sábado, 23 de setembro de 2017

El pachamamismo y la izquierda latinoamericana


El presidente Evo Morales superó en 2015 el récord de mayor permanencia continua en el poder en Bolivia, al cumplir nueve años, ocho meses y 27 días al frente del gobierno; lo celebró con una ofrenda a la Pachamama. Foto © AP.
Escrito por Ricardo García 
En un pequeño texto titulado Impliquons nous (Arles: Acts Sud, 2015), en el que el sociólogo y filósofo francés Edgar Morin dialoga con el artista italiano Michelangelo Pistoletto, uno de los fundadores del llamado arte povera e impulsor de la Cittadellarte, Morin asegura:
Toda la historia de la civilización occidental ha tenido una tendencia hacia la conquista de un bienestar material y técnico, y el bienestar material no ha aportado un bienestar moral y psicológico. Es por es que me gusta la expresión venida de América Latina —también de Evo Morales y de Rafael Correa― que se refiere al buen vivir (p. 27).
Como a Morin, a no pocos pensadores europeos este desaforado e ingenuo entusiasmo que evocan el bon–sauvage les ha impedido percatarse de que en realidad las ideas del Buen vivir (Sumak Kawsay en quechua) y del Vivir bien (Suma Qamaña en aymara) han sido producto de la tergiversación de los saberes ancestrales de las poblaciones andinas que para sus propios intereses hizo el gobierno de Rafael Correa, en Ecuador, y que ha venido haciendo el gobierno de Evo Morales, en Bolivia. Aunque el caso de Morales resulta más relevante, no solo porque a diferencia de Correa continúa en el poder —y quiere seguir— y ha tenido mucha más influencia en el extranjero, sino sobre todo porque se trata de un indígena que no dudó en banalizar e instrumentalizar los saberes ancestrales de su propia etnia: la aymara.
Con una población que en su mayoría se halla concentrada en Bolivia, pero que también se extiende hacia el sur de Perú y norte de Chile y Argentina, los aymaras no comparten las mismas formas de organización social, económica y política. Por ejemplo: 1) desde la conformación de los distintos Estados–nación latinoamericanos, como todos los grupos indígenas, los aymaras tuvieron que enfrentarse a diversas y desiguales formas de homogeneización/dominación para “integrarse” a sus respectivas sociedades: bolivianización, chilenización, peruanización o argentinización, según el caso; 2) a diferencia de los aymaras bolivianos, que se encuentran muy cerca de La Paz —donde más de la mitad de la población es hablante de la lengua­―, sus homólogos peruanos se hallan muy lejos de Lima, la capital peruana, lo cual marca una diferencia importante en sus respectivas actividades económicas y posiciones políticas; 3) hoy muchos de los aymaras mineros en Bolivia son cooperativistas, mientras que sus homólogos en Chile son asalariados, lo cual coloca a los segundos en una evidente desventaja laboral propiciando también que sus ideologías sean distintas; 3) aunque los aymaras mineros y los cocales puedan compartir más o menos la misma percepción sagrada sobre la hoja de la coca, los segundos tienen un interés más económico que espiritual; etcétera. 
Bajo la idealización de estas filosofías andinas, muchos latinoamericanistas, de izquierda todos ellos, niegan reconocer que el modesto boom económico que ha tenido Bolivia ha propiciado el surgimiento de un aymara capaz de insertarse en una economía de mercado que no es ancestral ni pachamámica, sino capitalista. Una nueva burguesía aymara que en las zonas urbanas vive y consume ostentosamente y que comienza a ocupar barrios exclusivos de la capital boliviana; una nueva burguesía aymara que derrocha construyendo fastuosas casas de arquitectura con reminiscencias de su cultura, como las llamadas cholets; una nueva burguesía aymara que para extender sus negocios viaja a China, India, Tailandia, Egipto o Corea; una nueva burguesía aymara que en el campo es dueña de grandes extensiones de tierra, y que para trabajarla no duda en utilizar mano de obra barata indígena, incluyendo la aymara propia; una nueva burguesía aymara que tiene una nueva forma de vida que en definitiva no es Sumak kawsay, sino de un buen–vivir–capitalista y que es al que aspiran la mayoría de los jóvenes bolivianos.
