El título de la novela más reciente de Ernesto Pérez Zúñiga, No cantaremos en tierra de extraños, proviene del salmo 136 del Antiguo Testamento. Durante su exilio en Babilonia, los músicos del Templo de Jerusalén se sientan a la orilla del río para llorar la nostalgia de la Tierra Santa y se rehúsan a tomar sus cítaras y cantar cuando sus opresores les piden “Cantadnos un cantar de Sión”:
“¡Cómo cantar un cántico del Señor
en tierra extranjera!
Si me olvido de ti, Jerusalén,
que se me paralice la mano derecha;
que se me pegue la lengua al paladar
si no me acuerdo de ti,
si no pongo a Jerusalén
en la cumbre de mis alegrías”.
No cantaremos en tierra de extraños |
La enorme nostalgia de aquellos cautivos sirve para sugerir una lectura política a un argumento que es, en principio, una novela sobre las aventuras que deben enfrentar dos amigos cuando van a rescatar a una mujer. Es una historia tan vieja como la literatura española, pero en la prosa de Pérez Zúñiga, autor de varios libros de poesía, apunta hacia el lirismo. Ramón Montenegro y Manuel Juanmaría se encuentran durante el otoño del año 1944 en el Hospital Varsovia de Toulouse, casi en la frontera con España. El primero ha escapado de milagro del cautiverio y lo han dado por muerto sus enemigos. El segundo entró a Francia como sargento jefe de la Nueve, la mítica unidad militar francesa integrada casi en su totalidad por españoles que liberó a París de los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Pero ambos se sienten como perdedores. Los países aliados coquetean con la dictadura de Franco para presionar la rendición de los alemanes (hecho que ocurre, finalmente, en mayo de 1955, cuando los hechos que narra la novela han terminado). Y ellos ya no tienen suelo, familia ni amigos a quienes volver.
La novela publicada por Galaxia Gutemberg es, ante todo, una aventura heroica emprendida por antihéroes. “Todos nosotros éramos máscaras. Los hombres de mi generación hemos gastado la vida haciendo una guerra que hemos creído justa y necesaria. Hemos buscado una esencia común que hemos llamado libertad y hemos matado por ella. Pero también hemos perdido, en esa batalla, la posibilidad de ser libres, de conocernos nosotros mismos tal y como somos: sin identidades ni banderas”, reflexiona uno de los personajes.
Ante el fracaso de sus aspiraciones políticas, Montenegro le propone a Juanmaría ir a salvar a la mujer que dejó embrazada hace años en algún lugar de Andalucía: “Ya que perdimos un país, salvemos a una persona”. Con ese lema comienza el viaje de dos personajes que arrastran por la España fracturada de la década de los años cuarenta sus derrotas materializadas no tanto en la pérdida de la República, sino en su incapacidad para volver a alguna forma de tranquilidad similar a la que tuvieron antes de 1936. “Los españoles no somos más que seres vulnerables, este año y el siguiente. No sé quienes lo tienen peor, quienes se han quedado o quienes nos fuimos”, escribe el autor nacido en 1971.
“Si un día lo logramos, una democracia en España, una democracia en toda esta Europa destruida, nadie se atrevería a construir un teatro con tantos muertos”. Ernesto Pérez Zúñiga, No cantaremos en tierra de extraños
De su afición por Ramón del Valle Inclán, a este madrileño criado en Granada le viene su gusto por los personajes esperpénticos, detalles que pueden encontrarse en ambos protagonistas. El mismo nombre de Ramón Montenegro combina el del autor más conocido de la generación del 98 y del personaje de las Comedias bárbaras, don Juan Manuel de Montenegro. Este representa la rancia aristocracia feudal del siglo XIX español y aparece en la obra Cara de plata, que es el apodo del padre facha de Ramón de Montenegro, cuyos huesos el hijo lleva a cuestas durante la mayor parte de las aventuras narradas en No cantaremos en tierra de extraños. Manuel Juanmaría, por su parte, tiene la triste resignación displicente de algunos personajes de Luces de Bohemia; quizá por eso dice que le da igual que le peguen un tiro en nombre del rey o de la República: “Uno puede pelear por lo que cree justo y al mismo tiempo saber que está siendo manipulado por esa misma idea, como una marioneta manejada por una mano que tiene buenas intenciones”.
Como los ejecutantes de la cítara durante aquel antiquísimo exilio en Babilonia, los antihéroes de esta historia sienten nostalgia de un país sobre el que se pusieron grandes esperanzas pero que está destrozado; sin embargo, distintos a los músicos, los personajes esperpénticos de esta novela tienen que sufrir una tristeza peor que la separación de su tierra: la vuelta a un país roto, que no reconocen y donde siempre serán unos exiliados.
Michelle Roche Rodríguez
[Fuente: www.colofonrevistaliteraria.com]
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