulos de Nueva Orleans. Las noches barcelonesas de
los años 20 parecían interminables y no tenían competidor en toda la geografía
española, ni siquiera en la crapulosa ranciedad de Madrid. En esos agitados
días, la ciudad experimentó un considerable crecimiento de locales dedicados a
la diversión y la mayoría se concentraron en una misma zona: el Paral·lel.
Desde un primer momento la influencia parisina quedó patente hasta en el nombre
de los locales: el Moulin Rouge, Ba-Ta-Clan, Folies Bergère, Odeon o Paris
Concert… La referencia sería el barrio de Montmartre, aunque, en la práctica,
cada uno mantenía su peculiaridad:
«Barcelona va
al Paralelo como París va a Montmartre, encandilada por la libertad y la
fantasía. Mientras los barrios de París y de Barcelona duermen, Montmartre y el
Paralelo velan. En Montmartre se vivía, se sufría y se moría. En el Paralelo se
estaba de paso», decía el cronista Luis Cabañas Guevara en Biografía
del Paralelo 1894-1934.
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1912 , Apolo (dancing, concert, varietes) |
Un de
paso que el propio Ángel Zúñiga describía así: «El Paralelo se funde y
se confunde en el alcaloide popular. Se democratiza. Se queda con mucho gusto
en mangas de camisa. Es popular y arrabalero por las cuatro esquinas. Tiene
mucho de mitin obrero y campesino; de demagogia barata, espiritualizada por la
atmósfera difusa de la noche que hace pardos a todos los gatos». El
Paral·lel presumía además de ser «una avenida con personalidad única en la que,
desde los primeros años de siglo, se habían ido instalando muchos de los más
concurridos cafés-concert, teatros, tabernas, cafés, atracciones
circenses y establecimientos dedicados al ocio de la población», explica Pujol
Baulenas. No obstante, el rey de todos estos locales era el cabaret, donde
aparte de jugar a las cartas o apostar, se podía «bailar y beber champán en la
compañía de una supertanguista a cualquier hora del día o de la noche»,
añade José María García Martínez en su Del fox-trot al
jazz flamenco: el jazz en España 1919-1996.
«Modistillas» y camareras
«Modistillas» y camareras
El cabaret
triunfaba y con él la inmoralidad que es limpieza y es civilización, daba a la
ciudad aires de país europeo. El Banco de Barcelona preparaba su crac de
melodrama y las mujeres del cabaret empezaron a ser mujeres de mundo. (Francisco Madrid,
periodista, Sangre en
Atarazanas).
Las mujeres
que actuaban en los cabarets, por lo general extranjeras, eran conocidas
popularmente como tanguistas y modistillas. Se
caracterizaban por lucir medias de seda transparente y por esnifar
cocaína. Ellas introdujeron la moda de las drogas entre la clientela. La
cocaína fue la favorita de las altas esferas. Llegaba a la ciudad en los barcos
procedentes de Génova y Marsella y su uso se vería como un símbolo de
cosmopolitismo y modernidad. La morfina y el opio también gozaron del favor del
público. «El uso de estupefacientes no estaba regulado y cualquiera podía tener
acceso a ellos», señala Pujol Baulenas. Pero no solo en los cabarets se vivía
ese ambiente libertino.
Los cafés-concierto,
decorados al estilo francés, poblaban toda la ciudad. Por sus tabladillos
desfilaban cupletistas y artistas de variedades. Muchos de ellos contaban con
una mesa de juego para engordar los beneficios de los dueños. Una variante más
bizarra y proletaria fueron los cafés de camareras, lugares donde
soldados, trabajadores, estudiantes y bohemios varios bailaban con unas
corpulentas camareras, no siempre tan glamurosas como las tanguistas de
cabaret, que se dedicaban a masturbar al personal o directamente a practicar el
sexo explícito. Los sótanos y los baños de estos cafés —muy parecidos a
los cribs de Storyville— fueron una desleal competencia para
los prostíbulos convencionales y era frecuente ver en las calles peleas
entre camareras y prostitutas por atraer clientes.
«Después de
convidar a la camarera que se os acerca tan pronto llegáis y os abraza y besa,
levantaos para bailar. A medida de la música, y sin perder el compás, la
camarera imprime a su cuerpo unos movimientos tan lúbricos, que los bailadores
entran rápidamente en erección y eyaculan, porque acompañando el movimiento,
ella os masturba» describía Max Bembo, poeta y narrador en La
mala vida en Barcelona.
