sexta-feira, 22 de junho de 2012

Una vuelta a pie por el París de 1910

A propósito de su próxima novela, una escritora reconstruye el mundo perdido de la belle époque en las esquinas de la Ciudad Luz


En Montmartre, está presente el espíritu de Toulouse Lautrec y Utrillo. Foto: Leonardo Antoniadis  
PARIS, Francia (The New York Times).- He venido a atisbar la belle époque por la cerradura del presente. Quiero vivir el París de 1910, tal como lo habrían vivido los personajes de la novela que preparo. Pero, ¿podré rescatar ese tiempo perdido en sólo diez días?
Comienzo por el final que eligieron muchas celebridades de entonces: el cementerio Pére Lachaise. Cerca de la entrada del Bulevard Ménilmontant, fotografió la tumba de Colette. A la vuelta, veo la cripta del barón Haussmann; un arquitecto me dirá de él: "Transformó París en la ciudad más hermosa del siglo pasado, y aún lo es". El cementerio poco ha cambiado desde 1900. Subo varios escalones, avanzo por senderos adoquinados, bajo la sombra de los árboles, y llego hasta la tumba de Proust. Un visitante ha dejado una rosa sobre la lápida de granito.

OPERAS Y CAFÉS

Mi próxima escala es la Opéra-Comique, esa joyita de la Place Boïeldieu, cerca del Boulevard des Italiens. Más pequeña, menos famosa y dotada que el Palais Garnier -el hogar de la Opera de París- muchos siguen considerándola el lugar ideal para deleitarse con Carmen, Lakiné, Louise o Pélleas et Mélisande, todas estrenadas allí. Para comprobarlo, asisto a una función de La hora española .
Por fuera, parece un palazzo italianizante. Por dentro, es un palacio de cuento de hadas: escaleras de mármol con barandas ornamentadas y doradas, pisos de mosaicos resplandecientes; frescos alegóricos en tonos pastel. En la sala, todo es oro y escarlata hasta que las luces menguan; entonces, por un instante, a través de los ventanucos rectangulares de cristales coloreados se filtra una luz azul, bañándola en tonos cerúleos e índigos.
Cruzo la calle y entro en el Café Runtz, un restaurante alsaciano frecuentado desde principios de siglo por el personal del teatro, los artistas y el público. Minutos antes de cada intervalo, solían alertar al cocinero desde el teatro oprimiendo un botón. Ya no lo hacen, pero el encantador salón de techo alto, con sus pinturas de escenas líricas y fotografías originales de grandes cantantes y bailarines del pasado, sigue pareciendo una prolongación de la Opéra-Comique.

