Uno de los principales escritores brasileños del momento vino a
Buenos Aires para presentar la traducción al español de su libro
"Cuentos Negreros". Son textos que retratan los marginados de su país y
que el autor, quien en su Twitter se define como “homosexual no
practicante”, describe como improvisaciones y cantos.
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El autor brasileño, Marcelino Freire, junto a su traductora Lucía Tennina. |
Por Andrés Hax
Allí estaba –el martes pasado a las ocho de la noche- Marcelino
Freire, sentado de espaldas a la entrada del famoso bar de la calle
Corrientes, La Giralda. Estaba junto a su traductora, Lucía Tennina,
manteniendo una entrevista con el poeta porteño Rodolfo Edwards. Este
reportero –el que escribe- se acercó para presentarse y esperar su turno
para entrevistar a Freire, pero el grandullón y barbudo autor insistió
para que me sentara directamente con ellos, y Edwards, amablemente,
accedió a compartir la entrevista.
Freire (1967) es un autor
central de la nueva ficción brasileña. Además de haber publicado seis
libros, fundó y organizó en 2006 la Balada Literaria,
un importante festival cultural que se realiza en el barrio paulistano
de Vila Madalena. Vino a Buenos Aires a presentar su libro de cuentos
titulado, justamente, Cuentos Negreros. Este volumen ganó, en el 2005, el Premio Jabuti al mejor libro de cuentos del año en Brasil. Es su primer libro traducido al castellano.
Freire se hizo amigo del autor argentino Washington Cucurto en Balada
Literaria, donde fue invitado. El prólogo de Cucurto para Cuentos Negreros es la mejor introducción al espíritu de los relatos de Freire:
Marcelino
Freire es un asqueroso. Un alma blanca en tierra de negros. Un tipo
capaz de mostrarle al mundo toda su asquerosidad de mierda. ¡La vida
social y la eterna lucha de clases en las grandes ciudades! Río de
Janeiro y sus playas y todo su exotismo no es más que mucha mierda
junta.
Y sigue:
¡Marcelino Freire quiere ir a
filmar como viven los ricos, ja! ¡Exige por aumento del salario, ja!
¡Insiste con que los turistas gringos no deberían fifarse tantas negras y
negros pobres!, “Es verdad, Johan, no hay negras en Cochinchina”, hay
muchas en Brasil. Un alma de negro en tierra de blancos.
Si uno hojea rápidamente este libro de Freire observa, a primera vista,
dos cosas llamativas. Los cuentos son muy breves (entre una y cuatro
páginas); y se titulan “Cantos.”
Nos explicó por qué. Encorvado
sobre la mesa de mármol, Freire hace una pantomima de alguien que tipea:
“Cuando yo escribo siempre comienzo por una frase. Puede ser algo que
escucho en la calle, o una frase que me gusta repetir.” Allí agarra su
libro como si fuera un guión e ilustra lo que está contando con el Canto
VI, titulado En la línea de tiro. El cuento es una serie de preguntas y
respuestas que comienza así:
No Gracias.
¿Eh?
Le dije que no quiero.
¿Qué cosa?
Chocolate.
¿Chocolate?
Está vendiéndome chocolate, ¿no?
¡¡¿Qué chocolate, señora, por Dios?!!
Ah ¿Chicle? ¿Chicle?
¡No, mierda!
¿Usted es Hare-Krishna, entonces?
¿Eh?
Y sigue hacia un desenlace delirante.
La
sonoridad de las palabras en si mismas, pero también sus ecos dentro
del los cuentos/cantos es algo que le importa mucho a Freire. Por eso
trabajó cercanamente con la traductora argentina Lucía Tennina. Ella
escribe en la nota preliminar:
“Marcelino Freire identificó
este proceso de traducción como “transcreación”, término del poeta
concreto Haroldo de Campos, que nos remite al trabajo del traductor como
un creador. Siguiendo esta premisa, podemos decir que nuestra intención
con Cuentos Negreros fue tratar de hacerlo de nuevo en castellano, bajo el oído y la mirada del mismo autor.”