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Bailarinas de cabaret La Buena Sombra – Casas i Galobardes.
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En el lado
contrario, también florecieron los salones de music hall, de
origen inglés, más selectos y refinados y con un mayor aforo que los cabarets.
Ofrecían un espectáculo de variedades más amplio ya que tenían cabida
cupletistas, rumberas, acróbatas, bailarines, cómicos, ilusionistas y
funámbulos. El music hall más famoso de Barcelona fue el Edén Concert que
nada tenía que envidiar a los mejores music halls de París. Al
acabar la Primera Guerra Mundial, la simpatía de los barceloneses por los
vencedores aliados ocasionó que empezara a sentirse la influencia de América,
entre otras cosas, en el baile y su música. Los tangos de los cabarets y music
halls y las orquestrinas de los salones de té comenzaron a compartir
admiración con los ritmos del fox-trot y delcakewalk…
La orquestrina del Ritz
Es curioso
como con toda la pléyade de lugares para la diversión, la música y la
perdición, la primera toma de contacto de Barcelona con el jazz fuera
en los salones de un hotel de lujo. Con la intención de acoger a los
extranjeros adinerados que visitaban la ciudad buscando placer y juego, en
octubre de 1919 se inauguró el lujoso Hotel Ritz. La banda encargada de
amenizar las veladas, formada para la ocasión, fue la Orquestrina
Nic-Fusly, la primera en incorporar una primitiva batería (gran bombo con
caja, platillos y bocina en la parte superior) entre sus instrumentos, que
sería tocada por uno de los dos pianistas de la formación. En realidad el
formato de orquestrina de tziganes se componía de, aparte de los dos
pianos, una sección de cuerdas de tres violines, violonchelo y contrabajo. La
orquestrina Nic-Fusly añadió también un banjo e incluso un saxo tenor. El
sonido era más bien un proto-jazz que intentaba adaptar los ritmos
sincopados de las jazz-bands norteamericanas para hacerlos
sofisticados y equilibrados al público europeo.
Chófer… ¡al Palace!
El éxito de
la Orquestrina Nic-Fusly originó que surgieran imitadores como la nueva Orquestrina
Verdura del pianista Agustín Verdura, que amplió la
sonoridad con la incorporación de una corneta y trombón, consiguiendo un
resultado más cercano a las orquestas sincopadas norteamericanas.
Paralelamente, con el inicio de los años 20, Barcelona experimentó el gran auge
del music hall, gracias, entre otros factores, a la figura de Fernando
Bayés, un empresario teatral que convirtió el vetusto Teatro Principal de
Las Ramblas en el moderno Principal Palace, el music hall con
más glamour de la ciudad. Era la época dorada del género, no
solo en la Ciudad Condal, sino también en los teatros de Londres y París.
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Té de la gente bien – Opisso |
En febrero de
1920, Bayés estrenó en el flamante nuevo Palace la revista Chófer…al
Palace!. La zona de platea se transformó en un animado dancing —forma
impostada para decir «baile»— y se tiró la casa por la ventana trayendo a
una jazz-band de París integrada exclusivamente por músicos
negros, la primera orquesta de esas características que se escuchó en
Barcelona. En ese mismo año, la Compañía del Gramófono Odeón, con sede en la ciudad, editó a la Original Dixieland Jazz Band,
los creadores del jazz. El público
barcelonés escuchó por primera vez el jazz verdadero de
Nueva Orleans. Los teatros del Paralelo, como el Apolo, anunciaban
extravagantes dancings amenizados por orquestrinas de jazz.
Lajazz-band se percibía como un signo de modernidad, aunque, todo
hay que decirlo, se tocaba «una música escasamente jazzística y cuando lo
intentaban el resultado quedaba reducido a una fórmula mecánica sin inspiración
alguna», reconoce Pujol Baulenas. En el Bar Edén (también fue music
hall), un minúsculo habitáculo conocido como el «bar de los negros», había
una gramola que marcaba el paso, a ritmo de jazz, de las gentes que
iban del Paral·lel a las Ramblas. Allí los negros que vivían en Barcelona
pinchaban los últimos éxitos venidos de América a los músicos y aficionados
locales.