TIENDAS Y UN TÉ

Palais Garnier, ostentoso y relumbrante. El lujo y el esplendor me rodean no bien entro en el foyer y enfrento su gran escalinata.El edificio fue diseñado expresamente como escaparate de artistas y espectadores, y lo es. No tengo tiempo para visitar el museo. Voy directamente a la biblioteca, originariamente la entrada especial y salón de recibo de Napoleón III. Paso horas conjurando el pasado, bajo la cúpula con claraboya y las miradas imperiosas de divas, bailarinas y habitués de ayer. De vez en cuando, hago una escapada al Café de la Paix, en el gran hotel homónimo, a tomar un café y observar los cielos azules, con nubes y querubines, de su cielo raso.
Desciendo a paso tranquilo por la Avenue de l´Opéra. Me detengo en Brentano, donde Colette compraba sus reproducciones de Beardsle y Entro en el ámbito dorado y crema del Angélina´s Tea Salon, frente a los Jardines de las Tullerías, al que solían ir Coco Chanel y Proust. En las Galerías Lafayette, una de las primeras grandes tiendas de París, admiro la cúpula de vitrales neobizantinos (1912). También hago una pausa en Harry´s New York Bar (5 Rue Daunou), inaugurado en 1911, para servir exóticos cócteles norteamericanos a un público selecto.
Practicar esgrima era de rigor para los caballeros de la belle époque; en París, había por lo menos 40 salas de aprendizaje. Un maestro de armas me lleva a la única que conserva intacto su aspecto de entonces: la Coudurier, en la Rive Gauche. Máscaras, floretes, espadas, sables, una pizarra para anotar puntajes y fotos Alexandre Coudurier, que fundó la sala en 1886, adornan las paredes.
A la mañana siguiente, enfilo por calles más tranquilas, como la Lepic, hacia el Museo de Montmartre. Allí vivieron Utrillo, su madre, Suzanne Valadon, y otros artistas. Admiro sus pinturas, junto con litografías originales de Toulouse-Lautrec y una recreación del estudio en que Charpentier compuso la ópera Louise. Luego, contemplo el paisaje bucólico del último viñedo de Montmartre y el cabaret Au Lapin Agile, cubierto de hiedra, al que concurría Picasso. Luego me dirijo hacia la Place des Abbesses, a ver uno de los accesos al metro, en estilo art nouveau, diseñados por Héctor Guimard; quedan 86. De paso, me entero de que el personal del metro sigue en huelga.
El departamento de Proust está en el SNV13 Bank. Han preservado el ascensor diminuto, pero el dormitorio es hoy una oficina, si bien le han devuelto el revestimiento de corcho mediante el cual el hipersensible escritor se aisló de los ruidos callejeros y el polen de los árboles. El Museo Carnavalet, de París, y el Museo Proust, de IlliersCombray, se repartieron el mobiliario.
¡Albricias, levantaron la huelga del metro! Lista en mano, recorro vertiginosamente la ciudad con paradas en tres exponentes típicos de la belle époque, construidos para la Exposición de 1900: el Gran Palacio, el Pequeño Palacio y el Puente de Alejandro III.
El Teatro del Chátelet (2 Rue Eduard Colonne), donde Vaslav Nijinsky escandalizó a los parisienses en 1912 con su interpretación erótica de La siesta de un fauno , estaba cerrado por obras de restauración (ya reabrió).

ADIÓS A PROUST

Mi estada se acaba y aún no he visto la cama de Proust. Voy, pues, al Marais, entro en el encantador patio del siglo XVI del Museo Carnavalet y me dirijo a la sala Vida Literaria del Siglo XX. Me detengo, conmovida, ante la reconstrucción del dormitorio en que Proust pasó 12 años escribiendo su obra maestra, El cobertor azul , tendido sobre el colchón apelmazado, parece titilar con residuos del polvo Legras que inhalaba para aliviar su asma.
Enfrente está el dormitorio, tapizado en satén dorado, de la condesa Anna de Noaffles, poeta, amiga de Proust y anfitriona de la alta sociedad. Recibía a sus admiradores reclinada lánguidamente.
Hay más habitaciones finiseculares. Una magnífica sala de exposición de joyas, rebosante de vitrales, mosaicos y pavos reales de bronce, diseñada por Alphonse Mucha para Georges Fouquet. La réplica de un saloncito privado del Café de París, otra joya del art nouveau con gráciles aparadores, mesas y hogar con repisa haciendo juego.
Atravieso un salón de baile y recorro galerías donde exponen cuadros de artistas otrora famosos, cuyas obras todavía evocan el mundo de entonces: escenas callejeras y circenses, la bulliciosa salida de los alumnos del Liceo Condorcet...
Al salir le pido a mi guía que me fotografíe junto al lecho de Proust. Guardaré la foto como un pequeño y preciado recuerdo de la belle époque.

DATOS ÚTILES

Cómo llegar: el pasaje aéreo es de 1250 dólares, con tasas e impuestos incluidos.
Alojamiento: una habitación doble en un hotel cinco estrellas cuesta desde 250 dólares; en uno de cuatro, desde 160, y en uno de 3 estrellas, desde 70.
Más información: Maison de la France. Av. R. Sáenz Peña 648, 9° piso; tel 4345-0664. Atención de lunes a viernes, de 9 a 12.45.
En Internet:
Catherine Wald 

[Traducción Zoraida J. Valcárcel - fuente: www.lanacion.com.ar]

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