En el 75 aniversario de su muerte, sus obras siguen iluminando el mundo literario y teatral en el mundo entero. Su insobornable experiencia de vida tiene múltiples aspectos dignos de recordarse. Entre ellos su irresistible atracción por las artes escénicas. Por su parte, el Teatro de la Abadía le rinde homenaje con dos espectáculos: hasta el 7 de enero, 24 horas en la vida de una mujer, versión musical de autores franceses protagonizada y producida por Silvia Marsó, con dirección de Ignacio García; y ya en primavera 2018, Una hora en la vida de Stefan Zweig, del español Antonio Tabares, con Roberto Quintana en el papel del gran escritor, dirigido por Sergi Belbel.
El que sería un prolífico autor de relatos, novelas y biografías, en su adolescencia era ya un lector entusiasta que ansiaba, junto a otros compañeros de estudios, acapararlo todo: música, literatura y todas las posibilidades de las artes escénicas. Vivía en Viena, capital de Austria y del imperio austrohúngaro, considerada la ciudad con mayor calidad de vida de Europa, y probablemente del mundo.
Correteaba el muchacho de teatro en teatro con una vitalidad que presagiaba su íntima y triunfal relación con la creación artística. Las salas vienesas, y más tarde las de Berlín, recibían lo más granado de un continente que se preparaba para entrar en el siglo XX con vigoroso talento. Llegaban las obras más importantes y, por tanto polémicas, a los ojos de un joven ávido por aprender. Allí estaban Ibsen, Strindberg, Hauptmann, Wedekind… Las óperas alemanas e italianas, circulando dentro y alrededor de quien veía en el teatro una expresión de felicidad absoluta que se expandía por todos los géneros, más aún en los dramas y las tragedias, ya que su energía, su afán de comprensión sobre las fantasías y debilidades humanas alcanzaba cotas altísimas de creatividad.
Zweig creció en una familia judía de la burguesía liberal de padre austriaco ligado a la industria textil, y madre hija de banqueros italianos, para quienes la cultura era un bien por encima de toda ganancia económica. De allí que en todas las edades Stefan tuviera un contacto vital con todas las artes, y que se volcara en estudiar literatura y filosofía con pleno consentimiento. Y además también se hizo rico produciendo numerosas creaciones con una capacidad de trabajo fuera de lo común. El éxito le acompañó, rodeándole de millones de lectores, homenajes, así como con ayudas cuando sus triunfos le abandonaron tras la avalancha nazi, y vivió la trágica experiencia de un apátrida que pasó rápidamente “de tenerlo todo a no tener nada, de rico a pobre…”.
En la mayoría de sus textos están presentes, de una u otra forma, las artes escénicas:
Todo es engañoso. Todo cambia cuando menos se lo espera. En realidad es más bien como una obra de teatro en la que el argumento cambia constantemente.
Escribió solo cuatro piezas teatrales: Thersite, 1907, Les Guirlandes précoces, 1907, La casa al borde del mar, 1911, y Jeremías, 1916, con la que se despidió como dramaturgo: un drama inspirado en el personaje bíblico para dejar constancia del horror de la Primera Guerra Mundial (1914-1918); la estrenó en Zurich y en Nueva York en Estados Unidos el mismo año de 1917. En el origen de esta obra está su propia experiencia como observador de los campos de batalla.