El Paul Whiteman español
Precisamente
en las Ramblas, de seis de la tarde a cuatro de la mañana, la orquesta Jazz-Band
Demons amenizaba con «selectos programas de baile» las veladas del
Cabaret Catalán. Su director era Lorenzo Torres Nin, maestro
Demon, un pianista pionero en escribir los primeros arreglos
eminentemente jazzísticos, lo que le supuso el apodo de Rey del Jazz-Band en
un primer momento y posteriormente, cuando desarrolló su estilo, el de «el
Paul Whiteman español», siendo además uno de los primeros músicos del país en
alcanzar prestigio internacional. Cuando debutó la famosa Josephine
Baker en el Principal Palace, en marzo de 1930, toda una sensación en
la Barcelona de la época, se hizo acompañar de la Demon Jazz dirigida por él.
Otro de los personajes destacados en la implantación del jazz en Barcelona, «a golpe de sartén», fue el director de orquesta y contrabajista Jaime Planas, quien con su Orquestrina Tzigana interpretaba los bailes modernos con especial singularidad. Planas instaló todo un sistema de accesorios armónicos alrededor de la batería: bocinas, triángulos, timbres, sirenas, cajitas chinas, etc., lo cual le hizo ganar popularidad gracias a su carisma y excentricidades.
os momentos
importantes para el desarrollo del jazz en Barcelona. Primero
la inauguración de la emisora Radio Barcelona EAJ-1 en 1924 donde
participaron algunas de las primeras orquestas locales aunque el resultado, en
un principio, fue considerado «vulgar» por la mayoría de la crítica de la
época. Y en segundo lugar el estreno de la revista Joy Joy en
1926 en el Teatro Cómico del Paralelo donde se grabaron los primeros discos
eléctricos de Barcelona. Otros acontecimientos destacados fueron la
presentación de Sam Wooding and His Chocolate Kiddies, del 15 al 25 de enero de 1926 en el Teatro Olympia, la primera
gran jazz-band que actuó en la ciudad, mostrando por fin la
música de Duke Ellington y los bailes de los negros de Harlem…
Porque no hay
que olvidar que, al igual que ocurrió en el resto de Europa, en España y sobre
todo en Barcelona, durante los locos años 20, triunfó el jazz sinfónico
y melódico modelo Paul Whiteman, como se puede apreciar en las grabaciones
propuestas y en la lista de reproducción. Tendrían que pasar todavía unos años
(la creación del Hot Club de Barcelona) para que el jazz original,
el de raíz afroamericana, calase de verdad tanto en la crítica como en el
público. Y tendría que pasar un tiempo aún mayor para que un niño
prodigio, Vicenç Montoliu i Massana, desde la penumbra de su piano
deslumbrara a medio mundo y llevara el nombre de Barcelona y Cataluña por todos
los rincones del planeta convirtiéndose en nuestro músico de jazz más
reconocido de todos los tiempos…
Los Nidos de
Arte cultivan caldos de bohemia artificial casi trasplantada de los coros de
zarzuela del maestro Vives a estas covachuelas mal iluminadas, malolientes y
mal miradas, con aire espeso de taberna y ambiente efímero de cabaret. El aire
putrefacto puede partirse en dos mitades con una navaja barbera. Se podrían
hacer tirabuzones con las volutas caprichosas de los humos. El vaho sofocante
de la bebida barata y los perfumes de saldo permanecen alrededor del halo de
las lámparas que las santifica. (Ángel Zúñiga, Barcelona y la
noche).
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Demons Jazz – Brangulí Fotografs. |
Fotos extraídas de:
- Institut d’Estudis Fotogràfics de
Catalunya. Colección
Roisin. Fondo Catalunya, 1920-1930, la memoria recuperada.
Bibliografía:
- Jazz
en Barcelona 1920-1965. Jordi Pujol Baulenas. Almendra Music. 2005.
- Jazz Age Barcelona. Robert Davidson.University of Toronto
Press. 2009.
- Biografía del Paralelo 1894-1934. Luis Cabañas Guevara. Memphis.
1945
- Barcelona y la noche. Ángel Zúñiga. Editor José Janés. 1949.
- Vida privada. Josep María de Sagarra. Anagrama. 1994 (Ed.
original 1932).
- Del fox-trot al jazz flamenco: el jazz en España 1919-1965. José María
García Martínez. Alianza Editorial 1996.
[Font: www.jotdown.es]
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