Hay una combinación en Freire que no es común, o en todo caso, es muy
dificil de llevar con autenticidad. Por un lado, escribe sobre
personajes marginalizados por la sociedad, con lo cual es una literatura
de denuncia. Pero a la vez, tanto los cuentos como su autor suenan
alegres e irreverentes. Por ejemplo, nos cuenta Freire sobre su método
de composición: "Yo me siento a escribir. Pero si suena el telefono yo
contesto. Y si es un amigo que me está invitando a tomar una cerveza,
¡yo me voy a tomar la cerveza! ¡El cuento lo escribo más tarde!"
Sobre
sus personajes, Freire contó: "Son inmigrantes. Pero no solo inmigrantes
geográficos. También son personas que siempre están fuera de lugar y
desarraigados. Eso está también en cómo escribo. Hay una cierta
inestabilidad de la palabra. Pueden ir repitiéndose en un cuento y
cambiando de significado."
En este sentido, aunque es narrador,
piensa como un poeta. Y la brevedad de sus cuentos se presta a un juego
de lenguaje parecido a la poesía o el canto.
Era inevitable
preguntarle a Freire sobre las protestas sociales en su país.
Concretamente, le preguntamos si fue una sorpresa para él. “¿¡Qué
sorpresa!? ¡Está todo acá!” dice sonriendo y con una falsa pomposidad de
autoburla. Pero agarra el libro nuevamente y abre al primer Canto,
Trabajadores de Brasil –un cuento de una página- y lee un párrafo:
Mientras
que bailamos sobre el pico de la botellita, Odé trabaja de seguridad, atrapa ladrones que no respetan al que se gana el pan que el diablo
amasó, mientras que Obatalá trabaja para mucha gente que no se cansa de
negrear ¿me escuchás?
"Todo esto venía desde antes. Este
libro es de 2005. Y mira: el primer cuento, Trabajadores de Brasil, es
sobre un colectivo que no funciona. Y hay mucha violencia en los cuentos
también... En Brasil hay muchos subsidios para tener un auto
particular. Hay garantías para que tu puedas comprarte un auto. Todo el
mundo tiene auto. La industria automovilistica está ganando una fortuna.
¿Para qué? Para resolver el problema del transporte individual. Pero se han olvidado del problema del transporte colectivo", agrega. Y sigue: mira como empieza el cuento No me hagas caso:
Violencia
es que un autazo frene a nuestros pies y cierre la ventanilla de vidrio
polarizado y no nos deje la chance de ver la cara del payaso de corbata
que para no llegar tarde mira el tiempo perdido en su rolex dorado.
Le preguntamos a Freire sobre su microbiografía en Twitter:
Homossexual não praticante. Y larga una enorme carcajada: “¿Por qué yo
soy un homosexual no practicante? Porque yo tengo mucha fe. ¿Qué es un
católico no practicante? Un católico que tiene tanta fe que no precisa
ir a la iglesia. ¡Pero cree en Dios! ¡Entonces yo soy muy devoto a la
homosexualidad! ¡Tanto así que no me hace falta practicar esa fe! Pero
ahora algunos se me acercan y me dicen, ‘vamos a practicar un ratito’.”
En realidad Freire hablaba con nosotros en un hermoso portuñol, lo cual
hacía sus respuestas más interesantes, más bellas. Era una noche bien
fría y el café estaba repleto. Las voces retumbaban contra las paredes y
el piso y el techo recreando un gran ruido. De todo eso solo nos dimos
cuenta escuchando la grabación días después. En el bar mismo, sentado en
la mesa con Freire, la sensación era de silencio. Te daba ganas de
oírlo reír y contar sus cuentos. Y por más que no escucharon, su voz está
preservada en sus cuentos, o sus cantos.
Junto con Cucurto
decimos, “¡Qué suerte que existe Marcelino Freire y estos personajes
horrendos, ridículos, zopencos de los cuales uno se empieza a enamorar y
se hace la siguiente pregunta: ¿seremos así? ¡Y peores!"
[Fuente: www.revistaenie.clarin.com]
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