Pero estos absurdos de la retórica evista y MASista que han tergiversado la cosmovisión indígena, y que algunos críticos indígenas bolivianos han bautizado como pachamamismo, comenzaron a hacerse evidentes desde el decreto, a principios de 2009, de la propia Constitución Política del Estado Plurinacional de Bolivia. El preámbulo de ese texto, en un tono milenarista y fantástico, comienza aseverando lo siguiente:
En tiempos inmemoriales se erigieron montañas, se desplazaron ríos, se formaron lagos. Nuestra Amazonia, nuestro chaco, nuestro altiplano y nuestros llanos y valles se cubrieron de verdores y flores. Poblamos esta sagrada Madre Tierra con rostros diferentes, y comprendimos desde entonces la pluralidad vigente de todas las cosas y nuestra diversidad como seres y culturas. Así conformamos nuestros pueblos, y jamás comprendimos el racismo hasta que lo sufrimos desde los funestos tiempos de la colonia.
Política que, aunque con alarde dice ser representativa de un “Estado Plurinacional”, ha promovido abiertamente una aymarización al excluir las costumbres y percepciones de los indígenas no aymaras, y que ha ido negando la presencia y participación mestiza, apoyándose en una proclama profundamente racista: ¡el futuro es indio!
Pachamamismo que se ha apoyado en discursos no menos contradictorios, como el de la despatriarcalización y la descolonización (del que existe un Ministerio; del que se celebra un día: el de la Descolonización, según el Decreto 1005 del 12 de octubre de 2011; del que se ha pretendido crear un Centro Continental de Descolonización, después de haberse celebrado la Primera Cumbre de Descolonización, Discriminación y Lucha contra el Racismo en La Paz en octubre de 2015; etc.), que también han sido promovidos por teóricos e intelectuales de izquierda que, curiosamente, son los mismos que han venido sosteniendo y justificando a los distintos regímenes autoritarios que en los últimos años han prosperado en toda América Latina; desde los Castro en Cuba hasta el chavismo venezolano, pasando por la descarada permanencia de Daniel Ortega en el poder en Nicaragua. 
En 2011 Evo Morales reprimió fuertemente una Marcha de los Pueblos Indígenas que estaban en desacuerdo con la construcción de la carretera que cruzaría el Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS); en vida, Hugo Chávez arrebató grandes extensiones de tierras que ancestralmente les pertenecían a los indios wayúu para otorgárselas a la compañía Corpozulia/Carbozulia para la explotación de carbón; antes de su salida, Rafael Correa permitió las exploraciones petroleras en el Parque Nacional Yasuní, perjudicando a pueblos como los huaoranis, quienes de por sí ya eran afectados por madereros tolerados por el gobierno ecuatoriano; con la intención de favorecer el megaproyecto del Gran Canal Interoceánico de Nicaragua, el gobierno de Ortega permitió la exploración descontrolada en zonas de bosques protegidos, entre los cuales se encontraban territorios indígenas del pueblo rama y de las comunidades afrodescendiente kriol.
Pero para intelectuales como Enrique Dussel, Boaventura de Sousa Santos o Ramón Grosfoguel, lo sensato, comprometido y correcto no es criticar y deplorar el colonialismo interno que imponen estos gobiernos latinoamericanos, y que es lo que directamente más afecta a las comunidades indígenas, sino convertirse en cómodos críticos del imperialismo y la descolonización, mientras reciben halagos de estos regímenes y de casi toda la pútrida izquierda latinoamericana y europea. 
[Fuente: www.revistareplicante.com]

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