El pasado domingo, día 11, murió el director de cine Alain Tanner (1929-2022). Artífice de una obra profunda que renovó el cine suizo, retrató la sociedad centroeuropea de la segunda mitad del siglo XX con moderadas dosis de esperanza, certificando sus dificultades para adaptarse a la voracidad del sistema y sus crecientes atrocidades.
El director suizo Alain Tanner, nacido en Ginebra en 1929, se formó como economista. Tras un período trabajando en empresas de transportes, funda junto a Claude Goretta el cineclub universitario de Ginebra en 1952. Ambos pretendían poner de manifiesto, por medio del cine, la realidad histórica y social de un país. Un retrato oculto por la moral o por las pintorescas imágenes turísticas de una falsa felicidad que, muchas veces, se identifica con el alto nivel de vida helvético. Este proyecto resulta casi imposible de realizar en una Suiza oficialmente indiferente al séptimo arte e industrialmente anémica en lo audiovisual.
Siempre acompañado por Goretta, Alain Tanner va a Londres, frecuenta a realizadores del free cinema, trabaja para el British Film Institute y rueda con su compañero un cortometraje, “Nice Time” (1957), que es galardonado en el Festival de Venecia. De vuelta a su ciudad natal, filma películas por encargo y, finalmente, realiza su primer largometraje, “Charles, vivo o muerto” (1969), tras un paso por París donde frecuentó los círculos de la Cinémathèque de Langlois y se empapó de primera mano del primer espíritu de la nouvelle vague. Tras ganar el Leopardo de Oro de Locarno, la buena fama de este debut –donde un ejecutivo se rebela contra el capitalismo al que sirve– permitirá el nacimiento de un cine nacional suizo junto con otros realizadores como Michel Soutter, el citado Claude Goretta, Jean-Louis Roy y Jean-Jacques Lagrange. Su segunda obra, y primera en la historia subvencionada por el estado suizo, es “La salamandra” (1971), con Bulle Ogier como protagonista, escrita a cuatro manos con el escritor inglés y teórico de la estética John Berger, con quien también firmará “El centro del mundo” (1974) y “Jonás, que cumplirá los 25 años en el año 2000” (1976).
“Charles, vivo o muerto”, nostálgica e intimista, se convertirá en una especie de película fetiche de toda una generación marcada por la década de 1960. En estas primeras obras Tanner sitúa a los personajes centrales sintiéndose al margen de una sociedad que intenta estandarizarlos: mientras que el Charles de la primera verá abrirse ante él las puertas del asilo psiquiátrico, la Rosemonde de “La salamandra” evoluciona de la laxitud existencial a la rebelión contra la vida ordenada, incluso mentalmente.
La obra de Tanner concentrada en la década de 1970 muestra una Suiza lejos de sus antiguas virtudes paradisíacas que se descubre, con estupor, vulnerable, sometida a tensiones que no pueden camuflar las coartadas de la neutralidad. Su “nuevo” cine le permitió una toma de conciencia; rompió los tabúes para dejar aflorar verdades profundas, en un movimiento estético y ético ferviente que basta para explicar la audiencia inesperada que convocó. Una audiencia que ya había vivido la contracultura y el Mayo del 68 en el país vecino. Hijo de su época, el cine de Tanner es paradigmático del cine político europeo, flirtea con la utopía, la denuncia, al señalar al rey desnudo y otorgar una profundidad psicológica de innovadora complejidad a los roles femeninos. De un didactismo brechtiano y un realismo desencantado, el cine de Tanner visto hoy supera la ingenuidad ideológica para seguir siendo relevante en sus retratos humanos, dirigidos con gran psicología aunque con cierta planicie estética. Aprisionados en un presente determinado por el pasado y con un futuro desesperanzado, sus personajes se valen tan solo de sueños para defenderse de un retrato determinista. Sus criaturas son antagonistas de un villano siempre invisible, pero que las rodea las 24 horas. Una lección aprendida décadas después por Laurent Cantet o Nicolas Klotz.
Algunos títulos, al igual que los temas que sustentan las obras de Tanner, clarifican esta problemática del enclaustramiento cobarde y del profundo aunque inútil deseo de liberarse: “Vuelta de África” (1973), “El centro del mundo”, las utopías pedagógicas de “Jonás, que cumplirá los 25 años en el año 2000”, la imitación de Ícaro que persigue el adolescente de “A años luz” (1981), la puesta entre paréntesis de “En la ciudad blanca” (1983) con el marino suizo en Lisboa interpretado por Bruno Ganz, deseoso de desaparecer.
El cine que Tanner deja es una obra en cierta manera de evasión, más deseada que vivida. Un cine de utopías poco optimistas. Más ideológico que político. Es testimonio de una Europa en la que, como último veneno de las guerras mundiales y la barbarie, queda la corriente de insatisfacciones de una juventud demasiado idealista para ser feliz en tiempos de pragmatismo y cinismo. ∎
Póquer de Tanner
“La salamandra” (1969)
Un periodista y un novelista investigan un incidente para la televisión suiza. Supuestamente un hombre se disparó a sí mismo limpiando un rifle, pero hay que dilucidar si fue su sobrina Rosamonde (Bulle Ogier) quien apretó el gatillo. La Rosamonde de Tanner –quijotesca, libre y salvaje– se introduce en la vida de los dos y cataliza un cambio social en ambos: los exilia de la “normalidad”. Contra la búsqueda de argumentos para comportamientos atípicos.
“Jonás, que cumplirá 25 años en el año 2000” (1976)
Ocho personas que vivieron juntos el Mayo del 68. Entre ellas un editor desencantado, una cajera que ofrece descuentos a los mayores, una estudiosa del sexo tántrico, Jonás que tiene seis años y una mirada ingenua sobre el mundo. La cinta es paradigmática de una retórica ideológica muy fechada, pero, precisamente, como un mosquito en ámbar, es un documento valioso: libertad sexual, generosidad y consideración, fe en el intelecto contra el reduccionismo político, ateísmo ilustrado, espíritu comunal. Si Jean Eustache expresó un desencanto dandi hacia el Mayo del 68 y Jean-Luc Godard flirteaba con la lucha armada y la propaganda subido a un deportivo, Tanner se reservó la utopía.
“Messidor” (1979)
Antes de “Thelma y Louise” (Ridley Scott, 1991), estuvo esta película. Dos amigas, una estudiante y una dependienta, un viaje en autoestop sin destino concreto, una violación, una pistola robada, el reverso del paisaje pintoresco suizo. La promesa de ser libres. Pero la libertad acaba cuando se acaba el dinero. Tanner sitúa a sus personajes en una hipótesis utópica y deja que la realidad conduzca la dramaturgia hacia un realismo pragmático sin rastro de ironía. No hay suicidios heroicos sobre el Gran Cañón. Tan solo la vida en el vacío en una pantalla blanca.
“En la ciudad blanca” (1983)
Para salir de la sociedad establecida, Paul (Bruno Ganz) decide parar. Y bajar del barco donde trabaja en Lisboa, alquilar una habitación, pasear, rodar películas en Súper 8 que envía a su pareja suiza, enamorarse de una camarera, hacer nada en absoluto. La película más estéticamente potente del suizo tiene a su favor esconder el subtexto político en algo más sutil y universal, la capital lusa como un plató en estado de gracia y una escritura que dirige la mirada a una hermosa fantasmagoria a pleno sol. ∎
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