La actividad se realizará
el próximo viernes 31, a las 19 horas en el Centro Cultural de la
Cooperación, en la calle Vélez Sarsfield 5008 de la localidad de Munro,
Provincia de Buenos Aires.
La misma tendrá como uno de los ejes temáticos la búsqueda de los
recuerdos intelectuales de la formación de la generación del autor y el
papel de lo que se narra en la actualidad.
Fervor borgeano
A veces, después de tantos desencuentros, pienso que Buenos Aires se va a diluir.
Es
la ciudad latinoamericana que más contiene una mitología estética: sus
rincones rebozan de palabras, de cadencias y de gestos de cada uno de
los cuerpos que la atraviesan. Tal vez por esa misma causa creo que
pueda disolverse, para luego evaporarse sin remedio. Todo el vitalismo
que de ella emana es lírico y como tal flota en un extraño éter de
relaciones humanas y memoria. La transmigración al alma. Freud.
Ahora
bien, estoy convencido que Jorge Luis Borges es uno de los responsables
de esa sublimación que percibo de Buenos Aires. Porque a decir verdad
la ciudad tiene una estructura material, pero por sobre ella, Borges ha
inventado un mágico porteñismo anterior a él mismo y que iría a
sobrevivirle eternamente. La de las casas chorizo con patios rodeados de
malvones, la de los crepúsculos en los arrabales, la de las paredes
descascaradas de amarillo, la de los barrios rodeados de mitos y
fantasmas, la de las largas caminatas recordando a malevos. También, se
me hace que Borges preveía una Argentina conflictiva, partida
políticamente en la noche oscura de los enfrentamientos. En una
conferencia afirma al pasar: “Una de las grandes tradiciones argentinas
consiste justamente en superar lo argentino”.
En los charcos del transitado empedrado de los suburbios, siempre puede verse el cielo.
Existe
un singular libro que reúne unas conversaciones suyas sobre política en
donde se aprecia como malgastó ingenio con la inmunidad que garantiza
el ejercicio de la literatura. Allí dice: “Soñando y escribiendo creo
haber hecho más por la patria que varios generales juntos”. Muchas veces
durante su vida, Borges lamentó no haber sido digno del coraje físico,
del arrojo, de la osadía ante la muerte; en suma, de lo que él llamaba
su herencia militar. En 1946 Borges pierde su empleo en la biblioteca
pública de Almagro, circunstancia atribuible a su declarada posición
antiperonista y a la obsecuencia torpe de algún funcionario del gobierno
(Perón no estaba de acuerdo con ese despido). Humillado, herido en su
vanidad, el escritor responde al agravio con la incomprensión y el odio.
Ya no habrá retorno para él, como no lo habrá para tantos argentinos
que no supieron ver lo bueno detrás de la retórica de los insufribles
funcionarios veniales, actitudes que empujaron a Borges a ejercer una
oposición intransigente.
En el peor momento de su conflicto
político, Borges escribe: “Es el amor. Tendré que ocultarme o huir.
Crecen los muros de la cárcel, como en un sueño atroz. La hermosa
máscara ha cambiado, pero como siempre es la única. ¿De qué me servirán
mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga erudición, el
aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus
mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la Biblioteca,
las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra
militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño? Hay una
esquina por la que no me atrevo a pasar. Estar contigo o no estar
contigo es la medida de mi tiempo”.
Ésta gran metáfora muestra
que Borges era el apóstata de una fe que no pudo profesar nunca. ¿Se
evaporará aquella morfología de Buenos Aires tan a la hechura de Borges?
Juan Disante
[Fuente: www.uypress.net]
[Fuente: www.uypress.net]
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