“Derogar” tiene una sola acepción: “Dejar sin efecto una norma vigente”. A ver qué parte de esa definición ofrece dudas |
La vicepresidenta Yolanda Díaz atiende el 2 de noviembre a la prensa en el Senado. |
Escrito por ÁLEX GRIJELMO
Un debate semántico se puede producir cuando una palabra ofrece distintos significados. Eso ocurre por ejemplo con el vocablo “político”, que tiene 12 acepciones. Para unos, los dirigentes del procés fueron condenados por su actividad y su intención política, por “poner las urnas”; y merecen por tanto la condición de “presos políticos”. Para otros, obraron sin los votos populares suficientes, incumplieron el Estatuto de Cataluña y la Constitución, y además malversaron fondos (usaron dinero que los Presupuestos destinaban a otros objetivos), asuntos que no tienen que ver con ideas políticas sino con hechos ilegales; por tanto, se trata de “políticos presos”.
Este debate semántico con “político” se produce en función de que consideremos tal palabra como sustantivo (políticos presos) o como adjetivo (presos políticos). Pero las dos opciones tienen validez, porque contribuyen a expresar las enfrentadas ideas de quienes las utilizan. Yo no hablaría nunca de “presos políticos” en el caso del procés, porque mi punto de vista lo impide. Sin embargo, la expresión me permite entender lo que piensan aquellos cuyas ideas no comparto. Que para eso sirve la lengua.
Habrá debate semántico en esta palabra, pero en cada uno de esos dos usos se entiende a la perfección lo que se quiere defender.
En tiempos más recientes, distintos políticos de la izquierda manifestaron su compromiso con “derogar” la reforma laboral que aprobó la mayoría parlamentaria del PP. (Yolanda Díaz: “Vamos a derogar la reforma laboral a pesar de todas las resistencias”. Pedro Sánchez: “La vamos a derogar y cambiar de arriba abajo”). En las últimas semanas, esas mismas personas han concluido que tal derogación no es posible “técnicamente”. Y ahora algunos de sus partidarios rebajan el problema arguyendo que se trata en realidad de “una cuestión semántica”.
Y aquí el Diccionario da poco lugar al debate. La entrada “derogar” incluye una sola acepción, muy breve: “Dejar sin efecto una norma vigente”. A ver qué parte de esa definición puede ofrecer dudas semánticas.
No obstante, sí cabría un debate etimológico, sobre el origen y la evolución del verbo. Porque “derogar” (del latín derogare) tuvo antiguamente el sentido de “anular en parte una ley” (Corominas y Pascual lo documentan en el siglo XV); y luego el de “reformar” o “quitar alguna cosa”. Estas referencias a modificaciones parciales figuran en los diccionarios académicos desde 1732 hasta 1984, edición en la que aún se lee el equivalente “reformar” en esa entrada. Pero se supone que en tales casos el contexto aclaraba el alcance de la expresión: es decir, si se derogaba algo al completo o sólo en parte.
Sea como fuere, en la actualidad el significado de “derogar la reforma laboral” únicamente puede entenderse como anularla o abolirla… al completo.
El ministro Alberto Garzón intentó cerrar el debate sobre este conflicto manifestando que “no hay que preocuparse por la semántica sino por los contenidos”. A saber qué quiso expresar, porque la semántica es precisamente el contenido. ¿Y cómo no preocuparnos por la semántica, es decir, por el significado de lo que nos transmiten? Si en la política no importara el significado cabal de cada vocablo, si “hoy” no significara “hoy” y “mañana” no significase “mañana”, dejarían de tener sentido las palabras, las entrevistas, las declaraciones; y entonces el mejor discurso posible sería el silencio.
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