Había sido reclamado por distintos medios de prensa como corresponsal de guerra, pero él —que nunca se pronunció a favor o en contra de movimientos políticos— detestaba “ver” lo que ocurría al servicio de proyectos interesados, de manera que se lanzó en libertad a recorrer los campos y experimentar la barbarie entre relativos peligros con algunos documentos que le permitían el paso como si fuera un diplomático, al servicio del Archivo Militar austriaco, libre de presiones ideológicas:
… En los primeros días aún no había conocido el auténtico horror de la guerra; después su rostro superó mis peores temores … Viajaba ya en un carro de artillería abierto, sentado sobre el armón de un cañón, ya en uno de aquellos vagones de ganado donde dormían hombres muertos de cansancio, hacinados en confuso revoltijo en medio de un hedor nauseabundo y que, mientras los conducían al matadero, ya parecían animales sacrificados. Pero el medio de transporte más terrible lo constituían los trenes hospital. ¡Ah, qué poco se parecían a aquellos trenes sanitarios bien iluminados, blancos y perfectamente lavados en que al comienzo de la guerra se dejaban retratar las archiduquesas y las damas distinguidas de la sociedad vienesa, vestidas de enfermeras!… Fue entonces cuando recibí el impulso definitivo: ¡era preciso luchar contra la guerra! … Vivíamos a merced de la pandilla de siempre, eterna a lo largo de los tiempos, que llamaba cobardes a los prudentes, débiles a los humanitarios, para luego no saber qué hacer, desconcertada, en la hora de la catástrofe que ella misma irreflexivamente había provocado. Era la misma pandilla que se había burlado de Casandra en Troya y de Jeremías en Jerusalén; yo nunca había comprendido tan bien la tragedia y la grandeza de estos personajes como en aquellas horas.
Tradujo poemas, novelas y textos dramáticos de autores clásicos y de su época; y fue reclamado por prestigiosos artistas con el fin de que elaborara libretos para ballets y óperas. Su experiencia más fructífera al respecto fue con “La mujer silenciosa”, basada en Epicoene, or the Silent Woman del isabelino Ben Jonson, adaptada para Richard Strauss, quien le pidió otras colaboraciones tras el rotundo éxito obtenido.
Un éxito avalado por Adolf Hitler personalmente, pues Strauss era una figura de enorme valía, comprometido con la causa del Partido Nacional Socialista, pero que desobedecía el plan ario que prohibía a los judíos cualquier actividad artística. Tras la aprobación “excepcional” del Führer, el estreno se produjo sin la presencia de Zweig, quien recibió una hermosa carta de Strauss, confiándole lo que de verdad pensaba del nazismo. Esa carta cayó en manos de la Gestapo, y de inmediato, con todas las entradas vendidas, se obligó a suspender las representaciones al tercer día. Corría el año 1934, y empezaban sus mayores dificultades que crecieron a medida que se acercaba el gran objetivo del Tercer Reich, la Segunda Guerra Mundial para apoderarse del mundo. No obstante, ese mismo año había conseguido estrenar Jeremías en Berlín, la que sería su última aparición en los teatros alemanes.
LOS HOMENAJES DE LA ABADÍA 2017-2018
Entre el 13 de diciembre 2017 y el 7 de enero 2018, en el Teatro de la Abadía se presenta la versión española del musical francés sobre una novela que tuvo otras versiones, no musicales, y cuatro películas. Silvia Marsó protagoniza y produce: “… un musical de pequeño formato, con tres actores y tres músicos que nos transportan a todos los paraísos y tensiones de una historia de amor de poderoso atractivo. Con dos primeras figuras de excepción: Silvia Marsó como protagonista, y Juanjo Llorens (De algún tiempo a esta parte, Sensible), quien acaricia a todos con su fascinante diseño de iluminación: rincones del alma, una iglesia con la luz de un creyente y de una compañera atea que se obliga a participar; trenes invisibles, sueños atravesados, casinos donde la gente se vuelve loca de alegría o de amargura con sus ansiosas manos “sobre el verde tapiz”…
[Fuente: www.culturamas.es]
En la tarde del 22 de febrero de 1942, en su exilio brasileño, el famoso escritor austriaco Stefan Zweig se quitó la vida en compañía de su segunda esposa y secretaria, Lotte Altmann, 25 años más joven.
Una hora en la vida de Stefan Zweig recrea, en clave de ficción, sus últimos momentos. Mientras el matrimonio Zweig prepara, con calculada meticulosidad, todos los detalles de su suicidio, un exiliado judío, recién llegado de Europa, se presenta en la casa. ¿Quién es este extraño e inoportuno visitante? ¿Cuál es su secreto? ¿Es realmente judío o un agente al servicio de los nazis? Y, sobre todo, ¿por qué muestra un indisimulado interés por una lámina de William Blake que durante años perteneció a Stefan Zweig?
Antonio Tabares, autor.
[Fuente: www.culturamas.es]
Sem comentários:
Enviar um comentário