quarta-feira, 20 de junho de 2012

Brel, del éxito a la isla perdida

 
Jacques Brel tenía una voz infartada y gutural, un rostro algo lloroso, y esa tristeza extemporánea y vivaz de quienes han bebido la noche en los lupanares. Hijo burocrático de Bélgica, nacido en la encrucijada de Bruselas, ciudad donde la patria, lo demostró Cortázar, es un concepto relativo y a elegir, Brel fue siempre francés por vocación, por necesidad o por hambre. Su existencia es un camino que, sin ser en exceso dilatado, tuvo una gran componenda de martirio y humo.

Jacques Brel nació en el 29, quizá como tardío hijo de los felices 20. Mismo año y misma ciudad que Audrey Hepburn. Desde adolescente, quizá motivado por esa ánima tan pusilánime de los feos, componía canciones de hondo lirismo en reuniones de amigos y en los cabarets bruselenses, a los que dotaría de una tristeza irónica y poética nada despreciable. Poco animado por sus parientes, Brel, sin embargo, no cejó en su empeño de obtener la gloria relativa de un 78 r.p.m, que logró publicar en el 53. De ahí, y queriendo romper con una ciudad y un país, Bélgica, que ya le eran asfixiantes y provincianos, da el salto a París, capital del mundo y de su madre patria espiritual, Francia, que lo adoptaría con el ornato y los laureles mucho tiempo después, porque sus comienzos en la ciudad de la luz fueron de hambre y bohemia, en los que se procuró oficios no en exceso lucrativos: maestro de guitarra, contratos en salas de fiestas nocturnas en las que empezó a paladear la dulce ambrosía de una fama limitada que, sin embargo, le serviría para reunir a su familia con él. Así, consigue actuar en 1957 en el Olimpia, que es como el Real pero con olor a queso y eructos de Bourdeaux. Sobre las tablas, Brel gesticulaba, lloraba como una virgen española, y emanaba la melancolía del desamor que tanto determinaría sus fines, ayudado, no olvidemos, por la corporeidad inasible del humo de alquitrán y nicotina.

Tímido, genial, su vida es continuo rosario de bandazos. Según sus palabras: “El fracaso es casi inevitable. Vamos persiguiendo fines que nos hemos trazado nosotros mismos. Pero como nos faltan fuerzas, nuestros fines no son bastante sólidos para justificar el camino que hacemos hacia ellos. Nosotros nos fijamos un fin en alguna parte del camino, pero ese camino no existe. El fin se inventa y el camino se imagina. Es evidente que esto no puede sostenerse”.

Mientras triunfaba en la música, apareció también en la pantalla como actor: imaginamos que en roles de feo sentimental. Aunque es evidente, lo anunciamos, que su frío interno, su tristeza incomprendida habrían de fructificar en un cambio radical de vida: el que hace que en 1973 lo abandone todo, reniegue del éxito y se refugie en la Polinesia, a muchas cuadras de Montmartre, donde encuentra la paz celestial trabajando como piloto de aerotaxis o conduciendo indígenas en su velero Askoy.

Son un misterio, pues, las razones por las que Brel abandona el Viejo Continente y pone distancia hasta la Polinesia: qué afanes, qué luz tropical, qué fantasmas internos auspician este exilio. Interpretamos, según sus canciones, que la huida fue una búsqueda de la dicha. Leemos que fue afortunado en la insularidad polinésica, a la que cantó sincero.

De noche, en las islas, los fuegos crecen y las puntas del silencio se alargan, que la luna avanza y el mar se desata chocando hasta el infinito contra las rocas que comienzan a gritar nombres como enloquecidas. Que algo más lejos se oyen perros y cantos de arrepentimiento, así como pasos dados a la par y pasos de danza. Y es entonces cuando, en las islas, la noche al fin se somete y el alisio se rompe”.

Con su exilio voluntario y radical, la muerte le cerca entre cigarrillos y los insalubres climas del trópico. Moriría en 1978 en París, y sería enterrado en la propia Polinesia quien fue el belga más famoso de todos los tiempos. Un ser que descansa su eternidad de gloria, tristeza y nicotina, y que más que del éxito huyó, modificando su existencia, de una congoja vital a la que un azar maldito lo había predestinado.

Por Jesús Nieto Jurado

[Fuente: www.jotdown.es]




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