domingo, 7 de janeiro de 2024

Serrat cumple cuatro veces 20 años: las canciones que mantienen joven al cantor mediterráneo

 

Apela al corazón y a la cabeza, y su nombre sigue ocupando la lista de los artistas más queridos y admirados de España. Su obra habla de todas las cosas a todas las generaciones



                       Concierto de Joan Manuel Serrat celebrado en el Coliseum de A Coruña el pasado 8 de julio.

Escrito por CARLOS PORTOLÉS

Serrat sigue y seguirá siendo inmensamente popular porque tiene la rara habilidad de cantar lo que más o menos todos pensamos, queremos o soñamos. Es la traducción al idioma de la guitarra y la voz de miel de la cultura popular nuestra, que es lo mismo que decir de nosotros. Todas las generaciones encuentran un íntimo recodo en su obra al que asomarse primero y en el que quedarse a vivir para siempre después. Sean diecisiete o ciento siete las velas que se claven en tu tarta, es tarea muy difícil y hasta imposible la de escuchar lo de que empujen al mar la barca con un levante otoñal y dejen que el temporal desguace sus alas blancas y no sentir, como poco, una punzadita en el corazón —y es que qué le voy a hacer si yo...—.

Porque Serrat, que ochenta machadianos años lleva meneando su melena como cantándole a una mujer perfumadita de brea, es la sublimación del cante y autor españoles. Con un pedazo del alma en cada rincón del país. Se extiende su sombra sobre cada verbena rural con banderas verdes rojas y amarillas, cada cristo lloroso clavado en su cruz de Málaga, Badajoz o Sevilla y cada escuchante al que se le escapa un suspiro con los versos para Penélope o Lucía —y perdóname si hoy busco en la arena una luna llena...—.

 

 

Lucidez que conspira

Las piezas de Serrat son como una conspiración de momentos lúcidos que haciéndose sonido se vuelven también carne. Como si escuchando su porque te quiero a ti, porque te quiero le supieran también a uno los nombres a yerba. Como si la llegada de sus acordes anunciara un lugar en el que todos se olvidan por la noche de que cada uno es cada cual. Y se convenza el personal de que todo pasa y todo queda pero lo nuestro es pasar. Por todo esto no se acaba ni se vislumbra el fin del tórrido romance entre público y artista. Y porque negar a Serrat sería como negar la identidad propia. Esa canallesca marinera del mediterráneo —y, por supuesto, también de un rincón del Atlántico— que encierra una nobleza crecida y cuidada sin prisa entre olivos y soles y atardeceres y brisas. Un romanticismo que expresa su melancolía no como lamento fatal, sino como exaltación de lo que se quiere o se ha querido. Más parecido a una alegría triste que a una tristeza verdadera.

Cada una de sus canciones parece estar deseando pelearse con sus hermanas por ser la mejor de todas. Para algunos, vence esa oda al mar cálido que va de Algeciras a Estambul —para que pintes de azul...—. Otros, quizás, hacen formación en torno a La Saeta y muchos, seguro, eligen los temas que toman prestados los versos de los poetas grandes. Ya sea en sincronía con Machado y los Cantares o con el Para la libertad de Hernández. Hay otras obras más pequeñas en ambición y condición, pero que en su parcela se hacen enseguida inmensas, como el Hoy puede ser un gran día —duro con él—, el Romance de Curro «El Palmo», el Tío Alberto —cató de todos los vinos, anduvo por mil caminos— o el De vez en cuando la vida —saca un conejo de la vieja chistera y uno es feliz como un niño cuando sale de la escuela—.

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La forma óptima de abordar el dilema es la de preguntar que por qué quedarse con unas pocas pudiendo tener todas. Cada uno a su casa y Serrat a la de todos. Porque algo tiene el contoneo medio ronco de su garganta vibrando sobre las cuerdas de la guitarra. Algo que apela al corazón y a la cabeza y hasta al estómago del que vivir quiere y a vivir empieza. Desde Sierra Morena hasta el Pirineo, el Ebro, el Miño, Grazalema y el Duero, es el país todo su inmerso escenario. Una vida entera dedicado a las tablas, al folclore, al vivir de todos, del hombre común —vamos, a la palabra—. Un hilo que une tiempos y lugares. Un pie plantado en lo que pasó y una mirada en el horizonte nuevo. Más que cumplir ochenta, como la vigencia un día lo agarró y ahora dice que ya no lo suelta, pareciera que estuviera cumpliendo veinte por vez cuarta —que te guarde Dios y cumplas también tu tercer treinta—.

 

[Foto: EDUARDO PEREZ - fuente: www.lavozdegalicia.es]

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