El borramiento de la identidad mapuche en la muerte y en el nacimiento es uno de los pilares que el cristianismo instaló en nuestro territorio. Cruces al morir, y dolor al parir.
Escrito por Verónica Azpiroz Cleñan*
Esta mañana mi abuela, Manuela Díaz de Cleñan, inició su
viaje final al wenu mapu, al espacio azul. Dicen los antiguos que subió en su
sulky, lleno de zapallos, camotes y sandias. En los bolsillos llevó muchas
semillas. Entre ellas maíz y trigo para no pasar hambre. Dicen que la esperan
los Antiguos. Habrá gran asado de lechón y cordero estos cuatro días allá,
porque eso le gustaba comer y seguramente algún pavito también.
Su transformación en puro espíritu inició hoy, 26 de
enero y se completará en cuatro días. Espero escuchar el tue tue, para avisarme
que ya llegó bien. Que hubo encuentro con su linaje ancestral.
Evidentemente su descanso no será alrededor de la Laguna La Azotea, cementerio histórico mapuche aún sin habilitar en Los Toldos. Todos sabemos que ese conflicto no está resuelto y es una deuda pendiente de la gestión actual y de la que vendrá: reconocer los espacios sagrados y los rituales mortuorios de la nación mapuche como un derecho. Derecho a Buen Vivir y derecho a Buen Morir. El Estado prohibió al pueblo mapuche enterrar a su gente en La Azotea, desde 1901 y el responsable de perpetuar este impedimento hoy es el municipio de General Viamonte.
Mi abuela será despojada aún en su entierro de su cultura
– su territorio. Su espíritu volverá en amaneceres y atardeceres luminosos,
rodeado de cantos de grillos, ranas, calandrias, chajás, de teros y de zorros.
En los amaneceres – de niña – siempre vi a mi abuela
hacer su jejipun, su oración de la mañana en una ventana de su cocina que daba
al pwel al este, en su hermosa casa de adobe, llena de flores. Nunca la vi
pobre a la casa de mi abuela. La sentí hermosa. Un patio de tierra barrido por
las mañana por ella, lleno de gallinas que también alimentaba con su maíz.
Nunca me explicó por qué hacía su jejipun con yerba. Pero, sí. La vi hacerlo.
Manuela fue madre de ocho hijxs y abuela de treinta y
cinco nietos, bisabuela de más de diez bisnietos. Soy la primera de todas sus
nietas. Manuela fue una mujer elegante. Sus pómulos sobresalientes mostraron
siempre su cara de kulxug, aunque ella no asumía su ser mujer mapuche
públicamente. Su rostro lo anunciaba y su tez morena también. Su cotidianeidad
la hablaba: mujer mapuche que organiza y ordena su entorno.
Vivió una relación de género difícil con mi abuelo. Como
todas las mujeres mapuche, aprendió a callar sus miedos en los silencios del
atardecer. Eran más peligrosos los wigka que vinieran a sacarle el campo, que
el viejo que a veces volvía borracho a la noche a casa. Entendió perfectamente
cuál era el verdadero peligro. Aprendió a defender su territorio con su
agricultura: carneaba, pelaba gallinas, hacía con su grasa unto sin sal para el
cuidado de su familia. En las noches de tormenta sabía qué hacer para dialogar
con los pu newen para que no afectara su casa, sus animales.
Manuela no supo leer y escribir en castellano. Pero supo el lenguaje de su tierra: cuidó la semilla antigua, la atesoró y resembró siempre. Aún hoy, después de cinco años de regresar al territorio, yo no sé cultivar la huerta como ella. Desde las cuatro de la mañana carpía su quinta para alimentar sus hijxs. ¿Cuántas mujeres mapuche actualmente cuidan las semillas, las cultivan y alimentan sus hijxs?
Un entierro digno, para mí es un entierro con los
rituales de la cultura a la cual perteneció. No lo entendieron así sus hijxs.
Les ganó la colonización. El borramiento de la identidad mapuche en la muerte y
en el nacimiento es uno de los pilares que el cristianismo instaló en nuestro
territorio. Cruces al morir, y dolor al parir. Símbolos y creencias que se
reproducen y se reproducen. El otro gran rasgo de la evangelización es el
autoritarismo. La catolicidad es eso: la pretensión de universalizar una
creencia y sus rituales por encima de las otras religiones y creencias.
¿Qué se dispara en las familias mapuche para llevar a su
familiar muerto en un cajón con una cruz y ver quizás un cura con alguna cara
de circunstancia, haciendo rituales inentendibles y leyendo frases inertes para
la cultura mapuche? ¿Cuál será el salvajismo que la cristiandad condenó para
que el Estado se hiciera eco de universalizar ese modo de morir y ser
enterrado? ¿Quiénes son lxs salvajes, hoy?
Nosotros en estos cuatro días de viaje de mi abuela al
encuentro con sus ancestros, comeremos lo que a ella le gustaba. Tomaremos vino
blanco en su memoria, su preferido: vino blanco. Haremos nuestros rituales
porque a pesar del intento del borramiento de la identidad, algunxs de sus
nietxs y bisnietos amamos la forma mapuche de entendimiento de la vida y de la
muerte. Sin lágrimas, sin vacíos, sino con una profunda reflexión sobre los
ciclos de la vida, los ciclos naturales que acompasamos con nuestra existencia
y el ciclo que Manuela terminó e inició.
No existe la palabra muerte en la lengua mapuche para
describir ese estado en las personas. Cuando alguien muere, se dice
“mapulugün”. Mapulugün es volverse territorio. Manuela, ya es territorio –
vida. Por eso, con Kajfükura seguiremos afirmando que no hay muerte: “En los
hijos, de mis hijos me levantaré”.
Küme rupu ñi chuchu Manuela! Pewmagen ñi püjü remapuchegeiñ!
*Comunidad Mapuche Epu Lafken – Los Toldos
[Fuente: www.cosecharoja.org]
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