El festival pamplonés Flamenco on Fire me sonó a algo así como 'cool
gazpacho' o 'tortilla de potatoes'
Actuación del festival Flamenco on Fire, en Pamplona el pasado 22 de agosto.
Escrito por ÁLEX GRIJELMO
Pamplona acogió este
agosto el festival Flamenco on Fire. Al ver uno de los carteles
anunciadores, primero pensé que los duendes del cante se habían reconvertido en
los duendes de la imprenta, y que quizás habían querido escribir “Flamenco en
Feria”, qué sé yo. Después vi que no.
Me parecieron enternecedoras las distintas pronunciaciones que la
palabra inglesa fire provocó en
corresponsales, presentadores y, sobre todo, participantes. Descarté la
perversidad de la organización como causa del nombre, y la atribuí más bien al
cada vez más fuerte anglocentrismo que padecemos.
“Anglocentrismo”, exacto. El banco de datos de la Academia data la
primera aparición escrita de esa palabra en 1975, en un texto del psicólogo
José Luis Pinillos Díaz que denuncia “el anglocentrismo que prevalece en la
mayoría de los textos que circulan por nuestras bibliotecas y librerías”. Y lo
he encontrado también, hace poco, releyendo un trabajo de la lingüista Pilar
García Mouton titulado Género,
sexo y discurso, publicado en 2002 y en el que la autora atribuye al anglocentrismo
la elección del término género (por
influencia del inglés gender) en el discurso feminista. La lucha justa contra el
androcentrismo se rindió ante el anglocentrismo, vaya paradoja.
Poco después oía en
una serie española, que distraídamente se ha apoderado de mi televisor, que un
cura dice en la boda que está oficiando: “Isaac, ya puedes besar a la novia”.
No es la primera vez que en ficciones españolas cuelan los guionistas esa
frase, que difícilmente se oye en nuestras ceremonias nupciales, civiles o
religiosas, y mucho menos en las de la época en que se desarrolla esa serie,
los años veinte de hace un siglo. Pero hemos visto tantas películas
norteamericanas, que han construido en nosotros el imaginario de que los curas
dicen eso en las bodas, y hasta lo hemos asumido con efecto retroactivo.
Además, sin cuestionar siquiera el hecho de que el sacerdote deba dar ese
permiso a la pareja (eso sí, dirigiéndose al novio), cuando los contrayentes ya
podían besarse antes de la boda si les venía en gana.
El anglocentrismo
sirve para eso y para que gentes acomplejadas que parecen no tener complejos
den nombre en inglés a muchas realidades que ya se designaban en español, desde
el spoiler al call center.
Flamenco on Fire me
dio la impresión de arrojar al oído una contradicción interna (o sea, un
oxímoron que decían los griegos; la contradictio in terminis de los romanos). Porque un
vocablo tan simbólico como “flamenco” chocaba con un anglicismo puro, en una
locución que cada cual traducirá como le parezca. Desde “flamenco en llamas” a
“flamenco ardiente”, pasando por “flamenco encendido” (tal vez “enchufado”,
“conectado”). Desconozco qué deseaban transmitir los ideólogos del asunto,
porque suele ocurrir que un solo anglicismo se las apaña para desplazar a
varias alternativas en español.
El caso es que
Flamenco on Fire me sonó a algo así como cool gazpacho, o tortilla
de potatoes, una mezcla impensable. Quizá tan exagerado como long siesta o relaxing cup of café con leche. Y
líbreme Dios de criticar a quien acuñó esta última expresión, que al menos
habló en inglés con más desparpajo que el 90% de los españoles, incluido yo.
Pero es que ya me imagino que nuestra siguiente candidatura olímpica ofrecerá
“Flamenco on Fire” a todos los miembros del Comité Olímpico Internacional. O,
puesto que hablamos de Pamplona, que los invitará a un genuino “Flamenco on
fire with relaxing pacharán”.
[Foto: JESÚS DIGES EFE
– fuente: www.elpais.com]
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