Por Roger Colom, de Buenos Aires Ideal
De pequeño, mi abuela, cuando me encontraba agitado, aburrido, de
malhumor, me sacaba a dar una vuelta a la manzana. Mi abuela que
merendaba con un trozo de pan y una copa de coñac. Creo que fue ese el
principio de mi extrañeza, mi perplejidad, mi amor por las ciudades.
Más tarde, fue mi abuelo, el que me enseñó a caminar. Uno aprende a
caminar cuando es pequeño, y después se aprende a caminar de verdad;
igual que no es lo mismo saber leer que saber leer. Mi abuelo también me
enseñó a leer en el segundo sentido, y desde entonces, leer, escribir y
caminar han sido partes del mismo proceso.
Así, vivir en una gran ciudad—en mi caso actual, Buenos Aires—es
como vivir en una enorme máquina de leer-escribir-caminar. No hay ciudad
en la que haya vivido, o pasado un tiempo, en el que no haya sido ese
el caso, pero ésta es la más grande, y creo que la que más me ha
fascinado, dislocado, abierto a ella.
Hace unos meses di un paseo desde Parque Patricios a Caballito,
pasando por Boedo y Almagro, con unos urbanistas norteamericanos. Me
interesaba que vieran los matices, los cambios sociales, económicos y
hasta culturales que se pueden percibir en un trayecto como ese. Si se
pasa rápido no se ve; hay que ir despacio y prestar atención a la
variadísima gama de tonos, tanto en el sentido del color como del sonido
y el lenguaje, sin salir nunca del ámbito de la arquitectura y lo
urbano: las viviendas, los comercios, la publicidad, los graffiti y hasta
el tipo de basura (o no) que se encuentra por las veredas.
Creo que quedaron fascinados por los detalles que íbamos
descubriendo por el camino. Para mí, la clave está en darse cuenta que
caminando así, la ciudad no se termina nunca. Sin que aparentemente no
haya cambiado nada en esta cuadra o aquella, siempre hay algo nuevo,
siempre existe alguna revelación, algo que lo cambia todo y desaloja lo
preconcebido. El matiz, algo que se encuentra en el medio, tiende a
cambiar, a veces incluso de manera radical, los extremos. Siempre hay un
gris cuya sutileza cambia nuestra idea del blanco o del negro.
[Fuente: www.buenosairesideal.com]
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